Jamás imaginé y menos deseé volver a vivir esto, pero pasó…
Por Itandehui Rodríguez / Monólogos de Ménade
@Itandehui_RoMa
Desde niña odio la navidad, tolero el año nuevo, pero en términos generales es una época que no me genera alegría. Para mí, la temporada es sinónimo de cosas malas. Dos de los eventos que se sumaron a mis traumas decembrimos y de inicio de año ocurrieron el 1 de enero de 1994 y ayer, experimenté un déjà vu por culpa del llamado Acosta Naranjo
Es más, por su culpa y de ahora en adelante así recordaré el 28 de agosto de 2024: Un déjà vu llamado Acosta Naranjo. Les explico.
Recuerdo perfectamente y estoy segura que varios de Ustedes también, la mañana de ese 1 de enero de 1994, me asomé por la ventana en casa de mis padres y vi que algo gris caía del cielo. La cochera estaba llena de una especie de polvo muy grueso, se veían como “hojuelas” cayendo en el exterior, fue la primera vez que vi la ceniza del Popocatépetl.
Cuando supe de qué se trataba, me dio mucho miedo, estaba chica, pero recuerdo perfectamente la sensación que me generó la posibilidad de una erupción. Años después supe que esa sensación se llama ansiedad.
Hoy… bueno, a todo nos acostumbramos. Hoy la ceniza solo me molesta porque me produce alergia en la piel, en los ojos y en la nariz.
El segundo evento que me ocasionó un trauma ese día, fue el levantamiento del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional.
Nunca fui una niña normal, me gustaba ver ECO Noticias desde los 7 u 8 años, por eso supe lo que estaba sucediendo.
La guerra había comenzado en México.
Imaginé todos los escenarios posibles, no porque tuviera una capacidad nata para el estudio de la teoría de juegos. Tampoco porque mis papás me llevaron a talleres para aprender a jugar ajedrez desde unos años antes, sino porque tengo de TDAH y los que padecemos ese trastorno tendemos a imaginar todos los escenarios posibles y concentrarnos especialmente en los catastróficos.
Pues eso pasó, imaginé todos los escenarios posibles para la limitada mente de una niña que cursaba la primaria. Todos me llevaron a un común denominador: muerte.
En mi cabeza quedó registrado que cualquier llamado a un movimiento como el zapatismo, es sinónimo de muerte. Y no estaba equivocada.
Ayer experimenté un déjà vu llamado Acosta Naranjo y mi mente voló.
Deberías leer: De víctimas a victimarios: la realidad de México.
Reconocí su valor, no cualquiera se atrevería a hacer lo que hizo.
Luego, recordé una entrevista que le hice hace más de un año, la plática fue larga y muy interesante.
Estabamos tomando una ‘Pacífico’ cuando le pregunté por qué López Obrador no lo había mencionado nunca en una mañanera —lo hizo hasta este año y en una única ocasión. Se quedó serio, hizo una pausa de unos segundos y me dijo que no sabía la razón.
Me quedó claro que Guadalupe sabe algo de Andrés y Andrés algo de Guadalupe, los años de lucha hombro con hombro generan complicidades, pero en varios casos, incluído el de ellos, convierte a los aliados del pasado en enemigos. Por eso solo Guadalupe podía haber hecho lo de ayer.
El llamado a tomar el Congreso y el Senado para impedir la toma de protesta de Claudia Sheinbaum en caso de que avance la Reforma Judicial no es más que una declaración guerra y va a significar muerte.
La resistencia, en cualquier país y en cualquier época de la historia, ha implicado lo mismo, siempre. Una reacción gubernamental y militar y, por ende, desaparciones forzadas, tortura, violaciones y todos los crímenes de lesa humanidad habidos y por haber.
Ese es el escenario catastrófico que domina mi mente en este momento.
Unos me dirán que exagero, otros que de por sí ya lo vivimos, pero lo que viene para México es malo y de nuevo, como aquel 1 de enero de 1994, sentí ansiedad, sentí miedo, pero además, una desolación tremenda.
¿Por qué nos permitimos llegar a este punto?