El libro de Georg Luck, todo un clásico rescatado ahora, simboliza el interés moderno por acercarse al ocultismo antiguo como vía de conocimiento en Grecia y Roma
DAVID HERNÁNDEZ DE LA FUENTE / BABELIA
En el año 158 de nuestra era, el escritor romano Apuleyo, célebre hoy por su magnífica novela El asno de oro —sobre las andanzas de Lucio, un aprendiz de brujo malogrado y transformado en burro— fue procesado por una acusación de magia ante un tribunal de una de las ciudades del África romana. Había iniciado una relación con una viuda llamada Pudentila, madre de un excompañero suyo de estudios platónicos en Atenas, que había acabado en matrimonio con aquella mujer, diez años mayor que Apuleyo e inmensamente rica. La familia de su primer marido acusó al escritor de usar la brujería y los fármacos para seducirla, lo que podía haber acabado con su condena a muerte. Sin embargo, Apuleyo acabó convenciendo al tribunal de su inocencia con un discurso —que conservamos íntegro— en el que justificaba su interés en el mundo de los espíritus por su condición de filósofo. Argumentaba Apuleyo en su defensa que otros muchos filósofos, como Pitágoras o Empédocles, habían sido también acusados injustamente del cargo de brujería.
Esta anécdota, entre muchos otros textos relacionados con lo que hoy llamaríamos “ciencias ocultas”, es solo uno entre los muchos testimonios del interés por la magia, la adivinación, la astrología o la demonología que había en la vida cotidiana del mundo antiguo: desde la política a la judicatura, de ahí a la literatura o las artes, se puede decir que todo entonces estaba, en cierto modo, marcado por esa pasión por lo sobrenatural. Pero, ¿de qué estamos hablando exactamente?: ¿magia o religión, alquimia o ciencia, astrología o astronomía, brujería o filosofía? Sobre todo cuando recordamos los nombres de algunos filósofos presocráticos, como los citados, es difícil trazar la línea divisoria, pues muchas veces parecen más bien santones o taumaturgos que pensadores lógicos o científicos.
Desde hace al menos cuatro décadas la investigación en filología clásica, historia antigua y ciencias de las religiones se ha centrado con preferencia sobre temas como estos y, sobre todo, ha examinado su incidencia en la historia social, política, de las mentalidades y las religiones. Justamente por aquel entonces se publicó en la editorial académica de la Johns Hopkins University un volumen que, en cierto modo, simbolizaba el interés moderno por desmenuzar todo el conglomerado del ocultismo antiguo como vía de conocimiento de aquel mundo prestigioso, pero a veces tan mal entendido, que denominamos clásico, y que tanto tiene que ver con nuestra actual idiosincrasia. Se trata del libro del estudioso suizo Georg Luck Arcana mundi. Magia y ciencias ocultas en el mundo griego y romano (1985). Recientemente rescatado en Alianza, el libro presenta de una amplia antología de textos comentados en seis apartados, con sus seis introducciones, y enumera las razones por las que no podemos entender a los griegos y romanos sin estas facetas que no se compadecen con la fama de racionalidad y serenidad que les solemos atribuir. Y es que casi todos los grandes escritores antiguos, desde los naturalistas como Plinio a los filósofos como Platón o Aristóteles, evidencian un notable énfasis en “lo sobrenatural”, simplemente como la parte oculta de la naturaleza y del ser humano que hay que estudiar y conocer seriamente.
Pero el interés por estos textos, que nos acercan a una antigüedad muy diferente a la de un logos de rectas formas, se remonta más atrás en el tiempo. De hecho, hace ya mucho que sabemos que el consabido el “paso del mito al logos”, parafraseando el famoso libro de W. Nestle (1940), tiene mucho de simplificación positivista, y que el pensamiento mítico o mágico sigue siendo muy relevante —pese a la genealogía progresiva que quiso establecer Frazer como paso previo a una siempre mitificada ciencia— tanto para los antiguos como para nosotros. Tras algunos trabajos pioneros, fue el revolucionario estudio Los griegos y lo irracional de E.R. Dodds (1951) el que marcó un antes y un después. Otros grandes estudiosos del siglo XX, cuya influencia se reconoce en la obra de Luck y que han trabajado sobre la confluencia entre magia, filosofía y religión, son A.J. Festugière o A. D. Nock, herederos a su vez de estudios pioneros en siglos anteriores, como los de Fontenelle, Creuzer, Lobeck o Bouché-Leclercq. Hoy todos están superados, también en cierto modo Luck, pero hay que reconocer el camino que marcaron.
En el comienzo, parecen apuntar estos textos, fue la sophía, que adopta varias máscaras o vertientes que tuvieron muy diversos desarrollos. Entre las analogías y las diferencias, el lector puede tratar de ir deslindando entre magia y religión, con dominios que se tocan de cerca, como el de la adivinación, el ensalmo o la plegaria, o de investigar a la par, como propone Luck, los paralelos entre magia y filosofía, en los campos de la astronomía, la teurgia y la alquimia. Otra manera posible de establecer delimitaciones está en la mística, como esbozó en su día René Guénon, trazando las diferencias entre ocultismo y esoterismo. En todo caso, el fondo de pensamiento común se basa en la noción de que existe una “fuerza” —la dýnamis, poder de índole divino, o mejor dicho demónico— que vincula todo en el universo en una especie de sympátheia, o conexión cósmica, que aparece en varias escuelas filosóficas, desde el platonismo al estoicismo, y en diversas figuras sapienciales o milagreras, desde Pitágoras a Simón el Mago. Esta fuerza trascendente, que conecta la materia y la conciencia, se basa en la idea de mediación o comunicación, otra noción clave para entender cómo funcionan los démones o seres intermedios —o, a veces, los “hombres divinos” (theioi andres, según la denominación clásica)— y los oráculos. De hecho, la noción de daimon, que atraviesa la historia de la antigüedad desde la época arcaica a la cristiana, se puede rastrear como ejemplo de mediación con lo divino en diversas tradiciones esotéricas, desde un presunto “chamanismo antiguo” hasta el caso de ciertos “hombres divinos”, de la antigüedad hasta los santos de la Antigüedad tardía, ya fueran paganos o cristianos, magos orientales o teúrgos neoplatónicos.
De forma muy sugerente, Luck trata en su introducción algunas aplicaciones de categorías en principio extrañas a la religión antigua y procedentes de la antropología, la psicología o la historia de las religiones —como tabú, mana, chamanismo, médium, etc.—, pero que pueden ser útiles para dilucidar la especial relación con lo divino de algunas de estas figuras clásicas. Especialmente fascinantes son los desarrollos desde el comienzo de nuestra era. Los primeros siglos después Cristo muestran un ambiente espiritual apasionante en el Imperio Romano, especialmente el siglo del citado Apuleyo, de Plutarco o Marco Aurelio, también éste devoto de alguna de estas ciencias ocultas. Entre el declive de los oráculos y la descreencia de la religión tradicional grecorromana, en torno al siglo II. se da el momento de cambio crucial, que coincide con la emergencia del cristianismo —con textos muy significativos de dentro y fuera del canon neotestamentario—, el auge de nuevos misterios orientales paralelos a este, desde Mitra a Isis, y un auténtico boom de lo espiritual en medio de un mundo en crisis incipiente. Es lo que recoge la afortunada expresión de Dodds “una época de angustia”. En ella, la magia y lo oculto en general, como explica Luck en sus enjundiosas introducciones a cada bloque de textos antologados, son sin duda la clave de bóveda.
En suma, los materiales que nos presenta Arcana mundi son básicos para una mejor comprensión del mundo de lo sobrenatural en la antigüedad grecorromana: desde el esoterismo más elevado de los místicos, teúrgos y alquimistas, hasta el ocultismo de amuletos demónicos, oráculos enigmáticos, tabellae defixionis o conjuros de amor. La recopilación de testimonios y textos marcó un punto de referencia para los estudios actuales. Poco después de Luck se publicó otro volumen fundacional de los estudios sobre el tema, Magika Hiera (1991), editado por Christopher Faraone y Dirk Obbink, a partir del cual surge una imprescindible generación de estudiosos. Entre ellos, nombres como Daniel Ogden o Sarah Iles Johnston, pero también muchos españoles, por cierto. Si Luckya citaba a Caro Baroja y Laín Entralgo, hay que subrayar que, ya desde mediados del siglo pasado, estudiosos como Luis Gil, y su escuela, han trabajado sobre los milagros, los sueños proféticos, los ensalmos y toda esta amalgama cultural con gran repercusión, hasta llegar a los más brillantes estudiosos actuales, como Sofía Torallas, Raquel Martin, Miriam Blanco o Carlos Sánchez.
Hay varios grupos de investigación sobre magia y religión en las Universidades de Granada, Madrid, Valladolid, Barcelona o Málaga, encabezados por destacados investigadores como Aurelio Pérez Jiménez —fundador hace 20 años de MHNH. Revista Internacional de Investigación sobre Magia y Astrología Antiguas— o Emilio Suárez de la Torre, organizador de una serie de congresos sobre la magia en la antigüedad grecolatina, entre otros. La investigación española ha aportado grandes avances en los estudios sobre orfismo, hermetismo, oráculos o papiros mágicos con publicaciones internacionales de gran relevancia. Pero también ha producido publicaciones para un público más amplio. Recordaré sólo tres muy recientemente aparecidas: los libros de Marco Alviz, Vidas de santos paganos (Dykinson, 2022); Miguel Herrero, Catábasis: El viaje infernal en la Antigüedad(Alianza, 2023), y Diego Chapinal-Heras, La voz de los dioses. Los oráculos y la adivinación en el mundo griego(Ático de los Libros, 2023) son tres excelentes ejemplos de alta divulgación que, como no puede ser de otra forma, son el resultado de años de investigación en el marco de estas escuelas. Otros autores españoles han seguido también la senda de Luck a la hora de recopilar, traducir y comentar textos más divulgativos sobre magia en la antigüedad, como Fernando Lillo (Fantasmas, brujas y magos en Grecia y Roma, 2013) o Gonzalo Fontana (Sub luce maligna. Antología de textos de la antigua Roma sobre criaturas y hechos sobrenaturales, Contraseña, 2021).
Me interesa especialmente destacar, en fin, en este abigarrado mundo de las ciencias ocultas de la antigüedad, algunos campos como el de la adivinación, con su variedad de procedimientos, inspirados o de azar, el de los sueños, como los compilados por Artemidoro en su Onirocrítica (tan cara a Freud), los signos y prodigios en la paradoxografía y todo tipo de literatura profética que acaba vertiéndose en antologías apócrifas, como la sibilina o la caldea, de amplio uso en la Antigüedad tardía. Como apuntó Luck, es claro que, en los estudios sobre este capítulo fascinante de la historia de las mentalidades en la antigüedad, conviene adoptar la perspectiva de la larga duración, que atraviesa todo el mundo clásico, desde Homero al primer cristianismo, y que ahora está trabajando también con preferencia la investigación española: un ejemplo estupendo es el de los sueños proféticos y evocadores, desde la taxonomía simplificada que expone Penélope en la Odisea, a los sueños curativos de Asclepio y las teorías posteriores del judío Filón o el obispo neoplatónico Sinesio. Y es que los sueños de emperadores, filósofos o santos —los muy memorables de Santa Perpetua—, convenientemente interpretados y literaturizados, cambiaron para siempre la faz del mundo antiguo, como todo este multiforme mundo de lo sobrenatural.
Así se ve, por ejemplo, en la novela El asno de oro, para terminar donde empezamos, donde se describe con especial vivacidad el ambiente que rodea la metamorfosis de Lucio: es este un mundo plagado de brujas, milagros, sacerdotes ambulantes, mágicos azares y extraordinarios sueños. Entre ocultismo y esoterismo, como quería Guénon, quizá medie solamente lo sublime —y en Apuleyo lo encontramos, desde luego, en la memorable fábula de Amor y Psique, de tan rica recepción—, que otorga un inolvidable simbolismo místico-literario a alguna de las páginas que recoge la antología aquí comentada. Pero cabe recordar que ambas facetas, la popular y la elevada, son dos caras de un mismo y apasionante fenómeno que toca lo irracional o lo subconsciente en nosotros y que bien merecía una investigación y una evocación como la que nos propone este libro. Es de agradecer que ahora, cuarenta años después de su publicación, se rescate la recopilación de textos que, de cierta forma, inició el desarrollo actual de las investigaciones sobre la pasión por lo sobrenatural de nuestros queridos clásicos.
David Hernández de la Fuente. Es escritor, traductor y catedrático de Filología Griega en la UCM.