Por Dr. Carlos Figueroa Ibarra
La narrativa triunfalista de las derechas en el contexto poselectoral se ha venido abajo. Es falso que Morena y sus aliados de la 4T hayan tenido un severo retroceso electoral en estas elecciones intermedias de 2021. Es falso que Morena y sus aliados hayan perdido la mayoría calificada en la Cámara de Diputados. Es falso que el presidente Andrés Manuel López Obrador haya salido debilitado después del proceso electoral del 6 de junio. La información ofrecida por el propio presidente en la conferencia de prensa mañanera del 14 de junio corrobora lo que ya veíamos desde el lunes 7 del mismo mes: Morena y sus aliados tuvieron una menor votación que la de 2018, pero de ninguna manera sufrieron un revés. Todo lo contrario.
Empezando por lo más importante, que es lo que se refiere a la Cámara de Diputados. Morena ganó la mayoría simple pues obtuvo 121 escaños, muchos más que cualquiera de los otros partidos que obtuvieron representación en dicha Cámara. Sumando los obtenidos vía representación proporcional, Morena suma 197 (39% del total de diputados). Morena y sus aliados ganaron en 186 de los 300 distritos electorales lo que significa un triunfo en el 62% de los mismos. Sumando los escaños obtenidos por mayoría relativa y representación proporcional, Morena y sus aliados suman 281 escaños (56% del total de diputados), lo que significa 30 más de lo necesario para ser la mayoría absoluta. Es decir, la que se necesita para aprobar el presupuesto y leyes que se consideren necesarias.
Con respecto al retroceso que habría tenido la coalición en el gobierno, hay que decir que desde 1997, el oficialismo ha tenido retrocesos en elecciones intermedias entre 30 y 35% mientras que dicha coalición únicamente disminuyó su votación en 17%. Hay que agregar que Morena y sus aliados no perdieron la mayoría calificada en la Cámara de Diputados (333 escaños= 66% del total de diputados) porque nunca la tuvieron. En 2018 pese a su abultada votación, no la lograron. La han logrado merced a negociaciones con otras bancadas y aprovechando el transfuguismo parlamentario.
Morena y sus aliados ganaron 11 de 15 gubernaturas en disputa en el proceso electoral del 6 de junio. Sumando las seis que ya tenía, completa 17. Agregando la que ganaron sus aliados PT y PVEM sumaría 18 gubernaturas favorables a la 4T. Ganaron 6 de 7 gubernaturas en disputa en el norte del país, hecho sumamente significativo porque esa región del país ha sido de la derecha neoliberal. En términos de la población que Morena y sus aliados gobernaban a través de gobiernos de entidades federativas, la coalición gubernamental pasó de gobernar 35.5 millones de personas (28% del total de población en México) a 61.3 millones (49%). La coalición encabezada por Morena tendrá mayoría en 18 de las 32 legislaturas locales.
Por supuesto que hay que mencionar las derrotas. La más grande y dolorosa de ellas es la que se observó en la Ciudad de México al perder 9 de sus 16 alcaldías. Otra derrota importante es la observada en la ciudad de Puebla y en los municipios conurbados con ella en los cuales Morena había ganado en 2018. Derrota importante es la observada en Nuevo León porque la coalición gobernante comenzó punteando las encuestas y terminó con muy malos resultados. Las derrotas o victorias se miden de acuerdo con las expectativas con las que se entra a las batallas.
No es en materia de números electorales donde se encuentra nuestro déficit. El mayor déficit para Morena consiste en los hechos éticamente cuestionables que se observaron en el proceso de designación de las candidaturas. La Comisión Nacional de Elecciones (CNE) y la Comisión de Encuestas hicieron un papel decepcionante para buena parte de la militancia de Morena y también para sus dirigentes. La Secretaria General del CEN ha comenzado a expresar ese sentir: deslinda responsabilidades y le endilga entre el 85 y 90% de ellas al Presidente Mario Delgado. Dos integrantes de la CNE fueron beneficiados con candidaturas plurinominales.
Uno de ellos es Carlos Evangelista (Secretario Nacional de Combate a la Corrupción), quien ahora merced a este favoritismo será diputado local en Puebla mientras su esposa fue designada candidata a diputada federal. No importó que fuera impedida de ser candidata por mayoría relativa porque también la habían designado por representación proporcional. Para ubicarla en dicha posición, se desplazó a una ejemplar militante de Morena, Eliza Mejía de Gyves, quien había sido insaculada en cuarto lugar en la cuarta circunscripción y que además tenía derecho por acción afirmativa por ser discapacitada. Evangelista también logró que su hermano fuera candidato a presidente municipal por el municipio de Felipe Ángeles. Otra integrante de la CNE y del CEN, Esther Aracely Gómez, logró ser candidata por acción afirmativa afirmando ser indígena. El TEPJF terminó quitándole la candidatura porque determinó que su alegada condición de indígena era falsa. Son apenas dos ejemplos de muchos más igualmente deplorables.
¿Y qué decir de la Comisión de Encuestas? Uno de sus principales integrantes se desentendió de las labores que le correspondían aduciendo que estaba en estricto confinamiento por la pandemia. Ajeno a las determinaciones terminó suscribiéndolas. El resto de sus integrantes terminaron convalidando procedimientos anómalos: encuestas presentadas que en realidad no se hicieron, encuestas realizadas que después se negó el haberlas hecho (caso de la candidatura a la presidencia municipal de Puebla), encuestas cuyos resultados fueron presentados a modo a los contendientes para favorecer a alguno de ellos. Sería aventurado de mi parte decir que estas inmoralidades fueron la generalidad. Pero basta con que sean unas cuantas para poner en aprietos a un partido cuyo discurso afirma que es diferente.
En términos de resultados electorales, Morena ha salido victoriosa. En términos de ética, muy probablemente habrá perdido.