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Así vivían las mujeres en la antigua Roma | La Vanguardia

Emma Southon publica ‘La historia de Roma en 21 mujeres’, un libro tan didáctico como divertido

Las mujeres en la antigua Roma dependían del padre, el esposo o el tutor  (lv)

Leonor Mayor Ortega / La Vanguardia

Dicen que aprender italiano es “facile e divertente ”. Conocer la historia de Roma de la mano de Emma Southon es muy sencillo y también entretenido, porque esta joven doctora en Historia Antigua lo sabe todo de aquellos tiempos y lo explica de forma coloquial y con mucha gracia.javascript:falsejavascript:falsejavascript:falsejavascript:false

Southon escribió un libro sobre Agripina y después otro sobre los asesinatos en Roma. Ahora publica una tercera obra, La historia de Roma en 21 mujeres (Pasado & Presente / traducción de Marc Figueras), donde recorre la historia de Roma desde los tiempos de la Monarquía hasta la Antigüedad Tardía pasando por los de la República y el Imperio a través de los perfiles de “mujeres no demasiado famosas, porque no toda la historia está construida por emperatrices”.

“Las mujeres no eran suficientemente inteligentes para ir a la guerra o hacer carrera política”

La autora cuenta cómo vivían las mujeres en esa época y la verdad es que su existencia no era para tirar cohetes: “A diferencia de los Dioses, en la antigua Roma, los humanos estaban obligados a respetar las leyes de la naturaleza y esas normas establecían que las mujeres no podían ir a la guerra y no eran lo suficientemente inteligentes para hacer política. La ley las consideraba como menores de edad, así que no podían firmar contratos ni pleitear ni hacer testamento. Para cualquier trámite, como inscribirse en el censo, necesitaban que un padre, un esposo o un tutor las acompañase”, relata Southon en una entrevista con La Vanguardia .Lee también

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La parte buena es que sí tenían acceso a la educación. “La alfabetización era sorprendentemente común en Roma. Los romanos escribían mucho, incluso los esclavos. Y a las mujeres de clase alta les enseñaban a leer y a escribir y algo de filosofía porque se consideraba honorable tener una mujer educada en casa. No obstante, la escolarización de los hombres era mucho más intensa y comprendía el aprendizaje de la retórica, que se era la habilidad más importante que podía adquirirse en aquellos tiempos”.

Las cuatro Julias: César, Félix, Balbila y Mesa

Investigando para La historia de Roma en 21 mujeres, Southon les fue cogiendo cariño a todos sus personajes, pero no puede evitar tener una favorita: Julia Félix, una empresaria pompeyana que vivía en la ciudad cuando quedó sepultada bajo la lava del Vesubio en el año 79. “Julia Félix escapó de alguna manera de la obligatoria tutela masculina y construyó un negocio único para las clases medias, un complejo de ocio y restauración sin parangón en su época. Como era muy lista, entró además en temas inmobiliarios”, explica la autora que también siente debilidad por Julia Balbila “la poetisa de la corte de Adriano que escribió sus poemas en la estatua egipcia de Memnón”. “Julia Balbila demostró en esos escritos lo inteligente que era, lo mucho que sabía, su capacidad para usar una lengua muerta (el griego eólico) y su conocimiento de los mitos”. En la obra de Southon “no hay guerras porque me aburren soberanamente”, pero sí aparecen otras Julias como Julia César, la hija de Augusto, que vivió en una jaula de oro. Su podre la obligó a contraer matrimonio primero con Agripa y luego con Tiberio. Augusto le robó a Julia a sus hijos y, con el tiempo, la desterró al considerar que su comportamiento (sexual) no era honorable. Julia Mesa llegó desde Siria a la corte romana por casualidad cuando su hermana, Julia Domma, se casó con el futuro emperador Severo. Al morir Severo, las hermanas volvieron a Siria, pero Julia Mesa ideó un plan, ya siendo una venerable abuela, para regresar y convertir a su nieto en el nuevo jefe del Imperio.

Hasta aquí las ventajas. Las mujeres estaban excluidas de la vida pública. Con una excepción: las vírgenes vestales cuya vida era “realmente aburrida”. Southon explica que “se las escogía de entre las niñas de clase alta de los seis a los 10 años. Se pasaban una década entrenando, otra cuidando del fuego sagrado, que debía estar encendido durante 24 horas. Y después dedicaban otros diez años a enseñar a las nuevas vestales. En total eran 30 años de servicio en los que debían conservar la virginidad. A cambio, tenían riquezas y asientos espaciales en los espectáculos públicos”.Lee también

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“Ser vestal era, además de aburrido, muy estresante, porque si cometían algún error se las acusaba de las catástrofes que sucedían en el Imperio”. Como le ocurrió a Opia: “Decían que había perdido la virginidad, la acusaron de haber provocado grandes plagas y la condenaron a ser enterrada viva dentro de los muros de la ciudad”.

Estar casada podía ser un poco más distraído que ser vestal. Siempre y cuando llegaran los niños porque “en Roma se consideraba que las mujeres eran las culpables de la infertilidad”. Se inventaron remedios para procrear que “no eran demasiado agradables”. “Uno de los más espantosos consistía en llevar un collar con un pepino chorreador, que desprendía semillas y un líquidos viscoso”, señala Southon, quien recomienda “buscar los vídeos para reírse un rato”.Lee también

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Había otros remedios quizá aún más desagradables como «insertar en la vagina un pesario con la primera caca de un bebé; comerse el ojo de una hiena con regaliz y eneldo; frotar en los genitales una mezcla de bilis de toro, grasa de serpiente, verdete y miel antes del sexo; beber entre cinco y siete lombrices y hacer algo no especificado con la orina de un eunuco.

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