La autora de Es tu tripa la que grita explica la vinculación del cerebro y el estómago y ofrece herramientas para no somatizar el estrés y la ansiedad. Cree que en nutrición el contenido más viral es el extremista
Cristina Galafate / ZEN
La digestión de Fani García (Pontevedra, 5 de junio de 1993) empeoró cuando estudiaba bioquímica en la universidad, trabajaba a la vez, casi no le daba tiempo a comer, tenía exámenes duros y afrontaba nervios que se le agarraban al estómago y se transformaban en diarreas, gases… «Me hice todo tipo de pruebas para ver qué me pasaba y me diagnosticaron de colon irritable, gastritis crónica y reflujo gastroesofágico. Me dijeron que debía aprender a vivir con ello, aunque había herramientas para hacerlo lo más llevadero posible, sobre todo, basadas en medicación y dietas restrictivas», recuerda.
Aunque algunos días se sentía mejor que otros, García se percató que no estaba yendo al origen de su inflamación: el estrés sostenido en el tiempo. «Empecé a interesarme por el eje intestino-cerebro, que hoy se conoce mucho más, pero hace 13 años no había tanta información». Especializarse como bioquímica y aprender a calmar su sistema nervioso le hizo detener los síntomas y llevar una vida normal, como la que tenía antes de intentar hacer malabares para llegar a todo. Y, finalmente, quiso ayudar al mundo formándose en psicoterapia digestiva para enseñar pautas semanales «evitando pastillitas mágicas, alimentos prohibidos y remedios infalibles».
Ahora, la especialista en patologías y Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) publica Es tu tripa la que grita. Entiende cómo tus emociones afectan tus digestiones (Ed. Urano). «Como buena carpintera sigo acompañando a construir más escaleras para que todo el mundo tenga la oportunidad de salir de esa oscuridad».
PREGUNTA: Mucha gente va de médico en médico, todo lo que come le sienta mal… ¿A qué achaca este incremento de problemas digestivos en la sociedad moderna?
RESPUESTA: Por un lado, al ritmo de vida acelerado, tratando de cumplimentar muchas tareas con alta exigencia, lo que se traduce en niveles de estrés muy altos. Y por otro, a una visión muy simplista de la salud, a veces por la desactualización de los propios profesionales, donde siempre que aparece una patología o sintomatología, se trata desde la medicación y la dieta, sin ver más allá. Y cuando hay algún especialista que se fija en el estrés, simplemente, te dice relájate, como si fuese una bombilla que pudiéramos encender y apagar de inmediato. Bajar los niveles de estrés y ansiedad que llevamos en el día a día es un proceso que no es inmediato, como lo puede ser tomarse el Omeprazol. Así que estamos acostumbrados a tener la pastilla mágica eficaz, sin tener en cuenta nuestras emociones ni trabajar en ellas. El proceso nos puede llevar más de dos meses y somos cortoplacistas.
P: ¿Cómo se diferencia el alimento que me sienta mal del SIBO o de estoy inflamado?
R: Cada vez se observa más autodiagnóstico. Tener tanto acceso a la información a un clic es maravilloso para aprender, pero en exceso, hace que tomemos decisiones erróneas, por ejemplo, retirando un alimento, y que a la larga sea contraproducente. Hay ciertas frutas y verduras que pueden sentar mal pero eso no significa que debamos eliminarlas, porque nos cargamos toda la fibra. El alimento favorito de nuestra microbiota son los vegetales y los necesita. Muchas veces, cuando retiramos alimentos por un período largo de tiempo, perdemos la tolerancia a ellos y recuperarla puede llevar más tiempo. No es que no puedas volver a comerlo, pero cuando lo reintroduzcas, el cuerpo lo detecta como extraño. Debemos ver la salud de forma integral y entender que nos afectan factores a nivel fisiológico y psicológico. Por eso hay que buscar profesionales que tengan una visión integrativa para ver todo un conjunto y, desde ahí, elaborar unas pautas que van a llevar un proceso que se adapte a ti y no al revés. Normalmente, requiere siempre de una prueba de la microbiota para ser más certeros con el diagnóstico. Mucha gente dice que tiene SIBO sin siquiera haberse hecho un test. Toman decisiones desde un enfoque erróneo como retirar alimentos o tomar antibióticos.
P: ¿Son interesantes los probióticos para repoblar la flora cuando «se barren» las bacterias malas, pero también las buenas?
R: Ya sea a través de tratamiento farmacológico o natural herbáceo tiene que ser pautado con un objetivo y seguirse correctamente, no dejarlo de tomar cuando queramos. Los antibióticos, como dices, barren los patógenos pero también arrasan con las bacterias buenas. Si, por ejemplo, estamos atravesando una época sostenida de estrés, o abordamos también la parte psicológica, o el tratamiento no va a ser del todo efectivo por muchas tandas de antibiótico que me den. Es importante encontrar un equilibrio, tanto siguiendo las pautas al completo como sin olvidarnos del origen que lo ha desencadenado. Muchas veces nos complicamos la existencia, cuando tenemos probióticos al alcance muy fáciles de introducir en la alimentación, como el kéfir, la kombucha, el ajo negro, el kimchi… Podemos introducirlo poco a poco, cuatro veces a la semana y eso ya va a ser muy beneficioso.
P: ¿Y realmente son «bichitos vivos» que se introducen tal cual se comen en el organismo?
R: Hay un montón de cepas, algunas son más beneficiosas para unas cosas o para otras dependiendo del contexto. Por ejemplo, en todos los lácteos que estén pasteurizados, como pasan por un proceso en el que se eleva la temperatura, sí que ahí no vamos a tener bacterias vivas. Lo que vamos a tener es sólo un prebiótico, un alimento que actúa como nutriente para la microbiota.
P: ¿Cómo puedo saber que mi microbiota está sana o falla?
R: Pensamos en que tiene que aparecer sintomatología digestiva, como diarrea o estreñimiento. Pero a veces hay síntomas previos, como cansancio a diario, fatiga constante, brotes de acné o rosácea, neblina mental, falta de concentración… Estas sensaciones pasan más desapercibidas, como las psicológicas, en las que saltas a la mínima porque estás más irascible. Cuando la microbiota no está sana, no sólo va a afectar a nivel digestivo, también nos puede inducir a estados depresivos.
P: ¿Por qué se le llama al intestino segundo cerebro si, por lo que describe, parece el primero al estar tan conectado con las emociones?
R: Tenemos que tener en cuenta que el estrés no es el problema, porque el cuerpo dispone de herramientas para manejarlo. El problema real es sostenerlo en el tiempo, porque hay personas que lo somatizan más. Hay personas que se estresan el día del examen, otras una semana antes y otras llevan un mes estresados. No son las circunstancias, sino cómo las vivimos, las que nos afectan.
P: Siempre se habla de que la flexibilidad en la alimentación es beneficiosa pero, ¿y si sostenemos en el tiempo un desayuno de bollería que tenemos normalizado?
R: Como decía antes, los vegetales son básicos para la microbiota, por lo que si no los incluimos, no le estaremos dando el alimento. Alimentos ultraprocesados con azúcares, harinas refinadas, etc., ya generan una inflamación de base. Un cruasán o napolitana diaria no te va a afectar mucho según lo tomas, pero estás generando una inflamación silenciosa de bajo grado. Y el cuerpo es maravilloso para gestionar una inflamación puntual, pero sostenida va a generar que se dañen las mucosas, que afecte al sistema inmune, que provoque una patología… Porque seguramente no sea sólo el desayuno, sino que luego comemos mal a lo largo del día.
P: ¿Y qué pasa cuando tomamos alcohol?
R: Cosmética, contaminación… Por lo general estamos expuestos a muchos tóxicos involuntariamente, que están en el ambiente. Alcohol y tabaco son dos que elegimos conscientemente y tenemos muy normalizados. Y te ven como un bicho raro, incluso, si sales y no bebes. De nuevo estamos generando un estado proinflamatorio, un contexto perfecto para que seamos más propensos a enfermar. El alcohol nos aporta más toxicidad que no necesitamos.
P: ¿Hasta qué punto nota como especialista en trastornos relacionados con la autopercepción y la distorsión de la imagen corporal la influencia de las redes sociales?
R: El contenido que se hace viral en las redes sociales es el más polémico y extremista. Y estos mensajes llegan a personas cada vez más jóvenes. Te conectas y recibes inputs de que el azúcar es veneno, por ejemplo, y lo restringes totalmente de tu vida casi sin darte cuenta. Esto no quiere decir que el azúcar sea bueno, por supuesto, sino que no debe existir tanta rigidez fruto de esa polarización del bueno-malo. No debe ser tu día a día, sólo un 10% del total. Ahora mismo genera obsesión estar viendo que un plátano es malo a no sé qué hora o que un lácteo es inflamatorio. Eso hace que tengamos una mala relación con la comida e, incluso, nos puede hacer caer en un trastorno alimentario. Por eso hay que generar un espíritu crítico y en edades tempranas es más complejo.
P: ¿Están entrando los hombres en esta rueda?
R: Sí. La mujer siempre ha tenido esa presión estética. Desde casi niñas se vive en una cultura de la dieta. Que estés siempre viviendo en una dieta ya te acerca al trastorno de la conducta alimentaria. Tradicionalmente, un TCA se asociaba sólo al peso. Ahora hay hombres que quieren X cuerpo o X objetivo, por eso ya se asocia a muchos otros desórdenes que también afectan a los hombres. En edades tempranas, los adolescentes son mucho más vulnerables.
P: ¿Tiene cura o las personas que pasan por situaciones de distorsión de la propia imagen viven en constantes altibajos con períodos mejores y peores?
R: Al tratarse de trastornos del comportamiento siempre deben tratarse desde la terapia psicológica. Cuando una persona pasa por un proceso así va a tener toda su vida una relación especial con la comida. Tiene que ser consciente de cuál es su talón de Aquiles y ser consciente de los períodos de su vida dónde se han desencadenado esos altibajos para desde ahí poder equilibrarlo de algún modo.
PAUTAS PARA UNA MICROBIOTA SANA
- Escucharnos y respetar nuestro ritmo. «Cuantificar la energía cuando me levanto y entender que hay días en que se está al 70% y no al 100%, para poder gestionar mejor nuestra autoexigencia».
- Aprender a flexibilizar. «No machacarnos con nuestros hábitos en busca del perfeccionismo. Si te levantas agotadísima porque has dormido mal, no te castigues porque quieras ir todos los días al gimnasio. Y lo mismo con la comida».
- Priorizar los alimentos frente a productos. «Cambiar procesados por comida real ya va a hacer que tengamos una alimentación menos proinflamatoria».
- Mejorar la higiene del sueño. «Hoy en día más del 80% de los jóvenes sufre de imnomnio y las pantallas no ayudan. Hay que evitarlas antes de dormir y generar una rutina de descanso cercana a los ritmos circadianos para ayudarnos a llevar a cabo las tareas de limpieza del organismo».
Fuente: https://www.elmundo.es/vida-sana/bienestar/2024/06/06/665dd2b7fc6c83b5148b457f.html