Nueva York ha prohibido los alquileres de Airbnb, Ámsterdam ha aprobado una moratoria hotelera, Venecia cobra cinco euros a los viajeros que no pernocten, París quiere vetar la llegada de autobuses turísticos, Palma de Mallorca limita los cruceros y Barcelona promete acabar con los pisos turísticos en 2028. Ninguna ha logrado frenar un fenómeno que está alimentando el rechazo al viajero
CARLOS MOLINA / El País
El turismo descontrolado que ha surgido tras la pandemia se ha convertido en un problema global que se reproduce con la misma intensidad en España que en otros grandes destinos como Roma, Venecia, Ámsterdam, París o Nueva York. Tasas, restricciones a los cruceros, moratorias hoteleras o la prohibición de plataformas de alquiler de pisos como Airbnb son algunas de las medidas aplicadas. Todas con escaso éxito, por ahora. Solo algunos destinos en el mundo han logrado corregir parcialmente esos problemas con medidas drásticas e impopulares. Japón fue pionera al eliminar toda la oferta ilegal en Airbnb bajo la amenaza de acabar con su negocio en 2018. Y Bután, un país con una superficie inferior a la de Extremadura, impuso una tasa prohibitiva de 200 dólares por turista y día, que rebajó a principios de este año a 100 dólares, para frenar la llegada masiva de viajeros. El pequeño reino del Himalaya se ha convertido en la única excepción global al turismo masivo, mientras Japón estudia nuevas medidas porque se ha encontrado con un fenómeno imprevisto: la debilidad del yen ha atraído una oleada de turistas que previsiblemente superará los 32 millones de visitantes de 2019, su récord hasta la fecha.
La pregunta parece obvia: ¿Se puede frenar el turismo? ¿Qué pueden hacer los grandes destinos para corregir la masificación? En España, Baleares lo ha intentado todo. Y casi todo ha sido en vano. Fue la primera autonomía que implantó en 2016 una ecotasa, cuyo importe varía de uno a cuatro euros por día; también fue pionera a la hora de congelar en 2022 el número de plazas de alojamiento tanto en hoteles como en viviendas; innovó al prohibir el alquiler turístico en edificios plurifamiliares, y también es la única comunidad donde un ayuntamiento, el de Palma, ha firmado un acuerdo con la patronal mundial de cruceros (CLIA) para limitar la llegada de estas embarcaciones al puerto de la ciudad. Ahora solo pueden atracar tres embarcaciones por día, de las cuales únicamente una puede tener capacidad para más de 5.000 pasajeros.
Pero, pese a estas medidas, entre enero y abril la llegada de turistas ha marcado un máximo histórico. En esos cuatro meses se han rozado los dos millones de viajeros, casi 205.000 más que en el mismo periodo de 2019. La plataforma Menys Turisme Més Vida ha convocado una manifestación contra la masificación turística en Palma el próximo 21 de julio. Jaume Pujol, portavoz de la organización, cree que a corto plazo es necesario imponer límites a los flujos turísticos. “La plataforma apuesta por regular el número de vuelos turísticos que reciben los aeropuertos, restringir aún más las llegadas de cruceros, limitar a los extranjeros la adquisición de viviendas y limitar la llegada de vehículos”, explica.
Los pisos vacacionales están en el punto de mira de los destinos, de la industria turística e incluso de los colectivos sociales. Todos los culpabilizan por un modelo que prioriza el crecimiento descontrolado y que ha restado derechos a la población. “Es necesario poner límites. En Canarias se ha pasado de 5.000 a 53.000 viviendas de uso turístico en tan solo un año”, recalca Eugenio Reyes, portavoz de Ben Magec-Ecologistas en Acción, una de las organizaciones más activas en las protestas que vivió el archipiélago a finales de abril. Reyes concentra las críticas en los nuevos propietarios y gestores de los activos: “El turismo en Canarias tiene 100 años de historia y nunca ha generado problemas de convivencia con los vecinos. El conflicto ha surgido con la irrupción de fondos buitre que hacen miles de viviendas de 21 metros cuadrados que por su tamaño no están dirigidas a la población residente, sino a los turistas”, denuncia.
El Ayuntamiento de Barcelona aprobó una moratoria hotelera en 2017, aún en vigor, que se sumó a la que desde 2014 pesa sobre las licencias de pisos turísticos. No ha bastado: la semana pasada anunció su intención de acabar con todas las viviendas vacaciones en cinco años. Este viernes aumentaba la apuesta: la ciudad subirá de 3,25 a 4 euros (el máximo posible) la tasa turística para todas las modalidades de alojamiento. Solo PP y Vox (seis concejales de 41) votaron en contra.
Repudio internacional
El rechazo a los pisos turísticos en España es equiparable a la situación que viven destinos internacionales como Roma o Nueva York. La capital italiana se ha convertido en una jungla de alquileres vacacionales, con 15.000 pisos autorizados, más los que actúan al margen de la ley. “El centro histórico vive una situación dramática, y esto se debe a que el Gobierno no nos permite bloquear nuevas aperturas en el sector extrahotelero, que siguen creciendo desmesuradamente”, ha clamado el concejal de turismo Alessandro Onorato en declaraciones al diario La Repubblica.
Nueva York siguió los pasos de Japón y prohibió el alquiler turístico en septiembre de 2023. Desde esa fecha, el negocio de los hoteles neoyorquinos va viento en popa y la Gran Manzana ha disfrutado de la mayor ocupación hotelera de los 25 principales mercados de Estados Unidos, con un 86,6% del total de la ocupación. Ese récord se alcanzó en diciembre, cuando la tarifa media diaria aumentó casi un 11%, hasta los 393 dólares, según el portal Travel Weekly. Al veto al alquiler turístico se ha unido la desaparición de 16.500 habitaciones por la conversión de uno de cada cinco hoteles de la ciudad en albergues para migrantes. La presión turística y la presión migratoria han convertido la búsqueda de alojamiento asequible en una tarea ardua y onerosa: el mínimo para una habitación correcta, sin más, supera los 300 dólares la noche.
“Las consecuencias de las medidas que se han tomado en ciudades como Nueva York ya se están viendo y son totalmente contraproducentes”, critica Adolfo Merás, presidente de Madrid Aloja, asociación que aglutina a 300 gestores con una cartera de 4.500 viviendas de uso turístico en la capital. “El interés turístico por la ciudad sigue intacto, lo único que se ha conseguido es que el precio de las plazas hoteleras se dispare y que la demanda de vivienda turística se desplace a otros núcleos urbanos cercanos, como New Jersey. De esta manera, se ha priorizado un tipo de turismo con mayor poder adquisitivo, eliminado de la ecuación al turismo familiar”, agrega. La tendencia restrictiva que ahora abandera Barcelona, sostiene Merás, profundiza un “sentimiento de indefensión” para el sector. “Nos hace pensar que acabaremos convirtiéndonos en una ciudad como Nueva York, con precios desorbitados en manos de grandes grupos hoteleros, desincentivando el turismo familiar y dejando solo la oportunidad de viajar a las grandes fortunas”, asegura.
Pero acceder a un alquiler asequible en muchas de estas ciudades se ha convertido en una quimera. Y en las protestas que han surgido recientemente en España contra la turistificación, desde las de Canarias hasta la de Málaga, este mismo sábado, la vivienda ha sido un elemento central. “Estamos intentando evitar desde hace siete años el levantamiento ciudadano que hemos visto en los últimos meses y que ha sido provocado por las viviendas de uso turístico, que han tenido un crecimiento insostenible e inaguantable para el residente”, recalca José Luis Zoreda, vicepresidente ejecutivo de Exceltur. Este lobby representa a empresas como Meliá, Riu, NH o Iberostar, y presentará un informe completo el próximo miércoles con propuestas de actuación para frenar ese rechazo.
Límites a los cruceros
Junto a los apartamentos vacacionales, el otro gran sector bajo el dedo acusador de la masificación es el de los cruceros. Venecia los ha reducido a la mínima expresión, Palma solo acepta tres al día y Barcelona, el principal puerto en Europa, trata de reducir las llegadas. “La resolución del conflicto entre turistas y vecinos depende de muchos factores. En Venecia, por ejemplo, había muchos cruceristas hace cinco años y ahora han quedado reducidos a la mínima expresión por las restricciones. Pese a haber casi desaparecido, la situación de congestión turística ha empeorado”, destaca Afredo Serrano, director de la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros en España (CLIA, por sus siglas en inglés). “Culpar a los cruceros del turismo masivo es un error, porque no representan más del 4% de los viajeros”, enfatiza.
Precisamente, Venecia ha implementado una de las medidas más novedosas para reducir la llegada de turistas, que consiste en aplicar una tasa de 5 euros que deberán pagar los visitantes de un día, es decir, los que no pernoctan en la ciudad. El proyecto está en fase de ensayo hasta mediados de julio, aunque en los primeros ocho días en vigor ya se superó la recaudación prevista para los tres primeros meses de prueba (723.000 euros), lo que sugiere que el objetivo de reducir las entradas no se ha alcanzado según lo esperado.
Ámsterdam, en cambio, ha apostado por un enfoque más integral con la puesta en marcha de un centenar de medidas dispuestas para lograr, dicen los portavoces del consistorio, una urbe “habitable, limpia y sostenible” sin culpar a los viajeros. En el caso de los hoteles, solo podrá construirse uno nuevo si antes cierra otro, pero los que ya están aprobados en planes anteriores (unos 20) seguirán adelante. En el caso de los cruceros, la terminal de pasajeros tendrá un solo puesto de atraque, y a partir de 2027 los barcos deberán usar energía eléctrica en tierra. Para 2035 está previsto el traslado de la terminal a un punto más alejado del centro. El Ayuntamiento se ha comprometido a analizar las consecuencias financieras de estas decisiones.
Pese a los esfuerzos, las pernoctaciones anuales de turistas la capital de los Países Bajos sumaron 20,6 millones en 2023. El ayuntamiento se había comprometido a no pasar de los 20 millones en una ciudad con 935.000 habitantes. La tarifa turística asciende a 12,45 euros por noche (sin IVA) en toda clase de alojamientos, frente a un promedio de 2,34 euros en el conjunto del país. Lo que llegan en barco pagan 14 euros.
París, por su posición, no se preocupa por los cruceros. Pero la ciudad más visitada del mundo no se libra de los problemas para gestionar las avalanchas de turistas. La alcaldía anunció la pasada semana que prohibirá el acceso de los autobuses turísticos, incluidos los eléctricos, a la zona de tráfico limitado que estrenará el próximo octubre. Aunque ese veto para acceder al centro de la capital francesa se podrá levantar en casos excepcionales, por ejemplo si los vehículos se dirigen al aparcamiento del Louvre. Los codazos y la aglomeración alrededor de la Monna Lisa, una imagen casi tan icónica como la propia obra de Leonardo Da Vinci, tienen el futuro garantizado.
Con información de Lucía Bohórquez (Palma de Mallorca), Dani Cordero (Barcelona), Guillermo Vega (Las Palmas de Gran Canaria), Lorena Pacho (Roma), Isabel Ferrer (La Haya) y María Antonia Sánchez-Vallejo (Nueva York)