Más de 3.650 niñas en España están en riesgo de sufrir Mutilación Genital Femenina
MARÍ LOZANO / ABC
«Tenía 12 años. De madrugada mi abuela y mi madre me llevaron por un bosque y llegamos a un sitio con muchas mujeres. Cuatro me cogieron, una por cada extremidad, y otra me lo cortó sin medicina, anestesia ni nada. Nadie puede superar esto». Es el testimonio de Adama Kamara, una superviviente de la mutilación genital que sufrió en su tierra natal, Guinea. En Pula, su tribu, esta práctica era parte de la tradición, por lo que nadie la cuestionaba. Ella se dio cuenta a los 23 años de que no era normal cuando consiguió llegar a España.
La Mutilación Genital Femenina (MGF) está extendida todavía en una treintena de países de África Subsahariana, Oriente Próximo y Asia, pero el problema no acaba allí. En España hay más de 15.500 niñas de entre 0 y 14 años que proceden de países o tribus en los que se practica la ablación y más de 3.650 niñas están en riesgo directo, según el último informe de la Delegación del Gobierno contra la violencia de género «La mutilación genital femenina en España».
«El riesgo principal llega cuando una familia o una niña viaja por vacaciones o periodos largos de tiempo al país de origen en el que está extendida la ablación. Son muy habituales y es entonces cuando se produce la mutilación», explica a ABC Neus Aliaga Figueras, coordinadora de Proyectos Fundación WASSU-UAB, la organización encargada de elaborar el informe de la Delegación del Gobierno. «Cuando vuelves, tu madre o tu abuela la cogerá sin tu permiso, se la llevará, la cortará y te la devolverá», añade Kamara.
Para evitar que esto ocurra, las comunidades con más niñas en riesgo tienen establecidos protocolos y uno de los pioneros es el de Cataluña, la región con más menores en riesgo. «No podemos permitir que una niña se vaya a su país y vuelva a mutilada», señala Estrella Giménez, presidenta y fundadora de la Fundación Kirira. Con más de 20 años de experiencia en los lugares donde es habitual esta práctica, Giménez explica en una conversación con este periódico que «el problema es que es una tradición que tienen muy arraigada y cuesta mucho cambiarlo, por eso hay que trabajar en origen y en serio, además de contar con el apoyo de las comunidades de mujeres que están en España para que hagan ver en sus países que esta práctica no está bien».
Un problema agravado por el Covid
Poco a poco, gracias a una mayor concienciación fruto del trabajo de las ONGs, la situación había mejorado notablemente hasta el pasado 2019, según constatan la Fundación Kirira y Unicef. Giménez asegura que en Kenia, en concreto en las zonas en las que su organización trabaja, se habían conseguido grandes avances: «Si en 2001 cuando empezamos había un 100% de incidencia, lo conseguimos bajar al 5%, pero con el Covid ha aumentado hasta el 30%».
Blanca Carazo, responsable de Programas de Unicef España señala que hay dos factores principales que han provocado este «frenazo». En primer lugar, explica Carazo, al decretarse el confinamiento, las niñas dejaron de ir a la escuela, «que es un entorno de protección y sirve para detectar el riesgo de ablación». Además, la situación de pobreza se ha incrementado: «Las familias viven al día y al decretarse los cierres, se ven sin recursos y desesperadas, por lo que hacen cosas que no harían en circunstancias normales, como poner a trabajar a sus hijos y casar a sus hijas. Pero para esto último, deben de estar mutiladas según marca la tradición».
A estos dos factores hay que añadir que muchos programas sobre el terreno han tenido que cancelarse o interrumpirse. Según la organización Médicos del mundo, el Fondo de Población estima que este paréntesis podría derivar a lo largo del próximo decenio en 2 millones de casos de mutilación genital femenina que se podrían haber evitado.
A pesar de los esfuerzos de las organizaciones y de algunos países para acabar con esta práctica, en algunas tribus se está cambiando el «modus operandi» para evitar las labores de prevención y detección. «En Senegal ahora está prohibido, pero en el Sur se sigue haciendo aunque sin la fiesta. Mis hermanas pequeñas les hicieron la mutilación a escondidas. También se lo hacen a los bebés con dos o tres meses, porque así no les pueden denunciar. Una niña de 6 o 7 años se lo puede explicar a una profesora o a alguien que esté en contra y tienes un problema. Pero si son bebés no», relata Fama, de la etnia Fula.
Fama tiene ahora 32 años, pero sufrió la mutilación a los 6. «Primero fue una de mis primas, la segunda mi hermana y la tercera yo. Cuando se llevaron a mi hermana, sentí como gritaba y yo tuve miedo y salí corriendo. Pero me cogieron y me devolvieron. Yo gritaba que no quería y pataleaba, pero había cinco mujeres mayores y me cogían con fuerza. Me taparon la boca para que dejara de gritar, me cogieron de las piernas y me las separaron y vi como aquella mujer me lo hacía», recuerda. Después de aquello se tiraron dos semanas encerradas en una habitación a oscuras hasta que se curaron. Después llegó la gran fiesta tal como marca la tradición.
En Guinea la situación no es muy distinta. «Tenemos un orfanato y llegaron dos niñas con seis meses mutiladas cuando lo habitual es que se haga más tarde. No se espera a que las niñas tengan más años para que no puedan negarse, escaparse o comunicárselo después a un responsable, profesor o sanitario», asegura Ruth Mañero, directora de la Fundación Dr. Iván Mañero.
La reconstrucción
La tarea de la organización de Mañero no es tanto sobre el terreno, sino que desarrolla gran parte de su actividad en España. Con el apoyo de IM CLINIC y a la Fundación CaixaBank, reconstruyen la zona cortada, que en algunos casos puede ser la cabeza del clítoris y en otros también los labios mayores y menores. «El objetivo principal de la reconstrucción es de salud, pero también el de recuperar el placer sexual, que muchas no han sentido nunca», explica Mañero.
La mayoría de mujeres mutiladas, sufren dolor e infeccionesconstantes fruto de la ablación y con la cirugía lo que consiguen es «eliminar o curar cicatrices que están oprimiendo nervios, quitar el sufrimiento que producen las fístulas, infecciones y problemas durante la menstruación», detalla. Carazo asegura que «es algo que deja secuelas para siempre», tanto en lo físico como en lo emocional: «En muchos casos vemos fístulas, incontinencia, infecciones continuas, muchísimo dolor continuamente y al tener relaciones sexuales…».
Aunque son pocas las que deciden dar el paso y someterse a cirugía, que es gratuita si las mujeres no pueden asumir los gastos, Adama quiere hacerlo. Otras, como Fama o Fatoumata, de 18 años, ya lo han hecho.
«Mis padres de acogida se pusieron en contacto con la Fundación. Al principio no lo tenía claro, pero al final me di cuenta de que la manera que tenía que superar la mutilación era así. Me lo hicieron cuando tenía 6 años y ya entonces yo era consciente que no me lo quería hacer. Desde entonces el dolor me fue mi acompañante. Al principio era continuo. Si iba por la calle me tenía que parar. Me hacía daño cuando andaba, al orinar, cuando dormía, cuando las braguitas no se ponían bien, cuando hacía algún movimiento brusco…», explica Fatoumata.
Fuente: https://www.abc.es/sociedad/abci-internacional-tolerancia-cero-mutilacion-genital-femenina-adama-superviviente-mutilacion-genital-cuatro-mujeres-cogieron-y-otra-corto-nadie-puede-superar-esto-202102060126_noticia.html