La capital catarí acoge entre el 30 de junio y el 1 de julio la tercera ronda de negociaciones de la ONU sobre Afganistán, a la que acudirán los talibanes.
Raquel Nogueira / Enclave ODS / El Español
Doha III, la tercera ronda de conversaciones promovidas por Naciones Unidas para buscarle una ‘solución’ a la situación afgana, está a punto de comenzar. El domingo 30 de junio y el lunes 1 de julio tendrá lugar esta reunión en la capital catarí a la que, por primera vez, asistirá una comitiva talibana.
Detalle que ha hecho saltar las alarmas en la comunidad internacional, especialmente al comprobar que las conversaciones versarán sobre la lucha contra los estupefacientes y el sector privado. En un país donde 9 de cada 10 personas viven bajo el umbral de la pobreza, y las mujeres son las más pobres entre los pobres, ellas quedan fuera de las conversaciones… y de la mesa de negociación.
Y es precisamente la indignación por no encontrar a las mujeres y sus derechos entre los puntos del día lo que ha llevado a la sociedad civil a reclamar justicia. La secretaria general de Amnistía Internacional (AI), Agnès Callamard, le ha recordado a la ONU que «los derechos de las mujeres y las niñas de Afganistán no son negociables«.
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La frágil situación del país asiático, insiste en un comunicado la representante de la oenegé de defensa de los derechos humanos, no puede solucionarse si ellas no están «en el centro» de las conversaciones y de las negociaciones. Porque, repite, son las mujeres las que se encuentran en corazón de la crisis humanitaria y de DDHH que vive la sociedad afgana.
Callamard añade: «La credibilidad de esta reunión se irá al garete si las defensoras afganas y otras partes de la sociedad civil» del país no participan, pero sí lo hacen aquellos que en agosto de 2021 tomaron, por la fuerza, una vez más el poder del país. Uno de los mayores temores ahora es que con esta cumbre se lance un peligroso mensaje que acabe legitimizando un gobierno —el talibán— que aún no goza de reconocimiento internacional.
Y eso a pesar de que Roza Otunbayeva, representante especial del secretario general y jefa de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en el Afganistán (UNAMA), lleva toda la semana intentando apaciguar los ánimos, asegurando que «el compromiso no es normalización».
«Esperamos que en Doha, los principales interesados se reúnan alrededor de la mesa, se hablen cara a cara, refuercen los principios que subrayan el consenso para comprometerse y acuerden los próximos pasos para aliviar las incertidumbres que enfrenta el pueblo afgano», dijo Otunbayeva el pasado viernes 21 de junio ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Esto, insistió, no significa que se «legitimice ni normalice» al gobierno de facto.
Sin embargo, sus palabras no han acabado de tranquilizar los ánimos. Pues desde el regreso de los talibanes, y a pesar de una pseudo estabilidad política, las restricciones a las mujeres no han dejado de imponerse, lo que las ha expulsado de la vida pública y ha diezmado por completo sus derechos humanos.
Son muchas las voces, conocidas y anónimas, las que se han venido alzando en la última semana para que Doha III no deje de lado a las mujeres a la hora de buscar una manera para combatir la pobreza extrema que sufre Afganistán.
«Desesperación, conmoción, decepción»
En una carta publicada el jueves 27 de junio en The Guardian, Fawzia Koofi, primera vicepresidenta del parlamento afgano y presidenta de su Comisión de los derechos de las mujeres y los DDHH, dejaba ya clara la paradoja de la ‘cumbre’ catarí: «La exclusión de las voces de las afganas y la ausencia de debate sobre nuestros derechos humanos tan solo permiten a los talibanes oprimirnos con impunidad«.
En su misiva, Koofi asegura que «desde que quedó claro que los talibanes serán las únicas voces afganas en la mesa y que los derechos de las mujeres no figurarán oficialmente en el orden del día de la reunión de la ONU sobre Afganistán en Doha» ha recibido «miles de mensajes de mujeres dentro y fuera del país expresando su profunda desesperación, conmoción y decepción».
Existe, continúa en la carta, una «creciente preocupación por el tono que la comunidad internacional —especialmente la misión de la ONU en el país, UNAMA— ha adoptado para normalizar las violaciones de los derechos humanos en Afganistán en un esfuerzo por asegurar la participación de los talibanes en las conversaciones de Doha».
Esto, insiste, significa que se hará «caso omiso» a una cuestión fundamental: «responsabilizar a los talibanes por sus violaciones sin precedentes de los derechos básicos de las mujeres y niñas afganas», como son su exclusión de la educación, el empleo y la participación activa en la sociedad.
La reprimenda de Clinton
Al respecto, la exsecretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, también ha publicado una carta abierta en la plataforma Medium para insistir —o más bien exigir— a la comunidad internacional que las mujeres afganas tengan, al menos, una silla en la mesa de negociaciones de Doha.
Clinton, junto a una decena de exgobernantes y referentes internacionales del Global Women Leaders Summit, insiste a Naciones Unidas y a sus Estados miembros en «la inclusión activa y directa de las mujeres afganas» en las conversaciones. «Su exclusión por parte de la comunidad internacional es indignante», zanja la expolítica estadounidense, no sin antes matizar: «Marginará sus voces y socavará sus derechos«.
La ex primera ministra neozelandesa, Helen Clark; la exsecretaria de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC) y exministra de Exteriores mexicana, Patricia Espinosa; o la ex primera ministra finlandesa, Sanna Marin, son algunas de las firmas que, con Clinton a la cabeza, aseguran que «es urgente aliviar el sufrimiento del pueblo afgano». Pero que no puede ser en detrimento de la mitad de la población del país.
«Apoyamos los esfuerzos de las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales para distribuir ayuda humanitaria. Dicho esto, la condición jurídica y social y los derechos de la mujer son fundamentales para todos los debates. No debemos abrir un camino para que los talibanes obtengan una legitimidad más amplia, incluido su trato opresivo de la mujer«, escriben.
Y zanjan: «Permitir que los talibanes dicten los términos del diálogo de Doha legitima sus abusos draconianos, que equivalen al apartheid de género«.
Carta abierta española
En España, más de un centenar de personas han dirigido una carta abierta al secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres; a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; al alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell; al presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez; al ministro de Exteriores, José Manuel Albares; a la ministra de Igualdad, Ana Redondo; y a la embajadora en misión especial para la Política Exterior Feminista de España, Ana María Alonso.
En ella, la comunidad de mujeres afganas que viven en España piden lo mismo que Clinton, Koofi o Callamard: que no se las excluya de las conversaciones en Doha III. «Las mujeres afganas, las activistas, las organizaciones de mujeres y organizaciones de la sociedad civil en defensa de los derechos humanos venimos exigiendo que se actúe contra los talibanes con todas las herramientas posibles, que haya justicia y rendición de cuentas por los crímenes que se están cometiendo en Afganistán, y que haya un reconocimiento expreso del apartheid de género como crimen de lesa humanidad«, escriben.
Por eso, ahora, exigen «la presencia y participación de las mujeres en todos los ámbitos, especialmente en las conferencias internacionales». Algo que, repiten, es «innegociable».
Incompatible con la ONU
Uno de los argumentos esgrimidos para condenar la exclusión de las mujeres afganas de Doha III se encuentra en el propio seno de la ONU: que ellas no estén es directamente incompatible con la Carta de Naciones Unidas.
Pero es que también viola la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre mujer, paz y seguridad, además de toda una retahíla de resoluciones y convenciones posteriores, como la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW).[Niñas y adolescentes afganas desafían a los talibanes estudiando en escuelas secretas]
Cuando se escriben estas líneas, la narrativa no ha cambiado: ellas —las afganas— no participarán en una cumbre que podría ser el principio de una nueva era para el Afganistán talibán y sus relaciones con el mundo. Pero, como escribe en el New York Times Richard Bennett, relator Especial sobre la situación de derechos humanos en el Afganistán, «la valentía, la dignidad y la perseverancia de millones de afganos frente a esta grave injusticia deben ir acompañadas de un liderazgo internacional firme«.
Porque, reflexiona, «las mujeres y las niñas afganas a menudo me han dicho que su mayor temor solía ser que los talibanes volvieran al poder. Ahora dicen que temen que los talibanes sean reconocidos simplemente por su poder, haciendo caso omiso de sus crueles políticas y prácticas». Tal vez, si la presencia del gobierno talibán en Doha implica dejarlas a ellas de lado, como escribe Bennett, «el precio sea demasiado alto».