El desempleo era moneda corriente y las filas para conseguir un plato de comida eran interminables.
Felipe Llambías (@felipellambias) / BBC News
Era un Estados Unidos difícil de imaginar hoy en día, pero la pobreza y el hambre andaban a sus anchas durante la Gran Depresión, el período posterior al crac de la bolsa de valores de Nueva York en octubre de 1929.
Tampoco se podía imaginar antes: EE.UU. era el país de la prosperidad y la abundancia.
“Hasta ese entonces había una actitud de laissez faire, no era un rol del gobierno alimentar a la gente, incluso si estuviera hambrienta”, cuenta a BBC Mundo Andrew Coe, coautor junto a Jane Ziegelman del libro A Square Meal. A culinary history of the Great Depression («Una comida completa. Una historia culinaria de la Gran Depresión»).
“La Gran Depresión fue la primera vez en la historia de EE.UU. en que el gobierno federal decidió que tenía la responsabilidad de dar de comer a los hambrientos”, dice. “Y eso fue un cambio enorme”.
Además de entregar comida directamente, algo que ya estaba sucediendo desde la administración de Herbert Hoover, una de las primeras medidas que pensó el gobierno de Franklin D. Roosevelt fue buscar la forma de que las familias estadounidenses se pudieran alimentar gastando poco.
Así surgieron las comidas de 7,5 centavos de la primera dama, Eleanor Roosevelt, con platos tan creativos como excéntricos y sosos, como la ensalada de gelatina -literalmente, gelatina rellena con trozos de frutas y verduras-.
La comida era poca y mala.
Y esos fueron los inicios de la Dieta Estadounidense Estándar, un concepto adoptado por algunos académicos que en inglés se traduce como Standard American Diet, o SAD, algo que en ese idioma significa “triste”.
La amenaza de la guerra
Conforme fue avanzando la década de 1930, en Europa se consolidaban regímenes totalitarios y las preocupaciones por el estallido de una nueva guerra mundial, que finalmente comenzó en 1939, aumentaban.
Fue entonces que el gobierno de EE.UU. se dio cuenta de que estaba ante un terrible problema.
Sus hombres jóvenes, aquellos que podía enviar a combatir, estaban desnutridos.
“Muchos hombres eran rechazados del ejército por tener bajo peso. A nivel interno, esta era una amenaza: no podemos defender nuestro país si no tenemos hombres sanos ahí fuera”, dice Christopher Gardner, director de Estudios de Nutrición del Centro de Investigación en Prevención de la Universidad de Stanford, en California.
Por eso, pensaron que había que proveerles a los estadounidenses una mejor dieta, algo que terminó derivando en mayor cantidad de calorías.
Más calorías significaría más energía y, por ende, mayor fuerza y mejor salud.
Para que eso sucediera, Roosevelt envió al Congreso diferentes proyectos de ley para aumentar la productividad de las tierras agrícolas.
“Durante la Gran Depresión, la administración Roosevelt intentó deshacerse de viejas prácticas agrícolas que utilizaban arados tirados por caballos, y para ello mecanizó la agricultura”, afirma Coe.
Se implementó un programa de electrificación rural y se promovió la incorporación de refrigeradores en las casas.
A su vez, el gobierno invirtió en carreteras y ferrocarriles.
“Querían modernizar la industria alimentaria estadounidense tanto en la producción como en la distribución”, agrega.
Thomas Parran, la máxima autoridad sanitaria del país en ese período, concurrió a la convención de la asociación de fabricantes de comestibles de EE.UU. en noviembre de 1941 y les dijo que el primer problema en nutrición era el «hambre vacía de calorías suficientes, la falta de alimentos necesarios».
Señalaba que el hambre todavía era un problema en el país y que eso se veía reflejado en una menor energía, mental y física, y que esas consecuencias no debían ser atacadas mediante medicación.
«La solución a la desnutrición de la población en su conjunto no es que nos convirtamos en una nación de consumidores de medicamentos, sino que haya un suministro adecuado de todos los alimentos que necesitamos a precios que podamos pagar; que, como comerciantes, deberían facilitarnos la selección de lo que necesitamos en las categorías que podemos permitirnos; que, como anunciantes, deberían educarnos sobre lo que es bueno para todos y sobre lo que impulsará una marca rentable», les dijo Parran a los empresarios, según recogió entonces The New York Times.
La intención del gobierno de abaratar los alimentos volvía a estar sobre la mesa.
Y hubo otra política gubernamental que delineó la nueva comida.
“Una de las cosas que hizo el gobierno federal fue pedirle a las compañías de alimentos, y especialmente a las panificadoras, que le agregaran vitaminas a los alimentos”, dice Coe.
“Fue una especie de excusa para elaborar ultraprocesados porque si podías agregarle vitaminas a la comida, entonces no tenías que preocuparte realmente o enfocarte demasiado en la calidad del resto de los ingredientes”, señala.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945, se inició un proceso de suburbanización en EE.UU. y lo que Coe llama “supermercadización”.
“De repente, la comida no se vendía en la tienda de la esquina o en el puesto de la granja, sino en supermercados grandes y modernos con filas y filas de envases refrigerados, cajas y productos. La Gran Depresión marcó el comienzo de la era moderna de la alimentación en la que vivimos ahora”, asegura el escritor, experto en historia culinaria estadounidense.
Así surgió un nuevo concepto: cenas de TV.
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