Hace hoy 80 años la Operación Barbarroja lanzó al ejército nazi a una derrota que significó su aniquilación
ALBERTO ROJAS / EL MUNDO
Los soviéticos cumplieron hasta el último día el pacto Ribbentrop-Molotov entre Moscú y Berlín. El 21 de junio de 1941 por la noche, hace hoy 100 años, los últimos trenes con acero y carbón atravesaron la frontera camino de Alemania.
Era la mejor prueba de que en Rusia nadie se había enterado de la gran ofensiva de tres millones de soldados, desplegados en 2.600 kilómetros, que estaba a punto de comenzar. Stalin fue informado por Richard Sorge, el mejor espía de la Segunda Guerra Mundial, sobre el día exacto de la operación. Pero de nada sirve tener buenos agentes si no les escuchas.
El enfrentamiento se venía fraguando desde la Guerra Civil española y era cuestión de tiempo que ambos totalitarismos volvieran a chocar a lo grande, generando el enfrentamiento más inhumano de la Historia. Los alemanes arremetieron con enormes columnas blindadas de tanques y vehículos no sólo de producción propia, como los Panzer III y IV, que eran su columna vertebral. También usaban blindados franceses capturados en la invasión de Francia, vehículos británicos abandonados en Dunkerque y tanques checos, cada uno con su propio calibre. En definitiva, un caos logístico. Se llevaron por delante cientos de divisiones rusas en el frente apoyados por la Luftwaffe del poliadicto a las drogas Hermann Göring.
En cambio, los rusos tenían armamento en grandes cantidades, pero desfasado, con tropas desmotivadas, mal entrenadas y altos mandos sin experiencia por culpa de las grandes purgas de Stalin, pero sí poseían una cosa: el T34, un carro de combate bien armado y blindado, con orugas anchas para no hundirse en el barro, duro como un tractor agropecuario, barato de producir y fácil de reparar. Los alemanes tenían que usar sus poderosos antiaéreos de 88 milímetros para agujerear su coraza. Fue tan desagradable la sorpresa alemana que tuvieron que renovar sus blindados con el Panther y el Tiger y tardaron dos años en hacerlo. Demasiado tarde.
Hitler estudió la estrategia de Napoleón para invadir Rusia y trató de no repetir los mismos errores. A diferencia del emperador francés, apostó por un ataque de tres puntas (hacia el objetivo ideológico, Leningrado, político hacia Moscú e industrial hacia Kiev) en vez de una para embolsar grandes unidades militares soviéticas y aniquilarlas con la velocidad de la blitzkrieg. La realidad es que despreció los tres factores clave: la enormidad de la estepa rusa, imposible de recorrer en dos meses, la climatología y el enorme músculo humano e industrial de la URSS.
La invasión comenzó con enormes nubes de polvo negro por la falta de carreteras asfaltadas. Siguió en otoño con las lluvias y el barro que ralentiza el avance conocido como rasputintsa, para pasar después a la nieve y el hielo en el invierno más frío del siglo. Para un ejército que no llevaba ropa de abrigo porque pensaba que iba a atropellar al enemigo en semanas, fue un golpe irrecuperable. Como curiosidad, en esta lucha hubo italianos, rumanos, húngaros, franceses, belgas y hasta una división de fascistas españoles, la División Azul, que combatió en el norte.
SOLUCIÓN FINAL
Siguiendo a las tropas de vanguardia iban los infames Einsatzgruppen, escuadrones de ejecución itinerantes para poner en marcha lo que poco después se conocería como «solución final». Todo el desprecio racial de Hitler hacia judíos y eslavos, ya expuesto de forma cristalina en Mein Kampf, la biblia del nacismo, en su primera edición de 1924, puesto en práctica por la apisonadora bélica alemana. Estas tropas tenían un abastecimiento ilimitado de alcohol.
La primavera que Hitler perdió tratando de ayudar a Mussolini en sus sueños imperiales de Albania, Grecia y los Balcanes fue vital. Así que de nuevo, como con Napoleón, el general invierno acabó de decantar la mayor batalla de la historia. Las tropas de vanguardia alemanas llegaron a 14 kilómetros de Moscú y lograron vislumbrar las cúpulas doradas del Kremlin. Entonces el espía Sorge, de nuevo, avisó a Stalin de que Japón no atacaría la URSS. Esta vez sí le escuchó. Las tropas de esquiadores siberianos situadas en la costa este de la URSS acudieron al rescate de la ciudad y la nieve hizo el resto.
Como escribe Ian Kershaw en su monumental biografía de Hitler, «pese a los triunfos extraordinarios logrados por la Wehrmacht en su avance, ya en julio se hacía evidente que el plan Barbarroja había fracasado«.
Fuente: https://www.elmundo.es/internacional/2021/06/22/60d0bc5921efa06b378b45ef.html