La próxima santificación de Carlo Acutis, fallecido a los 15 años en 2006, es un reclamo de modernidad para atraer a más jóvenes y también desvela unos mecanismos de elección de santos que aún generan controversia
Jorge Benítez / PAPEL
Cuando Carlo Acutis, de 15 años, cruzó la puerta de las Urgencias de un hospital de Milán le dijo con serenidad a su madre: «De aquí ya no salgo con vida». Ella, asustada, no entendió semejante pesimismo: pensaba que su hijo sólo tenía una gripe que le había provocado fiebre y algún vómito. Sin embargo, los médicos le hicieron una serie de pruebas y descubrieron que el adolescente sufría una leucemia promielocítica aguda, un tipo de cáncer que puede ser muy agresivo y que presenta en el paciente graves problemas de coagulación o de sangrado.
Carlo falleció el 12 de octubre de 2006, pocos días después del diagnóstico.
En su misa funeral la iglesia se llenó de gente, mientras los padres se miraban asombrados porque no conocían a la mayoría de los asistentes. Muchos de ellos sin techo, que querían despedirse de Carlo. Durante mucho tiempo aquel chico entregaba la paga que recibía semanalmente de sus padres a la Mesa de los Pobres, una obra benéfica de los franciscanos. Además, con sus ahorros había comprado sacos de dormir y colchones para aquellos que vivían en la calle.
Su hijo nunca les había dicho nada. Y este fue el primero de los sucesos extraordinarios que se iban a producir.
Su madre, Antonia Salzano, soñó una noche que el hijo ausente se aparecía y pronunciaba la palabra testamento. Al despertar, fue corriendo a su habitación y encendió el ordenador con el que siempre trasteaba Carlo. En un archivo había un vídeo que había grabado antes del diagnóstico letal. Era un mensaje para ella en el que que su hijo anunciaba su marcha. «Estoy destinado a morir», decía.
No sólo eso: antes de fallecer, Carlo había profetizado que ella se volvería a quedar embarazada. Salzano tuvo mellizos a los 44 años, cuatro años después de perder al primogénito.
«Solo vivió 15 años», describe Javier Manso, autor de Levantar la mirada (Ed. San Pablo), una biografía sobre Acutis. «Es un período de tiempo muy corto para una vida humana, pero sin embargo suficiente como para dejar en el mundo una huella imborrable de su paso, un testimonio que va creciendo con el paso del tiempo y que ya ha transformado hoy la existencia de muchas personas».
Esta transformación se volverá pública a las 10.30 horas del próximo 27 de abril, cuando el papa Francisco pronuncie la palabra en latín discernimus -es decir, «lo reconocemos»- en la ceremonia de canonización de Acutis. Entonces el nombre de este adolescente será inscrito en la Lista de los Santos de la Iglesia Católica, un libro que se reedita cada año y en el que se establecerá la fiesta de San Carlo Acutis dentro del calendario litúrgico. De esta manera, quedará registrado el permiso oficial para que su figura sea venerada como santo por los 1.400 millones de católicos que hay en el mundo.
La ascensión de Acutis a este estado dentro del organigrama espiritual de la Iglesia es un suceso muy importante por motivos tan diversos como numerosos. Se convertirá en el primer millennial en ser canonizado, en uno de los que más rápido alcanza este estatus -su muerte se produjo hace menos de dos décadas, que para los tiempos con los que se mueve la Iglesia es poco menos que un suspiro- y en el primero que representará la era actual de disrupción tecnológica.
Sin duda, el Vaticano está lanzando un mensaje con esta canonización súbita. Queda por saber si se trata de una estrategia para atraer a la juventud con un mensaje más moderno o si consiste en una relajación de sus estrictas medidas para conceder la santidad a uno de los suyos. Un tema polémico desde que se produjeron canonizaciones exprés, como la de Juan Pablo II en 2014.
El caso Acutis resulta tan fascinante porque se trata del primer santo que deja un legado en el mundo digital, lo que supone una revolución en el mensaje de Cristo para muchos católicos. A pesar de su juventud, Carlo era «un genio de la informática», como lo describe el padre Nicola Gori, promotor del proceso de su canonización. Además de construir los espacios en internet de su parroquia y de su escuela, el joven diseñó una página web dedicada a recopilar la vida y milagros eucarísticos de los santos que está todavía en activo y cuyo contenido se ha convertido en una exposición que se ha podido visitar en más de 10.000 iglesias de todo el mundo. Por eso son muchos los que han acuñado un sonoro alias para Acutis: el influencer de Dios.
«No sé si es una estrategia como tal, pero desde luego se ha aprovechado la oportunidad que brindaba este caso: el hecho de que sea el primer santo de los millennials lo convierte en una figura muy cercana a las chicas y chicos de hoy», reconoce Gian Guido Vecchi, experto en asuntos religiosos del diario italiano Corriere della Sera. «Se habla incluso ya de Acutis como posible patrón de internet. En realidad, aunque quizá no mucha gente lo sepa, ya existe uno, que es san Isidoro de Sevilla (560-636 d.C). Quizá Acutis se convierta en copatrono».
Nadie puede negar que la figura de Acutis seduce a los jóvenes católicos. Muchos lo consideran el primer ciberapóstol, alguien mucho más cercano a sus intereses que un teólogo medieval o un mártir asesinado por no abjurar de su fe en un tiempo remoto. Acutis, como ellos, jugaba al fútbol, cazaba pokémon y adoraba jugar a la PlayStation.
Además, como reconoce su biógrafo Manso, el material sobre la corta vida de Curtis es ingente. Hay testimonios de primera mano de quienes le conocieron, de familia y amigos. Internet está lleno de fotos y vídeos suyos, al contrario que la mayoría de santos, que deben ser estudiados a través de reliquias sospechosas o ser interpretados en cuadros del Barroco o tradiciones populares. En Instagram hay numerosas cuentas dedicadas a su legado, se han publicado biografías en multitud de lenguas en tiempo récord y hasta se han rodado dos películas sobre él. Estamos ante un chico que fue enterrado por deseo propio en la Iglesia de Santa María la Mayor de Asís, en Perugia, cuyo cadáver cuando fue exhibido reposa vestido con una sudadera, vaqueros y unas zapatillas de la marca Nike.
Al morir, Acuti era un adolescente más. ¿O no?
Para entender su impacto en el catolicismo hay que viajar a Goa, región de la costa oeste de la India. Allí se encuentra el monseñor Anthony Figareydo, vicerrector de la Catedral de San Rufino de Asís y responsable de que las reliquias de Acutis -«unas 2.000», detalla- se trasladen a las diócesis del mundo que las solicitan. Hay mechones de pelo, trozos de ropa y hasta un relicario que guarda su pericardio, la membrana que recubre el corazón.
«Sus reliquias, unas 2.000, han viajado ya países y sólo en EEUU han sido veneradas en 80 diócesis»Monseñor Anthony Figareydo, vicerrector de la Catedral de Asís
En 18 meses las reliquias han viajado por 11 países, y sólo en Estados Unidos han sido veneradas en 80 diócesis», cuenta Figareydo por teléfono. «El éxito de Carlo radica en que era alguien magnético, atractivo, alguien que llevó una vida normal en la que puso a Cristo en el centro. Gracias a él muchos jóvenes y sus familias están volviendo a ir a la iglesia… Su impacto es una explosión volcánica».
El principal responsable de esta explosión sin duda es internet, que ha difundido a enorme velocidad la vida y milagros del influencer de Dios. «Este caso destaca por su profunda relación con las nuevas tecnologías y su compromiso con los valores cristianos», corrobora el catedrático de Derecho Rafael Navarro-Valls, muy buen conocedor del funcionamiento de las entrañas de la Iglesia y cuyo hermano, Joaquín, fue portavoz del Vaticano durante 22 años. «Constituye un clamoroso ejemplo de los esfuerzos eclesiales por establecer un vínculo más estrecho con las generaciones emergentes. Al resaltar la vida de alguien que enfrentó desafíos éticos y sociales propios del entorno digital, la Iglesia establece un puente que desmiente la percepción de la fe como un institución ajena al progreso».
Según sus biógrafos, a los siete años Acutis sintió fascinación por la Eucaristía, a la que definió como «la autopista hacia el cielo». Quiso comulgar, pero dada su edad se le instó a esperar a hacer la Primera Comunión. Sin embargo, insistió tanto que se entrevistó con el que fuera antiguo secretario del papa Pablo VI, quien impresionado por su madurez y convicción le dio permiso.
En su tiempo libre se dedicaba a dar clases de catequesis en su parroquia a los más pequeños y con frecuencia les decía cuando hablaba de algún santo: «Recordad que vosotros podéis serlo». Lo que no sabía entonces Acutis es de la dificultad que entraña el proceso humano hacia la santidad que él mismo ha protagonizado. Ser reconocido como tal por la Iglesia -desde finales del siglo XVI sólo lo han logrado 1.726 personas- implica que los aspirantes han de demostrar haber sido siervos de Dios y venerables en un proceso póstumo en el que se evalúan sus restos físicos y espirituales.
Un futuro santo, además de la exposición de sus obras y hasta de su cuerpo, debe superar una prueba tan complicada como polémica: ser el intermediario de dos milagros porque, según la doctrina, es Dios el que los hace. En estos casos, el avance científico hace cada vez más complejo semejante denominación, aunque todavía se producen casos que son declarados «inexplicables» por las autoridades eclesiásticas, como los atribuidos a Carlo Acutis.
En Google Maps es fácil localizar la oficina responsable de este riguroso examen y que se presenta con el imponente nombre de Dicasterio para las Causas de los Santos. Lleva en funcionamiento desde 1588 y su sede está en un edificio de la Avenida Pío XII de Roma, a pocos metros de la columnata de Bernini que abraza a la Basílica de San Pedro. La misión de este organismo consiste en investigar si un candidato a santo tuvo una vida espiritual ejemplar en vida y ha demostrado ser de ayuda a los fieles tras su muerte.
Según diversas fuentes, la lista de causas que estudia este dicasterio ronda las 1.600. Las hay de todo perfil, procedencia y periodo histórico. Algunos expedientes acumulan polvo desde el siglo XV. Se puede hablar sin pudor del tribunal más peculiar creado nunca por el ser humano: ninguna de sus causas es desestimada y no existe periodo de prescripción.
Acutis accederá a la santidad dentro de cuatro meses gracias a dos milagros certificados por el Dicasterio. El primero se documentó en Brasil en 2019. Se trata de un caso de un niño de tres años que, en 2013, se curó de una enfermedad del páncreas que le impedía ingerir alimentos sólidos tras besar una reliquia de Acutis que se exponía en la capilla de Campo Grande, municipio de casi un millón de habitantes de la región central de Mato Grosso del Sul. Según el informe, tras pedir ayuda a Acutis mediante la oración pudo comerse un plato de arroz repleto de frijoles y carne sin vomitar. Cuando sus padres le llevaron al hospital para preguntar por el prodigio, los médicos reconocieron que no encontraban explicación posible.
El segundo fue aceptado por la junta secreta de los médicos que trabajan para el Dicasterio el pasado mes de mayo. Este milagro verificado permite que Acutis pase de beato, nombrado en 2020, a santo con todas de la ley. Se trata de otra presunta curación, en este caso protagonizada por una mujer de nacionalidad costarricense que acudió en 2022 a la tumba de Acutis para pedir por su hija, una estudiante de intercambio en Italia que había sufrido un accidente de bicicleta en Florencia. Los médicos que la habían atendido se habían visto obligados a practicarle una craneotomía para reducir la presión intracraneal y su pronóstico era muy grave. Sin embargo, el mismo día que la madre fue en busca de auxilio espiritual recibió una llamada del hospital: su hija había empezado a respirar sin ayuda artificial.
Días después, la hemorragia había desaparecido. El análisis de los informes médicos llevó a la declaración de milagro y el papa Francisco anunció la convocatoria de un consistorio de cardenales para aprobar la canonización de Acutis. La noticia se extendió inmediatamente y, según informó la diócesis de Asís, en un sólo mes acudieron 32.000 visitantes a la tumba del joven. «Un criterio importante en este caso es la llamada reputación de santidad, que en términos simples reside en la popularidad del candidato», explica Vecchi. «Acutis ya era muy conocido, sobre todo por jóvenes, precisamente por su actividad en internet».
La decisión final de realizar la canonización es una prueba más de que la santidad implica también un importante mensaje social, incluso político, a la hora de elegir sus candidatos. Algo que «no es nuevo», sostiene el historiador inglés Peter Burke desde la Universidad de Cambridge. «Las personas canonizadas nos dicen algo sobre la cultura de cada época, aunque no tienen que ser un reflejo directo de ella».
Burke cuenta una anécdota que protagonizó él mismo en los años 80, cuando impartía una conferencia sobre su ensayo Cómo ser santo durante la Contrarreforma en un college católico de Cambridge. «Mientras hablaba me di cuenta de que el público se mostraba escéptico, cuando no escandalizado, ante la idea que planteaba que los papas venecianos hacían santos venecianos, y así todos con su lugar de procedencia», cuenta el académico emérito de 87 años. «Lo divertido es que una semana después Juan Pablo II anunció la canonización de un santo polaco. ¡Qué pena que no lo hubiera dicho un poco antes para defenderme ante mi audiencia!».
La larguísima lista de candidatos a la santidad hace que el Dicasterio para las Causas de los Santos reciba visitantes de todo el mundo que defienden una causa concreta. Para algunos especialistas en asuntos de la Iglesia, los postulantes -los que defienden una causa- actúan como si fueran los jefes de campaña de un político que se presenta a las elecciones. Su objetivo es divulgar sus virtudes y logros con el fin de que su expediente se abra paso sobre los demás.
En muchos casos, lograr la canonización requiere también una batalla burocrática para sortear la labor del fiscal que ejerce el promotor de justicia -una figura que popularmente se denominó anteriormente abogado del diablo-, además de una importante cantidad de dinero. No todas las candidaturas, sobre todo las modestas, pueden reforzarse con informes de reputados historiadores, médicos y teólogos. Ganar este juicio, como los de cualquier tribunal ajeno a la Iglesia, requiere muchas veces de la actuación de peritos cualificados y eso implica gastos.
La periodista inglesa Linda Kinstler desveló en un artículo en The Guardian que un sacerdote que defendía la causa de la hermana Thea Bowman, una monja estadounidense de raza negra fallecida en 1990, reconoció que necesitaba un presupuesto de un millón de dólares para cubrir los gastos de viajes e informes derivados del proceso, además de para difundir la figura de su candidata entre el mayor número de fieles: cuantos más devotos la recen, más posibilidades había de que ella intercediera a Dios por un milagro. En otras palabras, hace falta invertir en marketing.
«Influjos y presiones políticas claro que las hay. Tener un santo en el grupo propio es como tener a Dani Olmo en el equipo propio», explica José Ignacio González Faus, jesuita y teólogo de 91 años que escribió un artículo dirigido al papa Francisco para pedir la canonización de dos no católicos: Gandhi y Dietrich Bonhoeffer, mártir del nazismo. «Con Juan Pablo II las hubo con aquello del santo súbito y eso hace daño al canonizado. Las derechas que querían hacer de Wojtyla un santo no habían leído nada suyo: si supieran que había escrito que en nuestro mundo ‘muchos tienen mucho para que otros no sean nada’ temo que se les habría enfriado la devoción».
Al respecto de los intereses de unos y otros, el periodista Juan Vicente Boo, que durante dos décadas escribió sobre asuntos vaticanos en el diario Abc e informó de los primeros pasos del caso de Carlo Acutis, sostiene que, en realidad, las presiones sobre la Santa Sede son poco efectivas. «He escrito y hablado con todo tipo de organismos e instituciones en mis años de corresponsal en Nueva York, Bruselas, Hong Kong y Roma y no he encontrado un sistema menos influenciable, para bien o para mal, que el Vaticano».
«Mantener el balance es crucial para preservar la credibilidad de la canonización como un acto de profundo significado espiritual, evitando que sea percibido como un recurso político»Rafael Navarro Valls
La polémica velocidad con la que ha sido resuelto el caso Acutis tiene una justificación legal, dados los cambios procedentes en las normas de la Santa Sede, confirmada además por el interés del papa Francisco de acelerar la tramitación de causas. Juan Pablo II fue quien en 1983 marcó un hito significativo en el proceso de canonización reduciendo los extensos periodos de deliberación que tradicionalmente lo caracterizaban, lo que supuso que figuras destacadas fueran reconocidas como modelos de santidad dentro de un marco temporal más cercano a su legado. Así se produjo, por ejemplo, con Teresa de Calcuta y con él mismo.
«Mantener el balance es crucial para preservar la credibilidad de la canonización como un acto de profundo significado espiritual, evitando que sea percibido como un recurso político», dice Navarro Valls. «En última instancia, la credibilidad y el impacto de estas decisiones radican en la autenticidad del modelo propuesto, que en el caso de Acutis es un joven con alta experiencia telemática».
Más allá de decisiones administrativas, lo que sí parece cierto es que la tecnología está teniendo un impacto notable en las canonizaciones. Gracias a ella se pueden desactivar pruebas fraudulentas, contactar más fácilmente con testigos y disponer de sofisticadas pruebas médicas para evaluar una posible curación milagrosa. Como también ha sido la encargada de llevar a Carlo Acutis a todos los rincones del catolicismo gracias a las redes sociales.
Hoy todo va más rápido. Incluso la Iglesia.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2025/01/14/67814accfc6c83e50c8b4584.html