Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez
Escuché el discurso de Alejandro Armenta Mier ante el Congreso local en su protesta como gobernador; en general me pareció enunciativo, por momentos disperso, más tendiente a mostrar la presencia de figuras de la política oficialista y de emociones familiares que un mensaje bien articulado a los habitantes de Puebla. Un eslogan que pudo haber sido explicado se quedó como un lapsus temporis: “Por amor a Puebla, pensar en grande”. Esto se debió, quizá, a haber omitido mencionar a varios de sus invitados al inicio y cuando se percató interrumpió su alocución.
Al escuchar algunas reseñas de varios medios de comunicación, me imaginé que el discurso había sido imponente, potente, aglutinador, convincente no sólo para sus partidarios, sino para todos los poblanos y poblanas. Pensé que habría destacado por plantear objetivos generales y metas claras; supuse que los principales problemas a resolver de la entidad serían al menos enunciados, o señalados como oportunidades ineludibles; también creí que trazaba dos o tres caminos específicos para obtener los resultados esperados. En fin, tuve expectativas que me impulsaron a escucharlo.
Los compromisos, como la reconciliación de Puebla y un gobierno justo, honesto e incansable, sólo fueron mencionados sin señalar cómo lo lograría, al menos alguna estrategia general. No; nada. Para lo primero señaló que era padre, esposo e hijo; mencionó a su familia para destacar los valores que bebió en su seno. No hizo ni aludió a una gran convocatoria social para alcanzar ese propósito. Para el segundo, sólo citó a AMLO para decir que el poder se torna virtud cuando se pone al servicio de los demás.
El corolario de ese compromiso, el segundo, es que hará un gobierno para todos: con inclusión, firmeza y justicia y equidad. Aquí señaló lo que podría ser el perfil de su gobierno. Dijo que en ello empeñará fuerza, dedicación y energía, además de trabajo en equipo, todo por amor a Puebla. Como verá el lector, la lectora, más que un discurso de un político que busca convencer, sobre todo si de inclusión se trata, a quienes no votaron por él, o a quienes se abstuvieron de ir a las urnas; fue un mensaje a su grupo.
Antes de reiterar el eslogan de su gobierno, casi al finalizar su alocución, mencionó a varias personas cuyos nombres omitió en las salutaciones; aludió a Laura Artemisa, a Manuel Velasco, a su primo Ignacio Mier, a Rodrigo Abdala, Liz Sánchez y Claudia Rivera. Por amor a Puebla, pensar en grande. Pero no dijo cuáles eran sus pensamientos sobre la entidad, o qué idea proponía para aglutinar a poblanos y poblanas. Vaya, ni siquiera dijo qué entendía por Puebla como un proyecto común.
Terminó con cuatro interjecciones, más que proclamas, reiterando su espíritu de partido y no su espíritu republicano y demócrata: Vivas a la 4T, a la presidenta de la república, a México y a Puebla. De hecho, el discurso del gobernador Alejandro Armenta puede ser resumido así: Un acto de la representación de la soberanía del estado (de Puebla) se convirtió en un acto partidista. Incluso, en la proxemia del evento, a la soberanía poblana, se antepuso la distinción partidista: los invitados especiales (bueno, algunos) enfrente del presídium, delante de los(as) diputados(as).
El final no fue apoteósico ni el culmen de un discurso poderoso, aglutinador, claro, inteligente, elocuente por sí mismo, que llamara a la unidad de la sociedad poblana en su diversidad social y pluralidad política. ¿Qué fue entonces lo interesante, si es que algo lo resultó ser? En primer lugar, al inicio de su mensaje, la alusión de Armenta al gobernador sustituto: Gran gobernador, le llamó el nuevo mandatario. Sin duda tendrá mucho que agradecerle. Las autoridades electorales no vieron el 135 constitucional (antepenúltimo y penúltimo párrafos), a nivel local y federal.
Algo relevante, del acto más bien partidista, fue la presencia de la plana mayor morenista; además del reconocimiento de Alcalde y de López Beltrán, el junior de AMLO; hizo mención con relieve de Ricardo Monreal, a quien llamó: “maestro”, y de Rocío Nahle, quien -dijo- le enseñó el ABC de la 4T. Enseguida, reconoció a los medios de comunicación (seguramente con el toma y daca de la publicidad, los contratos y los coros correspondientes). Luego marcó la alineación con la presidenta: mujer, humanista, científica y primera presidenta en doscientos años de república (o lo que de ella queda).
Reiteró el discurso oficialista: Humanismo mexicano (que quién sabe qué es y en qué consiste), austeridad (al estilo 4T), consolidación de la separación entre el poder político y el poder económico (la separación y equilibrio de los poderes públicos ya ni se mencionan, y si no se mencionan no existen: Sheinbaum dixit). Lo más destacable de este segmento inicial: Puebla será un factor determinante en la “revolución de las conciencias”, como lo ha sido históricamente. Hizo el repaso histórico desde la defensa ante la invasión francesa del siglo XIX hasta la elección de AMLO en el 2018.
Humanismo mexicano y bioética social, bajo los principios de la 4T: no mentir, no robar, no traicionar, serán las premisas de este gobierno auroral. Dos nociones de difícil formulación y compleja implementación, aunque confió en los principios “atléticos” (si escuché bien): ser útil, acomedido y agradecido, que aprendió desde su tierna infancia en el seno familiar. Se dijo convencido del patriotismo, el municipalismo y el amor a Puebla, respetando al planeta, a la vida y a los seres sintientes (este respeto es, según el hilo de su disertación, en lo que consiste la bioética social).
El gobernador Armenta quiere una Puebla segura y en paz, con prosperidad compartida, equidad de género y diversidad e igualdad sustantiva. Además, con la colaboración entre los tres poderes y los tres niveles de gobierno. En un momento dado, interrumpió su discurso para saludar a invitados que no mencionó en las salutaciones iniciales: las ministras morenistas, así como Noroña y Clara Brugada. Luego volvió al aluvión retórico: “Los cargos no son para siempre ni nos pertenecen”; cada uno de los funcionarios de su administración se conducirá con los principios de la 4T, la austeridad republicana (sin república, claro) y el servicio público será eficiente, sin corrupción y sin prebendas. Mencionó a Abraham Quiroz como el primer candidato morenista, luego al fallecido Barbosa y al recién salido Céspedes, a quien destacó por su voluntad, amor y eficiencia. Tanta miel hace que las moscas se peguen.
¿Qué nos quedó a deber ese primer discurso del gobernador constitucional? En primer lugar, una convocatoria de unidad, reconciliación y consensos para que, poblanos y poblanas, tracemos la Puebla que queremos. Esperemos que lo haga para el plan estatal de desarrollo. En segundo lugar, la credibilidad de un proyecto conjunto y no de partido, sobre todo para incorporar a quienes no votaron por el morenismo y a quienes de plano no fueron a votar, que son ciudadanos con plenos derechos. En tercer lugar, faltó mencionar resultados esperables en el corto, mediano y al final del sexenio; y, en consecuencia, definir tiempos: en seis años a dónde llegará Puebla.
En suma, se trató de un discurso carente de fuerza convincente, más emocional que racional, más enunciativo que argumentativo y más partidista que republicano. Aunque aludió a que Puebla cuenta con memoria, patrimonio e historia, no destacó cómo su gobierno puede nutrirse de estos elementos, o cómo hará para que sean bienes públicos para todos los poblanos y poblanas, de las generaciones actuales y de las futuras. En fin, de no haberlo escuchado, las reseñas columnísticas habrían hecho saborear un discurso que no existió en la realidad