- Tras el atentado contra JFK se reforzó el Servicio Secreto y se abandonaron los coches abiertos
- El énfasis en la Inteligencia no impidió que se produjeran atentados contra Ford y Reagan
MIGUEL CHARTE / RTVE
El asesinato de John Fitzgerald Kennedy el 22 de noviembre de 1963 supuso un cambio fundamental en la protección de los presidentes de Estados Unidos. Para historiadores y profesionales de la seguridad fue «un antes y un después».
El Servicio Secreto se expandió, la detección de amenazas se convirtió en una prioridad y se abandonaron los coches abiertos, entre otras medidas. La tecnología también ha evolucionado, por lo que la protección presidencial es hoy muy diferente.
No obstante, como demostró el atentado contra Ronald Reagan en 1981, la seguridad nunca es completa.
Objetivo: los presidentes de EE.UU.
«La Presidencia de EE.UU. tiene una larga historia de asesinatos ―recuerda, en declaraciones a RTVE.es, David Eisenbach, historiador de la Universidad de Columbia― A pesar de eso, el Gobierno federal era ingenuo en la protección del presidente. Hasta 1963 no hubo un movimiento para crear un Servicio Secreto proactivo y más efectivo».
Abraham Lincoln creó el Servicio Secreto en 1865, el mismo año en que fue asesinado. Pero su principal función era combatir el fraude monetario (una tarea que aún realiza), no la protección del presidente.
«Entonces no era la persona más poderosa del mundo, era el primer ciudadano, pero un ciudadano más», explica Julio Cañero, investigador del Instituto Franklin de la Universidad de Alcalá. «Los padres fundadores no le concedieron un cuerpo de protección porque temían que se convirtiera en una guardia pretoriana».
La seguridad recaía a veces en el Ejército y otras en la policía local. «En la Casa Blanca había dos o tres personas vigilando, incluso se podía comer en sus jardines», describe Cañero.
Después de Lincoln, James A. Garfield (en 1881) y William McKinley (en 1901) murieron asesinados. Fue a partir de este último atentado cuando el Servicio Secreto asumió la seguridad presidencial. En los años siguientes afrontaron los intentos de asesinato de Franklin D. Roosevelt (en 1933) y Harry S. Truman (1950).
«La historia de EE.UU. es muy traumática en este sentido. Cada asesinato ha provocado un cambio en la seguridad», confirma Carmen de la Guardia, catedrática y profesora de Historia de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). «El de Kennedy marcó un antes y un después, y fue un mea culpa de los servicios secretos».
Impulso al Servicio Secreto
Una conclusión de la Comisión Warren, que estudió lo sucedido, fue que había que expandir y profesionalizar el Servicio Secreto.
En 1963 tenía 350 agentes, de los que 34 estaban destinados a la protección diaria del presidente, y contaba con un presupuesto de 5,5 millones de dólares. Actualmente, el cuerpo emplea a 7.857 personas y el presupuesto para 2023 es de más 2.971 millones de dólares (más de 2.776 millones de euros). Este crecimiento le ha convertido, según describe su propia página web, «en el operativo altamente tecnificado, enorme y secreto que es hoy».
Además, desde el asesinato de Kennedy ha ampliado su cobertura. En 1963 el Congreso prolongó la protección a Jackie Kennedy y sus hijos durante dos años. Hoy el presidente y su familia están protegidos durante el resto de sus vidas.
En 1968, tras el asesinato del hermano de JFK, Bobby Kennedy, la seguridad se extendió también a los candidatos. Barack Obama ha sido el aspirante que más pronto recibió esta protección (en mayo de 2007, año y medio antes de las elecciones en las que sería elegido).
El cambio invisible: la Inteligencia
Un cambio más profundo, aunque menos visible, es la importancia de las labores de inteligencia.
«En la Comisión Warren salió a la luz que tanto el FBI como la CIA estaban observando a Lee Harvey Oswald ―explica David Eisenbach― Eso les llevó a centrarse más en las amenazas emergentes o potenciales, de manera que en el futuro, cuando alguien empezara a ser un problema en potencia, fuera vigilado más de cerca».
«Cualquier servicio de protección hace una labor previa para obtener información sobre las posibles amenazas, para tomar decisiones que pueden incluir no viajar o no ir a un determinado sitio» explica a RTVE Vicente de la Cruz, presidente de la Asociación Española de Escoltas (ASES).
«Un agresor necesita un lugar y una hora para atacar ―añade De la Cruz― En el caso de Kennedy, todo estaba anunciado, tuvo tiempo para prepararse». Lo ocurrido fue «muy importante» para que se produjera un cambio en los protocolos, y se adoptó como principio la ruptura de itinerarios y horarios.
Del «Coche de la muerte» a «La Bestia»
Hoy es impensable que un presidente se pasee en un descapotable como el que usó Kennedy, que pasó a ser conocido como «el Coche de la Muerte».
La limusina Lincoln Continental 1961 de cuatro puertas convertible, estaba equipada con teléfonos por radio, peldaños retráctiles en los que se apoyaban los guardaespaldas, luces de emergencias y sirena, y un dispositivo hidráulico para elevar el asiento del presidente. Un coche de escolta les seguía.
El vehículo estuvo en uso hasta 1977, y hoy reposa en un museo en Michigan.
Lyndon B. Johnson y Richard Nixon aún desfilaron en descapotables. Con Gerald Ford se pasó a una limusina cubierta con techo solar.
Con George W. Bush llegó «La Bestia». El vehículo ha conocido diferentes versiones. La actual, bajo el diseño de un Cadillac, esconde una mole de casi 10 toneladas de acero y titanio con un blindaje de 12 centímetros. Cada puerta pesa como las de un avión. Es capaz de soportar el disparo de un lanzacohetes, e incluso un ataque con armas no convencionales.
Lleva lanzagranadas de gas lacrimógeno y ametralladoras que pueden disparar sin bajar la ventanilla. Dispone de visión nocturna, sistema de respiración autónoma y un banco de sangre del tipo del presidente.
«La Bestia» circula acompañada de un convoy de otros 50 vehículos. Y si los países a los que va no están preparados para esta comitiva, se adaptan las infraestructuras. 01.25 minLa Bestia, el coche de Biden que puede resistir ataques químicos o nucleares
Protegidos de la gente
Los presidentes, no obstante, son políticos, y buscan la cercanía con sus votantes. Kennedy era especialmente dado a esos gestos. «Le gustaba acercarse a la gente, aunque se le recomendaba que no fuera tan afectivo con la multitud», dice Julio Cañero.
La visita a Dallas era importante para JFK, que buscaba la reelección, destaca Carmen de la Guardia. «Le interesaba el apoyo del sur texano demócrata. Por eso desde el principio hizo cosas que al servicio secreto le incomodaron, como acercarse al público al bajar del avión, salir del hotel a saludar y que no se pusiera la capota del coche, aunque no hubiera servido de mucho porque no tenía protección antibalas».
«Actualmente a los presidentes se les exige mayor respeto por las normas de seguridad«, añade la historiadora de la UAM.
Los mandatarios no caminan solos fuera de la residencia de Camp David. Lo hacen rodeados de círculos concéntricos de protección, que incluyen agentes de paisano infiltrados entre la multitud. Incluso cuando parece que se saltan el protocolo para dar la mano a algún ciudadano anónimo, todo está organizado y previsto.
En el caso de Barack Obama, el acceso cercano era tan restringido que los periodistas bromeaban con que se necesitaba el número de la Seguridad Social y un examen completo de antecedentes.
Pero incluso un estrecho círculo de agentes armados puede penetrarse. En 1975, Gerald Ford fue objeto de dos intentos de asesinato: en el primero, le apuntaron a escasos metros con un arma que no tenía munición; en el segundo, una bala le pasó a 15 centímetros de la cabeza.
En 1981, Ronald Reagan resultó herido en un atentado grabado en televisión. El agresor, John Hinckley Jr., disparó a poca distancia aunque sin un blanco claro. Una bala rebotó en el coche de Reagan y le entró por la axila hasta el pulmón. Otras tres personas resultaron heridas.03.15 minAtentado contra Ronald Reagan en 1981
Otro fallo sonado se produjo en septiembre de 2014, cuando un intruso se coló en la Casa Blanca. No tuvo mayores consecuencias, pero la jefa del Servicio Secreto dimitió.
En todos estos casos, los agresores aprovecharon la oportunidad que se les presentó, no pertenecían a ninguna organización, y sus motivos eran personales, en ocasiones agravados por problemas mentales, lo que les hacía más difícilmente detectables para los servicios de Inteligencia.
El avance tecnologico: «Es otro mundo»
La tecnología también ha cambiado mucho respecto a 1963. «Es otro mundo», explica el presidente de la Asociación de Escoltas.
Los navegadores geográficos vía satélite, por ejemplo, permiten trazar itinerarios o tomar rutas alternativas en tiempo real. Además, empresas especializadas emiten alertas basadas en la gestión de big data.
«Tenemos posibilidad de grabar con cámaras posteriores los vehículos que nos puedan seguir y analizar con inteligencia artificial si hay coincidencias de vehículos y matrículas que nos sigan», ilustra Vicente de la Cruz. «Hay quien ya está implementando las avanzadas con drones en espacios abiertos en zonas de alto riesgo», añade.
Las telecomunicaciones también han dado un gran salto, aunque la radiofrecuencia sigue siendo más práctica y rápida que el móvil. «Los equipos actuales tienen una potencia más que razonable, son muy pequeños, pesan poco. Se puede contar con que alguien rastree la frecuencia, pero usamos mensaje convenido y algunos modelos incorporan encriptación«.
No obstante, el potencial agresor también se beneficia de la tecnología. «Cualquiera puede introducir un sistema de grabación de audio o de vídeo en algunos lugares, y tenemos equipos para detectarlo», asegura De la Cruz.
Atentar contra el presidente pasa a ser delito federal
El asesinato de JFK provocó también un cambio legislativo: en 1965, el Congreso convirtió el asesinato o intento de asesinato del presidente en un delito federal. Hasta ese momento, los atentados los investigaba la polícia del Estado en que se hubiera producido el hecho, y se juzgaban allí.
«Esta fue una gran pregunta cuando Kennedy fue asesinado ―relata David Eisenbach― ¿Quién se haría cargo de la investigación, las autoridades de Texas o las autoridades federales?».
Al ser un crimen en Texas, correspondía a las autoridades tejanas hacer la autopsia y perseguir al asesino. «Pero el Servicio Secreto, aunque estrictamente no estaba respaldado por la ley, insistió en llevarse el cuerpo a Washington y que la autopsia la hicieran militares con el FBI, y finalmente este último dirigió la investigación», cuenta el profesor de la Universidad de Columbia.
Adiós a la «ingenuidad»: hay que proteger al presidente
Las incógnitas sobre qué falló siguen intrigando a los historiadores. Carmen de la Guardia cree que la nueva documentación desclasificada «permitirá entender mejor cómo fue la protección de Kennedy y la reflexión posterior de los servicios de seguridad».
Sesenta años después, lo que nadie se cuestiona es por qué el inquilino de la Casa Blanca está tan protegido. «Hoy el presidente de EE.UU. sí es la persona más importante del planeta, y cualquiera que quiera atentar en su contra lo va a intentar«, resume Julio Cañero.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 provocaron aún otro importante cambio: en 2003, el Servicio Secreto, que había dependido del Departamento del Tesoro desde su nacimiento, pasó al Departamento de Seguridad Interior.
«Tras el 11-S aumentó el sentimiento de inseguridad ―considera David Eisenbach―. Eso puede haber intensificado los esfuerzos del Servicio Secreto para proteger al presidente, incluso dentro de EE.UU. Puede que ahora hayamos aprendido las lecciones. El tiempo lo dirá«.