Vuelve el gran chamán: el escritor, cineasta y filósofo reúne en un libro sus actos como psicomago, prepara película y sueña con cumplir 100 años
JOSÉ MARÍA ROBLES / PAPEL
La gata Dulce se afila las garras en un sillón rodeado de libros mientras su dueño atiende por teléfono. «Un hijo mío acaba de morir y he estado 10 días sin poder hablar», confiesa su dolor más íntimo un hombre que precisamente ha hecho de la palabra sanación. Que lleva tres décadas ayudando a desconocidos a superar traumas, fobias y decepciones mediante la lectura del tarot. Y que cada día se ofrece a «sembrar positividad en el mundo» a través de sus perfiles en redes sociales (nueve millones de seguidores).
Incluso en pleno duelo, sin embargo, la energía del creador total que responde por Alejandro Jodorowsky sigue fluyendo de un modo desbordantemente cósmico. El apartamento de París que comparte con su esposa, Pascale Montandon, y con la gata Dulce, es un nautilus donde el cofundador del Movimiento Pánico escribe guiones de cómics -«es con lo que de verdad me gano la vida»-, prepara el rodaje de su próxima película y da forma a mil y un proyectos.
Tiene 93 años…
93 y medio.
¿Para cuántas historietas, filmes, obras de teatro, etc. tendrá fuerza suficiente?
Mi padre murió a los 100 años. Y porque quiso: se arrancó las cosas que le habían puesto tras quitarle un tumor del cuello y se desangró. Así que tengo esa referencia. Si todo va normal, llegaré a los 100. En estos siete años voy a hacer exactamente lo mismo que estoy haciendo ahora. Entre febrero y mayo de 2023, empiezo a rodar una nueva película.
De la psicomagia al psicotrance, publicado por la editorial Siruela y a la venta el próximo 2 de noviembre, es el nuevo libro del chamán franco-chileno y antiguo colaborador del director David Lynch, el mimo Marcel Marceau y el dibujante Moebius. En sus páginas, Jodorowsky reúne los preceptos terapéuticos que ha desarrollado -al margen de la ciencia- para atender a los cuatro elementos que, a su juicio, definen al ser humano: intelectual, emocional, corporal y sexual. Un método con el que aspira a conectar el yo interior con la conciencia universal.
Aunque recuerda un poco a la jerigonza posmoderna del mindfulness, lo cierto es que la liberación que propone Jodorowsky mediante actos simbólicos remite a la ancestralidad ritual. Véase: a un paciente que se alegró por la muerte violenta de sus padres, a los que tenía inquina, le instó a enterrar en el mismo lugar donde fallecieron unas joyas pagadas con el dinero que podía gastar en su curación. A una mujer que sufría reglas dolorosas la animó a usar la sangre menstrual para dibujar su autorretrato. Y a cualquiera que pase por su consultorio -una mesa del café La Promenade, a dos pasos de su casa- el escritor todocampista y cineasta de culto le pide lo mismo: que le envíe una carta dividida en cuatro partes, explicando cuál era el problema, qué acto psicomágico tenía que realizar, cómo lo ejecutó y qué cambio produjo.
¿De qué consejo se siente espiritualmente más satisfecho?
En primer lugar, de no cobrar. El gran defecto de la terapia psicoanalítica es que es un negocio antes que nada. Lo principal de un acto de psicomagia es que es gratis, no hay ningún interés personal por parte del terapeuta. El psicomago es sólo un ser humano que se da cuenta de que no somos individuos, sino una raza planetaria. Debemos colaborar unos con otros.
Pero dígame, por favor, un consejo en concreto.
El último. Hoy me ha reconocido por la calle la dueña de una pastelería. Cojeaba y no sabía por qué. Tenía 70 años, más o menos. Le pregunté si estaba casada. El inconsciente me empujó a preguntarle si estaba molesta con su marido y quería pegarle una patada. Me confesó que sí, porque acababa de morirse y no le había dejado nada. Se trataba de una patada retenida que, una vez que se confiesa, permite a la persona solucionar su problema.
Vivimos en una sociedad en la que el yo se manifiesta a voces y en la que impera el narcisismo. ¿Cómo de importante es en estos tiempos tener bien calibrado el yo interior?
El problema de las redes sociales es el anonimato. Cualquiera puede decir lo que quiera sin arriesgar. Salen cosas retenidas, pero no hay posibilidad de curación. Para cambiar el mundo es necesario cambiar uno mismo, porque en nuestra civilización estamos todos enfermos. Vivimos cosas que no corresponden con una vida feliz. Sufrimos porque todo tiene precio. La economía se ha apoderado del mundo.
Se ha definido como «místico ateo». ¿Qué es la fe en el siglo XXI?
No se puede negar a Dios en el siglo XXI. La ciencia nos ha hecho conscientes de que no sabemos nada del universo, de que somos totalmente ignorantes. Sospechamos cosas, pero apenas vemos un milímetro de un universo que es infinito. No obstante, hemos hecho una religión limitada al ser humano, cuando puede haber un Cristo de las hormigas, de los pulpos o de los leones. Es decir, un ser de la conciencia que guíe a su grupo social.
¿Le resulta más difícil encontrar iluminación ahora que es nonagenario, que cuando era joven?
Ahora estamos más comunicados que antes. Pero no estamos sólo más comunicados en la imaginación positiva, sino también en la parte oscura. En el horror.
El filósofo Zygmunt Bauman declaró: «En el mundo actual, todas las ideas de felicidad acaban en una tienda». ¿Lo ve usted también así?
Eso puede ser así para quien no se ocupe de sí mismo. Pero yo tengo una cuenta en Facebook, Twitter e Instagram donde comparto cosas positivas con millones de personas. Llevo diez años ahí. Al principio me atacaban los troles y recibía insultos durante todo el día. Con paciencia y perseverancia, y pasando del yo a vosotros, cesaron los ataques.
¿Qué no vendería nunca?
Mi ano, es algo demasiado íntimo… [Se lo piensa mejor]. En realidad, no vendería nada. Cobraría por lo que hago lo que merece ser pagado. En esta sociedad todo el mundo quiere hacerse millonario, y eso es terrible.
¿Qué le habría gustado comprar costase lo que costase?
La inmortalidad. No me gusta nada tener que morirme aunque, eso sí, acepto el cambio. Pero después de la muerte me encantaría que hubiera otra forma de vida.
Si pudiera retroceder en el tiempo y ponerse frente al Alejandro Jodorowsky que todavía no había emigrado de Chile con 24 años, ¿qué consejos se daría a sí mismo?
Sé lo que eres, y no lo que los otros quieren que seas. Busca quien eres. Acércate a quien eres y aléjate de las cosas que haces por compromiso, porque eso no eres tú.
Alejandro Jodorowsky no ha escuchado hablar del metaverso, si bien su obra es un despliegue fabuloso de mundos virtuales, como queda de manifiesto en sagas comiqueras como El Incal o La casta de los Metabarones (ambas en Norma Editorial) o en proyectos cinematográficos como Dune. Confiesa que lo único que escucha desde hace 30 años es el arpa céltica, así que queda claro que su reino no es de este mundo.
¿Qué supuso para usted el año y medio que la pandemia nos tuvo prácticamente en pausa? ¿Es de los que extrajeron algún tipo de lección del confinamiento o, por el contrario, el encierro por culpa del virus no le dejó ningún poso?
Quedarme en casa no lo entiendo como estar encerrado, porque aquí tengo libros por todas partes. Por suerte, aprendí a leer cuando tenía cinco años. Siempre he vivido dentro de una biblioteca, con muchos libros que no he leído, pero que son como amigos, a los que prometo que un día voy a leer. Ahora me doy cuenta de que tengo tantos que no lo podré hacer nunca. En cualquier caso, mantengo con ellos una amistad maravillosa.
¿Recuerda cuál fue el primer libro que leyó?
¡El silabario! Contenía palabras: automóvil, gato… La primera de todas era ojo. Como me llamo Alejandr-oJo-dorowsky, descubrí que entre mi nombre y mi apellido hay un ojo. Un ojo de oro: ojodoro. Me encantó descubrir que el silabario era como mi biografía.
Le escuché decir en una entrevista en televisión que lo más ridículo del mundo actual son los soldados. Usted es de ascendencia judía-ucraniana. ¿Cómo está observando esta guerra desencadenada por Rusia?
El negocio que abrió mi padre en Chile se llamaba justamente Casa Ucrania. Él llegó a principios de 1900 con cinco años o así huyendo de su país. En Casa Ucrania tenía un gran retrato de Stalin, que luego se convirtió en enemigo nacional. El problema es que mi madre era fruto de la violación de mi abuela por un cosaco ucraniano. Mi madre era rubia de ojos azules, cuando procedía de una familia de judíos españoles más morenos…
¿Y cómo ve la sangría que sufre la tierra de sus antepasados?
No son antepasados. Yo soy humano, terráqueo. Eso de las razas y las fronteras es una ensoñación, porque todo es falso. Las fronteras están en movimiento, cambian, son sólo una cosa política necesaria quizá para la economía. Pero las peleas absurdas por culpa de los nacionalismos o de la diferencia entre Occidente y Oriente y otras estupideces están destrozando el planeta.
¿Qué tipo de negocio era Casa Ucrania?
Mi padre se quedó huérfano a los 13 años. Tuvo que hacerse cargo de alimentar a su madre, a dos hermanas y a su hermano, que era inútil. Para mantener a toda su familia se hizo artista de circo: se colgaba del pelo, hacía las barras… Llegó a Tocopilla, que era un pueblo chiquitito en el norte de Chile. A pesar del tamaño, era como la California de la época, porque allí se extraía el salitre, el cobre, la pólvora con la que se fabricaban las bombas… Como Tocopilla contaba con un puerto para exportar estas materias, los marineros le llevaban a mi padre artículos que robaban del cargamento de los barcos. A veces, cajas enteras que ni siquiera sabían qué contenían. Mi padre compraba este género de contrabando y después lo revendía.
Cuénteme más de su próxima película, si es tan amable.
Al principio hice ficción. Después dije: estos temas ocultan mis problemas, así que voy a hacer una trilogía sobre mi vida. De ahí surgieron Poesía sin fin y La danza de la realidad. La nueva se titulará Viaje esencial, y recreará mi llegada primero a México y después, a Francia.
¿Consideraría un insulto que alguien le llamase gurú de la autoayuda por las perlas que regala cada día en internet?
Yo no soy el Dalai Lama, que se presenta como una especie de pseudodios que da consejos directos. Eso es ego. La única posibilidad de que el mundo avance es poniendo el ego en su sitio. Cállate la boca y obedece.
De la psicomagia al psicotrance, de Alejandro Jodorowsky y publicado por Siruela, se pone a la venta el 2 de noviembre. Puede comprarlo aquí
Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2022/10/21/6352563dfc6c83587d8b45a4.html