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Rebeldes, santas, reinas y conspiradoras: la (tremenda) historia de Roma en 21 mujeres poderosas | El Cultural

La historiadora Emma Southon publica un libro sobre figuras femeninas que tuvieron un papel clave en los grandes acontecimientos de la Antigua Roma.

Jean Siméon Barthélémy: ‘Tulia haciendo pasar su carro sobre el cuerpo de su padre’, 1765. Museo de Bellas Artes de Orleans.

ALFREDO ASENSI / El Cutural

Batallas, conquistas, política, reyes, generales, patricios, cónsules, filósofos, asesinos, senadores, oradores, emperadores. La historia de la Antigua Roma se suele contar a partir de estos referentes. De vez en cuando se menciona a una esposa o madre «para mostrar lo mal que pueden ir las cosas cuando las mujeres asumen el control».

Lo que plantea Emma Southon en su nuevo libro es «una historia revisionista de Roma con las Cosas Importantes relegadas a un segundo plano». Una historia «de todo aquello sobre lo que los historiadores y biógrafos romanos, todos hombres, nunca quisieron escribir».

Doctora en Historia Antigua por la Universidad de Birmingham, Southon propone en La historia de Roma en 21 mujeres (Pasado & Presente), con claridad, erudición y mucho humor (y a partir de fuentes como Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso, Casio Dion, Ovidio, Plutarco, Suetonio o Tácito), una relación de cortesanas, empresarias, guerreras, vestales, poetisas, ascetas, meretrices, reinas y mártires poco conocidas (salvo Lucrecia, que ha interesado a la literatura y las artes).[Roma, el Imperio de las Letras además de las armas]

Las aventuras y desventuras de estas mujeres invitan a una relectura de la historia romana a partir de un delicioso registro de lujurias, traiciones, intrigas, ambiciones, crímenes, adulterios, exilios, suicidios y conspiraciones. Y también de algún episodio edificante.

Tarpeya y Hersilia, «la traidora y la patriota»

El recorrido arranca, en los tiempos fundacionales de Roma, con Tarpeya y Hersilia, «la traidora y la patriota». Rómulo necesitaba poblar su ciudad. Y faltaban mujeres. Acontece entonces el rapto de las sabinas, una de las cuales es Hersilia, «la primera mujer con nombre propio que vivió en la ciudad de Roma», escogida por Rómulo como esposa. Y, por lo tanto, fundamental en la construcción de Roma, si bien para eso también hacía falta una mujer que casi la destruyera, Tarpeya, personaje un tanto desconcertante.

Emma Southon. Foto: Jamie Drew

Emma Southon. Foto: Jamie Drew

El caso es que, después del rapto, los sabinos asedian Roma para rescatar a sus hembras, y Tarpeya abrió deliberadamente las puertas de la ciudad y les permitió entrar mientras los romanos dormían, quizá fascinada por el oro extranjero. Una traidora que acabó aplastada por los escudos sabinos, que en principio eran su recompensa y en realidad fueron la causa de su muerte: «Secretamente, es la heroína de la primera guerra de Roma».

Y es que «todo fue culpa de una niña codiciosa corrompida por el lujo». La enseñanza a través de la paradoja (y de la moral). Luego interviene Hersilia, que aclara que, con los matrimonios y los hijos, todos, romanos y sabinos, somos parientes: no hablemos ya de guerra sino de asuntos familiares. Era la unión de dos pueblos separados: lo que Rómulo quería.

Tanaquil, la conspiradora

Comparece ahora la etrusca Tanaquil, que «llegó para cambiarlo todo y marcar el principio de un nuevo y magnífico periodo de la monarquía romana: el del caos de asesinatos e incestos». Con su esposo Lucumón marchó a Roma con la sensata intención de gobernarla. Lo hicieron, si bien Lucumón tuvo que mudar su nombre en Lucio Tarquinio Prisco, Tarquinio para los más cercanos.

Luego prepararon el terreno para Servio Tulio, hijo de una misteriosa mujer llamada Ocrisia, a pesar de que tenían dos vástagos propios. Como resultado de una historia en la que se mezclan intrigas, visiones, xenofobias, luchas, anarquías, augurios y mentiras, Roma ganó un rey innovador que creó su primer censo, dividió la población en centurias y reformó un poco el ejército. Tanaquil murió discretamente fuera de escena.

Lucrecia y Tulia, «la virgen y la puta»

Lucrecia fue una mujer de la alta aristocracia en la Roma de Tarquinio el Soberbio (510 a. C.). Es violada por Sexto Tarquinio, hijo del rey, y, después de contarles a su padre y su esposo lo que ha ocurrido, se suicida. Se niega a vivir sin honor. Su cadáver y su historia fueron expuestos públicamente.

Un suceso que pone de manifiesto la «podredumbre» de la monarquía romana, hasta el punto de que Tarquinio y su hijo se tienen que ir al exilio y Roma vislumbra una nueva etapa, la República, con Lucio Junio Bruto a la cabeza. Símbolo «de la inocencia mancillada y de la fortaleza de carácter», Lucrecia es un personaje que ha interesado a autores como DanteShakespeareTiziano o Rembrandt, o sea que algo tendrá.

Rembrandt: 'Lucrecia' (detalle), 1664. National Gallery of Art. Washington D. C.

Rembrandt: ‘Lucrecia’ (detalle), 1664. National Gallery of Art. Washington D. C.

Su ejemplo moral encuentra una contrapartida en la arrogante y maleducada Tulia, la esposa de Lucio Tarquinio (Tarquinio el Soberbio). Seductora del que era su cuñado y su primo, ambiciosa y adúltera, es el antimodelo de mujer ideal romana. Tulia y Lucio envenenan a sus respectivas parejas, se casan en secreto y organizan un golpe para acabar con el reinado de Servio. Con traición y violencia, Lucio Tarquinio llega al trono.

Para perfeccionar su depravación, Tulia también cometerá parricidio. Lucrecia y Tulia, una gran heroína y una gran villana, dos referentes fundamentales y antitéticos en el fin de la monarquía.

Rebeldes y conservadoras

Opia es una de las seis vírgenes vestales en activo en el año 483 a. C. Fue condenada por falta de castidad, arrastrada fuera del templo y mostrada como impura en público, encadenada, amordazada, humillada en procesión y encarcelada en una celda subterránea: un entierro en vida, aleccionadora fórmula de castigo con que los romanos, saturados de conflictos («la primera crisis múltiple de la República«), aspiraban a recuperar el favor de los dioses (lo repitieron con Urbina 11 años después).

Hispala Fecenia es «la confidente» en una Roma que, hacia 186 a. C., ya domina toda la península itálica y es una fuerza dominante en el Mediterráneo. Livio la define como scortum, «es decir, una ramera de baja estofa». Antigua esclava, destapó la Conspiración de las Bacanales, lo que provocó acciones represivas del senado contra los cultos báquicos, que atentaban contra el statu quo romano.

Clodia Metelli es «la Medea del Palatino», una de las grandes «chicas malas» de la historia de Roma: incestuosa y vengativa, encarna «todo el declive de la moral tradicional romana«. Vivió en las décadas finales de la República y fue una mujer poderosa e influyente hasta que Cicerón decidió destruirla, mostrándola como «ejemplo de desenfrenada degeneración sexual y moral», inspirado por las «mujeres monstruosas» de la tragedia griega. Clodia es también identificada con la Lesbia de Catulo.

Muy distinta es Turia, del bando conservador, los optimates, los amigos de Cicerón que querían como gobernantes a los mejores hombres y un regreso a los valores romanos correctos. Con su marido, Lucrecio, en la guerra civil (en apoyo de Pompeyo, derrotado por Julio César) y sus padres asesinados, tuvo que hacer frente a diversos contratiempos.

Se puso en peligro para facilitar el regreso a casa de Lucrecio, que en la siguiente guerra civil volvió a optar por los perdedores, Bruto y Casio, asesinos de César, por lo que fue incluido por el Triunvirato en una lista de conspiradores. Turia lo escondió, convenció a Octaviano de que le perdonara y con temeraria perseverancia logró que Lépido, el único triunviro que se hallaba en Roma, aceptara asimismo borrarlo de la lista. Cuando murió Turia, su marido le erigió un monumento funerario en el que grabó una laudatio. 

Julia César y el sexo en lugares públicos

De la época imperial, Southon, que es experta en asesinatos romanos (ha dedicado un libro a esta materia), selecciona a nueve mujeres. La primera es Julia César, hija de Octaviano (a partir de ahora, ya con título de princeps, Augusto). La vida le pedía que se comportara como una mujer romana ideal y que transmitiera el poder de su padre a través del matrimonio y la maternidad.

La casaron a los 13 años con su primo Marcelo, que no tardó en dejarla viuda. Augusto la entregó después a su colega Marco Vipsanio Agripa, con quien tuvo varios hijos para gozo del emperador, que a la muerte de Agripa designó como nuevo esposo a su hijastro Tiberio, lo que implicaba que Tiberio tenía que divorciarse de su amada esposa, Agripina Vipsania, hija mayor de Agripa e hijastra de Julia. Historias de Roma.

Tuvieron un hijo que murió pronto y, tras cinco años de matrimonio, Tiberio se fue de Roma. Y Julia, después de décadas de vida controlada, se descontroló. Se conoce que esta señora, que además de princesa era imaginativa, desarrolló una morbosa afición por el ejercicio de la cópula en lugares públicos y vinculados a los valores que defendía su padre, y con una variedad de acompañantes que alguien podría definir como sugerente.

Autores como Macrobio dejan constancia de una apetencia por el fornicio no del todo moderada. Esto provocó ira y vergüenza a Augusto, que había convertido la familia imperial, la Domus Augusta, «en una institución pública», en un modelo ejemplar de comportamiento y moralidad.

El asunto llegó al senado y Augusto exilió a Julia y le prohibió el vino y las visitas masculinas. Nunca la perdonó y la desheredó. Como casi todo lo empeorable acaba empeorando, su situación empeoró con Tiberio, sucesor de Augusto. Julia murió en el año 29 d. C., en el exilio, por causas naturales.

Cartimandua y Boudica, «la cliente y la rebelde»

Avanzamos tres décadas y nos desplazamos a la Britania conquistada por Claudio (que accedió al trono beneficiado por sus taras y porque se olvidaron de asesinarle) para conocer a Cartimandua y Boudica, que son presentadas por Southon como «la cliente y la rebelde».

Cartimandua fue una reina en el extremo septentrional de la isla que nunca entró en batalla y estableció una relación de colaboración con los romanos, a los que entregó al rebelde Carataco, complicidad que le valió el abandono de su esposo, Venucio. Acabó siendo derrocada y no se sabe qué pasó con ella.

En la acera opuesta, Boudica fue la líder de la revuelta contra el poder romano del año 60, al frente de una coalición de fuerzas de varios reinos del este y el sur de Inglaterra. Tácito y Dion promueven la imagen de una Boudica asesina y torturadora. Hasta que fue derrotada en la batalla de Watling Street. Sobre su muerte hay varias versiones. Cartimandua y Boudica: dos formas distintas de experimentar el Imperio romano.

Julia Félix, la empresaria pompeyana

El año 79 es el de la desaparición de Pompeya, arrasada por el Vesubio. Allí encontramos a Julia Félix como representante de esas mujeres del Imperio que no dejaron huella en el ámbito literario pero sí en el material, descubiertas gracias a la arqueología: «Mujeres del montón que se han vuelto especiales gracias a lo que se ha conservado de ellas».

Julia Félix era la propietaria y directora del complejo de ocio y restauración situado en la zona conocida como Regio II. Los hallazgos arqueológicos revelan que era una mujer independiente, soltera o viuda en el momento de la erupción y que pensaba en ampliar sus actividades a los siempre prometedores negocios inmobiliarios. Su complejo incluía baños públicos, tiendas y apartamentos.

Una emprendedora «astuta» que diseñó el conjunto «para hacer que lo caro pareciese natural«. Para que la clase media se sintiera rica durante medio día. Con una decoración sorprendente, colorista y centrada en la vida pompeyana. Lo más probable es que no lograra huir de las cenizas, llamas y rocas del volcán, pero no es seguro.

Sulpicia Lepidina, una dama en el campamento

Portada de 'La historia de Roma en 21 mujeres' (Pasado&Presente)

Portada de ‘La historia de Roma en 21 mujeres’ (Pasado&Presente)

La arqueología también ha proporcionado valiosa información sobre Sulpicia Lepidina, «la primera dama del campamento». Vindolanda era un espacio militar en el norte de Inglaterra al que, cerca del año 100, llega Sulpicia Lepidina como acompañante de su esposo, el prefecto Flavio Cerial.

Las tablillas de Vindolanda ofrecen muchos datos sobre la vida en los fuertes romanos auxiliares ubicados en los límites del Imperio. Y un ejemplo de amigas que se cartean: Claudia Severa invita a Sulpicia a su cumpleaños y Sulpicia la invita a que visite Vindolanda… También sus maridos se escriben. Dos familias amigas intercambiando invitaciones, saludos, propuestas, cumplidos y futilidades antes de los grupos de WhatsAspp.

Se ha descubierto incluso la lista de la compra de una celebración, con cantidades respetables de comida y alcohol (68 litros de cerveza celta y 46 de buen vino, junto a provisiones no cuantificadas de vino regulero: todo un magnus botellonus). Las excavaciones en Vindolanda demuestran que la vida de un fuerte romano «no tenía que ser espartana ni tristemente masculina».

Allí tenían cabida los juegos infantiles, las fiestas, la educación, la amistad, el amor, el confort, la socialización… También hay relaciones de objetos que la pareja se llevó para decorar su casa con buen gusto. Pero lo más relevante de este capítulo es que las cartas entre Claudia y Sulpicia suponen «un rayo de luz en el pozo insondable de la historia de Roma«. 

Julia Balbila, la poetisa

Ya era hora de que nos encontráramos con una poetisa. Y de que viajáramos al Mediterráneo oriental. Conocemos la existencia de Julia Balbila gracias a cuatro poemas que dejó escritos en la pierna izquierda de una estatua colosal del faraón Amenofis III, en Tebas. Julia pasó por allí en el año 130, como parte del séquito de 5.000 personas del emperador Adriano y su esposa Sabina.

En estos textos, firmados, se muestra provocativa, íntima y «discretamente narcisista», se burla del dios Memnón, expresa su soledad, se define como piadosa y pide a los lectores que la recuerdan como un ser especial.

Balbila pasó su vida en la corte imperial, dedicada a las artes, el mecenazgo y las amistades. Adriano le encargó poemas. Escribía en griego eólico, en la tradición de Safo, y Anthony Birley no duda en afirmar que tenía una relación lésbica con la emperatriz Sabina, mientras el emperador incurría sin excesiva discreción en concúbitos de alcance sodomítico.

Vibia Perpetua, la mártir cristiana

Entre finales del siglo II y comienzos del III vivió en Cartago la mártir cristiana Vibia Perpetua, que escribió en prisión su amarga experiencia: arrestada, juzgada y encarcelada por su fe. Y luego ejecutada y santificada. Se había enganchado con entusiasmo al cristianismo. Su historia es un ejemplo de resistencia a través del martirio y de que, «en la visión cristiana, una tortura y una muerte humillantes eran la consecución del éxito».

Julia Mesa y Julia Mamea, «madres de la raza humana»

En la misma época encontramos a Julia Mesa y Julia Mamea, «las madres de la raza humana». Nacida en Siria, de familia bien, Julia Mesa matrimonió con un soldado romano, Cayo Julio Avito Alexiano. Tuvieron dos hijas, Julia Soemia y Julia Mamea.

Ocurrió que Julia Domna, hermana pequeña de Mesa, se casó con el general romano Septimio Severo, que en el año 193 se convirtió en el primer emperador africano de Roma, por lo que Domna pasó a ser emperatriz (interesada en el arte y la filosofía) y Mesa, integrante de la familia imperial, con rango consular, ya que Avito fue cónsul.

A Mesa le gustaba la élite y las circunstancias que se sucedieron la llevaron a pensar en sus nietos como el futuro de la dinastía severa. Resumiendo: Severo fallece de repente y deja el trono a sus dos hijos, Caracalla y Geta, que como es lógico se odian. Caracalla elimina a Geta y luego es inopinadamente escabechado mientras defecaba. Al trono asciende un tal Macrino, que expulsa de Roma a Domna, que muere, y Mesa, que persiste.

Urde un plan para llevar a lo más alto a su nieto mayor, Vario Avito Basiano, más conocido, aunque tampoco mucho, como Elagábalo. Mesa empezó a propagar la especie de que Elagábalo no era sobrino segundo de Caracalla sino su hijo biológico (a partir de ciertos asaltos nocturnos a sus hijas que habría realizado el fallecido emperador, de cuya verosimilitud es lícito dudar), o sea, legítimo heredero del trono de Roma.

En realidad, Mesa inicia un golpe de Estado que acaba con la deposición de Macrino y la entrada de Elagábalo en Roma como emperador. En palabras de Edward Gibbon: «Roma fue finalmente humillada bajo el afeminado lujo del despotismo oriental». Por su parte, Julia Mamea tenía un hijo, Alejandro Severo, que fue adoptado por Elagábalo (obligado por Mesa) como heredero, para dar sensación de continuidad dinástica.

En un nuevo giro, Elagábalo fue derrocado y, más allá, decapitado, y Mesa se las apañó para, a través de un nuevo golpe, instalar a Alejandro Severo en el trono. Un año después, esta mujer de voluntad férrea que había coronado a dos gobernantes del Imperio por fin descansó. Y se convirtió en diosa, mientras Mamea asumía el control del reinado de Alejandro. Por supuesto, los dos fueron asesinados. Se iniciaba la crisis del siglo III.

Septimia Zenobia, la reina que desafió a Roma

De la Antigüedad tardía, la primera mujer seleccionada por la historiadora es Septimia Zenobia, «la Augusta usurpadora», a la que hallamos recién nacida en Palmira (otra vez Siria) hacia el año 240, 28 antes de que se proclamara emperatriz del Imperio romano y 18 antes de su matrimonio con un señor importante llamado Odenato, con el que fabricó varios descendientes, entre ellos Vabalato.Herbert Gustave Schmalz: 'La última mirada de la reina Zenobia sobre Palmira', 1888

Herbert Gustave Schmalz: ‘La última mirada de la reina Zenobia sobre Palmira’, 1888

Odenato avanzó tanto en su proyección política y militar que acabó dándose el título persa de rey de reyes, pero con lealtad al poder romano. O sea, que Zenobia ya es reina. Como resulta previsible o inevitable, Odenato es liquidado y Zenobia no se queda quieta: nombra a su hijo (de diez años) sucesor, con ella como regente. Y «fue socavando, sin prisa pero sin pausa, el alcance de la burocracia y el poder romanos en Siria y Mesopotamia«.

Era la líder o lideresa del Oriente romano, mientras el emperador Galieno no tenía tiempo de ocuparse del pulso que le estaba echando por los límites del poder imperial «porque estaba demasiado entretenido siendo asesinado por sus propios hombres«. Galieno fue sustituido por Claudio II, que extrañamente no murió pasaportado sino de epidemia, distracción que aprovechó Zenobia para hacerse con el control de la Arabia romana.

La ocupación de Egipto molestó especialmente al nuevo emperador, Aureliano, y comenzó una tensa escalada que llevó a Zenobia a darse cuenta de que era una enemiga del poder romano y a coronar a Vabalato como Augusto y coronarse ella misma como Augusta, representantes del poder imperial legítimo, mientras se preparaba para una batalla con Aureliano en Antioquía.

Perdió y fue capturada y juzgada, pero Aureliano hizo honor a su fama de clemente y le perdonó la vida. El comportamiento de Zenobia hay que entenderlo «en el contexto de un debilitado Imperio en Occidente y un Oriente en auge«.

Melania la Mayor, la asceta que no se lavaba

Avanzamos un siglo. Melania la Mayor llega a Roma en 363 procedente de Hispania con su hijo Valerio Publícola, que llegó a pretor urbano. Diez años después se embarca hacia Alejandría para llevar una vida de cristiana ascética. Fatigó desiertos, se vistió de esclava, fue encarcelada, regaló dinero, fundó un monasterio y un convento en el Monte de los Olivos de Jerusalén, rechazaba los ornamentos y la higiene.

Eligió vivir incómoda, en una dejadez que pudiera pasar por escandalosa, cuando no por repulsiva, pero en la que ella entreveía beneficios morales. Muchos años después volvió a Roma, donde seguía su hijo, con un séquito de mujeres santas. Su figura interesa porque fue «una de las primeras» que no tuvieron que escoger «entre decir soy cristiana y soy romana»: representa «el paso del Imperio romano al Imperio romano cristiano«.

Gala Placidia, «la última romana»

Para el final, Gala Placidia. Resumen de Southon: «Nació como princesa, se casó con un extranjero para forjar una alianza, enviudó, se casó otra vez con un general para asegurar su sucesión al trono, enviudó de nuevo, fue regente de su hijo menor, hizo construir algunos edificios, hizo de mecenas, tuvo una hija rebelde y agobiante y luego murió tranquilamente en su cama hacia los 60 años». Tras su deceso en el año 450 y el casi inmediato de su hijo Valentiniano III, «el Imperio de Occidente ya nunca estuvo unido bajo una sola familia«.

Poco que añadir, si acaso que Gala Placidia nació en Constantinopla, hija única del emperador de Oriente, Teodosio el Grande, que llegó a Roma alrededor de 395, que fue raptada por Alarico y se casó con su cuñado, Ataúlfo, rey bárbaro godo, y luego con el general Constancio, nombrado en 421 coemperador, y acabó gobernando el Imperio de Occidente como regente de su hijo Valentiniano durante 12 años.

La hija rebelde se llama Honoria y protagonizó la crisis final de la vida de Placidia. Lo mejor o lo peor que se puede decir de ella es que le propuso matrimonio por carta a Atila el huno. Pero esa es una historia que debe ser contada en otra ocasión. Placidia, para Southon, es «la última romana«. Una de tantas mujeres de la historia de la Antigua Roma que «solo estaban esperando ser escuchadas«.

Fuente: https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/20240817/rebeldes-santas-reinas-conspiradoras-tremenda-historia-roma-mujeres-poderosas/878662298_0.html

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