Los Periodistas

Cuando Angélica Liddel conoció a Rafael de Paula. «El toreo, como tantas cosas, desaparecerá por la invasión de la mediocridad» | Papel

El legendario torero es un mito vivo para la dramaturga y poeta, una de las autoras más feroces del teatro europeo. El próximo día 8 ella estrena en el Festival de Aviñón su última pieza, ‘Liebestod’, un homenaje a Juan Belmonte. EL MUNDO los reúne por primera vez en Jerez de la Frontera.

Fotografía José Aymá

ANTONIO LUCAS / Jerez de la Frontera / Fotografía: JOSÉ AYMÁ / PAPEL / EL MUNDO

En una placita ascética de Jerez de la Frontera, Angélica Liddell empuña un vaso de agua con gas soltando haces de palabras para fijar su admiración por Rafael de Paula. Ella es una de las creadoras de más talento, tormenta y potencia del teatro europeo . 55 años. Nunca ha asistido a una corrida de toros. Él es un torero legendario. 81 años. Tampoco ha pisado el teatro. Ambos, a petición de Liddell, se van a encontrar por primera vez en unas horas. EL MUNDO los acompaña.

Angélica está nerviosa. De Paula, sólo intrigado. Es viernes por la noche. Pide más agua con gas. Y, al rato, suena el teléfono: De Paula confirma la cita de mañana: «A las 11.00, en la puerta del Hotel Jerez». Ella dice «temblaré, me quedaré paralizada». Él (aún al teléfono) pregunta de nuevo el lugar y año de nacimiento de la escritora (Figueres, 1966), y si en verdad se llama como dice que se llama. (Su nombre burocrático es Angélica González).

La cita puede ser una catástrofe. O un incendio. O un aquelarre. O el principio de un amor. Incluso una fiesta. Es la hora. Es sábado. A las 11.07, Rafael de Paula asoma con paso frágil por el ‘hall’ del hotel. El pelo más corto que la última vez. Más blanco, menos desesperado. Camina asistido por un bordón con punta de goma. Es un hombre pero podría ser un druida, un temporal batiendo las rocas, un desprendimiento. Se detiene en el vestíbulo y con la mirada vulpina escanea el entorno. Angélica Liddell se acerca y ese momento, ese instante, ese segundo previo, prenatural, enfrenta a dos seres que han hecho de la rabia un arte distinto, del cuerpo un idioma propio, de la penumbra una ferocidad, de la belleza un abismo. Algo ocurre entre ellos: un raro estremecimiento los vincula. Alguna gente mira y murmura.

Angélica: No imagina, maestro, lo que para mí significa conocerlo. He llegado a usted desde Juan Belmonte, que es la única senda posible siguiendo el curso de la poesía. Cuántos caminos recorridos para que sea verdad este día… Usted y yo aún creemos en el peso de la tragedia, Rafael. El suyo es un arte sin miedo a lo espiritual. Lo admiro mucho.

Rafael de Paula: Bueno, bueno, te lo agradezco. ¿Angélica, no es cierto? Pues eso, Angélica, a ver qué pasa. Hoy tengo ganas de decir cosas. ¿Qué hora es…? ¿Las 11.20? Es el momento mejor para un amontillao. Si os parece, vamos a la Venta Gabriel, en los Cuartillos, a las afueras de Jerez. Allí nadie molesta y estaremos a gusto.

Él se apoya en ella hasta llegar al coche del fotógrafo José Aymá y comienza la marcha hasta la venta en una mañana de venganza solar que calienta las cabezas . Por el camino se habla y no se habla, cada cual ocupando los ojos en los retales de campo que recortan las ventanillas.

Una mesa en la Venta Gabriel. Cinco sillas. Al costado, otra mínima carretera que se disputan dos tractores en direcciones opuestas. Angélica Liddell habla de los últimos ensayos de su nueva pieza, Liebestod. El olor a sangre no se me quita de los ojos Juan Belmonte, que estrena en el Festival de Aviñón el próximo 8 de julio. Estará una semana en cartel y ya tiene el no hay billetes. «En Francia nos quieren», dice. Del 23 al 25 de julio llevará la obra al Festival Grec de Barcelona. La suya es la propuesta más esperada de las dos citas. En el mismo espacio fundirá a Wagner con Belmonte. La fascinación por el más insurgente de los maestros del toreo le llegó (como descarga un rayo) al leer la biografía firmada por Manuel Chaves Nogales. Traen la botella de amontillao. Cinco copas. Una cubitera. Queso en un plato; en el otro, jamón. También agua con gas para un vaso solo.

Rafael de Paula prende un ducados, chasquea suavemente los labios. Y hace que responde a algo, aunque nadie preguntó. Echa a hablar navegando sobre recuerdos e intuiciones, sin temor a naufragar. Monologa con algo de catarsis, propiciando silencios y asombros en el aforo pequeño.

R. de P.: Belmonte dice eso de que se torea como se es. Y tiene razón. Belmonte trae el temple. Y lo que él hace, con los pies planos, no hay quien lo haga más. Es un revolucionario. El toro que torea Belmonte ahí queda. No necesita, como Joselito, torear todos los toros del mundo. A él le bastó con 10 o 12 en su vida entera. Ahí tienes el fenómeno. Es clasicismo y pureza como nunca antes.

A. L.: ¿Cree que la muerte de Joselito transformó el sentimiento de Belmonte en la plaza…?

R.P.: …

A.L.: Dicen que le gustaba el crepúsculo y torear en el campo cuando se hacía de noche.

R.P.: Mira, Angélica, a mí los tópicos no me gustan. Belmonte era un hombre muy inteligente y estaba lejos de esas cosas. Se relacionó con los mejores artistas de su tiempo, porque ellos lo buscaron: Ortega y Gasset o Valle-Inclán, que (por cierto) no sabía de toros…

A.L.: Le sucedía como a mí, que no sé nada. Pero me interesa la tragedia que acumula el toreo, a la que he llegado por la poesía y por la belleza. Es verdad, hay quienes no entendemos de toros, pero tenemos la sensibilidad para detectar el enigma y lo bello allí donde sucede. Me siento cerca de la genealogía espiritual de algunos toreros. De usted, del que más.

R.P.: De Belmonte se dice que era clásico. Vale. Bien. Pero exactamente era barroco y del romanticismo, con una cabeza digna de haber sido esculpida por Miguel Ángel Buonarroti. ¡Si delante del toro parece hasta bonito!

A.L.: Porque se transfigura. Ese es el espíritu excelso del arte.

R.P.: Eso les ocurre a los genios, que son seres superiores. Yo he conocido a alguno, tanto mujeres como hombres. Para mí, Belmonte era un ser superior. Y mi suerte es que me dio su reconocimiento. Tenía una gran intuición y tenía que ser así. Belmonte es como tenía que ser. No hablaba, pero cuando abría la boca era como escuchar las campanas de la catedral… Y eso sucede porque él no estuvo cerca de la verdad, sino en la verdad. Piénsalo. Es muy distinto estar cerca a estar dentro…. Estamos aquí en la gloria, ¿no te parece, Angélica?

A.L.: Para mí escucharlo a usted es escuchar la verdad, algo cada vez más difícil. Por eso lo he buscado. Hay personas tocadas por los dioses…

R.P.: Pero mucho de eso se ha perdido. Hoy el toreo tiene demasiada mentira. La manera de ejecutar el toreo está llena de falsedad y de hombres embusteros. Yo tengo un sentido del toreo serio, pero estos de ahora ¿a dónde han llevao el arte? ¿A dónde?

A.L.: Al espectáculo más burdo. El toreo, como tantas cosas, desaparecerá por la invasión de la mediocridad. Hay que volver al arte, a la liturgia, a la misa. Al teatro le sucede lo mismo, Rafael. Se ha perdido el sentido de la tragedia y el sentido de la verdad. En todos los ámbitos del arte estamos viviendo en el embuste. Es una catástrofe. Yo me siento cada vez más sola.

Rafael de Paula pide más amontillao. El silencio se llena de pájaros que pasan y del ruido de una moto haciendo trompos. Angélica Liddell estrenará en Aviñón un vestido de torear negro y azabache como el que sacó Rafael de Paula en la tarde del 14 de abril de 1986, en La Maestranza. Lo ha hecho el mismo sastre: Justo Algaba. De Paula le da instrucciones para ceñirlo bien, y le indica detalles necesarios sobre el color del fajín y del corbatín. También de los pespuntes. Y cuando nadie lo espera se pone en pie, se quita la chaqueta, con el bordón hace el palillo de la muleta y explica, a su manera intransferible, lo que es un muletazo, lo que puede suceder en un pase de pecho infinito si la emoción se pone de su parte… En ese instante la mañana queda quieta y musical en la palma de su mano derecha.

Angélica Liddell observa, se encoge levemente y en los ojos le asoma un agua de más. Dos, tres, cuatro pases. Rafael de Paula sonríe, mantiene la postura, después del pase de pecho, explica los detalles y algo lo estremece muy suave. Desarma despacio la muleta haciendo que la chaqueta vuelva a ser lo que es. Pide el bordón para dar los tres pasos hasta la silla. El ducados que prende, una vez sentado, le humea la ceja.

A.L.: Los toros son la expresión más alta de la belleza de nuestra cultura. No es tipismo, ni folclore, sino aquello que expresa la estética de lo sublime. ¡Y que algo así no lo hayan sabido proteger ni los toreros…! Eso delata que se ha acabado con el sentido trágico del arte, con la autenticidad de algo tan sobrecogedor que hiere. Sin embargo, en usted hay trascendencia.

R.P.: Porque no finjo lo que no existe. Yo voy a lo mío.

A.L.: ¿Le interesa algún torero de hoy?

R.P.: Morante es el único que tiene lo que no tienen los demás.

A.L.: El espectáculo…

R.P.: Un momento. Si hablamos de toros no cabe la palabra espectáculo. El toreo es un acontecimiento. Quien dice espectáculo es un ignorante. ¿Cómo se puede tener puro sentimiento si se habla de esa manera?

A.L.: Tiene razón. Tiene razón. De hecho, considero el teatro de la misma manera, un acontecimiento. Eso es. El teatro es como el toreo, la desnudez pura. Y aún mejor que el teatro, porque el toro no miente nunca y además no sabe hacerlo.

El mediodía está venteado con aires de finca. Los comensales que llegan a la venta miran a Rafael de Paula. Lo vuelven a mirar. Hacen amago de acercarse, pero ninguno remata la senda de mesa a mesa. La conversación se expande sin orillas y se detiene con la misma vehemencia con la que saltamos de un tema a otro. En el capítulo de la amistad, Rafael de Paula hace un gesto de dolor dejando salir una tristeza súbita al recordar a su amigo Pedro Trapote, ganadero fallecido hace unos meses, a los 54 años. Un llanto hipado siega las palabras. La mesa se pone oscura como una noche imprevista. Angélica Liddell se contagia de duelo y los dos lagrimean y bajan la cabeza y hunden en el pecho la barbilla. Con las manos deshacen mínimos surcos de agua en su cara. Y no se miran. Y alguien dice «ay, ay, ay». Y tampoco se mueve nadie. Y Rafael se levanta despacio impulsándose con el bordón, muy despacio, y sale a la calle.

La hora de recoger es la más difícil. En el coche de regreso a Jerez, la conversación vuelve a ser dispersa, casi festiva, alegre a su manera. Si el llanto dejó tristeza, el sol pone perpetuidad.

A.L.: Rafael, me acordaré mucho de usted el día que pise el escenario de Aviñón con el vestido de torear negro y azabache que me he hecho, igual que el suyo, aunque no sabré llevarlo como lo llevaba usted.

R.P.: Bueno, bueno. A mí me pareces una persona inteligente, Angélica.

A.L.: ¿Y ahora, cuando llegue a su casa, qué hará?

R.P.: Qué voy a hacer: sentarme y pensar.

Al salir del coche, la despedida es una extraña ceremonia. Sin aspavientos. Sin carnaval. Angélica Liddell pregunta a Rafael de Paula si lo puede tocar. Él asiente. Ella entorna los ojos y pasa las manos indecisas por la cara del torero, leyendo la piel y sus salientes con las yemas de los dedos, como hacen los ciegos. Cara a cara, Rafael de Paula y Angélica Liddell. Un torero legendario, una mujer de instinto feroz en el teatro. Dos seres que vienen de la noche y hacia la noche van. Puede que no se vuelvan a encontrar. Se miran a la corta distancia que queda entre las últimas sospechas de estar solos, con el peso (a plena luz) de una misma penumbra.

A.L.: Es usted un hombre muy hermoso.

R.P.: Muchas gracias.

Rafael de Paula pide ayuda para abrir la cancela del breve jardín de su casa. Le damos tres vueltas de llave a la cerradura. Empuja levemente con un hombro y entra despacio en sus dominios, con dignidad imbatible, con elegante desamparo. Espectral. Sin mirar atrás. Pide, mientras se aleja, que volvamos a echar el cierre. «Tiradme las llaves por encima. Mañana las recojo». Lanzamos el llavero y el golpe seco del metal contra el cemento es la confirmación de que la tarde está ultimada, igual que concluyen bruscamente una vida, una historia. Clac.

Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/teatro/2021/07/02/60d5a96ffdddffa0b38b45fd.html

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