Gobernante despótico durante más de 30 años, un golpe de Estado de los Jóvenes Turcos le convirtió en prisionero. Zülfü Livaneli recrea con profundidad psicológica las luces y sombras de Abdülhamid II, muy popular en la Turquía actual. «El nacionalismo quiere resucitar un imperio ideal que nunca existió»
ANDRES SEOANE / La Lectura
El 27 de abril de 1909 Abdülhamid II, trigésimo cuarto sultán otomano y califa del Islam, fue encerrado junto a buena parte de sus numerosas esposas e hijos, y varios sirvientes, en la villa Alatini de Salónica. El día anterior había sido depuesto del trono por miembros del Comité de Unión y Progreso (CUP), la facción más importante de los Jóvenes Turcos, acusado de liderar una contrarrevolución que aboliría la reciente Constitución, reinstauraría la sharia -ley islámica- y disolvería el Parlamento y el Gobierno progresistas.
Trasladado en un tren nocturno y rodeado de ceñudos militares, el otrora todopoderoso gobernante, a quien nadie podía mirar a la cara y que había prohibido en todo su imperio el uso de la palabra «nariz», debido a su gran órgano facial, temía por su vida y la de su familia, recordando asesinatos previos en su longeva estirpe y magnicidios en muchos otros países.
Con las tribulaciones de Abdülhamid en esa primera y larga noche arranca la novela A lomos del tigre (Galaxia Gutenberg), un prodigio de introspección psicológica y erudición histórica en la que el cantante, político y escritor Zülfü Livaneli (Ilgin, Turquía, 1946) relata los años de cautiverio del sultán. Al tiempo que arroja luz sobre las profundas contradicciones de un hombre culto, sensible y progresista que fue también un déspota cruel y un tirano paranoico, el autor explora la naturaleza del poder, denuncia las oscuras maquinaciones de las potencias occidentales y, especialmente, reconstruye los últimos estertores de un Imperio Otomano que, de Moldavia al mar Rojo y de Croacia al golfo de Basora, unió durante más de 600 años a millones de personas de múltiples nacionalidades, culturas y religiones.
Del poder a la nada
«La época imperial todavía es un periodo surrealista para mí y para el pueblo turco, no tiene nada que ver con la Turquía de hoy, aunque el actual Gobierno intente ponerlo de moda de forma interesada», explica Livaneli a La Lectura desde Estambul. La popularidad de las series de televisión sobre el Imperio Otomano ha crecido significativamente en los últimos años en Turquía, y el gobierno de Erdogan ha alentado la nostalgia por la grandeza perdida en una suerte de neo-otmanismo con ramificaciones religiosas y arabistas.
A lomos del tigre
Zülfü Livaneli
Traducción de Rafael Carpintero. Galaxia Gutenberg. 336 páginas. 22 € Ebook: 13,99 €
Puedes comprarlo aquí.
«Decidí adentrarme en este personaje para contar su vida de forma objetiva, sin hacer apología política de tal o cual ideal, porque me fascina su historia. Imagina ser dueño de todo, disfrutar de poder absoluto durante 33 años y, de pronto, perderlo en una sola noche. ¿Qué se le pasa a uno por la cabeza?», se pregunta el escritor, que confiesa que se ha inspirado en cierta medida en los retratos de dictadores de los grandes escritores latinoamericanos, «especialmente en El otoño del patriarca y El general en su laberinto, de García Márquez».
«Imagina disfrutar de poder absoluto durante 33 años y perderlo en una noche. ¿Qué se le pasa a uno por la cabeza?»
Si bien es cierto que Abdülhamid lo tuvo todo y gobernó con mano de hierro más de 30 años, también lo es que heredó un imperio en franca descomposición. Justo el año antes de subir al trono, 1876, las presiones nacionalistas estallaron en los Balcanes, donde se produjo una la insurrección de Bosnia-Herzegovina, una guerra con Serbia y Montenegro y la llamada Sublevación de Abril en Bulgaria, que fue reprimida con enorme crueldad, lo que espantó a los países europeos. Todo ello sumado al atraso tecnológico y comercial del país y a unas finanzas en bancarrota conducirían al derrocamiento de su tío Abdülaziz I, asesinado poco después, aunque su muerte se hizo pasar por un suicidio.
Paranoia imperial
Al año siguiente, en 1877, ya con nuestro protagonista en el trono de la Sublime Puerta, estalló la enésima guerra ruso-turca que terminó en un desastre para el imperio. En este contexto, el monarca decidió abolir la Constitución recién promulgada y volver al absolutismo, pensando que jamás podría poner de acuerdo a un Parlamento formado por tantas etnias y religiones. El creciente descontento y la debilidad del país, que veía desgajarse regiones como Egipto, Túnez o las islas de Creta y Chipre que reclamaba Grecia, independiente desde los años 30, y cuya economía y comercio estaba en manos de Rusia, Francia y Reino Unido, condujeron al sultán a mantener un férreo control basado en la censura y el espionaje y a desarrollar una intensa paranoia que le hacía ver por todas partes intentos de asesinato.
«Es algo típico, todo el mundo tiene miedo del dictador, del sultán o del general, pero él le tiene más miedo a todo el mundo. A sus ojos, cualquiera puede ser un enemigo y matarlo a él y a su familia. Aunque es cierto que su paranoia fue grandiosa», explica Livaneli, que en la novela recrea anécdotas delirantes de todo tipo, desde su costumbre de beber sólo de botellas cerradas hasta el día en que hizo requisar toneladas de atunes del Bósforo para comprobar si tenían veneno.
«Todo el mundo tiene miedo del dictador o del sultán, pero él le tiene más miedo a todos. Cualquiera puede ser un asesino»
«No es tan descabellado si piensas en cómo murió su tío o su ancestro Selim III, apuñalado en su habitación. Ciertamente la costumbre del fratricidio ya no existía, ya no se estrangulaba a los príncipes no reinantes, pero se los tenía encerrados de por vida. Crecer en ese ambiente fomenta pensamientos así, supongo», razona el escritor.
Una crueldad ¿inevitable?
Más allá de estas anécdotas, la novela está llena de detalles pintorescos de la vida del sultán. Por ejemplo, su profundo amor por las óperas europeas, que le llevó a tener un grupo de cantantes siempre disponible en su palacio de Yildiz. O su talento para la ebanistería, a la que se dedicaba con auténtica pasión, construyendo muebles admirables, llenos de compartimentos secretos, que aún se pueden admirar hoy en Estambul. También destaca su pasión por la poesía, que además escribía, por las novelas de Sherlock Holmes, a cuyo autor condecoró, o su manía de curarse con remedios caseros desconfiando de los médicos, si bien donó una importante suma a Louis Pasteur y envió médicos otomanos a formarse con él.
«Abdülhamid se crió en la familia más occidentalizada del imperio y, al contrario que muchos de sus predecesores hablaba francés y había viajado a Europa con su tío el sultán, siendo recibido en las cortes de la reina Victoria o de la emperatriz Eugenia, gran amiga de la familia. En cierta medida, implementó grandes reformas -modernizó las escuelas, abrió escuelas para niñas, ajustó la hora a la europea y comenzó a construir muchos ferrocarriles-, y siguió la línea de sus predecesores en cuanto a occidentalización«, destaca Livaneli.
En efecto, desde finales del siglo XVIII el imperio quiso adaptarse a la modernidad que venía de Europa, pero muchos sultanes se toparon con reacciones tradicionalistas que incluso les costaron el trono o la vida. «El gran problema era el islam, pues los ulemas y otras autoridades religiosas los acusaban de infieles y de no seguir los preceptos religiosos. Por ejemplo cuando su tío Abdülaziz viajó a Europa le hicieron unas
botas especiales que llevaban por dentro en la suela tierra de Estambul, para que no pisase países infieles», relata divertido el escritor, que asegura que esta anécdota esconde realidades peores. «Por ejemplo,
la imprenta tardó 300 años en llegar al imperio, hasta que se aprobó su uso. Es como si ahora un Estado prohíbe internet, un delirio».
«El problema era el Islam. La imprenta tardó 300 años en llegar al imperio, es como si ahora un Estado prohíbe internet»
En resumen, el escritor opina que el sultán, aunque reformista, «advirtió que no podría poner de acuerdo a un pueblo multiétnico en el que los nacionalismos empezaban a arreciar con fuerza y que mantenía en relativa paz a musulmanes, ortodoxos, judíos y católicos». Pese a este juicio positivo, sin embargo, Livaneli, que basa la novela en las memorias de Atif Hüseyin Bey, médico militar encargado de cuidar al sultán y su séquito en el exilio, no oculta la cara oscura de Abdülhamid, esa que le valió el apodo de «Sultán Rojo».
«En ciertos aspectos era un hombre cruel y arbitrario. Por ejemplo, mandó ejecutar a su gran visir Midhat Pasha y mantuvo durante décadas un elaborado sistema de espionaje y, especialmente, de delaciones a todos los niveles que volvieron la vida irrespirable y condujeron a muchos a severas penas de muerte o exilio. La mayoría de la gente lo odiaba«, reconoce el escritor, que aunque apunta a que muchos de estos actos podían estar dictados por la lógica del poder y por la dura época de declive que tuvo que vivir, apunta un episodio imperdonable.
«Aún hoy se habla de las masacres hamidianas, que costaron la vida a casi 300.000 armenios. Ciertamente no había un componente racista, él tenía muchos súbditos de allí, médicos o arquitectos de palacio, pero la rebelión de los armenios, en plena Anatolia, se sumó a todas las de los Balcanes a las del norte de África, y la respuesta fue desproporcionada«, se lamenta Livaneli, que considera este hecho preludio del cruel genocidio de 1915, «culpa total del ejército de Jóvenes Turcos de entonces y mucho más cruel».
La traición de Occidente
Pero aunque Abdülhamid hubiera sido el sultán más amado de la extensa historia otomana, su imperio tendría igualmente los días contados. «Fue un político muy hábil, gran diplomático y negociador, que supo prolongar un Estado moribundo -no en vano llamado el «enfermo de Europa»-. Durante décadas tuvo a las potencias europeas enfrentándose entre sí y supo mantener a raya muchas de sus apetencias», defiende el autor, «fue como un lobo jugando con los cazadores«.
«Su época fue el otoño de los imperios, los que quedaban pronto desaparecerían, y el suyo era el más apetecible para Occidente»
«Su época fue la del otoño de los imperios, los pocos que quedaban pronto desaparecerían, y el suyo era el más apetecible. Un imperio que posee casi todos los lugares religiosos del monoteísmo -Jerusalén, La Meca, Medina, Egipto- incontables fuentes de riqueza petrolífera y todas las rutas de comercio con Oriente… Además, como una vez dijo Napoleón: ‘Si el mundo se convierte en una sola nación, Constantinopla será la capital'», parafrasea Livaneli. «Reino Unido, Francia y Rusia, y más tarde Alemania, deseaban conquistarlo, como terminó ocurriendo y recurrieron a todo tipo de guerra sucia, desde incentivar a los independentistas balcánicos y árabes hasta manchar en la prensa internacional la imagen del sultán, presentado como
un monstruo y víctima de grotescas caricaturas«.
En 1912, con toda la parte europea del imperio perdida y con la conquista de Salónica por parte de los griegos, Abdülhamid pudo volver a Estambul, donde vivió confinado en el Palacio de Beylerbeyi, que odiaba porque allí había muerto su madre cuando era niño. Un último regalo de su hermano, el ahora sultán Mehmed V, a quien había tenido a su vez prisionero en otro palacio durante todo su reinado. Aunque aún había un gobernante en el trono, su hermano -y tras el fin de la Primera Guerra Mundial su otro hermano Mehmed VI- sería simplemente un títere sin poder.
Reescribiendo la historia
Nadie puede decir qué sintió el sultán destronado al ver que en los escasos cuatro años de la Gran Guerra su antiguo imperio se desgajaba sucesivamente. «Por suerte para él, falleció en febrero de 1918, meses antes de que franceses, ingleses e italianos tomaran la antigua Constantinopla y de que se dividieran todo su territorio, el que quedaba, entre ellos y con Grecia, además de dar la independencia a Arabia y Armenia», explica Livaneli. «Desde que cayó la capital, ya no había posibilidad de continuar con el Imperio Otomano. Tras la Guerra de Independencia turca Mustafa Kemal -Atatürk- fundaría la República de Turquía, un Estado nación basado en ideas modernas y del que pronto desterró la religión como pilar nacional», rememora.
Desde hace años, Erdogan pretende denigrar la figura de Mustafa Kemal, el fundador del país, en su intento de reislamización y arabización»
Justamente ese tema es fuente de gran polarización hoy en Turquía, y uno de los motivos de Livaneli para recuperar la historia del viejo sultán. «Desde hace años, Erdogan pretende denigrar la figura de Mustafa Kemal, el fundador del país, y hay continuas fricciones con sus defensores. Frente al europeísmo de los kamalistas, Erdogan quiere arabizar Turquía y ha reislamizado mucho el país con nefastos resultados. Con este libro pretendo mostrar que la idea de occidentalización de Atatürk era la que ya tenían los últimos sultanes, la única posible. Es decir, que el camino, ayer y hoy, es mirar a Europa», reivindica el escritor, que asegura haber sufrido fuerte ataques en su país por parte de quienes quieren convertir a Abdülhamid en un héroe.
«Quieren sustituir una figura sagrada, Atatürk, por otra, Abdülhamid. El nacionalismo quiere resucitar un imperio ideal que nunca existió y utiliza todos los medios, últimamente la televisión y el cine para ello«, se queja Livaneli, que fue parlamentario en una legislatura (2002-2007) bajo los colores del Partido Republicano del Pueblo (CHP), el fundado por Atatürk, que abandonaría en 2005 por lo que a su juicio fue un cambio antidemocrático y chovinista. «Yo simplemente quise mostrar quién fue este hombre, con sus virtudes y defectos, aciertos y errores y, sobre todo, desenmascarar las mentiras que se cuentan hoy sobre él para adecuarlo al relato. La historia no se puede manipular para cambiar el futuro«, sentencia.
Fuentehttps://www.elmundo.es/la-lectura/2024/09/23/66eb0a33fc6c8353618b45b5.html