«Ni en el amor ni en el arte cabe la voluntad». El espíritu belmontino guía al torero que ha lentificado las más bellas faenas, el torero obsesionado con «someter el tiempo»
Juan Ortega, torero: «En el toreo se nace y se muere de verdad» en Videos
ROSARIO PÉREZ / ABC
El tiempo vuela. Lo dice el torero que lo detiene, el hombre sin reloj en la muñeca y con un lentificado tic-tac en las yemas. Torear es vivir, y vivir es parar el segundero, silabario del Juan que ahonda en el espíritu del Pasmo trianero, del Ortega que filosofea con su ‘yo’ de niño, del torero que convierte cada tarde en una noche de Reyes.
—¿De dónde viene Juan Ortega?
—No tengo antecedentes taurinos, pero mi padre es un gran aficionado. Desde chico me ha llevado a los toros y me ha transmitido su pasión desmedida.
—¿Hasta dónde quiere que llegue su hilo del toreo?
—Si le soy sincero, no tengo metas. Mi ilusión no es llegar a nada en concreto, llegar a figura, comprarme una finca… Yo siento que el toreo es mi vida, que conseguí hacer del toreo mi vida. He aprendido a no generarme expectativas, porque cuando no las conseguía sufría mucho. Entonces solo disfrutaba las tardes que salían bien y no avanzaba. Siguiendo el hilo del toreo de Pepe Alameda: a torear se aprende; ahora, lo que luego le ponga cada uno… Eso te lo ha dado Dios y tu madre. No hay más.
—¿Somos lo que fuimos o lo que seremos?
—Somos lo que éramos de niños, aunque ya no sea ningún niño. Cada vez tiendo más a lo que aspiraba entonces.
—¿Alguna vez esa voz de chiquillo le ha reprochado algo?
—¿Sabe qué pasa? Que aquel niño no sabía lo complicada que era la vida y lo difícil que era materializar su sueño.Noticia Relacionada
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Rosario Pérez
—¿Cómo es su preparación para alcanzar esas aspiraciones?
—Paso mi día a día con el maestro Pepe Luis Vargas. Me enseña lo que él mamó también de otros toreros de su época. Los toreros tienen que estar en una búsqueda continua: tienen que estar añadiendo toreo a su tauromaquia. No sé por qué, pero cuando te paras o estancas, nunca te quedas en el mismo sitio, siempre vas para atrás; me imagino que será por el instinto de conservación, que te come el terreno.
—A Vargas se suma Garzón, envuelto en la polémica-trampa del invierno por Santander. ¿Cómo ve el asunto?
—Es un concurso público y es lógico que se presente quien quiera. Lo que sí puedo decir es que conozco a José María y a su empresa, y lo único que han hecho es ponerle mucho cariño, trabajar mucho y hacer de Santander una de las mejores ferias de España. La gente se tiene que quedar con eso. Hay cierta sensación de que han querido desprestigiar su imagen cuando lo que ha hecho ha sido trabajar. Unas veces ganan unos y otras ganan otros.
—¿Teme que le perjudique en la contratación de Sevilla?
—No, porque las circunstancias en las que me encuentro ahora mismo no necesito ni a José María Garzón ni a la empresa de Sevilla para torear. Esto es un negocio y unas veces te enfadas con unos y otras con otros. Igual que te enfadas, te desenfadas.
Sin reloj
«Me gustaría ser capaz de someter el tiempo en mi vida, pero eso es imposible. En cambio, en el toreo sí se puede»
—Hablaba antes de la preparación y ahora está de moda lo fitness. ¿Es de los enganchados al gimnasio?
—No he pisado un gimnasio en mi vida.
—¿Algún capricho?
—El chocolate, a todas horas.
—¿Y solo toreo de salón?
—Es lo más importante. Siempre se ha dicho: vivir en torero. Hacer del toreo tu vida es un paso más allá. Me parece lo más difícil con diferencia: ni el miedo que se pasa delante de un toro, ni la responsabilidad, ni la gente, ni las cornadas… Y en eso entra el toreo de salón, porque es la única forma que tienes de educar tu cuerpo, de comprometer tu mente y de alimentar tu corazón.
—¿Cuántas horas le dedica?
—No tengo horario, no llevo reloj. Bueno, no es que no lleve, es que no tengo. Ahora todo va tan rápido… El toreo es lo contrario: tiene que ir despacio. Va justo contra la corriente actual de esta vida que va tan deprisa.
—El toro del canguelo incita a que pase rápido. En cambio, usted lo ralentiza.
—Me gustan las cosas despacio, me gusta pensar antes de hacer. Lo que más me preocupa es que todo pase tan rápido. Me gustaría ser capaz de someter el tiempo en mi vida. Decir, oye, pues mira, aquí estoy a gusto y vamos a procurar que el reloj vaya más despacio. Y en momentos en los que no estás a gusto, tener un aparatito y moverlo. Pero, claro, eso es imposible. En cambio, en el toreo sí se puede. Puedes hacer que aquello pase más rápido o que dure mucho. Es el único momento en el que soy capaz de someter el tiempo. Eso me llena y le da sentido a lo que hago.
—¿Delante del toro se reflexiona?
—Delante del toro, por encima de todo, siento miedo, el mismo miedo que tenía cuando empezaba y que no mejora.
—¿Cómo es ese miedo?
—Le voy a contar algo. Yo estuve en una época de mi vida en la Escuela Taurina de Córdoba y teníamos un profesor, don Rafael Blanca, que nos decía: «Se torea por miedo». No entendía aquello y pensaba que era una tontería. Y con el paso del tiempo me he dado cuenta de que tenía razón. Aprendes a torear porque no quieres que te coja, se torea porque tienes miedo a no conseguir aquello que te has propuesto, porque tienes miedo a defraudar a la gente que te quiere, porque tienes miedo, en definitiva, a no ser capaz de expresar lo que llevas en tu interior. Tienes miedo a tantas cosas que por eso se torea; ahora lo entiendo. Lo que pasa es que ese miedo nunca se va; al menos en mi caso, siempre está ahí. Al fin y al cabo, el toreo es una lucha contra tu instinto de conservación. El miedo siempre es el mismo.
La familia
«El toreo es muy celoso y muy transparente: cuando tu vida personal no está en orden, el toreo no está en orden»
—¿Más temores aparte del toro?
—Sí, sí, sí, muchos. Y los notas a medida que vas creciendo y pasan los años.
—En el tendido hay toreros que provocan miedo, y usted dice que pasa mucho; sin embargo, su toreo no es del que asusta, sino con el que se esboza una sonrisa y, a la vez, duele.
—Nunca me lo había planteado. Me imagino que es como un pintor que ha hecho una obra y va a correr la cortinilla para mostrarla. ¿Qué va a ser de mi obra? ¿Voy a ser capaz de transmitir lo que yo sentía? ¿Cómo va a reaccionar la gente? Luego, cuando tú contemplas aquello y dices «qué belleza», no sabes que ese hombre estaba sintiendo miedo.
—¿Lo bello se comprende o se siente?
—La belleza se siente, pero el conocimiento nos hace más libres. Cuanto más comprendes las cosas, más matices eres capaz de percibir. Como muchas veces está en las pequeñas cosas, si no tienes ciertos conocimientos, pueden escapársete ciertos detalles.
—¿Valora las cosas sencillas de la vida?
—Sí, está relacionado con el disfrute del camino. Ahora que me hago más vestidos, ahora que tengo más capotes, ahora que tengo a mi alrededor más gente que nunca… Lo valoro todo más y voy con más ilusión. Ahora soy capaz de distinguir a los que de verdad me quieren.
—Sabinera su respuesta. ¿Se imagina un ‘último vals’ con el toro?
—Nunca me lo he imaginado. Si ahora mismo me dijesen que voy a torear el último toro de mi vida, no sé si estaría preparado. He priorizado tanto el toreo que me costaría trabajo tirar ‘p’alante’.
—¿Nada que le llene más?
—No lo he encontrado.
Modernización
«Yo no creo en la modernización del toreo; yo creo en la modernización del espectáculo, que vaya en busca de una mayor comodidad del espectador»
—Si tuviera que poner algo en segundo lugar…
—La gente a la que quiero.
—¿Ella es un pilar importante?
—La familia es la base para un torero y para cualquier persona. El problema es que cuando se desordena la familia, se desordenan tus hijos, se desordenan tus amigos o se desordenan tus circunstancias, se desordena el toreo. El toreo es muy celoso y muy transparente: cuando tu vida personal no está en orden, el toreo no está en orden.
—El año pasado saltó su nombre a un lugar en el que seguramente nunca hubiese querido estar y la prensa del corazón le ofreció exclusivas con muchos ceros, que usted rechazó. ¿Cómo vivió aquel capítulo?
—Bueno, muy desagradable, una época oscura en la que se sufre y se hace sufrir. Pasó y ya está.
—¿Se siente en paz ahora?
—No, ahora mismo no.
—¿Se torea mejor enamorado?
—Lo decía Juan Belmonte, que me ejerce mucha influencia, pero es que he visto a toreros superenamorados con los papeles perdidos, toreando peor que nunca. Entonces no creo en eso.
—¿Ha pronunciado alguna vez esa expresión de Juncal de «mujeres, invento maligno»?
—No, no, para nada. Pienso que una mujer te da mucha paz en tu vida.
—Escribió Giraldillo que de Belmonte, su gran referente, no había que describir una faena, sino más bien entender al hombre. ¿Hay que entender a Juan Ortega para analizar su obra?
—Me encantaría que fuese así, pero es muy difícil. A aquello de «se torea como se es», que es verdad, no hay que olvidar lo que añadió el maestro Emilio Muñoz: «Se torea como se es y como se está». Para entender el momento de un torero, habría que conocerlo y saber cómo está. En lo bueno y en lo malo. Algo hay detrás cuando las cosas pasan; y cuando no pasan, también lo hay.
—¿Es justo el toro?
—El toreo es la profesión más justa del mundo, sin lugar a dudas. El toro no conoce a nadie. Le da igual que seas hombre, que seas mujer, que tengas 19 años o 39. El toro es el mismo para todos.
—¿Y el planeta taurino?
—Creo que es justo también. Antes no era de esa opinión y me quejaba mucho. «Es que no me ponen, es que no sé qué, es que el sistema, es que…» Y en el fondo me di cuenta de que el que no cruzaba la línea era yo. Para poner excusas, era el primero, y cuando dejé de ponerlas supe que el problema era yo. Cuando lo entendí, aunque eso implicara sufrir, autoseñalarme y autoexigirme, empezó a cambiar todo.
—En tiempos de modernización, ¿debe hacerlo la tauromaquia?
—Yo no creo en la modernización del toreo; yo creo en la modernización del espectáculo, que vaya en busca de una mayor comodidad del espectador. No hay que tocar nada, el toreo es como es, y es donde marcamos la diferencia con el resto del mundo. El mejor ejemplo lo tenemos en Portugal, con más problemas incluso que nosotros. El toreo es como la vida: se nace y se muere. Y eso nos hace distintos. Con el paso del tiempo, será el único espectáculo en el que se muera de verdad. Por eso, cada vez va más gente a los toros: la gente está cansada de que se oculte la verdad. Y en el toreo hay mucha verdad.
La verdad del toreo
«La gente está cansada de que se oculte la verdad. Por eso cada vez van más a los toros: aquí se nace y se muere de verdad»
—¿Por qué esa manía de esconder la muerte?
—Porque la muerte es verdad. Me ha llamado mucho la atención lo que ha pasado con la UFC. Ahora a todo el mundo le gusta y todos conocen a Topuria. Dos personas se ponen a pelear, a partirse la cara. Y si te parte una ceja, te parte una ceja, y si sangra, sangra. No se esconde y genera una fuerza tremenda.
—No olvidemos la rivalidad que venden, cosa impensable hoy en el toreo.
—Es verdad que era distinto antes. Pero no creo que sea por culpa de los toreros ni porque tengan menos carácter, aunque ahora no me imagine una bronca.
—No me dirá que el principal rival es uno mismo…
—Con el que más sufro es conmigo. Cuando llega otro torero y corta orejas, puede haber celos profesionales, pero el triunfo de los demás no es tu fracaso, ni el fracaso de los otros es tu triunfo.
—¿Por qué le encajó más Daniel Luque que Borja Jiménez en Valladolid?
—No sé por qué surgió todo el lío ese. De los toreros que propuso la empresa, el primero fue Daniel Luque y nos pareció de caché. No fue ni señalar a uno ni a otro. Luego se montó un follón y empezó la tontería de si tenía vetado a Borja Jiménez. Para nada.
—Se sigue hablando de su obra de arte en Sevilla, tan premiada. ¿Se siente heredero del trono de Morante?
—Sevilla es muy caprichosa. Y lo es porque sabe y tiene mucho gusto. Señala al que de verdad le emociona, y no se equivoca. Ahora mismo no le sabría decir… Que me siento señalado en muchas ocasiones, sí. Que me siento a gusto en esa plaza y que siento que cuando estoy allí hago feliz a la gente, sí. Ahora, que me señalen como… No lo sé, de verdad.
—¿Se identifica con algún concepto?
—No me gusta encasillarme. Al hablar de conceptos, limitamos las obras y vamos a la plaza con una predisposición que impide que nos fijemos en muchos detalles. En lo que sí creo y tengo capacidad para ver es a los toreros que viven para esto y a los que no.
Época oscura
«Fue muy desagradable, una época oscura en la que se sufre y se hace sufrir. Pasó y ya está»
—¿Y sobre ganaderías predilectas?
—Me pasa algo parecido. No creo en los encastes, ni en la procedencia, ni en las ganaderías; creo en los ganaderos. Me fijo mucho en su afición, en su entrega y en lo que buscan. Me basta una conversación para saber más o menos cómo embisten sus animales. Prefiero no dar nombres, pero ahora mismo hay dos o tres ganaderos que van a marcar el toro que va a salir en los próximos años. Han sabido ver el gusto de los públicos y, por tanto, el camino que seguirá el toreo. Van a criar el toro al que se le puede cortar un rabo en Madrid.
—¿Para saber torear hay que saber embestir?
—Para saber embestir hay que saber torear. El que no sabe torear nunca puede llegar a embestir bien, no es capaz de seguir los vuelos de los avíos.
—¿Es torero de redes sociales?
—Yo no tengo WhatsApp ni utilizo redes sociales, pero me las lleva otra persona (Curro Madueño) y me he dado cuenta de lo bien que le han venido al toreo. Hasta no hace mucho se decía que lo que no salía en televisión no existía, y ahora pasa con las redes, consumidas por las nuevas generaciones. Ahí el toreo no está en desventaja con ninguna disciplina. Gran parte de la culpa de que haya tanta juventud en los toros la tienen las redes.
—¿No cree que ese aluvión de jóvenes crece también por la tendencia prohibicionista del Gobierno?
—Totalmente de acuerdo. Somos así. Como cuando tus padres te decían que no se podía tocar algo y tu interés era poner el dedo encima.
—¿Qué le parece la postura del ministro de Cultura?
—Utilizar un cargo público para tomar decisiones en función de tu gusto me parece tremendo. Me da igual que le gusten o no los toros. Pero quien ocupa un cargo público tiene que ejercer sus responsabilidades. Cuando te lo saltas a la torera, disparas contra todo.
Oda al campo
«Me gusta la gente salvaje, me gusta la gente sin prejuicios. Y eso lo encuentro en el campo mucho más que en la ciudad»
—Da la impresión de que no le gusta hablar mucho de política.
—Sí, y me da pena que la profesión de político esté tan desprestigiada, cuando debería ser todo lo contrario. Los mejores deberían estar en política. Me gustaría que las mentes más brillantes y geniales dirigiesen el país y que, de forma honrada, ganasen más que nadie.
—¿En el toreo se gana el suficiente dinero?
—En el toreo se gana dinero. Lo que no se torea es por dinero.
—¿Es más de campo o de ciudad?
—De campo, totalmente. Me gusta la gente salvaje, me gusta la gente sin prejuicios. Y eso lo encuentro en el campo mucho más que en la ciudad. La gente del campo se pone a corazón abierto, para lo bueno y para lo malo.
—En ese mundo rural que algunos catalogan de catetos se hallan las raíces de la pureza.
—Cuando muchos se refieren a los catetos del campo, hay que ver lo catetos que pueden llegar a ser los de ciudad. Un tío de ciudad en el campo es horrible. Una cosa que me encanta del campo es que no hay horarios, no hay horas, no hay tiempo, no hay prisa, nadie te espera, todo transcurre a su paso, a su ritmo, a lo que va marcando la naturaleza, el día y la noche, y yo creo que es lo más puro que hay.
—¿Es sencilla la pureza?
—Muchas veces la pureza es lo más difícil. No es lo más sencillo, es lo más difícil, lo que más cuesta. Así entiendo yo la vida y así entiendo yo el toreo. Y estos son mis valores y estas son mis virtudes, y a muerte con ellas. Para mí eso es la pureza, y no por las circunstancias, no por opiniones, querer cambiar tus virtudes o tus valores.
—Soto de Paula escribió en ABC que la luz de Ortega era el despertar de sensaciones insospechadas. ¿Sin sombra puede haber luz?
—Igual que es necesaria la tristeza para que haya alegría.
—El toreo que cala es el que duele, pero no sé si el torero también tiene que estar herido por dentro…
—Esa es buena pregunta. Yo creo que la profundidad va muy ligada al sufrimiento. Entonces cuando se sufre, se gana en profundidad. Lo que pasa es que no se puede mantener ese ritmo. El cuerpo no da para más. Entonces hay que buscar la alegría, la felicidad para tirar para adelante.
—¿Ahora mismo cómo se siente?
—Pues ahora mismo, diría yo, andando el camino, con momentos que he sufrido mucho y, bueno, andando el camino.
—¿Forma parte el toro de nuestra identidad?
—Yo no sé si forma parte de nuestra identidad o no. En mi caso, seguro que sí. ¿Que nos diferencia como pueblo? Sí, totalmente. Y seguro que cada vez nos va a diferenciar más.
El ministro antitaurino
«Me da igual que le gusten o no los toros, pero un cargo público no puede saltarse a la torera sus responsabilidades»
—¿El toreo es arte entonces?
—Yo creo que en el toreo no todo es arte. Hay momentos en los que un hombre es capaz de poner su corazón, en este caso delante de un toro, y eso es el arte en su máxima expresión. Cuando soy capaz de ver el corazón, para mí eso es el arte.
—¿Llega a ver ese corazón en toreros que no son de su corte, en aquellos catalogados de valor?
—Sí, sí, les veo el corazón. Para mí es arte.
—Ay, sin ese latido…
— Sin corazón no hay arte.