Los asesinos del Daesh acabaron hace once años con la vida del jesuita italiano que refundó Mar Mosa, un cenobio con la apariencia de un nido de águilas situado en una de las zonas más conflictivas de Siria.
Ferran Barber / Porfolio / El Español
A finales de julio de 2013, un jesuita italiano de 58 años llamado Paolo Dall’Oglio penetró en la zona del este de Siria controlada por los yihadistas con la intención de llegar a Raqqa, lo que finalmente consiguió, para su propia desgracia. La última vez que se tuvieron noticias de él fue el día 29 de ese mismo mes. Aunque durante los once años transcurridos desde entonces es a menudo mencionado como «desaparecido», se da por hecho que fue asesinado por los terroristas del Daesh. Se sugirió en su día que fue arrojado en una fosa común de la entonces capital del ISIS junto a varios soldados leales a Al-Assad, aunque nunca pudo confirmarse semejante extremo.
Hace ahora un año, en una misa conmemorativa del décimo aniversario de esos episodios, el arzobispo sirocatólico de Homs, Jackes Mourad, se refirió a «su muerte» y su martirio. Pensar que todavía sigue secuestrado en algún sótano o en una cueva del desierto es casi tan improbable como descabellada fue la propia decisión que tomó el jesuita cuando se aventuró por el territorio del Daesh confiando en persuadir a un puñado de obtusas bestias de que liberasen a sus rehenes o de que buscaran una salida negociada a los conflictos que les enfrentaban tanto a los kurdos de Rojava, como al régimen de Damasco y el resto de rebeldes moderados islamistas. Dall’Oglio fue un iluso que desconocía la perversidad de los trogloditas en cuyos feudos se adentró.
Pero no es sólo por ello por lo que sigue vivo en la memoria de los cristianos sirios. Tanto el antiguo monje Jackes Mourad como al propio jesuita serán siempre recordados por haber refundado una comunidad monástica católica de rito siriaco en el corazón de la Siria islámica a la que rebautizaron como Deir Mar Musa al-Habashi, lo que literalmente significa monasterio de San Moisés el Etíope. Ochenta kilómetros al sur se halla Damasco. Se trata de un edificio portentoso y bellísimo, el clásico nido de águila levantado entre los riscos cuya disposición claramente defensiva da fe del pasado tumultuoso de esa región de mayoría musulmana. Hubo más de un millón de cristianos no hace demasiado, pero ahora solo quedan 200.000 en todo el país.
A la derecha, Fray Yihad, en una foto antigua en la que aparece también el italiano Paolo, asesinado por Daesh, en el centro de la imagen.
Al frente del monasterio se encuentra actualmente un sirio llamado Fray Yihad Yusef. «Su nombre es llamativo», le decimos. «Especialmente, para los occidentales que lo asociamos a la guerra santa de todas esas hordas de asesinos islamistas que al grito de Allahu Akbar están sembrando de muerte Europa y Oriente Medio». «Yihad es una palabra árabe que significa esfuerzo«, nos aclara él.
«Uno puede hacer una yihad para estudiar o para convertirse en una mejor persona, lo que los italianos llaman la ‘buona battaglia’. Pero se trata siempre de un esfuerzo para hacer algo positivo, no para robar o convertirse en un haragán. Después, esa palabra adquirió un significado especial dentro del islam y, a menudo, se usa también con el sentido de guerra santa. En Europa se interpreta únicamente de ese modo porque se desconoce su sentido espiritual. Conozco tres curas con ese mismo nombre y uno de ellos es obispo, de modo que se trata de un nombre habitual en nuestra cultura».
El Programa de Recompensas por la Justicia llegó incluso a ofrecer cinco millones de dólares por información sobre la red ISIS responsable del secuestro de los clérigos cristianos Maher Mahfouz, Michael Kayyal, Yohanna Ibrahim, Boulos Yazigi y Paolo Dall’Oglio. Nos interesamos, por supuesto, por el «fratello Paolo» y el abad Yihad nos dice que nadie sabe si sigue vivo o está muerto.
«No han podido darnos una información fiable. El estado italiano, el Vaticano, la Iglesia de Siria, la familia y mucha gente han rezado por él y han tratado de averiguar qué sucedió pero no nos ha alcanzado ninguna noticia nueva. Cuando el arzobispo se refirió a su martirio, no se refería solo a la posibilidad de que estuviera muerto. Podría estarlo. Es cierto que es muy probable que así sea. Pero tenemos la esperanza de que siga vivo. Es muy duro y muy doloroso para nosotros ese silencio negro sobre su destino, aunque estemos agradecidos por su vida y por sus enseñanzas; por todo lo que hizo por nosotros y por lo que continúa haciendo, presente como sigue en nuestros corazones. El que vive en Dios no muere».
Vista general del monasterio, completamente cercado por montañas salvo en la vertiente que mira al desierto.
Yihad Yusef tiene 47 años y nació en lo que él mismo denomina ‘el valle de los cristianos’, que es una zona rural situada entre el mar y la ciudad de Homs. Creció en el seno de una familia maronita, que es como se denomina a una de las veinticuatro iglesias que conforman la religión católica. Se rigen por la tradición antioqueña y tiene al siriaco occidental como lengua litúrgica, junto al árabe libanés.
«Senti mi vocación cuando tenía 19 años, en 1997. No había electricidad en aquel tiempo, y después de una misa, estando en la penumbra, en una atmósfera de recogimiento espiritual y de oración, en un lugar del templo tan solo iluminado por las tenues luces de las velas, sentí a Jesús invitándome a convertirme en monje del monasterio de Mar Musa. Aún me tomó algún tiempo consumar esa decisión porque estaba en mi primer año de universidad y, si bien yo era partidario de dejarlo ya todo, tanto mi familia como Paolo insistieron en que terminara mis estudios. En agosto de 1999 vine por fin al monasterio». De no haber terminado siendo monje, hubiera sido profesor de Educación Física. Siempre le atrajeron la vida sana y los deportes.
Nadie se imaginaba cuando Yihad se mudó a Mar Musa lo que estaba por venir: una revolución frustrada contra la dictadura de los Assad en la que el propio Dall’Oglio se puso del lado de los demócratas rebeldes; una sanguinaria guerra civil alimentada por los mercenarios enviados por el Kremlin y la irrupción del rostro más radical y criminal del islamismo que encarnó el Daesh al extenderse como un engrudo negro por parte de Siria y de la vecina Irak. Nunca los monjes ni las monjas abandonaron ese monasterio aunque disponían de los recursos para ponerse a salvo en Europa. Ahora hay tres monjes, cuatro monjas y un novicio, además de un postulante.
«Ni nos sentíamos héroes ni queríamos retar a nadie«, nos dice Fray Yihad. «Tampoco queríamos convertirnos en estúpidos mártires. Nos quedamos en solidaridad con los cristianos y los musulmanes que no podían salir corriendo. Estábamos cercados por todas las facciones en liza. En lo alto de la colina, tanto al sur como el norte y el oeste teníamos a los rebeldes y los grupos revolucionarios. Y en el este se hallaba el Ejército de Siria. Lucharon entre ellos pero nunca se ensañaron con nosotros ni hirieron a uno de los nuestros. Afortunadamente, el Daesh no fue capaz de llegar hasta aquí. El resto de los contendientes venían a veces a visitarnos y los recibíamos siempre como a huéspedes, pero nunca nadie ocupó el monasterio, tal y como ocurrió en otros lugares. Todos nos respetaban, muy especialmente cuando teníamos que ir a la ciudad y atravesar sus checkpoints«.
Es conocido el cenobio por estos famosos y antiguos frescos.
La belleza de ese cristianismo arcaico que irradia de las piedras con las que fue construido ese cenobio tiene al menos quince siglos de antigüedad. Tal y como ocurrió en todo Oriente Medio y el norte de África, las primeras comunidades monásticas eran, en realidad, lavras o lauras. Es decir, y por así decirlo, agrupaciones de ermitaños que vivían en cuevas y que se reunían al menos una vez a la semana en una iglesia (entendida en su sentido griego de ‘ecclesia’ o comunidad) o en una suerte de refectorio que situaban en el centro del conjunto de grutas. Otros cenobios orientales como Deir ul Zafaran (en la región turca de Tur Abdin) fueron también originalmente comunidades de eremitas cristianos que operaban de acuerdo a las tradiciones ortodoxas orientales de la iglesia jacobita o la asiria. Sus fronteras coincidían a menudo con la de los imperios bizantino y persa.
«Así es», nos confirma Yihad. «Empezó como un pequeño lavra de anacoretas y se mantuvo vivo desde el Siglo VI hasta 1703. Aquellos primeros eremitas vivían solos en cuevas. Rezaban, meditaban, hacían trabajos manuales y recibían a visitantes a los que daban consejo espiritual. Los sábados por la noche, hasta el domingo por la mañana, oficiaban misa y se reunían un rato con el resto de monjes, antes de volver a sus rutinas. Después el lugar se transformó en un monasterio y, por algún motivo no bien aclarado, se mudaron al Líbano a principios del Siglo XVIII».
«Personalmente, creo que lo que les obligó a dejar este lugar fue la falta de agua. Ahora tenemos dos pozos para el valle, pero en aquel tiempo dependían de la lluvia. Sea como sea, la vida monástica se detuvo durante 280 años. El padre Paolo pisó por primera vez este lugar en 1982. La restauración comenzó tres años después y en 1991, ya estaba funcionando nuevamente. Dall’Oglio lo refundó junto al monje Mourad, que hoy en día es nuestro arzobispo».
Las fotografías de la comunidad actual muestra a los monjes y las monjas a menudo con unos hábitos oscuros. Esas son las ropas, en realidad, que utilizan cuando salen fuera y en ciertos días señalados o en los actos oficiales. No están obligados a portarlas cuando abandonan el recinto. Puertas adentro usan prendas «albas«. Hay un regusto claramente romántico en todas esas postales de monjes orientales que evoca los sabores de un cristianismo, si no primigenio, sí al menos muy antiguo.
Fray Yihad, con su madre, muerta de Covid en 2021.
«Junto a las dos prioridades de la vida espiritual y el trabajo manual –lo que suele conocerse como el ora et labora de la regla de San Benito– añadimos una tercera: la de la hospitalidad abrahámica», nos aclara. «Recibimos en el monasterio a todo el mundo en el nombre de Dios. Y aunque no somos tradicionalistas, tomamos elementos genuinos de los Padres de la Iglesia y de la Biblia, junto a otros procedentes de la nueva espiritualidad inspirados por el pensamiento de monjes como Carlos de Foucauld«, un aristócrata militar que acabó convertido en cisterciense.
Hace no demasiado, plantaron una viña, aunque apenas se consume alcohol, ni siquiera vino, dentro del monasterio, y cuando excepcionalmente se hace, nunca es en presencia de convidados musulmanes. Crecen también en sus jardines y sus huertos almendras blancas y variedades de melocotones y otras frutas. Su comida es sencilla y, en su mayor parte, compuesta de vegetales y hortalizas. Sólo consumen carne una vez a la semana «porque desean estar al lado de la gente sencilla».
«Dejamos entrar a la modernidad»
A las siete y media de la mañana, desayunan. A veces se demoran una hora, si es día de catequesis. A las dos y media de la tarde comen y a las nueve y media, cenan. Sólo compran en las tiendas lo que no producen ellos. De su comunidad forma también parte un pequeño grupo de trabajadores. Hacen un queso muy salado cuando tienen leche y en la época de la fruta, fabrican mermeladas. Recolectan romero y salvia para sus infusiones y cultivan bellas rosas de Damasco.
«Tampoco somos fósiles», explica el abad Yihad. «Hemos dejado entrar la modernidad pero sin descuidar la tradición. La vida monástica no es un sacramento, sino un compromiso con la justicia, la pobreza y la obediencia. Nos levantamos alrededor de las seis de la mañana y tenemos un pequeño momento para rezar y leer. A las siete tomamos todos un café junto a los invitados, si los hay. Cuando no hay catequesis, desayunamos a las siete y media».
El padre Paolo (i), antes de su muerte, con Fray Yihad, actual abad del monasterio.
«Después del desayuno, trabajamos. Algunos lavan platos. Otros van al huerto o arreglan las habitaciones. Hacemos candelas y rosarios. A las doce recibimos gente y tenemos un pequeño momento de oración. Comemos con los trabajadores y después de la comida, tenemos tiempo libre. Algunos se van a caminar, otros leen y hay quien se va a dormir o hacer trabajo de oficina. A las ocho y media tenemos una misa diaria en una atmósfera similar a la de la Última Cena de Jesús. La de los domingos es a las ocho y es mucho más solemne. Es entonces cuando sacamos todos los paramentos, los inciensos, los ventiladores y las herramientas litúrgicas especiales».
Yihad cree que atribuir la fundación del monasterio de Moisés el Abisinio, hijo de un rey de Etiopía, es en realidad una leyenda popular. Hay distintas teorías acerca del origen de ese nombre y una sugiere que lo de «abisinio» guarda relación con el origen de los regalos que realizaron en aquella época los monjes del Líbano. El Moisés al que hace referencia el nombre era un ladrón de Egipto convertido al cristianismo durante el siglo IV.
Fray Yihad supervisa unos planos con un trabajador del monasterio.
Aunque hay una pequeña comunidad de cristianos en los pueblecitos que salpican las montañas del Nebek, el grueso de los habitantes de la comarca son piadosos musulmanes con los que dicen mantener unas excelentes relaciones. Hay diecisiete kilómetros por carretera a la ciudad más próxima, de modo que el lugar sigue siendo uno de los monasterios más aislados «y salvajes» del planeta. Sus únicos vecinos son los pastores de ovejas y cabras. Pueden ver el sol naciente pero no el crepúsculo y las únicas luces que se aprecian en lontananza desde intramuros del monasterio son las de los cuarteles militares del ejército de Assad.
«Estamos rodeados por las montañas al sur, al norte y al oeste, y abiertos al desierto por el este. Tradicionalmente, para acceder a Mar Mosa había que caminar un kilómetro y medio, ahora depende de dónde estaciona uno su coche. No hace tanto que no había tan siquiera ni electricidad. Y sí, definitivamente, aceptamos visitantes. Algunos vienen para meditar sobre su futuro o alentados por el deseo de experimentar estas soledades o de profundizar en su vida espiritual. Hay también grupos que organizan retiros espirituales y también les ofrecemos esa posibilidad».