Los Periodistas

«Si queremos que sobreviva la democracia, es un deber cívico entender la cantidad de grises que entraña la vida» | ethic

Fotografía Julian Walton

Esther Peñas / ethic

La historiadora británica Sarah Watling reflexiona en su último ensayo a propósito de la cantidad de artistas, intelectuales, poetas y escritores que vinieron a España para participar, del lado republicano, en la guerra fratricida, especialmente mujeres. Hay algunas que ya forman para de nuestra memoria, como Simone Weil o Gerda Taro, pero fueron decenas más quienes acudieron a un país que apenas conocían para jugarse la vida y dejar testimonio de lo que ocurría. El resultado, más de cuatrocientas páginas apasionadas que llevan por título un verso de W.H. Auden, ‘Mañana, tal vez el futuro. Escritoras y outsiders en la Guerra Civil Española’ (Taurus).


¿Por qué una guerra como la española movilizó a tantos intelectuales a los que no les vinculaba nada en absoluto con este país y, sin embargo, se jugaron la vida (algunos la perdieron, como Gerda Taro)?

Eso fue lo que más me interesó. Este ensayo surgió de un largo proceso que se inició cuando, por casualidad, descubrí un panfleto escrito en 1937 por Nancy Cunard sobre la Guerra Civil. Ella apeló a numerosos escritores, que conocía y no, y les pidió que adoptasen una posición respecto al conflicto español, porque consideraba que no cabía la ambigüedad. Eso me sugirió muchas preguntas, por qué preguntar a los escritores sobre una cuestión bélica, qué autoridad tenían los escritores sobre el conflicto, escritores que ni siquiera eran españoles, quién era Nancy Cunard para preguntar eso y exigir a otros una postura… Cuanto más lo pensaba, más interesante me parecía el asunto. De alguna manera, se sentían testigos externos, eso es parte de la identidad de los escritores, pueden observar sin participar, observar desde la periferia, dar un paso atrás para contemplar la perspectiva completa de lo que sucede. Esa postura me parecía lo contrario a involucrarte en una guerra, esa tensión entre estar fuera, pero apostar por un bando me llamó la atención. Esta es una de las cosas que hacen muy específica la Guerra Civil Española. Las personas sobre las que escribo llegaban, en su mayoría, a España por vez primera, no sabían nada sobre su historia. Eso significaba que le podían imponer a la guerra el significado que quisieran. El conflicto generó un movimiento de solidaridad internacional que no se había visto de este modo nunca antes. La especificidad de lo que ocurría en España podía haber tenido algo que ver con las opiniones que venían de fuera, con la solidaridad de la unión.

«Durante la Guerra Civil Española, hubo un nivel de solidaridad entre la izquierda que no se ha vuelto a ver»

En el libro se mantiene la tesis conocida de que la guerra fue un símbolo contra el fascismo. ¿Qué supuso para estas mujeres que usted recoge el hecho de que ese fascismo venciera?

Sería muy difícil entender las reacciones de estas personas sin el contexto en el que se movía cada una de ellas. Son personas que no conocían el origen del conflicto en sí, pero que se movilizaron como el que más, personas exasperadas por la sensación de urgencia, por la frustración de que países como Italia o Alemania no hicieran nada. La pasividad internacional las angustiaba. No creo que ninguna de ellas dudase de la importancia de la guerra, no solo para los republicanos españoles, sino para toda Europa; la periodista Martha Gellhorn aseguró que había que acudir a España para detener al fascismo. Su paso por la guerra les arrebató la inocencia, pero lucharon y se comprometieron. Hubo un nivel de solidaridad entre la izquierda que no se ha vuelto a ver. Sylvia Townsend Warner, la escritora británica, por ejemplo, nunca se sobrepuso de la derrota. Muchas de estas mujeres la padecen como un dolor personal, propio. Poco después, además, estalla la Segunda Guerra Mundial, y regresa el desconsuelo entre los intelectuales. Para cada mujer es diferente, hay quien perdió la fe en lo que podía escribir para convencer al público, hay quien escribió con más ahínco. Lo interesante de estas mujeres es que tenían puesto el ojo en la posteridad, querían dejar sus testimonios para futuras generaciones. Sabían que el bando franquista borraría parte de la historia. Esto lo sabía muy bien Josephine Herbst, obsesionada por dejar un registro de la resistencia, por preservar ese trocito de historia; sacó inspiración y fuerza de ese sentimiento.

El ensayo se centra en tres focos, Madrid, Valencia y Barcelona (especialmente particular, por el POUM, la CNT…), ¿de qué dependió que estas mujeres recalaran en uno u otro territorio?

Parte del motivo es práctico. Para las periodistas era mucho más cómodo Madrid, para poder enviar las crónicas. No era fácil ser extranjero y desplazarte en una ciudad en guerra, salvo que fueras Hemingway. Para muchas de las mujeres que vinieron a la guerra, el punto de entrada era Cataluña, por eso muchas se quedaron en Barcelona, como Sylvia Townsend Warner, que no tenía una idea muy clara de lo que ocurría, pero para quien Barcelona era la confirmación de todo lo que quería creer sobre España. Mujeres como ella pensaban que toda España era Barcelona, pero no era así en absoluto, ese momento revolucionario era muy particular, y se reducía a esa provincia. Josephine Herbst se queda asombrada al comprobar el grado de violencia que se encuentra en Barcelona, y comienza a reflexionar sobre si a los españoles les hacía gracia el desembarco de los intelectuales llegados con sus ideas preconcebidas. Pero había un enorme componente romántico en la Guerra Civil, aunque la mayoría lo contemplaba como un conflicto sencillo, como una división entre quienes tienen razón y quienes no, pero el asunto era mucho más complejo. En la vida nada es así de sencillo ni tan fácil de digerir. Si queremos que sobreviva la democracia, es un deber cívico entender la cantidad de grises que entraña la vida.

«Lo interesante de estas mujeres es que tenían puesto el ojo en la posteridad, querían dejar sus testimonios para futuras generaciones»

Sorprende cómo en un conflicto como el de 1936, hubiera ese trabajo conjunto entre ellas y ellos, Nancy Cunard habla de una auténtica camaradería entre sexos.

Sí, cuando iba a salir el libro en Reino Unido se focalizó todo en ese aspecto, pero en realidad no quise nunca escribir un libro sobre las mujeres en la Guerra Civil Española, sino un libro sobre la solidaridad, en el que las mujeres no fueran una singularidad sino parte de. Nancy Cunard era mucho más que la amante de Aragon. Martha Gellhor era más que la esposa de Hemingway. Esto no es un libro sobre las mujeres en la guerra, sino del trabajo conjunto. Por otro lado, las mujeres no eran iguales que los hombres, había machismo, porque el mundo era machista, tuvieron que adaptarse a una realidad, es cierto que los republicanos e intelectuales tenían una mente más liberal, pero no las consideraban, en general, como iguales. Eran, eso sí, camaradas, compañeras.

Me interesa hablar sobre la ambivalencia de Virginia Woolf, para quien la palabra ya era la acción…

Esta es la cuestión, si escribir es una posición tan activa como hacer algo; su postura cambia. Se involucra mucho a partir de que su sobrino, Julián, se alista como brigadista. En los años 30 ese debate es muy candente, la función del escritor. Hablamos de una década en la que surge el fascismo, la gran depresión, el modelo comunista… Ella no pudo convencer a su sobrino de que no fuera a la guerra, no pudo convencerlo de que tenía razón, ella pensaba que era mucho más útil como poeta que como soldado. Cree que nada se logra sin pensamiento y sin palabra escrita.

Gerda Taro, Simone Weil, Salaria Kea, Jessica Mitford… ¿por cuál de las muchas mujeres que recoge el ensayo tiene especial querencia?

Es complejo… hay tanto de azar en cada caso… Me gustaría tomar un café con Josephine Herbst, hoy casi olvidada, tan luchadora y perseverante, nunca complaciente, tan íntegra… ella, por ejemplo, denunció que muchos intelectuales y soldados de izquierdas se iban al bar, pero dejaban a sus mujeres en casa, emulando valores burgueses. Para ella, la literatura estaba supeditada a lo político. La admiro, como admiro a las personas que se complican la vida.

Llaman la atención algunas ausencias en el libro, como la de Kati Horna, cuyo archivo fotográfico sobre la Guerra Civil Española es sorprendente…

Sí, hay algunas ausencias, era inevitable, muchas otras mujeres que me hubiera gustado incluir y que tuve que descartar, y otras, como Kati Horna, que conocí después de haber escrito el libro. Recogí aquello que más me llamó la atención.

«Creo que la función principal de los escritores es ayudar a entender el sentido de la vida»

Pienso en Ucrania, o Gaza. Cuesta imaginarse hoy en día a los intelectuales en las trincheras.

Es una cuestión delicada… hay algunos intelectuales ucranianos que están debatiendo sobre eso mismo, sobre si deberían escribir o hacer algo más práctico… hay un consenso tácito, eso sí, de no escribir ficción en estos momentos, hay quien trabaja como voluntario ayudando a refugiados… pero creo que la función principal de los escritores es ayudar a entender el sentido de la vida.

Un escritor, ¿ha de tomar partido político, como instaba a hacerlo Nancy Cunard?

Creo que, en determinados momentos, nadie puede ser neutral. Por ejemplo, ante el cambio climático, se nos acaba el tiempo.

Después de haber estudiado en profundidad un periodo de la historia de España, ¿qué opinión le merece este país a día de hoy?

No me atrevo a opinar, no soy quién, pero me parece que la Transición hizo bien las cosas, aunque ahora está la sociedad tan polarizada por algunos temas; me parece que esta democracia tiene muy buena salud.

Fuente: https://ethic.es/2024/08/entrevista-sarah-watling/

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