Los Periodistas

Opinión | Dignidad humana y experiencia del otro 

Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez

Introducción

Lo humano lo experimentamos de diversas maneras, en diversos momentos de nuestra existencia, ya de niños, ya de jóvenes, ya de maduros. A veces, para dirigirnos a lo humano, o para denotarlo, utilizamos los términos que nos ofrece el lenguaje, los cuales, como la mayoría de ellos, tienen varias significaciones. Lo humano, así, denota algo noble, sublime, valioso, solidario, humanizante. Muy humano, decimos de una persona que nos acoge, nos recibe, nos ayuda. Lo contrario es lo inhumano.

En el lenguaje ordinario, también decimos que lo humano es la otra cara de la moneda: la equivocación, el error, los fallos, incluso cierta inclinación al mal, o a dejar de hacer el bien, en suma, como se ha dicho, lo inhumano. Aquí hay una contradicción in terminis: lo humano es lo inhumano. Aunque hay que matizar, no tanto lo inhumano, cuanto lo imperfecto. Esa cierta inclinación a lo malo, a lo bajo, a lo inhumano, también lo experimentamos de alguna manera. El extremo son los campos de exterminio.

A partir de esa experiencia de inhumanidad, emergió con fuerza la necesidad de reconocer que el ser humano posee una dignidad propia, basada en su núcleo más profundo: el hecho de ser y de existir. La Declaración Universal de los Derechos Humanos ha sido la muestra más clara de esa conciencia, también común a todo ser humano, que buscaba resguardar ese núcleo, esa dignidad humana. Tales derechos brotan de esa fuente. El ser humano tiene dignidad por ser persona.

La Declaración mencionada es la referencia más cercana al principio de la dignidad inalienable de la persona humana, Piedra miliar en el largo y complejo camino de la humanidad y una de las más altas expresiones de la conciencia humana (1). El problema, sin embargo, es que han brotado malentendidos que alteran o eliminan el significado profundo de los derechos humanos consignados en dicho documento. Por lo que vale la pena recordar algunos principios esenciales sobre la dignidad humana.

Fundamento ontológico de la dignidad humana

Pese a una mayor conciencia de la dignidad humana, no deja de haber discrepancias sobre el concepto de dignidad y su significado. Para algunos es mejor hablar de “dignidad personal”, o de “derechos de la persona”, sobre todo manteniendo la premisa de que la persona lo es por su capacidad de raciocinio o su capacidad de elegir. Pero si la dignidad descansa en el conocimiento o en la libertad, se aprecia de inmediato que no todos los seres humanos estarían dotados de tales capacidades (2).

En efecto, el no-nacido, el anciano incapaz de juicio o decisión y los discapacitados mentales estarían excluidos de la dignidad. Con el cristianismo se plantea que la dignidad de toda persona humana permanece más allá de cualquier situación, porque aquélla le es intrínseca. “Una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado y situación en que se encuentre.” (3).

Ese hecho es la manifestación de su ser. Por tanto, está primero la realidad, la persona humana; luego, el conocimiento de la persona; y posteriormente el reconocimiento moral y jurídico. Sin esta referencia ontológica, tal reconocimiento dependería de valoraciones diversas, variadas y oscilatorias, es decir, arbitrarias. De tal manera que sólo por el reconocimiento de la dignidad intrínseca del ser humano se puede garantizar a tal cualidad un fundamento inviolable y seguro, desde el comienzo de su ser —en la concepción— hasta su final natural. Esto es: toda la existencia humana.

La única condición para que se hable de dignidad por sí misma inherente a la persona es que ésta pertenezca a la especie humana, por lo que, en tal horizonte, “los derechos de la persona son los derechos humanos.” (4). Lo relevante de estas tesis es que la dignidad humana descansa en el ser mismo de la persona y es la fuente de los derechos humanos. No dependen más que del hecho de ser, no del conocimiento ni del reconocimiento. Al revés,los derechos se basan en el ser de la persona humana.

Libertad humana, ¿fundamento de la dignidad?

Se suele abusar del concepto de dignidad humana para justificar la proliferación arbitraria de nuevos derechos (generaciones de derechos humanos, suele decirse). Muchos de tales derechos, a veces, son contradictorios a los derechos originales consignados en la Declaración Universal mencionada, concretamente al derecho a la vida. Si la dignidad la queremos fundamentar en una libertad aislada e individualista, luego ésta quiere imponer como derechos —pagados con recursos públicos— ciertas preferencias y deseos subjetivos. Los resultados son la arbitrariedad y la veleidosidad.

Otra faceta del subjetivismo que quiere fundar la dignidad humana es la identificación de ésta únicamente con el bienestar psicofísico del individuo. Pero volvemos al mismo problema: siempre habrá excluidos. Además, en este planteamiento hay una reducción de la dignidad a una parte de la condición humana que, por otro lado, no es la más noble, con todo y lo enriquecedor que pueda ser poseer una armonía psicofísica en lo individual: esto no fundamenta la dignidad humana en su dimensión auténtica.

La dignidad humana se fundamenta en las exigencias constitutivas de la naturaleza humana que no dependen de las arbitrariedades, veleidosidades ni oscilaciones del individuo ni del conjunto social (5). No es un asunto de opinión pública; ésta puede mandar al cadalso a personas inocentes; más aun, puede no reconocer su realidad de personas. La base de tal dignidad es la naturaleza humana común, de donde brotan los derechos y deberes humanos, y es la referencia objetiva y concreta para la libertad. Sin esto, la dignidad humana queda sometida a la arbitrariedad y al poder.

Relacionalidad de la persona humana

La dignidad humana, sub specie relationis, supera la concepción de la persona encerrada en sí misma, autorreferencial e individualista, como denotan ciertas modas de autoayuda para superar el estrés y la depresión. Es a veces fascinante construir castillos en el aire, sobre todo cuando se ha experimentado la dureza de la vida: el desamor, el desempleo, la muerte de un ser querido. La tentación es grande, la ilusión emerge con fuerza y el resultado es el desencanto.

La relacionalidad, en cambio, abre al otro para encontrarse a sí mismo.Me gusta mucho recordar esa historia que ya comenté en otro momento (6), sobre el rabino Eisek, que vivía en Cracovia: Soñaba constantemente con un tesoro debajo del puente de otra ciudad, Praga. Acuciado por la inquietud, decidió hacer la búsqueda. Ya en Praga, buscaba el momento oportuno para iniciar su cometido. Un guardia, al verlo inquieto, le preguntó qué buscaba. El rabino le contó su sueño.

Sin ocultar una sonrisa, el vigilante le dijo que él también había tenido un sueño: que en Cracovia, en una casa, debajo de la estufa, había un tesoro; pero que él no iba a hacerle caso a su sueño, sería una locura. El rabino Eisek se dio cuenta que se trataba de su propiacasa. Regresó a ella, cavó debajo de la estufa y encontró el tesoro que buscaba. El sueño le había llevado fuera de su casa y de su ciudad; otra persona, revelándole su sueño, le había indicado dónde se encontraba lo que buscaba.

La historia contada nos muestra algunos elementos de la antropología humana y de su estructura relacional. Ciertamente, la persona humana busca su tesoro, sueña con él, lo desea fervientemente, hasta que su corazón inquieto lo impulsa a ir por él. No importa que sea fuera de la ciudad donde vive, hay que salir de sí mismo. En esa salida, hay otros —como el guardia— que, desinteresados por sus propios anhelos, nos indican el tesoro que hay en nuestra casa, en nosotros mismos.

Ese tesoro es real, es la imagen de la dignidad humana. Pero a veces es preciso salir de nosotros mismos y que alguien nos diga indirectamente dónde está nuestro tesoro. La persona humana entendida como un sujeto autorreferencial, encerrado en sí mismo, capaz de crear sus propios valores —prescindiendo de las normas objetivas del bien y de la relación con los demás—, termina en la pura subjetividad y en el deseo volátil. El riesgo de tal actitud y concepción es no sólo el aislamiento, sino la renuncia a pertenecer a la comunidad (familia, escuela, trabajo, ciudad).

Cuando se concibe la libertad sin esa referencia objetiva del bien y de la apertura a los demás, los derechos y los deberes no se reconocen mutuamente para el cuidado de los unos por los otros. Entonces, se vacía el sentido original de la persona como don de sí y como acogida del otro (7). Pero entendiendo la dignidad humana como estructura relacional (sub specie relationis), brota por su propia naturaleza la capacidad de la persona de asumir responsabilidad y obligaciones hacia los otros (8).

Los otros son, en primera instancia, sus semejantes, pero también los demás seres vivos; incluso el cosmos entero. Ciertamente, hay una diferencia esencial entre el ser humano y los otros seres vivos, gracias a la dignidad humana. Este principio ontológico no debe hacernos olvidar que los otros seres vivos comportan una bondad creatural (9). Ellos existen no sólo en función del ser humano, sino con un valor propio que armoniza el delicado equilibrio de los circuitos de la vida y de la existencia.

Ese equilibrio ha sido confiado a los seres humanos para ser custodiado y cultivado. La dignidad humana de los seres humanos y la bondad creatural de los demás seres vivos y del cosmos entero son los polos de la vocación humana por excelencia: hacer de este mundo, en el espacio y en el tiempo, la casa común de los vivientes y de las condiciones para que su vida persista. Al propio tiempo, dicha dignidad denota el fin trascendente de cada ser humano: la plenitud de la persona más allá de la muerte.

Conclusión

Los seres humanos están llamados a respetar la dignidad humana en sí mismos y en sus semejantes, así como a respetar todo lo creado en sus leyes internas. La bondad y la perfección de toda criatura muestran la bondad y la sabiduría del Creador en grado superlativo. El ser humano debe respetar esto. Debe someter su propio poder (tecnocientífico) a este orden ontológico (del ser de lo real) y a la conciencia moral que siempre señala lo que es bueno y lo que es malo para dicho equilibrio. A final de cuentas, la vida humana no se sostiene sin las demás criaturas.

Lo anterior sería parte de un «antropocentrismo situado» como principio de una «ecología humana» (10). Ciertamente, el ser humano es la criatura más excelsa del orden natural (por su dignidad), pero esto no significa despotismo (aunque siempre hay el riesgo), sino responsabilidad, de sí mismo, de los demás —sus semejantes—, de todo ser vivo y de todo cosmos. Esa es la auténtica «maiestas», majestad, que implica el señorío sobre las cosas, pero a partir del señorío sobre sí mismo.

Citas:

(1) Francisco, Audiencia general (12 de agosto 2020): L’Osservatore Romano (13 de agosto 2020), p. 8, que cita a Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas (2 de octubre 1979), 7 y 2, y Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas (5 de octubre 1995), 2.

(2) Dignitas infinita, Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, 2024, n. 24.

(3) Ib., n. 1.

(4) Ib., n. 24; cita a la Comisión Teológica Internacional, La libertad religiosa para el bien de todos (2019), n. 38.

(5) Ib., n. 25.

(6) Fidencio Aguilar Víquez, “Mirarán al que atravesaron”, e-consulta, 28 de marzo 2024, https://acortar.link/rCd1aq. Ver la cita 1: Martin Buber, Khassidischen Bücher, citado por M. Elíade, Briser le toit de la maison, Gallimard, Paris 1985, https://acortar.link/CkO0k8.

(7) Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 19.

(8) Dignitas infinita, n. 27.

(9) Ib., n. 28.

(10) Francisco, Laudato si’, n. 69.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio