Por Fernando Manzanilla Prieto
Los que votamos en 2018 por un cambio de régimen estamos convencidos de que ha llegado la hora de imaginar un México diferente, un México sustentado en un nuevo orden democrático que logre transformar las instituciones que regulan el poder y su ejercicio.
Un verdadero cambio inspirado en los principios de honestidad e igualdad cuyo objetivo primordial sea, ciertamente, acabar con la pobreza y la desigualdad, pero que vaya más allá, a partir de un gran acuerdo de reconciliación que nos permita construir un nuevo orden social, económico y político que nos brinde seguridad social, salud y educación universal de calidad. Que nos permita cerrar las brechas, no solo las que hay entre mujeres y hombres, ricos y pobres, o entre niveles de acceso a la educación y la cultura. Sino también las brechas de desigualdad entre regiones, municipios y localidades.
Urge un cambio de régimen que adopte un nuevo paradigma económico de desarrollo verde y circular, que nos garantice un bienestar integral y sostenible para todas y todos, en armonía con nuestro entorno medioambiental. Un cambio de régimen que logre la paz, que brinde seguridad y tranquilidad a las familias poblanas y su patrimonio a partir del combate frontal con mano dura a la delincuencia y la impunidad.
En fin, urge un cambio de régimen que establezca una nueva relación entre el poder político y la ciudadanía. Porque si queremos construir algo nuevo y mejor, tenemos que dejar atrás todo aquello que engendró el antiguo régimen de corrupción e impunidad.
Ello exige un replanteamiento completo de los términos en que está organizado el sistema político mexicano que, como sabemos, se sustenta en un presidencialismo que avasalla y somete al resto de los poderes de la república.
Debemos entender que el presidencialismo mexicano ya se agotó y que es urgente reemplazarlo por un sistema que brinde respuestas reales a las necesidades democráticas de participación y representación política que demanda la población.
Por eso, urge una profunda reforma política que privilegie la división de poderes, los pesos y contrapesos, el federalismo y la independencia de las instituciones autónomas y reguladoras. Ello implica, primero, repensar los mecanismos para integrar los órganos constitucionales autónomos y las posiciones en el Poder Judicial. Ha llegado el momento de cambiar los procedimientos de selección con el objetivo de garantizar la total autonomía de estos órganos frente a los otros poderes públicos.
Implica también, cambiar radicalmente el esquema de financiamiento de los partidos, comenzando por una reducción drástica de las aportaciones que reciben del presupuesto público. Ha llegado la hora de que los partidos complementen otras opciones de financiamiento como, por ejemplo, las aportaciones debidamente controladas y supervisadas de sus militantes y simpatizantes. De igual forma, ha llegado el momento de reducir la Cámara a 300 diputados y el Senado a 96 legisladores, así como transitar hacia un sistema en el que las coaliciones parlamentarias sirvan para construir gobiernos más fuertes, pero siempre de manera abierta y transparente, de cara a los electores.
En fin, ha llegado la hora de que avancemos hacia un nuevo régimen político, más justo y democrático, en un marco de unidad y de reconciliación nacional. Y la mejor manera de lograrlo es acudiendo a votar este domingo 6 de junio. No solo porque es nuestra obligación como ciudadanas y ciudadanos, sino porque es nuestro derecho. Un derecho que, como país, nos ha costado muchos años y muchas vidas conquistar. Así que este domingo 6 de junio, honremos nuestra vocación democrática y salgamos a votar y a decidir en libertad, el mejor camino para Puebla y para México.