Carlos Abella, biógrafo del Niño Sabio de Camas, repasa la vida y la trayectoria de una figura de soberana inteligencia para lidiar artísticamente los toros y un soberbio estoqueador
La muerte de Paco Camino, la grandiosa figura de las doce salidas a hombros en Las Ventas
CARLOS ABELLA / ABC
Con la muerte de Paco Camino, desaparece uno de los grandes de la historia del toreo, dotado de una soberana inteligencia para lidiar artísticamente toros, para ser un muy puro intérprete de la verónica clásica, renovador de una chicuelina de giro imprevisto y de llevar toreado al toro y de ser con la muleta en las dos manos un muy puro torero de insuperable ortodoxia. El toreo de los años sesenta y setenta está lleno de grandiosas y prolongadas series de naturales que acreditan su combinado sentido del temple, de la distancia y del ajuste. Su adorno tuvo siempre ese toque de pinturería sobria, nada recargada, porque en todas las imágenes de su muy extensa trayectoria hay siempre una naturalidad, una ausencia de posturas forzadas, que le dotaban de un aura de suficiencia y de valor sereno.
Como todos los toreros sabios, y Camino fue el más, había en él una prodigiosa facilidad que no fue óbice para que sedujera a públicos y aficiones tan dispares como las de Bilbao, Bayona, Toledo, Talavera, Jerez, Santander, Zaragoza, Barcelona –donde lo vi torear una de sus primeras novilladas en 1959 con Curro Montes y Pepe Osuna–, Albacete, Salamanca y México. Madre mía, ¡quién ha sido Camino en México! El más admirado y consentido después de Manolete y donde en El Toreo, en Querétaro, o Guadalajara dejó faenas cumbres de la historia: recuerdo el toro Catrín, el de Pasteje, y los berrendos de Santo Domingo son solo la memorable expresión de su innata capacidad creativa y de su íntima conexión con el apasionado aficionado de México, donde tuvo grandiosos amigos y admiradores. Sevilla se le resistió, entusiasmada con el valor de Diego Puerta y el embrujo de Curro Romero. Y su espada ha sido, con la de Rafael Ortega, la más pura, ejecutada con más verdad y lentitud. Solo quienes las tenemos en nuestras retinas podemos criticar con añoranza la actual suerte de sablazos a cien por hora con los pies en el aire.
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Grandes faenas en Madrid
Y Madrid, para ejemplo de tantos toreros que han rehuido el compromiso de Las Ventas, Camino fue en ese escenario donde cuajó alguna de las mejores faenas de su vida, que son imborrables, y a toros tan distintos como el Serranito de Pablo Romero, el toro de Baltasar Ibán, el de Arellano –que él considera la mejor faena de su vida en Madrid– y el sobrero de El Jaral de la Mira, que solo él supo ver que embestía con un excelsa lentitud. Y los seis toros, que fueron siete, de su encerrona de la Beneficencia de 1970, en la que cortó ocho orejas y vistió por única vez un terno de grana y oro que se puede ver en el Museo Taurino de Las Ventas, donado por su poseedora, Cuqui Fierro, gran admiradora suya.
Para los que tengan otra escala de valores, hay que evocar que esa gloriosa tarde estuvo motivada por su ausencia de la Feria de San Isidro por primera vez, al ser relegado por otro torero, en la elección de sus ganaderías preferidas. Manolo Chopera y su primo José Antonio le animaron a que se ofreciera a la Diputación para torear en solitario seis toros en la Beneficencia. Y esa tarde se consagró como en las otras diez tardes isidriles en las que salió a hombros por la Puerta Grande.
Terrorífica cornada
Es imposible obviar su predilección por el encaste Santa Coloma –torearlo hoy es un gesto– y olvidar que el trío Puerta, Camino y El Viti forman parte del elenco del cielo taurino, tan distintos y tan complementarios. Ya solo queda la severidad y sabiduría de don Santiago para evocar una época gloriosa del toreo, capaces los tres de alternar cada tarde con el ídolo de masas de entonces, Manuel Benítez ‘El Cordobés, con el que Camino se midió también físicamente en los ruedos en un polémico incidente en Aranjuez. Y fue precisamente en esa plaza donde sufrió en su retorno en 1981 una terrorífica cornada en el pecho, de un toro de Baltasar Ibán, cuya cicatriz me enseñó con humildad y discreción, y que le tuvo al borde de la muerte. Pero reapareció en 1982 para que –palabras suyas– «la historia del toreo no dijera de él que se retiró por una tremenda cornada». Sufrió otras muchas y varias en el muslo derecho por entrar a matar con despaciosidad, y padeció presenciar la tragedia de la muerte de su hermano Joaquín en la plaza de toros de Barcelona.
Tuve el privilegio de ser su biógrafo y en ‘El Mozart del toreo’ escribí su vida, su ejemplar trayectoria, su esfuerzo para llegar a la cumbre del toro y para revelar las claves del toreo, la sencillez de por dónde se coge el estaquillador y cómo hay que darle a la suerte de matar la categoría que merece. Hace ya cuarenta años que tuve el placer de escuchar a orillas del Tiétar y a pie del imponente Gredos sus secretos y comentarios con la presencia algunos días de su hijo Rafa, que alumbraba ya el torero que fue, y de su leal y gran amigo Macareno, cuya confirmación en Las Ventas fue otro gran hito de su peripecia taurina.
En estos años he podido seguir tratándolo y he sido elegido para glosar su trayectoria en coloquios, conferencias y auditorios académicos. Podría evocar algún otro episodio de su vida taurina y también muchos de sus criterios respecto a tantos toreros que le sucedieron, pero quedan conmigo para que hoy exprese aquí mi deseo de que descanse en paz y el de quienes fuimos sus privilegiados coetáneos de no olvidar y reivindicar siempre su enorme superioridad artística sobre muchos contemporáneos y sucesores, su precocidad y su gran y auténtico valor y hombría.
Fuente: https://www.abc.es/cultura/toros/muere-anos-paco-camino-mozart-toreo-20240730164344-nt.html