Los autores han desarrollado un modelo con 31 microorganismos que es capaz de identificar con más facilidad el autismo en niños.
Juan Rodríguez de Rivera / El Español
En los últimos años los científicos han encontrado varias asociaciones entre la comunidad de microorganismos que viven en nuestro intestino y nuestro estado físico y mental. En este sentido, la asociación entre la microbiota y el trastorno del espectro autista (TEA) ya era conocida por estos expertos, pero la revista Nature Microbiology ha publicado este lunes uno de los estudios más grandes que se han elaborado en este sentido.
En concreto, este último trabajo sostiene que tanto los componentes bacterianos como los no bacterianos específicos de la microbiota intestinal y sus funciones pueden contribuir al TEA en niños y niñas. «Que los niños con espectro autista tienen una microbiota intestinal diferente se conocía hace tiempo, pero la mayor parte de estudios se basa en el análisis del componente de bacterias y a nivel de composición taxonómica», explica Toni Gabaldón a Science Media Centre (SMC).
Gabaldón, que es profesor de investigación ICREA y jefe del grupo de Genómica Comparada del Instituto de Investigación Biomédica (IRB Barcelona) y del Barcelona Supercomputing Centre (BSC-CNS), destaca la buena metodología y el alto número de participantes con los que contó el estudio. En total, los autores del estudio secuenciaron muestras fecales de hasta 1.627 niños con o sin TEA de entre uno y 13 años en China.
El objetivo de la investigación fue observar los cambios en la composición de las bacterias intestinales en individuos con TEA en comparación con individuos neurotípicos, que no viven con TEA. Para ello, los investigadores analizaron estas muestras comparadas con datos sobre otros factores como la dieta, la medicación y otras enfermedades que los participantes podían manifestar. Finalmente, consiguieron identificar 14 arqueas, 51 bacterias, 7 hongos, 18 virus, 27 genes microbianos y 12 vías metabólicas que estaban alteradas en niños con TEA.
Patrones alimenticios
Pero, ¿cuál es el origen de estas diferencias en la microbiota? Según explica Mireia Vallès Colomer, jefa del Microbiome Research Group en la facultad de Medicina y Ciencias de la Vida de la Universitat Pompeu Fabra a SMC, un estudio de 2021 sugería que podía tener que ver con la alimentación. «Los niños y niñas con autismo a menudo presentan conductas de rechazo o evitación de ciertos alimentos, lo cual puede llevar a una dieta más restrictiva».
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Vallès confirma que el nuevo estudio, liderado por Siew Ng, vuelve a incidir en que la dieta se encuentra tras parte de las alteraciones del microbioma, «pero incluso después de controlar este factor, se siguen detectando diferencias». Para llegar a esta conclusión, Vallès explica que los autores del estudio volvieron a analizar datos de estudios anteriores junto a los de nuevas muestras, en las que había arqueas, virus y hongos, tipos de muestra que otros estudios suelen ignorar.
«Aunque la metodología presenta algunos puntos debatibles, los datos están disponibles públicamente, lo que permitirá a otros equipos verificar si llegan a las mismas conclusiones», explica Vallès. Por su parte, Ruth Ann Luna, directora de Metagenómica Médica del Centro del Microbioma del Texas Children’s Hospital y profesora asociada del Baylor College of Medicine en Estados Unidos apunta a que los valores que ha tenido en cuenta el equipo de Siew Ng son cruciales para estudiar la asociación entre TEA y microbiota.
Un modelo para identificar
Ahora bien, la científica sugiere que falta una pieza fundamental: «La única pieza que falta es un perfil conductual exhaustivo, que es especialmente importante a medida que comenzamos a evaluar cómo muchos de estos hallazgos se aplican específicamente a individuos con TEA severo o profundo», explica Luna. Finalmente, Ng y su equipo elaboraron un modelo que permite la identificación de personas con TEA de una manera más precisa en comparación con paneles anteriores de microbioma intestinal que se basaban en un solo reino de microorganismos, como bacterias o arqueas.
Se trata de un panel con 31 microbios y funciones que podría llegar a utilizarse en la clínica debido a que es fácil de reproducir. «El diagnóstico actual del TEA se hace en base a patrones de comportamiento que aparecen con el tiempo», explica Gabaldón. «Adoptar biomarcadores tempranos que pudiesen ayudar a detectar el autismo antes podría facilitar el inicio de terapias más tempranas. Si hay cambios metabólicos que influyen en la progresión de los síntomas y pudieran compensarse mediante dietas o uso de probióticos, la modulación de la microbiota se abriría como una puerta para nuevos tratamientos que mejoren algunos aspectos».