Por Ricardo Martínez Martínez / @ricardommz07
¿Qué tienen en común actores políticos tan distintos como Nayib Bukele, Donald Trump o Javier Milei desde la esfera comunicativa? La respuesta es que todos manejan el espectáculo político como su principal ejercicio comunicativo. Una política basada en la emoción inmediata. Política selfie, juego de planos, manejo del enfoque y una campaña permanente, incluso en el ejercicio de gobierno.
A estas alturas, y después de un proceso democrático tan relevante para los mexicanos como lo fueron las elecciones del 2 de junio, resulta conveniente mirar el espejo de las democracias donde ha perdido sentido el discurso y la laboriosidad del ejercicio de gobierno, para dar lugar a que prime la comunicación de las imágenes. Desde la vieja Europa, nos llegan señales sobre las consecuencias de jugar en exceso con las emociones, como lo muestra el ascenso de partidos de extrema derecha en las recientes elecciones para el Parlamento Europeo de 2024.
Reconozcámoslo, una capa de la población mundial está cansada del sistema, de los partidos y los políticos tradicionales. Para muestra, los resultados del estudio de Latinobarómetro 2023, en el que se resalta que solo el 48% de los ciudadanos latinoamericanos apoya la democracia.
Sin embargo, también es cierto que los perfiles políticos que viven en campaña permanente y que han llegado a ser jefes de estado, desfondan el acto de gobernar. Este es uno de los grandes retos que encara el actual gobierno electo en nuestro país. La tarea no es menor. México es el país hispanohablante más grande del mundo, una nación transfronteriza cuya población, sumada a los 20 millones de mexicanos que viven en Estados Unidos, supera a la totalidad de habitantes de los tres países hispanos que le siguen: Colombia, España y Argentina.
Desde su perspectiva cultural, Samuel Huntington tenía razón en su diagnóstico sobre los mexicanos cuando aseveraba que, “la continuidad de los elevados niveles de inmigración mexicana, unida a las bajas tasas de asimilación de tales migrantes a la sociedad y la cultura estadounidenses, acabarían por transformar a Estados Unidos en un país de dos lenguas, dos culturas y dos pueblos incompatibles en muchos y muy importantes aspectos”.
De ahí el gran reto y liderazgo que deberá ejercer la primera mujer en ser jefa de gobierno y de estado en nuestro país, y también la primera en el eje de las democracias de América del Norte. Una mujer que, junto a otras 13 mujeres gobernadoras, marca también un escenario novedoso en el ejercicio del poder a nivel nacional y subnacional en México.
Más allá del desconcierto de unos y el triunfalismo de otros, vale la pena recordar que los problemas del país no desaparecieron el día de la elección. Una cosa es la campaña y la elección, y otra gobernar para solucionar los graves problemas por los que atraviesa el país.
México se enfrenta a una crisis multifacética que incluye una serie de alarmantes estadísticas: 189 mil homicidios dolosos hasta la fecha. La pobreza afecta a 47 millones de mexicanos y 51 millones carecen de acceso a servicios de salud. En el ámbito educativo, 25 millones de personas padecen carencias significativas. Además, el crimen y la delincuencia organizada controlan un tercio del país. El crecimiento económico es prácticamente nulo, con una tasa anual inferior al 1%. México ocupa los últimos lugares en los índices internacionales de corrupción, Estado de derecho y crimen organizado. Grandes desafíos que ameritan grandes acciones.
En el mediano plazo, sin embargo, no podemos dejar de mencionar algunos temas que desde ahora conviene plantear, ya que nos alcanzarán más tarde que temprano.
De acuerdo al informe «México en 2050» de la Universidad Nacional Autónoma de México, editado por Manuel Aguilera Gómez, se señala que México enfrentará en breve tres grandes crisis: la crisis financiera recurrente del Estado, la crisis de las pensiones y la crisis del federalismo. Estas crisis demandarán reformas estructurales profundas para garantizar la estabilidad y el desarrollo sostenible del país.
Por tanto, ha llegado el momento en el que la arenga democrática y la política selfie dejen un espacio a la realidad, a la gente, a sus necesidades y sí, también a sus sentimientos, pero sin filtros, sin tanto edulcorante y de manera más humana.
Se avecinan tiempos democráticos relevantes.