Viktor Orbán, de Hungría, y otros políticos europeos de derecha celebran el regreso de un presidente de EE. UU. que comparte sus opiniones severas sobre cuestiones como la migración.
Por Andrew Higgins / The New York Times
Reportando desde Budapest
Durante meses, los medios de comunicación húngaros publicaron artículos en los que se ensalzaba a Donald Trump y se ridiculizaba a Kamala Harris, descrita en un titular como “extremadamente desagradable”.
En octubre, el líder del país prometió abrir “varias botellas de champán si Trump vuelve”. Y luego, cuando los votantes de EE. UU. acudieron a las urnas, decenas de sus partidarios se reunieron para una fiesta de celebración en Budapest antes incluso de que se conocieran los resultados.
Ningún dirigente extranjero apostó tan clara o públicamente por una victoria de Trump como el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán. Orbán, ferviente admirador del presidente electo de Estados Unidos, ha recibido los resultados de las elecciones con un regocijo desbordado.
En una conferencia de prensa celebrada el jueves, Orbán dijo que había “cumplido solo en parte su promesa” sobre el champán: estaba en Kirguistán cuando se dió a conocer el resultado y bebió sobre todo vodka para “compartir nuestra alegría por este fantástico resultado”. Dijo a sus seguidores en X que ya había hablado con el presidente electo, y añadió: “Tenemos grandes planes”.
Para Orbán y los políticos populistas europeos, de países como Alemania, Holanda, Serbia y otros, con ideas afines, las elecciones de esta semana no solo han devuelto a la Casa Blanca a un correligionario partidario de políticas de inmigración duras. También ha enviado a sus propios electores el mensaje de que la historia avanza en esa dirección y de que los rivales políticos a los que desprecian como elitistas “woke” alejados de la realidad están huyendo.
“Desde el punto de vista político, es una gran victoria para Orbán: ha apostado y ha ganado”, dijo Zsombor Zeold, exdiplomático húngaro. En términos más generales, dijo, la elección de Trump “definitivamente brinda inspiración y energía a la derecha populista europea”.
Entre los que probablemente reciban un empujón, dijo, están los partidos europeos afiliados a la Conferencia de Acción Política Conservadora, una organización estadounidense pro-Trump que celebra una reunión anual en Budapest.
El grupo ha cultivado estrechos vínculos con políticos europeos como Geert Wilders, líder de la extrema derecha holandesa que obtuvo el mayor número de votos en las elecciones del año pasado, pero que fue rechazado por los partidos del establishment, cuyo apoyo necesitaba para conformar un gobierno.
“El éxito de Trump es un estímulo y un impulso para las fuerzas populistas del mundo”, dijo Csaba Lukacs, director general de Magyar Hang, un medio de comunicación conservador que es crítico con el partido gobernante en Hungría, Fidesz, al que Lukacs apoyó durante muchos años, pero contra el que se volvió por lo que considera intolerancia por parte de Orbán a las críticas y tolerancia a la corrupción rampante.
Orbán, hambriento de éxito tras una serie de reveses internos y externos, necesitaba una victoria de Trump, dijo Lukacs. “Puede aprovecharse de esto a corto plazo, y lo hará”.
Trump ha descrito a Orbán, a quien los críticos acusan de amordazar a los medios de comunicación y de supervisar un amplio sistema de política clientelar que ha enriquecido a sus socios y a su familia, como un “líder muy grande, un hombre muy fuerte”, a quien algunos no quieren solo “porque es demasiado fuerte”.
Muchos partidos de extrema derecha de Europa tienen una relación complicada con Estados Unidos, al que algunos ven como una hegemonía arrogante que promueve valores opuestos a los suyos. Profundas corrientes de antiamericanismo recorren el partido Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia y Alternativa para Alemania, o AfD, por ejemplo.
Pero se han alegrado ante la perspectiva de que Trump vuelva al poder.
La líder de AfD, Alice Weidel, no tardó en asegurar que tienen una causa común con Trump el miércoles, diciendo: “Por supuesto, es un modelo para nosotros”. Su eslogan Make America Great Again, declaró a la radio Deutschlandfunk, no difería del programa de su partido de “hacer grande a Alemania”, porque “nosotros, como la AfD, defendemos los intereses nacionales y del pueblo” de Alemania.
El miércoles, Wilders y el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, un líder al estilo de los llamados “hombres fuertes” que en el pasado acusó al Departamento de Estado de trabajar para derrocarlo, acogieron con entusiasmo la victoria de Trump.
Cuando Hungría asumió la presidencia rotatoria de seis meses de la Unión Europea en julio, provocó consternación al imitar a Trump y adoptar el lema “Make Europe Great Again”.
Queda por ver hasta qué punto el trumpismo puede trasladarse a Europa más allá de los eslóganes parecidos a MAGA. Pero su estilo y, en cuestiones como la inmigración, su esencia ya han arraigado.
Esto se debe en parte a Orbán, cuya determinación de mantener alejados a los inmigrantes erigiendo altas vallas patrulladas por fuerzas de seguridad a veces brutales suscitó una condena generalizada durante la crisis migratoria europea de 2015. Pero Austria, Italia, Eslovaquia y muchos otros países han emulado desde entonces su dura postura en este asunto.
En Italia, la primera ministra de derecha, Giorgia Meloni, ha cultivado durante mucho tiempo los vínculos con el bando de Trump, y lo ha elogiado. Su partido, cuyas raíces se pueden rastrear a los grupos fascistas de la posguerra, ha defendido medidas controvertidas para controlar la inmigración, incluido un plan, paralizado por los tribunales italianos, para enviar a los que serían solicitantes de asilo a campos de detención en Albania.
El miércoles, Meloni dijo que había hablado con Trump por teléfono y lo había felicitado. Al día siguiente, publicó un mensaje en X diciendo que también había felicitado a Elon Musk, el multimillonario partidario de Trump al que se refirió como un “amigo”.
Aunque la derecha nacionalista europea está unida en su admiración por la oposición de Trump a la inmigración y su desdén por las convenciones del establishment, también hay diferencias.
El firme apoyo de Meloni a la OTAN y a su ayuda a Ucrania contra Rusia podría ponerla en desacuerdo con las corrientes ucraniano-escépticas del movimiento MAGA. Y ni Hungría ni Serbia comparten las duras opiniones de Trump sobre China, a la que ambos han adoptado como socio económico indispensable.
“China podría ser una fuente de tensión”, dijo Gergely Szilvay, escritor del periódico Mandiner, que forma parte del aparato mediático controlado por el partido Fidesz de Orbán, y añadió: “Pero China puede manejarse, porque hay amistad y una estrecha alineación ideológica”.
La elección estadounidense se produjo en un momento difícil para Orbán. La economía húngara ha entrado en recesión por segunda vez en tres años, y el Fidesz está siendo desafiado por un partido político de oposición advenedizo.
Orbán había apostado por una victoria de Trump para demostrar que ni él ni Hungría están aislados, dijeron los analistas.
“Todo consiste en presentar a nuestro primer ministro como una figura influyente en la escena mundial”, dijo Zeold.
Orbán lleva años trabajando, con resultados desiguales, para erigirse como el abanderado de un movimiento paneuropeo comprometido con la protección de la soberanía nacional mediante duros controles fronterizos y la resistencia a lo que considera intromisión de los funcionarios de la Unión Europea.
Esperaba alcanzar ese objetivo en junio, cuando Hungría y los otros 26 miembros de la Unión Europea eligieran un nuevo Parlamento Europeo. Pero sus predicciones de que él y sus aliados “tomarían Bruselas” se desvanecieron, dejando el control en manos de los políticos de la corriente dominante.
La semana pasada, Orbán envió a su asesor político, Balazs Orbán —sin parentesco—, a Arizona para asistir a un mitin de Trump con Tucker Carlson, ex presentador de Fox News. “Paz, protección de fronteras y desarrollo económico: ésta es la nueva agenda estadounidense”, dijo el asesor en Facebook.
El martes por la noche, decenas de aliados conservadores de Orbán se reunieron en una fiesta organizada junto con el Centro de Derechos Fundamentales, un grupo de investigación financiado por el gobierno cuyo presidente dijo que una victoria de Trump era “crucial para la preservación de la civilización occidental”.
Algunos de los invitados, casi todos húngaros sin derecho a voto en Estados Unidos, llevaban gorras rojas de la MAGA. Los anfitriones repartieron insignias de solapa rojas con el lema “Woke Zero”, un juego de palabras con Coca-Cola Zero, y mostraron imágenes de una Kamala Harris lanzando chillidos mientras era arremetida por los “woke-busters”.
El embajador de Estados Unidos en Hungría, David Pressman, designado por el gobierno de Biden, quien frecuentemente ha criticado la transformación de una democracia antaño vibrante en lo que a menudo parece un Estado de un solo partido, atacó el miércoles el planteamiento de Orbán de apostar todo por Trump como “una apuesta temeraria en unas elecciones que podrían haber ido en cualquier dirección”.
Puede que haya ganado su apuesta a Trump, añadió, pero “el gobierno de Hungría tiene un problema de juegos de azar” que erosiona la confianza de sus aliados en la OTAN, una alianza de países y no de partidos políticos. “Gane o pierda la mano, tiene un costo”.
Poco después de que se dieran a conocer los resultados de las elecciones, los medios de comunicación progubernamentales empezaron a publicar artículos pidiendo la rápida sustitución de Pressman como embajador.
Orbán, dijo Tamas Magyarics, profesor de la Universidad Eotvos Lorand de Budapest y exdirector del departamento para América del Norte del ministro de Asuntos Exteriores húngaro, consideró que la política exterior estadounidense bajo los presidentes republicanos solía ser menos intrusiva, y “cree que los demócratas quieren destruir su gobierno”. Pero, añadió Magyarics, Orbán quizá había exagerado el interés y el apoyo de los republicanos a Hungría.
“Estados Unidos tiene 350 millones de habitantes. Hungría es un país con menos de 10 millones, muy lejos, en Europa Central, y tiene una influencia estratégica nula”.
El propio Orbán reconoció el jueves que “el tamaño importa”, afirmando que el presidente electo “tiene cosas más importantes que hacer que ocuparse de los sufrimientos de los húngaros”.
Bernabé Heincz colaboró con reportería.
Andrew Higgins es el jefe del buró de Europa Central y Oriental del Times con sede en Varsovia. Cubre una región que se extiende desde las repúblicas bálticas de Estonia, Letonia y Lituania hasta Kosovo, Serbia y otras partes de la antigua Yugoslavia.
Fuente: https://www.nytimes.com/es/2024/11/09/espanol/mundo/trump-victoria-derecha-europa.html