DAVID LORENZO CARDIEL / ETHIC
La politóloga, socióloga y profesora española Cristina Monge (Zaragoza, 1975) es especialista en movimientos sociales y transición ecológica, además de presidenta de la plataforma ciudadana +Democracia, desde donde persigue la mejora de la democracia y de sus valores. Conversamos con ella sobre los conflictos de nuestro tiempo, los retos a los que se enfrentan España y Europa, la inmigración y los efectos palpables del cambio climático en nuestra sociedad.
Rusia invadiendo Ucrania. El enfrentamiento entre Israel y Hamás. El regreso de los talibanes al poder en Afganistán. ¿No cree usted que estamos en una fase de transición política global? ¿Está cambiando el status quo de Occidente
Bueno, el estatus de Occidente hace tiempo que lleva cambiando. La emergencia de China como potencia global hace que, en cierta medida, el centro de poder se vaya deslizando hacia el Pacífico. Y eso, efectivamente va cambiando el status quo. Todo lo que estaba usted enumerando son conflictos que llevan mucho tiempo latentes. Por ejemplo, el tema de los talibanes en Afganistán. O la cuestión de Rusia con Ucrania. Cuando Rusia invade Crimea, Occidente mira hacia otro lado, pero ya estaba ahí reclamando un incremento de su territorio. Lo que estamos viendo ahora entre Israel y Palestina son décadas y décadas de conflicto. De hecho, ha sido muy sintomático el viraje que han dado los líderes tanto de la Unión Europea como de Estados Unidos en las últimas semanas con el tema de Palestina. Cuando se produjo el ataque de Hamás no dudaron en salir a condenar el ataque y a decirle a Israel que tiene derecho a defenderse. Pero conforme van viendo qué es lo que Israel interpreta como derecho a defenderse, van teniendo ellos mismos que decir «pero, ojo, dentro del derecho internacional, porque lo que va a pasar en Gaza va a ser una carnicería». Entonces, de alguna forma estamos viendo a un Occidente que le cuesta mucho posicionarse de forma coherente entre todas estas fuerzas que están ahí. Pero insisto, eran conflictos que arrastrábamos de décadas atrás y que ahora se proyectan de una forma más clara.
En ese sentido, ¿cómo evalúa el papel de la ONU y de las organizaciones internacionales a la hora de conseguir resolver conflictos entre países?
De alguna manera, lo que ahí se está viendo es que la gobernanza global que nos hemos dado con Naciones Unidas no está siendo efectiva. No está sirviendo para gestionar estos conflictos. Todos ellos llevan años enquistados. Todos ellos han pasado también varias veces por los diferentes comités y reuniones de Naciones Unidas, con resoluciones aprobadas, y se ha sido incapaz de dar una solución desde el ámbito del del multilateralismo. Tampoco es nada nuevo: sabemos que Naciones Unidas realmente no tiene capacidad de resolución de estos conflictos, aunque sí siga actuando como un espacio en el que los diferentes Estados pueden ir acercando posturas o por lo menos manifestando sus posturas.
Meloni en Italia, pero también Suecia, Polonia, el auge en Alemania y en Francia… ¿Por qué motivos cree que la ultraderecha y el nacionalismo europeo están tomando partido en la UE?
No nos encontramos ante un incremento exponencial de la ultraderecha en Europa. Depende de cada país. Y si miramos con perspectiva histórica de unas décadas, podemos ver que los partidos de la ultraderecha, como el resto de partidos, tienen subidas y bajadas. Por lo tanto, no podemos estar hablando de un ascenso inexorable de la ultraderecha. Depende de cada país. El incremento de la ultraderecha lo que nos está diciendo es que existe un descontento. En el caso de Europa, hay que acudir a cómo se gestionó la crisis económica de 2008. Es la manera de gestionar la crisis del 2008 desde la austeridad la que está generando mayor desencanto, mayor protesta, mayor descrédito de la política que hace que las fuerzas de la ultraderecha se perciban como una alternativa, como una fuerza en la que agarrarse. Esta es una de las causas principales, luego hay más elementos. Estamos también en un momento en el que están sucediendo multitud de acontecimientos que cambian los paradigmas. Empezamos a ser conscientes de lo que el cambio climático va a hacer con nuestras vidas. Estamos inmersos en una revolución tecnológica que nos tiene absolutamente mareados. No sabemos cómo reaccionar y cómo vivir en estos nuevos entornos. Nos enfrentamos a fenómenos, como pueden ser los flujos migratorios, que nos interpelan y a los que tenemos que dar una salida, no una respuesta. Esta situación hace que muchas veces el ciudadano medio europeo, acostumbrado a cierta confortabilidad, se llegue a sentir amenazado. Es decir, se vea inseguro en sus posiciones e inseguro de su estabilidad vital. Y frente a eso, la ultraderecha lo que hace es proponerle un regreso al pasado. Esto que [Zygmunt] Bauman llama la retrotopía, el pasado como un sitio seguro en el que tú ya has estado y sabes cómo se produce la vida y, por lo tanto, no tienes la inseguridad que te generan los nuevos elementos. Entonces, yo creo que uniendo los dos puntos tenemos una explicación bastante plausible de por qué ese crecimiento de la ultraderecha que, insisto, no es que nazca en 2008, sino que ya estaba desde mucho tiempo antes.
Además de docente universitaria colabora usted con organizaciones como ECODES o el INAP, además de liderar la plataforma +Democracia. ¿Qué relación observa entre la movilización social, de cualquier signo, y los efectos de la emergencia climática?
Creo que la emergencia climática está desafiando en el fondo nuestras sociedades y nuestros sistemas políticos en múltiples aspectos. Muchas de las cuestiones que la emergencia climática tiene sobre nuestras sociedades son en realidad elementos que también estaban antes, pero que la crisis climática los está exacerbando, los está haciendo mayores. Uno de ellos es la desigualdad. El cambio climático nos empobrece a todos. Todos somos más pobres debido al cambio climático, pero el que es más pobre acaba teniéndolo mucho peor. Otro problema: las desigualdades de género. Ser mujer es un agravante. También están los conflictos por los recursos, como el que existe por el agua, que tampoco es nuevo, pero se van a ver incrementados por la crisis climática. Y todo eso a las democracias occidentales nos plantea desafíos a la hora de gestionar. No quiere decir esto que las no democracias gestionen mejor estos temas. Se ha visto muy claro durante la pandemia. Al final, la dictadura china la ha gestionado mucho peor. Lo que sí tenemos las democracias son algunos problemas característicos. Uno de ellos es el del tiempo. Cuando alguien se presenta a unas elecciones, se presenta con un programa y rinde cuentas para cuatro años. Las políticas climáticas abarcan mucho más. Además, se ven como renuncias o sacrificios, lo cual yo creo que es un error, pero es cierto que se están percibiendo así para conseguir beneficios a largo plazo. Otra arista del problema es que la crisis climática exige respuestas globales y muy pocos trabajan con esta visión.
¿Estamos cumpliendo los europeos los deberes de protección hacia las personas y las familias más vulnerables hacia la inmigración, hacia los refugiados?
La cuestión de la migración es uno de los grandes retos pendientes de Europa. Ahora hay una modificación de las políticas de los países del Grupo de Visegrado a consecuencia del cambio electoral en Polonia. ¿Que podría pasar? El pacto migratorio que se está anunciando ahora no es un adalid de los derechos ni de la defensa de las libertades tal y como Europa lo está planteando. Además, Europa está metida en una enorme contradicción. Por un lado, tenemos una población envejecida, tenemos cada vez más falta de mano de obra, de trabajadores. Y, sin embargo, no sabemos cómo abordar la inmigración. En el mejor de los casos, además, la consideramos solamente como mano de obra, pero no incorporamos todo lo que suponen los movimientos migratorios y todo lo que implica que personas de diversa procedencia venga a vivir aquí. Se nos olvida que la migración es un fenómeno tan antiguo como el ser humano y que siempre han existido movimientos migratorios a lo largo de la historia. Pero, sobre todo, cometemos el enorme error de calificarla como un problema. Y no lo es a priori, solo puede llegar a serlo si no se gestiona bien. De hecho, en Europa ya estamos viendo que en muchos sitios se ha convertido en un problema cuando no se da respuesta, no se articulan los mecanismos necesarios para acoger a esas personas en las debidas condiciones. En cuanto a lo que me habla usted del «cuarto mundo», es decir, de las personas más desfavorecidas que se encuentran dentro del primer mundo. Efectivamente hemos visto cómo la desigualdad durante décadas ha ido aumentando en Europa y en España. Y, desde luego, los principios fundacionales de Europa (los principios democráticos de libertad, de solidaridad, de sociedad del bienestar, de sociedades cohesionadas) son absolutamente incompatibles con las tasas de desigualdad que hemos vivido en los últimos años.
Hablando de España, ¿cómo nos ve a los españoles en cuestión de calidad democrática? ¿Nuestra actual Constitución sigue respondiendo, en su opinión, a las cuestiones globales, territoriales y ciudadanas, tanto de los retos que tiene España frente al contexto geopolítico como a su propia cohesión territorial?
No concluyo que la Constitución del 78 tuviera un problema enorme de diseño. El problema es que la hemos concebido como un punto de llegada en vez de como un punto de partida. Como la concebimos como un punto de llegada tras 40 años de dictadura y una Transición dura, se desarrolló la Constitución y dijimos «ya está, tenemos democracia». Bueno, eso es la Constitución como punto de llegada. Pero en aquel momento muchos de los conflictos que estaban presentes no se pudieron resolver, no se pudo avanzar más por múltiples causas. Por otra parte, desde entonces y hasta ahora el mundo ha ido cambiando y hay nuevas realidades a las que ir dando respuesta. ¿Eso quiere decir que hay que modificar la Constitución todos los años? No, pero 45 años después ya estaría bien que le echáramos una mirada, porque efectivamente las cuestiones territoriales se han ido enquistando en unos casos y reproduciendo en otras, pero también hay temas fundamentales como los ambientales, por ejemplo. Se necesitaría una perspectiva constitucional distinta, también incluyendo todo lo que supone el mundo de los derechos digitales o la inteligencia artificial. Estaría bien que incorporaran en la Constitución un planteamiento, es decir, tanto lo que quedó inacabado en su momento como las nuevas realidades que han ido surgiendo. Deberíamos incluir también aquellas disfunciones institucionales que han aparecido como consecuencia del cambio en el sistema de partidos. Por ejemplo, ahora mismo tenemos un sistema de investidura para el presidente del Gobierno que es propio de regímenes bipartidistas y que funciona muy bien en lógicas bipartidistas. Cuando este país deja de ser bipartidista y empieza a generar un sistema de multipartidismo, el sistema de investidura de repente va conduciendo una vez y otra también a bloqueos.
Junto con Raúl Oliván publicó en 2019 el ensayo Hackear la política (Gedisa). «Para salvar la democracia hace falta más democracia, y eso pasa por una mejor y diferente participación de la ciudadanía», explica en el libro. ¿En qué sentido debe evolucionar la democracia como sistema político?
El cambio climático es un elemento clave. Los cambios que estamos viviendo van a necesitar imperiosamente de una implicación ciudadana que tenemos que ver en qué claves se producen. Cuando hablamos de implicación ciudadana no hablamos solamente de los procesos de participación al uso, que yo creo que si somos honestos tenemos que decir que no han cubierto las expectativas que esperábamos de ellos. Hace unos años elaboramos una hipótesis que era ante la crisis de desafección y la crisis de credibilidad de las democracias. Pusimos en marcha una serie de procesos y de instrumentos de participación. Esos procesos e instrumentos se han dado, pero la confianza en las instituciones y la afección democrática no ha crecido. Por tanto, tenemos que revisar qué está pasando con eso.
Algunos expertos hablan de que estamos adentrándonos en una nueva Edad Media, agitados por el impacto de las redes sociales. ¿Cómo se conjuga el modelo económico de consumo con el cambio climático, con esta nueva era digital que incentiva el consumo de energía y ciertas dinámicas sociales que pueden ser disruptivas con el ideal democrático?
Al Estado se le ha matado muchas veces y sigue vivo. Son cientos o miles los intelectuales que han decretado la muerte del Estado en múltiples ocasiones y, sin embargo, sigue siendo el instrumento fundamental a la hora de articular las políticas públicas. Y si alguien tenía alguna duda, durante la pandemia se vio de forma clara. Ahora bien, aquellos fenómenos que son de ámbito global, como el cambio climático, la inteligencia artificial o todo eso, no se pueden gestionar solamente desde los Estados, porque se necesita una visión global.