El aumento de las temperaturas eleva el grado de alcohol de la uva y desploma su acidez
JOSÉ A. GONZÁLEZ / ABC
En los últimos años, las temperaturas mínimas en La Rioja subieron una media de 0,9ºC y las máximas, 0,7ºC. Décima arriba, décima abajo que sufren las uvas y que corrigen las bodegas. Los golpes de calor no sólo amenazan a las personas o a los animales, sino también, en este caso, a los viñedos. A partir de los 35ºC, las vides comienzan a sufrir y, por ello, la vendimia cada vez se adelanta más: «A cualquier viticultor o bodeguero que preguntes te va a responder que es cierto», responde Jesús Hernández, responsable de viticultura y medioambiente en Bodegas Montecillo. «Antes vendimiábamos en el Pilar y ahora libramos por esas fechas», añade. Una anormalidad que ya casi es normalidad: «Las cinco vendimias más tempranas han sido en los últimos siete años», apostilla Hernández.
El cambio climático trae incertidumbre a corto plazo a los campos: «La vendimia se ve día a día. Hay mucha heterogeneidad en La Rioja», responde. Tanta como viñedos hay bajo esta denominación de origen que se expanden por 66.797 hectáreas en tres zonas de producción: Rioja Alta, Rioja Oriental y Rioja Alavesa. Sin embargo, el denominador común en todo el terreno es el mismo: «Hay mucho miedo de tormentas, de heladas, de que venga un granizo y te fastidie la cosecha»
Temor que se traslada del campo a las bodegas, porque las uvas llegan antes a la bodega, pero ese no es el único inconveniente. «El año pasado, tras más de 15 vendimias que llevo, tuvimos que acidificar varios mostos», comenta Mercedes García, enóloga y directora técnica de Bodegas Montecillo. «Lo tenemos que hacer en algún viñedo, pero lo del año pasado no es lo habitual», apunta.
«Hay mucho miedo de tormentas, de heladas, de que venga un granizo y te fastidie la cosecha»
A sus bodegas llegaron kilos y kilos de uvas graciano y tempranillo, las usadas para hacer los tintos de esta firma con más de 150 años de historia. Las vides de Montecillo, que se extienden por la Rioja Alta, sufrieron, como el resto de la denominación de origen, el año más seco y cálido de la región desde que la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) recoge datos. «Llegó una uva muy estresada», advierte García. La región sufrió una anomalía térmica de 1,8 grados con respecto a la serie histórica de referencia (1989-2010), «cuando hasta ahora nunca había pasado de 1 grado (2017)», según la Aemet. «No hubo mucha diferencia entre las temperaturas diurnas y nocturnas y eso no permite ‘respirar’ a la uva y se eleva su PH», revela.
Como respuesta al estrés, la uva tira de sus reservas de ácidos que eleva su PH y el nivel de acidez «está por los suelos y eso implica que los vinos están desprotegidos microbiológicamente y es más posible que haya contaminación microbiana», responde García. La falta de acidez está «provocando que sea más complicado hacer vinos de largo recorrido», pero no es el único problema.
Si la vendimia se ha adelantado 2,4 días por década, la graduación de los vinos ha aumentado 1,3 grados por década en el periodo 1992-2019, según datos del sector. «Aquí poco podemos hacer», detalla la directora técnica de esta bodega. El cambio climático ‘emborracha’ el vino, ya que cada aumento de la temperatura eleva la graduación. «Nosotros lo solucionamos mezclando zonas más frescas con más cálidas o jugando con la maduración de las uvas», detalla. «Hay técnicas más agresivas como es la desalcoholización que se da con el vino ya terminado, pero le resta calidad. Lo mejor es anticiparse».
Análitica tras la vendimia
Como si fuera un recién nacido tras el parto, la uva llega a la bodega tras su recolección y «vigilamos todos los parámetros habidos y por haber», detalla Mercedes García. «Es como la análitica de una persona».
El primer dato que se comprueba es la temperatura a la que llegan las uvas. «Es una fruta y como otra cualquiera el calor la oxida», responde la directora técnica de Bodegas Montecillo. La medida más simple es hacer la vendimia por la noche, pero «en ocasiones no se puede y la uva entra a 30ºC o 35ºC», apunta. «Usamos nieve carbónica o camisas de agua fría, pero eso aumenta el gasto energético».
Un aumento de la factura que desde la bodega han minimizado con el uso de paneles solares, cubiertas vegetales o «dando una serie de indicaciones a nuestros viticultores», comenta Jesús Hernández. «Les hemos pedido que deshojen menos y solo en algunas zonas, por ejemplo, así conseguimos controlar esa acidez», añade. Sin embargo, el calor no es el único enemigo del vino, porque la falta de lluvias también afecta. «El agua es sinónimo de calidad y, a día de hoy, sin agua no hay viticultura», responde el responsable de viticultura y medioambiente.
«Una botella de vino necesita entre 800 y 900 litros de agua» Vicente Sotés Catedrático de Viticultura de la Universidad Politécnica de Madrid
En las tierras de la Rioja Alta, los cultivos que dan el vino de las Bodegas Montecillo «suelen rondar los 450 litros al año de precipitación», explica Hernández. «Con este agua nos han salido siempre cubas de calidad», apostilla. El pasado 2022, las lluvias no alcanzaron esa cifra y hay que compensarla con el regadío y «en el campo hay cortes por la sequía», advierte.
Los recursos hídricos en los viñedos son importantes y el cambio climático, según las previsiones de los expertos, apuntan a que en las próximas décadas habrá un 17% menos de disponibilidad de agua en el área mediterránea . «Para hacerse una idea, una botella de vino necesita entre 800 y 900 litros de agua», revela Vicente Sotés, catedrático de Viticultura de la Universidad Politécnica de Madrid.
Todo esto provoca que muchos parámetros que se dan en la análitica cuando llega la uva «estén totalmente desviados», advierte Mercedes García. «El trabajo de bodega no solo es que fermente la uva, sino es un proceso largo y de control», añade.
El vino del futuro
Sin salirse de lo pautado por el Consejo Regulador DOCa Rioja, el equipo de Mercedes García ya mira a 2027 y 2028, fecha en la que Bodegas Montecillo podrá descorchar su primer vino ecológico «con una nueva producción aún más sostenible», -señala García- y con tres variedades: Garnacha tinta, Tempranillo tinto y Viura blanco.
La producción de la gama eco supondrá un 2% del totay «será un vino con muy poco sulfuroso, con las técnicas de elaboración más enfocadas a un vino semi-crianza que de larga guarda. Hemos elegido este tipo de uva también pensando en el cambio climático, ya que es una uva rústica, muy adaptada a todo tipo de terrenos y a la sequía», admite.
Este cambio a viñedo ecológico ha sido progresivo, ya que se ha necesitado tiempo para adaptarse al tipo de producción del viñedo ecológico. «Al ser viñedos nuevos, la concentración de la uva no es tan alta como en viñedos viejos con más de 30 o 40 años. Es una elaboración que no tiene tanta extracción y en la que las crianzas son más cortas, buscando mucha más fruta que se tratará en recipientes más grandes (barricas de 500 litros)para tener menos intensidad de madera», destaca la directora técnica de la bodega.
Esta medida es una más del plan de sostenibilidad de la firma que incluye el uso de energías renovables con una planta de placas solares para autoconsumo que les ha servido para comenzar los trámites para conseguir la Certificación Wineries for Climate Protection (WfCP).