Seb Falk firma un ensayo que, apoyado en los grandes avances en la ciencia de entonces, da luz a un periodo menospreciado por capricho de la Ilustración
John Westwyk dibujó las bases sobre las que, seis siglos después, se creó el ordenadorLR
Julián Herrero / La Razón
Los focos de la historia que nos narra Seb Falk son para John Westwyk, un monje benedictino inglés de la segunda mitad del siglo XIV, que tras años estudiando la ciencia se convirtió en un notable astrónomo medieval. «Es perfecto porque combina cualidades normales con inusuales», presenta. Aunque se puede reconocer que su figura, aunque representativa de la idea a desarrollar, es casi lo de menos. Es una suerte de peón –repito, nada despreciable– sobre el que el investigador de la Universidad de Cambridge levanta «La luz de la Edad Media» (Ático de los Libros), estudio con el que pretende limpiar todo ese polvo y paja que parece haberse amontonado entre los años 500 y 1500. Un volumen que sigue la estela de un artículo titulado «La edad de la libertad», en el que, hace ya diez años en este mismo diario, Luis Suárez profundizaba en la historia para dejar claro que «el germen de muchas de las bases actuales se desarrolló durante esta época».
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Diez siglos de vida y de mucha actividad sobre los que, principalmente, los ideales de la Ilustración cayeron como una losa y nos los creímos, pues no hace falta ser un gran estudioso para desarrollar una imagen de la Edad Media en nuestras cabezas. Pocos serán los que no visualicen Ávila, Carcasona, Toledo, Bolonia o Granada hasta arriba de barro. Individuos sucios hasta en la Corte. Telas pesadas y mugrientas; y mejillas negras como si vinieran de limpiar hollín. Todo lo contrario a las películas sobre el esplendor de romanos y griegos donde las túnicas de estos parecen de estreno.
La imagen es gráfica entre la cara y la cruz –más allá de que el cine holywoodiense nos transmita una vez más una imagen irreal de la historia, como se repite de forma recurrente con la Leyenda Negra española–, y sirve como ejemplo del concepto que se ha ido transmitiendo sobre que la Edad Media fue un periodo de estancamiento e incluso de retroceso en la evolución de un hombre de brazos cruzados: una supervivencia al límite entre guerras y todo tipo de virus y enfermedades –por cierto, nada que no se vea hoy en día– que dio de lado a los avances, especialmente, científicos. Y es aquí donde comienza la cruzada de un Seb Falk que visitaba esta semana Madrid para desmontar esa falsa impresión de que el Medievo fue oscuridad: «Es un mito», zanja nada más iniciar la conversación.
Asume el británico que «por supuesto que tras el Imperio Romano llega un periodo de inestabilidad y violencia. Incluso se podría decir que baja el modo de vida». No hace ni el intento de ocultarlo. Es directo, «pero incluso en esa situación le debemos mucho a la Edad Media»: el astrolabio, las horas canónicas, las tablas alfonsíes las artes liberales, los números arábigos, el calendario gregoriano, mapas más precisos, las gafas…
Y es por esos vericuetos por los que se cuela el bueno de John Westwyk para alumbrar la Edad Media de la mano de Falk. Dibujen al hombre en sus mentes como gusten porque, además, «es poco lo que se sabe» de sus primeros años de vida, apunta el autor. En ocasiones, «es preciso valerse de suposiciones». John era originario del lugar del que tomó el topónimo para su propio apellido, algo modificado, Westwick [al norte de Londres]: una aldea cercana a la abadía de San Albans, que a finales del siglo XIV era una de las instituciones eclesiásticas más destacadas.
Westwyk venía de familia de campesinos, por lo que viviría el inicio de la edad adulta labrando la tierra y cuidando el ganado, al tiempo que recibía su primera instrucción básica en la escuela que regía la propia abadía. «No resulta extraño que el joven John Westwyk se interesase desde muy joven por los misterios del cosmos», comenta Falk, así que, en torno a los veinte años, ingresó en San Albans para entregar su vida a servir a Dios y a desarrollar sus conocimientos de astrología. «La vida monástica se ofrecía como una alternativa vital muy estable para paliar la incertidumbre que marcaba la Inglaterra del siglo XIV (…) Al igual que el mundo agrícola del que provenía John, el ambiente monástico estaba estrechamente ligado y regido diariamente por los ciclos astrales. La herencia científica de la Antigua Grecia y Roma y el empleo de artilugios como el astrolabio, la dioptra o primitivos relojes de sol, ayudaban a estimar mejor el tiempo transcurrido en base al movimiento de estrellas y de planetas». En este campo destacó Richard de Wallingford, abad de San Albans antes de la entrada de Westwyk y «padre» de un reloj astronómico muy avanzado. «Marcaba con absoluta precisión –apunta el investigador– las horas solares». Otros elementos como el uso del calendario juliano, heredado de la tradición romana, se empleaba para establecerlos días del año y los meses, aunque en siglos posteriores sería sustituido por el calendario gregoriano.
Una cruzada fallida
John Westwyk continuaría sus estudios para ordenarse como sacerdote antes de marchar a Oxford. Sería con este salto con el que se acercaría al saber de Juan de Sacrobosco, erudito del siglo XIII de la universidad de dicha ciudad y nombre imprescindible para aquellos estudiantes apasionados por formarse en el conocimiento de los astros, como Westwyk.
Superada su estancia en Oxford, John volvería a la austera vida de San Albans. Su estatus ya era otro, ahora se dedicaría principalmente a una intensa labor de copista de libros. Siendo en 1379 cuando Westwyk deja su primera huella en el registro histórico con un trabajo que consistió en añadir varios diagramas a un tratado («Rectangulus») de Wallingford.
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Tres años más tarde de esa firma se produciría un episodio muy diferente para John. Con las cruzadas contra el islam ya demodé, lo cierto es que los sucesivos Papas siguieron convocando a la cristiandad a la lucha, aunque en esta ocasión el cisma entre cristianos por asuntos no espirituales: Urbano frente a Clemente; con Ricardo II de Inglaterra del lado del primero y con el monarca francés Carlos VI apoyando al segundo. Urbano ofreció una indulgencia a cada partidario que combatiera en su nombre, por lo que, de la mano del belicoso obispo de Norwich, Hennry Despenser, en diciembre de 1382 se proclamó una cruzada para marchar a Flandes. Formada por miles de reclutas y voluntarios, a esta expedición se unió también un gran número de clérigos, incluido Westwyk. Eso sí, «los motivos que le llevaron a enrolarse son un misterio», escribe Falk. El plan fracasó estrepitosamente, pero el monje pudo salir airoso y regresar junto a sus hermanos para continuar con sus estudios científicos y el perfeccionamiento de los diseños de sus instrumentos astronómicos.
Habiendo alcanzado ya una alta capacitación, en 1393 dejó constancia en pergamino del resultado de su trabajo en un manual científico titulado «La computadora de los planetas», donde explicaba la invención y el uso de un nuevo «equatorium» diseñado y perfeccionado por él mismo, con el que poder calibrar de forma precisa las posiciones de los planetas en el cielo y representar sus movimientos. «Frente a futuros astrónomos mucho más influyentes, como Copérnico, la vida y obra del monje John Westwyk puede parecer poco importante. Sin embargo –definde Falk–, Westwyk formó parte de una bulliciosa conversación mediante la cual se comunicaron, cuestionaron y refinaron la astronomía.
La simple pregunta de a qué hora sale o se pone el sol sería impensable sin la inestimable colaboración de los científicos medievales. No obstante, «la mala fama empieza en el Renacimiento, cuando sus hombres querían jactarse de sus logros y descubrimientos. Era necesaria una Edad Oscura para que se pudiera hablar de “renacimiento” como tal».
Para Falk, una de las obsesiones de los siglos XV y XVI fue «descubrir y estudiar los textos humanísticos de los romanos que se escribían en latín; y en esas, demostraron que el latín medieval no era tan avanzado como el del mundo clásico». Por el contrario, reconoce que de no haber existido el periodo que estudia «hubiéramos perdido muchas ideas del mundo clásico sobre las que se ha construido el mundo moderno», como afirmó Suárez.
Pero, como dijimos al principio, fue en el Siglo de las Luces (XVIII), concretamente los protestantes, los que terminaron de dar la puntilla a ese «temible» periodo oscuro: «Promulgaron la idea de que la fe católica era supersticiosa», cuenta Falk.
UN LIBRO FUNDAMENTAL►
A Seb Falk no le gusta la utilización de la palabra «medieval» como insulto, pero hay algo que le enfada todavía más: «Que políticos, científicos y periodistas busquen ejemplos en el pasado, ya sean buenos o malos, para justificar sus propios actos». Asegura que pudo ver bien durante los debates del Brexit, «cuando mucha gente de ambos lados decían “esto es como la Reforma o como lo que hizo Enrique VIII”»… «Los políticos suelen justificarse con la Historia –continúa–, por eso es importante que existan los historiadores, para que afirmen si fue o no de esa manera. Hay varias formas de entender el pasado, aunque lo que no debería ser nunca es un almacén de ejemplos para explicar nuestros actos», comenta el autor de una obra que llega ahora a las estanterías traducida al castellano por Claudia Casanova, aunque hasta llegar aquí, trayectoria de «La luz de la Edad Media» se puede calificar de brillante: libro del año para «Telegraph», «Times» y «BBC History Magazines». Un libro «fundamental», dicen.