La generación más familiarizada con internet escribe versos lejos de las redes y desde la libertad métrica y estética. Sin necesidad de molde identitario, toman la palabra para definirse y reivindicar su vocación
INÉS MARTÍN DIEGO / ABC
Uno nace ‘millennial‘, no se hace. Aunque seguro que a estas alturas de la centuria habrá quien haga suya la canción de Jeanette y entone, en versión libérrima de karaoke, «Yo soy ‘millennial’ porque el mundo me ha hecho así». El caso es que, a falta de hueco, de momento, en el Diccionario de la RAE, que es el que más esplendor da en nuestra lengua, según la definición del prestigioso Pew Research Center (PEW), ‘think tank’ con sede en Washington, ‘millennials’ son todos aquellos hombres y mujeres nacidos entre 1981 y 1996, aunque otras instituciones ubican el intervalo cronológico entre 1977 y 1995.
Año arriba, año abajo, está claro que se trata de una generación familiarizada
con el uso de las nuevas tecnologías, pues creció mientras internet se convertía en lo que hoy es, hasta el punto de adoptar el universo virtual como propio. Hasta ahí la etiqueta, que sólo sirve, en la mayoría de los casos, para categorizar en compartimentos estancos y facilitarnos la vida a periodistas, sociólogos y opinadores. Cada individuo es un mundo en sí mismo, como únicos son los versos de todos los agrupados bajo ese concepto, ‘millennial‘, referido a la poesía, un arte tan fértil como inclasificable.
En 2011, y bajo el influjo de Roberto Bolaño, la también poeta Luna Miguel compiló a algunos de ellos (tantos como 27) en ‘Tenían veinte años y estaban locos’ (La Bella Varsovia), antología publicada en papel que sirvió para ponerles nombre y rescatarlos de internet, plataforma de difusión de sus primeras creaciones para recelo de la crítica, que les miraba por encima del hombro, entre espantada y temerosa.
Más de una década después, el escritor Gonzalo Torné ha hecho lo propio para evidenciar que sus obras han crecido tanto como ellos y que todos siguen siendo tan distintos como entonces. ‘Millennials: Nueve poetas’ (Alba), título que evoca irremediablemente a los ‘Novísimos’ (1970) de Josep Maria Castellet, recoge ese exacto número de voces, y a casi todas ellas las ha reunido ABC Cultural en busca de un autorretrato de la poesía ‘millennial’ lo más fiel posible a una realidad surgida de la ficción: Berta García Faet (Valencia, 1988), la ya mencionada Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990), Xaime Martínez (Oviedo, 1993), Vicente Monroy (Toledo, 1989), Óscar García Sierra (León, 1994), Unai Velasco (Barcelona, 1986), David Leo García (Málaga, 1988) y Ángela Segovia (Las Navas del Marqués, 1987). Entre ellos hay tres premios Nacionales de Poesía Joven (García Faet, Martínez y Segovia) y tanta disparidad de opiniones como libertad en la métrica y en la estética. Pasen, lean y traten de rimar.
Paso del tiempo
En once años, ese tejido lírico germinado al abrigo (o no) de la Red ha cambiado sin desvirtuar la esencia de la clara vocación poética que hay detrás de cada voz. «Entonces, lo complicado era que las voces emergentes accedieran a los podridos sistemas de premios de algunas de las editoriales de poesía canónicas de nuestro país. Lo bueno es que el mercado no nos traga y escupe, sino que el tejido es fuerte. Hemos vivido cosas diferentes, pero aquí estamos todos en el mismo lugar, con las mismas precariedades, escribiendo y leyendo, proponiendo nuevos retos y ritmos para la poesía en nuestra lengua», reflexiona Luna Miguel.
En ese sentido, Unai Velasco cree que en estos años «se han definido las características comunes de los poetas de mi generación» y «ha entrado en escena el fenómeno comercial de la poesía ligada a internet, el cambio más impactante en todos los sentidos», además de haber «terminado de desaparecer la crítica de poesía y el discurso poético, aunque este ya fuera un proceso en marcha». Berta García Faet, por su parte, va un paso más allá y se alegra de que tanto el «eco mediático» que ahora tiene la poesía ‘twitterizada-instagrammizada’ como el predicamento del que hoy goza la política identitaria le hayan pillado en sus treinta y pico: «No tenemos que lidiar con eso», resume.
Extrañas etiquetas
Lo cierto es que, debido a esa maraña digital en la que vivimos envueltos, todos han visto su nombre asociado al apellido ‘millennial’, y con él mantienen una relación no de amor-odio, pero sí cuando menos peculiar, a veces un tanto conflictiva. Ángela Segovia, por ejemplo, reconoce sentirse «un poco extraña» con esa etiqueta. «Pero es que las etiquetas siempre son extrañas. Es difícil identificarse plenamente con ninguna. Por ejemplo, se suele asociar la poesía ‘millennial’ con el universo de las redes y no sé si mi obra está afectada por la Red, seguro que sí, pero no de un modo adaptado, quizás de un modo un poco tenso o con ciertas resistencias, a veces conscientes y a veces inconscientes».
Pero es que, según la poeta, premio de Poesía Joven ‘Miguel Hernández’ en 2017, también hay mucho de eso en su generación. «Nuestra relación con el contexto no está exenta de contradicciones, hay resistencias y confluencias. Hay una ambivalencia. Quizás estamos marcados por un carácter finisecular, y por eso de alguna manera conjugamos aspectos viejos con otros nuevos. No vamos por nuestro tiempo libres de conflicto». Xaime Martínez amplía el foco, porque no se siente «muy cómodo en general, tampoco con la etiqueta de poeta, entre otras cosas porque tengo la sensación de que solo sé escribir mientras escribo, y luego se apodera de mí el terror de no volver a ser capaz de escribir nunca. Tengo la sensación de que la cualidad de poeta siempre está en el pasado, y el presente se define por la duda: soy un poeta que no escribe».
A Óscar García Sierra, en cambio, la definición de ‘poeta millennial’ no le parece problemática, pues entiende que «afecta, sobre todo, a cómo la gente percibe la obra de uno, pero no es algo en lo que piense mucho ni al escribir ni al consumir». Y Unai Velasco desliza una aclaración que es casi una llamada de atención, o advertencia: «Si se toma adecuadamente, no me incomoda porque me da igual, es una etiqueta colateral. Si hay que tomárselo en serio, como algo constitutivo de una estética, me parece una estupidez: internet no ha tenido ningún papel relevante en la poesía de mi generación». La Red sí ha sido importante, por el contrario, «en figuras como Defreds o Elvira Sastre, que sólo se explican desde un marco digital y cuyo aprovechamiento por parte de la industria y la prensa ha resultado terriblemente dañino para la cultura española. Me parece el cambio más importante y preocupante en décadas».
Vinculaciones
Y si de vinculaciones está lleno el mundo literario, los referentes de esta generación poética, se llame como se llame, no siempre son sus paisanos geográficos, antepasados con los que comparten lengua y, a veces, poco más. Los ecos de sus creaciones los buscan en otras latitudes desde el absoluto respeto, eso sí, a quienes les precedieron, en nuestro país, en el digno arte de rimar versos. Pero, ¿qué es lo que les une y lo que les separa? Para David Leo García, que además de un poeta sobresaliente pasará a la historia televisiva de España por haber ganado el mayor bote del popular concurso ‘Pasapalabra’ (1,86 millones de euros), «se ha agudizado aún más la búsqueda de referentes extranjeros o de una tradición puramente personal», algo que empezó «a percibir en nuestros hermanos mayores, los poetas nacidos en los 70, y creo que ahora ya es radical».
En el ensayo ‘No seas tú mismo. Apuntes sobre una generación fatigada’ (Paidós, 2021), el filósofo Eudald Espluga (Gerona, 1990) sostiene que los ‘millennials’ no comparten una serie de características, sino un mismo contexto de precariedad, inseguridad y ansiedad. Y Luna Miguel está de acuerdo con él, «pero también diría que todas esas cosas se han filtrado de una manera u otra en nuestras obras». En ese sentido, Xaime Martínez piensa en ‘La educación sentimental’, de Flaubert, «que es un experimento socioliterario en la medida en que, en la novela, el contexto común modifica de manera diversa a una generación de jóvenes parisinos. Entonces, comparto con mis compañeros de generación el tiempo y, con los que me son más afines, una manera de posicionarnos ante ese tiempo: comprometida política y estéticamente con el cuestionamiento de la realidad».
Unai Velasco, también editor, ha procurado ir dando cuenta de esas semejanzas y diferencias en los libros de ‘Ultramarinos’, y lo resume así: «La poesía de los nacidos en los 80 y primeros 90 introduce un giro afectivo en su escritura, más centrado en lo que la poesía puede y quiere hacer antes que en lo que no puede hacer. Me identifico con mi generación en lo propositivo, pero me identifico con los nacidos en los 70 en el diagnóstico: la poesía nada puede, es un déficit comunicativo en sí misma. Pero la estupidez de usar una herramienta rota, que no le importa a nadie aunque se hable de ella por cumplir con su aura social, es tan patéticamente hermoso que merece la pena».
Nuevos ‘novísimos’
Así las cosas, conviene plantear en el debate identitario si es lícito, y hasta pertinente, comparar a estos ‘Nueve poetas’ con los ‘Nueve novísimos poetas españoles’ de Castellet, algo a lo que incita, o por lo menos invita, ya desde el título, la edición de Alba a cargo de Gonzalo Torné. Unai Velasco lo tiene claro: «Sí. La cultura en democracia es, en sí misma, un mercado. Necesita emplear ese lenguaje elementalmente, porque socialmente no existe más allá de una pretensión de importancia. El encaje entre lenguaje promocional y objeto de venta es casi perfecto, porque el segundo es casi una excusa para el primero. Compramos y consumimos el discurso sobre la poesía, no la poesía».
Menos trascendente y más terrenal se muestra Óscar García Sierra, quien reconoce que a él le gustan «mucho las referencias y el apropiacionismo, así que me parece genial. Tampoco creo que eligiendo cualquier otro número de autores nos hubiésemos librado de la comparación». Mientras que Vicente Monroy prefiere llamar a la cautela, desde la honestidad. «La comparación es inevitable, pero tenemos que ser cautelosos. Aquella antología pertenece a una época muy distinta, tenía la ambición de dar cuenta del desarrollo de los rasgos estilísticos de un grupo muy particular de poetas, que coincidía con un momento de apertura ética y estética de la poesía española. Lo más bonito de ‘Millennials’ es su infinita disparidad, las vías tan distintas que representamos los escritores antologados en nuestra investigación lingüística y humana. Honestamente, doy gracias por ser un poeta antologado en ‘Millennials’ y no uno antologado en los ‘Novísimos’, me gusta mucho más la poesía de esta época».
La crítica de la crítica
A veces criticados en exceso y otras por defecto, los poetas ‘millennials’ tienen una singular relación con el aparato más crítico de la crítica. Un ‘rechazo’ que, según Luna Miguel, se explica «porque para muchos lectores todo lo nuevo carece de interés. Espero que la inteligencia de Vicente Monroy, el pensamiento filosófico de Berta García Faet, el lirismo delicioso de Alba Flores, o el humor de Óscar García Sierra les demuestren lo contrario». Xaime Martínez puntualiza que «los premios y la crítica siguen en buena medida gobernados por la misma gente», si bien «se han asentado maneras de escribir y maneras de leer que superan la vieja oposición entre la poesía de la experiencia, poesía del silencio, etc».
Óscar García Sierra achaca la suspicacia de la crítica al «rechazo de los círculos dominantes a cualquier tendencia nueva, que no necesariamente innovadora, y más en un ambiente tan casposo como el literario». Y Vicente Monroy busca la respuesta en ese tiempo pasado que no siempre fue mejor: «La tradición de la poesía española del siglo XX fue demasiado sólida, como una sucesión de preguntas y respuestas atravesadas por el peso de la guerra, lo rural, la apertura democrática. Nosotros hemos querido romper con esta tendencia, buscándonos en otras tradiciones y formas de entender la poesía. Y eso, en un país con un panorama poético tan conservador y autorreferencial, tiene un precio. Pero estoy dispuesto a pagarlo, un compromiso firme con una forma de entender la poesía siempre exige cierto sacrificio».
Al fin y al cabo, como advierte Gonzalo Torné, cuando estos poetas comenzaron a escribir tuvieron el «desparpajo de antologarse ellos mismos sin pedir permiso», no buscaron a un jurado que les diera su bendición. Y eso siguen haciendo, pese a las sospechas: poesía en libertad.
Fuente: https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-autorretrato-poeta-millennial-202204011643_noticia.html