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El youtuber que documentó la esclavitud infantil en los circos indios: «Los niños eran comprados en el Himalaya por 30 euros» | PAPEL

Un día este gallego vendió su empresa y recorrió 120.000 kilómetros en moto. En su libro ‘Usted se encuentra aquí’ plasma su búsqueda de respuestas para entender un mundo que es cruel con muchos. «Vivía la carrera de la rata subido a una rueda sin fin», reconoce de su anterior vida

Vio bestias que no pensaba ni que existían, creyó morir ahogado o tiroteado, se quedó sin gasolina y sin aliento. Pero, después de 120.000 kilómetros recorridos en dos años dando la vuelta al mundo a lomos de su moto Fefa, lo que más le marcó fueron aquellas infancias miserables en jaulas doradas: los niños esclavizados en los circos de la India.

Niños.

Mercadeados para que hicieran lo imposible con su cuerpo.

Por lo que allí se pagaba por una cabra.

Conoció de su existencia en Nepal, donde Philip -un ex-coronel del ejército británico- le contó su historia de amor, de locura y de muerte: cuando a su esposa, Esther, le confirmaron que era estéril, aquella mujer que lo que más quería del mundo era tener hijos se suicidó. Entonces, Philip decidió buscarle un nuevo sentido a su vida y creó una ONG para liberar a esos niños que nunca pudo tener.

Así que nuestro hombre se fue quemando rueda y se prometió volver. El tipo que regresó al año siguiente para documentar aquellas barracas de feria indias de los horrores se llama Fabián C. Barrio, tiene 50 años, es youtuber y escritor, y acaba de sacar un libro Usted se encuentra aquí (Deusto)- que plasma los pensamientos de un aventurero que salió a recorrer el mundo en busca de respuestas y las ha encontrado en los clásicos.

La primera edición del libro se agotó en tres días sin haberse puesto a la venta. Antes de haberse publicado, ya va por la segunda edición. Es lo que conlleva tener una legión de seguidores (270.000 suscriptores solo en YouTube), muchas pistas recorridas por 63 países distintos y un marcado humanismo en sus contenidos audiovisuales.

«Eran niños comprados en las fábricas del Himalaya por 30 euros. Los compraban empresas que tenían hasta una veintena de circos», comenta. «Los buscaban en Nepal porque, debido a sus rasgos, así los publicitaban como niños acróbatas chinos, lo que proporcionaba más prestigio. A las familias les vendían que iban a ser artistas».

«De su casa, eran llevados a un circo. Recuerdo que uno de los directores había sido condenado por tráfico infantil. Y allí seguía, haciendo lo mismo solo que de otra manera», continúa. «Estamos hablando de chicos que jamás salían de la estructura del circo, que se levantaban con el sol, que se pasaban el día limpiando. O dando de comer a los animales. O haciendo ejercicios de contorsionismos muy exigentes [al perder su flexibilidad, muchos eran abandonados]. No es raro que acabaran en la prostitución infantil… Solo te diré que, en algunas zonas de la India, todavía se cree que las niñas vírgenes curan el sida. Imagínate el rendimiento que podían sacarle a una cría recién traída de Nepal».

(…)

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Pero quién es Fabián C. Barrio. ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¿Es Supermán? ¿Es Marco Polo?

Pues un poco las cuatro cosas a la vez. Esta es la historia de un exitoso emprendedor que, un día de 2010, decidió vender su empresa para recorrer el mundo. De un «exiliado fiscal» (así se autodenomina) que hoy vive en Chipre. De un tipo de Santiago de Compostela que, entre seguir ganando dinero o ganar los caminos, escogió la segundo.

Aquella incursión en la esclavitud de los circos -ya prohibida- se denominó Proyecto Suraj, contó con la colaboración de la Fundación Mutua Madrileña y fue documentada en vídeo. Todo el material fue cedido a la Esther Benjamin Memorial Foundation, la entidad que lleva el nombre de aquella mujer que se quitó la vida y se la devolvió a los niños nepalíes.

Al principio fue un poema, recuerda. Uno titulado Instantes y atribuido de forma equivocada a Borges. Uno que dice así: «Si pudiera vivir nuevamente mi vida. / En la próxima trataría de cometer más errores. /No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más». Y que concluye: «Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano. / Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño. / Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante. / Pero ya tengo 85 años y sé que me estoy muriendo».

«Tenía 37 años. Me iba muy bien, pero el éxito económico no tiene nada que ver con cómo te sientes… No hacía más que trabajar y notaba como que mi vida la vivía otra persona. Mi vida era ir corriendo a todas partes. Vivía la carrera de la rata: estar subido a una rueda sin fin. Entonces leí aquel poema y, zas, llegué a la conclusión de que tenía que cambiar», nos cuenta hoy. «Vendí todo, almacené lo que me quedaba en un garaje y me dispuse a partir».

Y así primero fueron los Balcanes y luego el Mar Negro, Rusia y China, Pakistán y Nepal, Tailandia y Australia, Argentina y Perú, México y Brasil, África, Israel, de nuevo Europa…

Un total de 200 kilómetros al día para escapar de uno mismo, pero también para buscarse.

(…)

Fabián C. Barrio, en el centro, en uno de sus viajes.
Fabián C. Barrio, en el centro, en uno de sus viajes.

En el libro que está arrasando antes de ponerse a la venta, el aventurero acomete una reinterpretación de las cuatro filosofías que hace 3000 años modelaron quiénes somos: el estoicismo, el epicureísmo, el escepticismo y el cinismo.

«¿Qué le diría Epicuro a Elon Musk? ¿Y Diógenes a una celebrity de Instagram?», nos interpela él. «Es más, ¿qué te dirían los viejos filósofos a ti? Sí, a ti».

¿Quiénes somos, Fabián? -nos entran ganas de preguntarle al filosófico modo-. «Vivíamos en Padrón [La Coruña], junto a la Casa Museo de Rosalía de Castro. Mi madre y mi padre eran maestros rurales. Creo que de ahí me viene mi pasión por los libros. Luego tuve una profesora, doña Rosa, que siempre nos hacía salir a hablar en público… Pienso que de ahí viene mi espíritu youtuber».

¿De dónde venimos, eh? «Recorríamos Europa en caravana todos los veranos», prosigue. «De adolescente grababa bodas para sacarme dinero. Después empecé Psicología social y la acabé para no disgustar a mi madre, pero ni siquiera fui a recoger su título».

¿A dónde vamos? «Y entonces descubrí la Red. En los 90, en internet estábamos un tipo de Cuenca y yo… Monté una empresa que daba servicio a diarios de alto tráfico, soporte técnico y de márketing… Las cosas me iban muy bien, pero reventé. Enloquecí. Sí, esto es así, enloquecí. Sólo un loco decide tirar por la borda el trabajo de diez años por cumplir un sueño».

Tras aquel viaje iniciático en 2010 para dar la vuelta al mundo, le sucedió otro en 2012 para documentar la esclavitud infantil y hasta un tercero: con el fin de llevar proyecciones de cine a lugares recónditos de América Latina donde nunca se vio.

Hoy, con su libro, el autor de Usted se encuentra aquí quiere hacer un canto al humanismo y al pensamiento crítico.

Le preguntamos por su condición de youtuber. «Hay contenidos muy valiosos en YouTube, pero solo trasciende la burrada y la frivolidad, las tetas de OnlyFans y los videos de gatitos. Y en el medio estás tú, en medio de la banalidad».

Le preguntamos por la dependencia tecnológica. «El algorrino es un ente sin alma que controla buena parte de nuestra experiencia vital en la actualidad. Una sociedad que depende tanto del éxito y del premio instantáneos se acaba volviendo adicta a la dopamina. Antes, la dopamina era útil, nos permitía vivir; ahora se utiliza para vendernos cosas en una sociedad desquiciada».

«Mi empresa iba muy bien, pero reventé. Enloquecí. Sólo un loco tira por la borda su trabajo de 10 años por un sueño»Fabián C. Barrio

Le preguntamos -también- por su autodenominado exilio fiscal en Chipre. «Nuestro país asfixia al emprendedor, donde se mortifica al que quiere emprender. Creo que es un acto patriótico abandonar España. Es un modo de decir: no lo estáis haciendo bien; si queréis que retornemos, cambiad».

Pero volvamos al viaje.

La moto era una Transalp de 2005 -cuenta-, las últimas que se fabricaron sin apenas electrónica. «Elegí ese modelo en concreto porque supuse que podría repararlo incluso un técnico de cortacéspedes, como de hecho ocurrió en Colombia».

Fabián hoy echa en falta la belleza de aquellos cielos tachonados de estrellas, los amaneceres en los mares remotos, la mirada de aquella mujer.

Lo mismo que no olvida el horror.

Por ejemplo: en aquellos circos, los más cotizados eran los niños con enanismo, que se destinaban en exclusiva a convertirse en payasos.

Por ejemplo: al ser rescatados, muchos de los niños eran incapaces de dormir en una cama y seguían haciéndolo en el suelo.

Por ejemplo: muchos desarrollaron rechazo a los colores chillones y a las músicas estridentes.

«Los chavales tenían sesiones de entrenamiento en equilibrio y flexibilidad interminables que les dejaban secuelas muy evidentes. Obviamente, los ensayos para los números circenses se realizaban con castigos físicos. No podían abandonar jamás el entorno de la carpa y los carromatos. Eran sometidos a presión psicológica por sus captores: ‘Tu familia no te quiere’, ‘si sales de aquí irás a la cárcel’, ‘si te portas mal te abandono en un burdel en Mumbai’, etcétera… Se alimentaban con un dal muy básico -una sopa de lentejas-. Los chicos realizaban los trabajos más ingratos y las chicas, con frecuencia, eran prostituidas y sometidas a abusos sexuales».

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2024/09/22/66f0031be9cf4a3c338b457e.html

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