El asesinato del criminal, definido por la prensa como «poco policial», le costó a Pat Garrett su puesto, su carrera política y, a la larga, también su vida
MANUEL P. VILLATORO / ABC
Dos disparos fugaces sellaron el destino de uno de los forajidos más crueles de su era. ‘Bang, bang’. El 14 de julio de 1881, el sheriff Pat Garrett segó la vida de Billy ‘el Niño’ tras una persecución de película. Lo que no sabía el agente de la ley es que esas balas eran su pase particular hacia el averno. Aquella ejecución, definida por la prensa como brutal y poco policial, hizo que su popularidad se esfumara entre la sociedad y, a la larga, le costó su puesto y su carrera política. Desesperado, se exilió y se dio al alcohol para intentar olvidar la ingente cantidad de deudas que atesoraba.
Pero ni así consiguió huir de sus pecados. Sin amigos ni apoyos, acabó tiroteado en una carreta por un ganadero cualquiera. Al menos, según la versión oficial, ya que investigaciones posteriores han barajado la posibilidad de que su verdugo fuese un asesino a sueldo.
Turbulentos inicios
Patrick Floyd Garret nació en 1850 en Alabama y tuvo la suerte de ser criado en una próspera plantación de Louisiana. No era, en definitiva, un pobre muchacho sin dinero, como bien explica el divulgador histórico Gregorio Doval en su renombrada ‘Breve historia del Salvaje Oeste. Pistoleros y forajidos’. Con 19 años, tras la muerte de sus padres, se marchó del rancho familiar y encontró trabajo como ‘cowboy’ en Texas. A partir de entonces vivió del ganado y de la caza. Aunque las crónicas coinciden en que sabía defenderse y en que generaba respeto entre sus iguales por su alta estatura. Valga como ejemplo que, en 1879, acabó de un disparo con un irlandés con el que mantuvo una fuerte discusión.Noticia Relacionada
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Sus arrestos quedaron demostrados, pero le obligaron a marcharse hasta Nuevo México, donde abrió su propio ‘saloon’. Allí, el amor que ‘Juan el Largo’, como le conocían, profesaba por el póker le llevó a conocer a los pistoleros más famosos de su tiempo. Y entre ellos, a un joven Henry McCarty, a la postre conocido como Billy ‘el Niño’. Su afición por los juegos de cartas les unió hasta tal punto que aquellos que les conocían terminaron apodándoles ‘Gran Casino’ y ‘Pequeño Casino’ en alusión a su estatura. Algo que mencionó el futuro sheriff en su libro, ‘The Authentic Life of Billy, the Kid’, un éxito de ventas a finales de 1882.
«Me relacioné personalmente con ‘el Niño’ desde el estallido y posterior desarrollo de lo que ha venido a conocerse como ‘La guerra del condado de Lincoln’, hasta el momento de su muerte, de la cual fui el desgraciado instrumento en el desempeño de mi cargo oficial […] ‘El Niño’ tenía un demonio merodeándole dentro; se trataba de un diablillo jovial y amable, o de un demonio cruel y sediento de sangre, según cuáles fuesen las circunstancias. Las circunstancias favorecieron al peor de los ángeles y ‘El Niño’ cayó».
Los vaivenes de la vida hicieron que, en 1880, fuese nombrado sheriff del condado de Lincoln después de la dimisión del hombre que sentaba sus reales en el cargo. Por entonces este rudo personaje era miembro del Partido Republicano y había ganado ya cierta fama como pistolero. ¿Quién mejor que él? Lo que no imaginaba es que, poco después de colgarse la placa, iba a recibir el encargo más duro al que se enfrentaría jamás: atrapar a McCarty. Y es que, su amigo, más conocido ya como Billy ‘el Niño’, acababa de escapar de prisión tras eludir un cargo por asesinato. A cambio, eso sí, el gobernador de Nuevo México le ofreció la friolera de 500 dólares. Una cantidad nada desdeñable si tenemos en cuenta que comer en un saloon solía costar entre uno y dos dólares.
Atrapado y ejecutado
Los pormenores de la caza de Billy bien darían para elaborar una enciclopedia. Garrett, conocedor de las costumbres de los forajidos, comenzó su búsqueda en Fort Summer, Tuvo suerte, pues allí se dio de bruces con la banda del criminal. Para su desgracia, solo pudo atrapar a uno de sus compinches y su presa principal escapó. Aunque un recluso, poco antes de morir desangrado por el tiroteo que se produjo, le desveló dónde se hallaba el escondite de McCarty. El lugar señalado fue Stinking Springs. Dicho y hecho, Apenas unos días después, el sheriff dio caza al fugitivo. En un breve período de tiempo, la justicia volvió a condenar al joven criminal. Parecía que todo había acabado, pero no.
«Billy se volvió a fugar a punta de pistola, matando a dos de sus guardianes. Era el 18 de abril de 1881. Garrett salió de nuevo en su busca, esta vez decidido a que su antiguo amigo no volviera a dar más problemas», añade Doval en su obra. En un nuevo capítulo de esta extensa búsqueda y captura, el sheriff se dirigió hasta Fort Summer, donde descubrió que su presa se había escondido junto a un amigo de su juventud, Peter Maxwell. El círculo se cerraba. El agente de la ley armó entonces a su grupo y se dispuso a terminar con la vida de fechorías del forajido. Vivo, muerto, o lo que se terciase. El 14 de julio de ese mismo año, cuando ‘el Niño’ sumaba 21 primaveras a sus espaldas, arribaron hasta la región que se convertiría en su tumba.
El propio Garrett narró, de forma pormenorizada, cómo acabó con la vida de ‘el Niño’ en sus memorias. Al parecer, para dar por finalizadas las mil mentiras que estaban publicando los diarios. En sus palabras, todo comenzó cuando observó cómo un forajido sin identificar salía de un huerto en dirección a la casa de Maxwell. El agente se adelantó y llegó primero a la vivienda. «Era cerca de medianoche y Pete estaba en la cama. Me acerqué al cabezal de la cama y me senté a su lado, junto a la almohada. Le pregunté por el paradero del Niño. Él me dijo que era verdad que el Niño había estado por allí, pero que no sabía si ya se había ido o no», explicó nuestro protagonista en su obra.
En ese momento llegó hasta la estancia un hombre «sin sombrero», «descalzo o sin calcetines» y armado con un revólver y un cuchillo de carnicero… Garrett no reconoció a ‘el Niño’. «¿Quién es, Pete?», le preguntó. Pero no obtuvo respuesta. Lo mismo le pasó al forajido. El agente repitió: «¿Quién es, Pete?». Después de un breve silencio, la respuesta resonó por toda la habitación: «¡Es él!». «Saqué mi revólver lo más rápido que pude y disparé, arrojé mi cuerpo a un lado y volví a disparar. El segundo disparo fue innecesario: el Niño cayó muerto. No llegó a pronunciar palabra. Lo intentó, pero lo único que pudo emitir fue un leve sonido estrangulado mientras se debatía por respirar. Y así fue cómo ‘el Niño’ se reunió con sus múltiples víctimas», añadía Garrtett.
No se arrepintió de ello ya que, aunque su enemigo había declarado que no le guardaba rencor, también había hecho público que acabaría con su vida si se encontraba frente a frente con él.
Caída en desgracia
La muerte de Billy supuso una orgullosa muesca más en la Colt de Garrett. Aunque no produjo el mismo efecto entre los ciudadanos de los Estados Unidos. Según Doval, la sociedad entendió que el agente había asesinado a sangre fría a su preso, y no en el curso de una acción policial reglamentaria. La venganza institucional fue instantánea y le fueron arrebatados los 500 dólares establecidos como recompensa. Un verdadero desastre. Lo peor es que aquel fue tan solo el comienzo de su particular y extenso calvario.
La victoria sobre el forajido supuso, de hecho, su caída a plomo desde el punto de vista social y político. Para empezar, Garret no logró ser reelegido como sheriff después de que acabara su mandato. Por si no fuera ya bastante trauma, nuestro protagonista fue derrotado en las elecciones al senado de Nuevo México y, apenas un lustro después, perdió el puesto como agente de la ley del condado de Chaves. «Por entonces, su áspero carácter y los rumores sobre […] su forma de acabar con Billy ‘el Niño’ comenzaron a afectar de forma seria su popularidad», desvela el autor español en la mencionada obra.
Garrett, dolido, se marchó de Nuevo México, aunque volvió años después como detective privado para investigar los turbios tejemanejes de unos agentes de la ley protegidos por un poderoso juez local. Aquel podía haber sido su último éxito y entregarle en bandeja la aprobación social, pero nada más lejos de la realidad. Es cierto que el viejo agente logró reunir pruebas en contra de los acusados y los capturó, pero quedaron libres tras un extraño proceso judicial. Por entonces todavía gozaba de la gracia del presidente Roosevelt, pero no le duró demasiado. Para ser más concretos, su amistad se extendió hasta 1902, cuando una diferencia entre ambos le dejó solo.Noticias Relacionadas
Tras este duro golpe moral, Garrett se retiró a su rancho en Nuevo México. Olvidado, solo quería pasar sus últimos días tranquilo. Sin embargo, la necesidad de dinero le empezó minar el ánimo. «Mantenía una fuerte deuda fiscal y, además, se le hizo responsable subsidiario del impago de un préstamo en el que había avalado a un amigo. Se hipotecó gravemente para poder afrontar el pago de ambas deudas y todo acabó con una grave crisis personal, que le arrastró hasta la bebida y el juego lo que, a su vez, le llevó a caer en nuevas deudas», añade Doval. Una verdadera pesadilla.
Su mayor acreedor solo encontró una forma de que le devolviera el oro que le debía: alquilar parte de la finca en la que el viejo sheriff residía para que un rebaño de cabras de un pastor local abrevara. Y, como era de esperar, el enfado del agente fue descomunal.
Su caída a los infiernos continuó hasta 1908. Por entonces la forma en la que había asesinado a Billy le había granjeado el odio de una gran parte de los ciudadanos de los Estados Unidos. El 29 de febrero de ese mismo año fue su último día. Aquella jornada, Garrett se subió a un carruaje que le llevaría hasta Las Cruces. En el camino se topó con un jinete que dijo ser Wayne Brazel, el dueño del rebaño de cabras que había arrendado parte de su finca. Ambos se enzarzaron en una acalorada discusión que terminó cuando el pastor le descerrajó dos tiros, uno en el vientre y otro en la cabeza. Al menos, esta fue la teoría que se esgrimió a nivel oficial. Y es que todavía se baraja la posibilidad de que, en realidad, su verdugo fuera un pistolero a sueldo.