Con motivo del Festival de las Ideas, visita España y presenta «Gris», obra que analiza la histórica fuerza innegable de este color
CONCHA GARCÍA / La Razón
Dice Peter Sloterdijk que la filosofía es una sinfonía a su manera. No solamente por su naturaleza de combinar conocimientos hasta darles sentido, sino por algo que comparte con Wolfgang Rihm, su amigo y compositor recién fallecido: «Sus partituras eran obras de arte y nunca las corrigió, pero sí hizo varias versiones de sus sinfonías. Los filósofos siempre pensamos lo mismo, aunque tratemos temas diferentes». El autor alemán, de 77 años, publicó su primera obra, «Crítica de la razón cínica», en 1983, «y sigo aquí 40 después, con una evolución a mis espaldas». Lo afirmaba en el día lluvioso de anteayer, difícil especificar si en tono celebrativo o automatizado, con atuendo grisáceo y cierta amabilidad escondida tras su intelectual bigote. Visita la capital con motivo del Festival de las Ideas, certamen que viene facilitando estos últimos días el contacto entre los ciudadanos y la reflexión. ¿Es la filosofía atractiva? Sloterdijk opina que esta disciplina es hoy una cualidad espiritual más que un entrenamiento analítico, así como una forma de darle «una oportunidad a la lentitud y las de-saceleraciones» en esta caótica y sobreestimulada realidad.
Vivimos entre multitud de imágenes instantáneas y coloridas que luchan por alcanzar lo bello o la diferencia. Pero Sloterdijk analiza que estamos lejos de ese mundo multicolor que se impone –o nos autoimponenos– con las redes sociales, «porque si mezclas todos sus tonos el resultado se vuelve gris, al menos, a nivel metafórico». Un color que cuenta con más de 100 tonos, limitados por el blanco y el negro, y que le ha llevado a analizar la historia de la política, la filosofía, las artes, la mitología o la religión en el volumen «Gris. El color de la contemporaneidad» (Siruela). El punto de partida de este proyecto fueron unas palabras de Cézanne: «Mientras no se haya pintado un gris, no se es pintor». Lo mismo ocurre, afirma el pensador, con los filósofos. Define dicho color como lo equivalente a «lo impreciso, lo siempre igual, lo monótono, lo equívoco, lo que es un poco desagradable». ¿Nos convierte la cultura woke en una sociedad cada vez más gris? «La cultura moderna ha entrado en una especie de etapa final en la que no puede haber una innovación real», explica, «se recombinan todos los elementos dados con el pretexto de traer lo nuevo, y por eso vivimos una agitación permanente. Eso hace que, incluso en un mundo donde predominan los ‘‘United Colors of Benetton’’, te sientas gris».
La insatisfacción del rock
En el volumen, el autor desgrana aspectos tan aparentemente dispares como las excursiones de Kafka por los corredores de una justicia oculta –el gris, dice Sloterdijk, «es el color de la burocracia, de las oficinas»–, o cómo el socialismo derivó durante el siglo XX de un rojo intenso hacia un gris «muy triste. El rojo ha perdido su luminosidad y convertido en una de las más de cien tonalidades de gris, lo que hace que el socialismo haya perdido su atractivo. Toda la mitología de que Oriente es rojo ha desaparecido por completo, con la paradójica excepción de China». Analiza, asimismo, la hegemonía del gris en la historia de su país, pero no por ello se confiesa preocupado ante el ascenso de la AFD: «La historia alemana contiene la prueba de que esta forma errónea de votar puede tener consecuencias desastrosas», valora, y relaciona el crecimiento de la ultra derecha «con una forma profunda de descontento. Hoy en día las personas buscan ser importantes y no deben soportar la comprensión de que apenas lo son». Saca, en este sentido, su lado más rockero, y asegura que «aún estamos atrapados en los años 60, cuando los Rolling Stones proclamaban ‘‘I can’t get no satisfaction’’. Esa es la realidad de hoy. La mayoría de la gente vive insatisfecha».
Y asegura que basta con entrar en un taller de imprenta o en una tienda de pinturas «para encontrar los matices del gris. Ahí reside el reino de los terceros valores», explica Sloterdijk. Ni blanco ni negro, sino que vivimos en un mundo donde «impera la moralidad de la grisura». Defiende, también en el libro, que nunca se debió tildar a la fotografía en su origen como blanco y negro, «pues antes de la Kodak Color mostraba un mundo de grises. La fotografía introdujo una forma moderna de ver. De repente, las cosas sin importancia llegaron al campo de visibilidad».
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Y ello nos lleva a una ética actual que evita juicios atrapados por la dualidad de los extremos. Nada que temer tiene dicha moral ante la Inteligencia Artificial: «Estamos en el umbral de un nuevo capítulo en la historia de la inteligencia», define, «pero yo ya era una IA antes de que nadie hablara de esto. Ya somos bastante artificiales como seres vivos parlantes. Mi consejo está en desarrollar más la autoestima».