Las novelas ‘La Cocinera de Himmler’ y ‘La Catadora’ retratan las vidas de dos mujeres capaces de sobrevivir a las atrocidades de comienzos del siglo XX. Unos relatos hiperrealistas donde se siente de todo menos hambre
SARA CUCALA / GASTRO / El País
A sus 105 años, Rose quiso contar su historia: “Cuando pensé que iba a morir (…) decidí escribir mis ‘Memorias’ (…) Salí a comprar cuatro cuadernos de espiral (…) Intentar demostrar que no somos muertos vivientes y que todavía tenemos cosas que decir”. Así comienza La Cocinera de Himmler, del escritor y presentador francés, Franz-Olivier Giesbert: con una carta inesperada, unas ganas impetuosas de contar una larga y tortuosa vida, varias venganzas a tiro de una pistola Glock 17 y el recuerdo que rasca las heridas con fruición.
No es una novela gastronómica al uso. Es decir, no hay descripciones apetitosas a lo largo de la trama, solo menciones a platos aprendidos y referencias a pociones casi mágicas. Hasta llegar al final del libro, no existe recetario alguno. Entonces, a buen seguro, el lector sentirá de todo menos hambre y ganas de cocinar.MÁS INFORMACIÓNDiez libros de gastronomía que todo ‘foodie’ inquieto necesita
Esta es la historia de una cocinera, de esas como las de antaño, las que aprendían del oficio por pura subsistencia. Un relato en primera persona, sin tapujos, donde el deseo, el amor profundo, el asco y la dejación se dan la mano, como parte de lo que toca vivir. Una mujer fuerte por necesidad, testigo del horror del siglo XX: el genocidio armenio, los horrores del nazismo y los delirios del maoísmo. Desde 1915 a 2012. De Armenia a Francia. De Francia a Alemania. De Alemania a China. De China a Nueva York. Y de allí, de nuevo a Francia y Marsella, desde donde, sentada en la mesa de su restaurante La Petite Provence, comienza esta historia.
La novela está magistralmente escrita. Capítulos cortos. Un lenguaje llevado a la transparencia del recuerdo y una trama sujeta con los cimientos de la historia. Una partitura hiriente donde se salpican las notas de una vida libre de miedos que se permite bromear con la realidad, retozarse en los cuartos traseros de los graneros, vengarse, sin mirar atrás, de los que arruinaron su vida y la de los suyos, y ser, por encima de todo, una superviviente optimista y libre en todas y cada una de sus decisiones.
No hay ni un solo momento a lo largo del libro donde el lector pueda dudar de la historia. Aun preguntándose cómo acaba una armenia de familia humilde convirtiéndose en la cocinera y amante de Heinrich Himmler, cómo consigue alimentar al mismísimo Hitler o cómo llega codearse con las altas élites políticas e intelectuales del siglo XX. Un libro por el que figuran no solo nombres y apellidos reales de quienes participaron en las mayores atrocidades del siglo XX, sino de los intelectuales [también reales] que lucharon por poner freno a tanta desidia. Para responder a estas y otras preguntas, hay que sumergirse en la historia, descubriendo que, por encima de todo, Rose consiguió sobrevivir gracias a la cocina.
El libro te atrapa, te provoca y, en momentos, te hace sonreír. Te divierte el ingenio de la protagonista, su manera de sacar de la carencia un menú completo, capaz de enamorar a quien se le arrime. Así conquistó a Himmler quien la hizo suya, una cocinera privada capaz de crear unas pastillas que le aliviaban su mal de estómago, capaz de preparar los más deliciosos menús y capaz de enamorarle, como un niño exhausto ante su hipnótica belleza. La fama de la cocinera se corrió por toda Alemania, tanto que el mismísimo Hitler solicitó sus servicios para una cena especial. En este momento, Rose se adentra en la llamada “guarida del lobo”, ese cuartel general, al este de Polonia donde el Führer se reunía con los altos mandos, rodeado de huertos, de cocinas activas y salas secretas “Hitler se declaraba vegetariano en nombre del sufrimiento animal y evocaba a menudo, sobre todo en presencia de su amante, Eva Braun, gran carnívora, una visita a los mataderos ucranianos que lo había traumatizado”, aparece escrito en La Cocinera de Himmler.
Que la comida sea el mayor temor de un genocida no es nuevo. Habría que echarle un vistazo al originalísimo libro escrito por Witold Szablowski, Cómo alimentar a un dictador (OBERON) para llevarse una visión, al menos, diferente, de cómo han sido algunos de los grandes tiranos de la historia. “Somos lo que comemos”, afirmó el filósofo Ludwig Feuerbach. Y así es. El miedo de Hitler a ser derrotado por un simple plato de comida le movió no solo a elegir muy bien a sus cocineros, sino también a crear un grupo de mujeres, diez en total, que acudían todos los días a probar el menú que, una hora después, sería puesto en la mesa del Führer. Así aparece mencionado en La Cocinera de Himmler y también en otras dos novelas, La Catadora de Hitler, de V.S. Alexandre y La Catadora, de Rosella Postrino, ambas traducidas en España en 2019, e inspiradas en la vida de Margot Wölk, la última superviviente de este grupo de mujeres quien a sus más de 90 años decidió contarle al mundo su historia. Los platos que cada día comía, los abusos y maltratos que sufrió, el hambre y la tentación en mesas de abundancia. “La sala era grande; las paredes, blancas. En el centro, una larga mesa de madera ya puesta para nosotras (…) Las judías verdes estaban aderezadas con mantequilla derretida (…) El olor de los pimientos asados me azuzaba el olfato, mi plato rebosaba, no podía apartar los ojos (…) El strudel de manzana estaba tan rico que de repente los ojos se me llenaron de lágrimas (…) Entre las paredes blancas del comedor, ese día me convertí en una catadora de Hitler. Corría el otoño de 1943, tenía 27 años (…) El fragmento pertenece a La Catadora, de Postorino (Edición DeBolsillo), con el que consiguió los premios de literatura Campiello y Jean Monnet.