Cuando le comunicaron que no podría celebrar la tradicional procesión de Semana Santa, supo que se había metido en problemas.
- Atahualpa Amerise / BBC News Mundo
Léster Zayas, de 45 años, no es uno de esos curas que se limita a analizar versículos de la Biblia en sus sermones.
Desde el púlpito de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, un imponente templo con 132 años de historia en el céntrico barrio habanero del Vedado, prefiere tocar asuntos más mundanos.
«Podría siempre hablar del cielo y olvidar las cosas terrenales, pero el Evangelio y Jesucristo nos llevan directamente a la Tierra, a entrar en contacto con la gente», explica a BBC Mundo en una entrevista telefónica.
Abordar asuntos terrenales en Cuba es hablar de un país sumido en una continua crisis económica marcada por la escasez de alimentos, la emigración masiva y la deficiencia energética, problemas que el gobierno atribuye a las sanciones que desde hace décadas impone Estados Unidos.
«Es imposible ser sacerdote en Cuba sin decir lo que está pasando aquí, pero claro, esto trae muchos conflictos», afirma el padre Léster.
Desde la Revolución Cubana que llevó a Fidel Castro al poder en 1959, la relación entre el Estado y la Iglesia católica en el país caribeño ha evolucionado de la enemistad declarada a un progresivo entendimiento.
El gobierno pasó de perseguir las prácticas religiosas en las primeras décadas a una paulatina apertura a partir de los años 90 que culminó en las visitas de los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
Según la vigente Constitución de 2019, Cuba es un Estado laico que reconoce y garantiza la libertad religiosa, si bien en la práctica las congregaciones están estrictamente supervisadas por las autoridades y tienen prácticamente vetado el acceso a la educación y los medios.
En la pasada Semana Santa, celebrada a finales de marzo, el Estado autorizó 111 procesiones en todo el país y prohibió al menos dos: una en la ciudad oriental de Bayamo y otra -por segundo año consecutivo- en el barrio habanero del Vedado, la de la parroquia de Léster Zayas.
«Según la información que me dieron mis superiores, se denegó exclusivamente por mí, porque por lo visto en las homilías ofendo o molesto a determinadas personas o estas consideran peligrosas mis homilías», asegura el prelado.
BBC Mundo contactó con representantes del gobierno cubano para solicitarles su versión pero hasta el momento de la publicación del artículo no obtuvo respuesta.
El padre Léster considera «absurdo» el veto «porque las procesiones no son un deseo del párroco; a mí personalmente una procesión me dice poco, pero es algo que pide el pueblo».
«Cuba está muriendo»
Pero, ¿qué proclama este sacerdote en sus homilías como para que haya podido incomodar al gobierno cubano, según denuncia?
«Lo que digo en las homilías es que no es posible ver la realidad aquí y aceptar como normal el sufrimiento de la gente», responde.
Y también «que el mal no va a vencer siempre, que la noche no va a ser eterna, que tenemos que pensar como pueblo qué podemos hacer para apurar el amanecer, que qué hemos hecho para llegar a estos a estos niveles, que hemos perdido el norte».
«Cuba está muriendo», sentencia sin hacer referencias políticas explícitas.
El país atraviesa su peor crisis económica desde el período especial de los años 90, la etapa de extrema miseria que siguió a la disolución del principal benefactor de la isla, la URSS, y la caída del resto del bloque socialista en Europa del Este.
La endémica crisis de la economía cubana, anclada en un modelo productivo estatista y centralizado que muchos consideran ineficiente, se ha agravado desde la pandemia por la caída del turismo, reformas que no dieron los resultados esperados y el endurecimiento de las sanciones financieras de Estados Unidos, entre otros factores.
Esto se está traduciendo en cortes de electricidad frecuentes, escasez de todo tipo de productos -desde alimentos y medicinas hasta combustible- y en el mayor éxodo de la historia de la isla: más de medio millón de cubanos, aproximadamente el 5% de la población, ha emigrado a Estados Unidos, España y otros países en los últimos dos años y medio.
Ante eso, el padre Léster Zayas considera que su misión es escuchar a sus feligreses y dar respuesta a los «clamores del pueblo».
«Me cuentan que no les alcanza para comer; que sus niños van a la escuela sin apenas desayunar porque no hay pan; que muchos ancianos se han quedado solos y viven en la desesperanza por la catástrofe migratoria; que la gente no tiene futuro y todos están esperando un visado para irse del país; que los enfermos no tienen medicamentos aunque, según el discurso oficial, somos una potencia médica; que cada vez hay más hombres y mujeres viviendo en la calle», eumera.
Y agrega que «responder a estos clamores del pueblo supone buscarte problemas, dificultades, porque sabes que cuando alzas la voz a favor de la gente vas a tener allí una pared infranqueable que va a intentar acallarte por varios medios».
«Piden a la Iglesia mandarme callar»
Preguntamos al padre Léster cómo comenzaron sus desencuentros con el gobierno del presidente Miguel Díaz-Canel.
Asegura que durante mucho tiempo su relación con las autoridades fue cordial: «Cuando surgía una situación, dialogaba a través de las distintas oficinas directamente y ya está».
Pero desde hace aproximadamente cuatro años, explica, «no hay ninguna posibilidad de interacción directa; siempre es a través de los superiores».
Recuerda que su primer choque con el gobierno fue antes de la pandemia, cuando criticó los actos de repudio, que consisten en acciones colectivas coordinadas de acoso u hostigamiento a disidentes.
«Di mi valoración absolutamente negativa sobre esos actos, que pertenecen a las páginas más negras de la historia nacional y son terriblemente violentos, de odio, comparables a lo que sucedía en la Alemania nazi. Mi comentario molestó muchísimo», relata.
Desde entonces, alega recibir presiones «siempre a través de mis superiores, a los que les piden que me manden callar o que me regañen, o incluso en algún momento sugiriéndoles que me saquen del país».
«También intimidan a mis superiores acerca de los peligros que yo puedo correr, aunque yo sé que no corro ninguno porque soy consciente de las leyes de mi país y sé hasta donde se puede llegar para no ir contra ninguna de las leyes ni de la Constitución», afirma.
«Me dicen valiente pero no lo soy»
Las denuncias del padre Léster no se limitan al espacio físico de su parroquia.
También usa mucho las redes sociales, donde publica y comparte contenidos que exponen la precaria situación en Cuba, denuncian injusticias y señala como responsables a los dirigentes y el sistema político que impera en la isla desde hace 65 años.
«Si hay algo que considero que debe ser conocido porque resulta un atentado contra la verdad o contra los derechos, y creo que la fuente es verídica, pues lo comparto. Y a veces también yo mismo escribo. Es nuestra misión», argumenta.
¿Tiene miedo a represalias? «Por supuesto que sí, pero, aunque temo a las represalias, me da aún más miedo el no ser fiel a mi pueblo», responde.
«La gente me dice ‘valiente’, pero yo no soy nada valiente. Lo que pasa es que tengo más miedo al infierno por no ser fiel a la verdad y al sufrimiento de la gente que a cualquier otra cosa. Pero de valiente, nada», asevera.
Desde que el 11 de julio de 2021 parte de la ciudadanía cubana clamara por libertad y mejores condiciones de vida en las mayores manifestaciones en la isla en seis décadas, el Estado ha endurecido su represión contra quienes critican el sistema.
Miles de personas han sufrido multas, interrogatorios o penas de cárcel por expresar -en público o en las redes- opiniones contra el gobierno, según denuncian organizaciones de defensa de los derechos humanos.
Cerca de 300 personas que participaron en esas protestas fueron sentenciadas a prisión, y algunos de ellos fueron condenados a penas de entre 5 y 25 años por el delito de sedición.
Preguntamos al padre Léster si cree que sus críticas rebasan las «líneas rojas» del gobierno, algo que en Cuba bien puede llevar a pasar una temporada entre rejas.
«La gran línea roja es lo que ellos llaman incitar a la gente a salir a las calles, lo cual no es ni de lejos mi misión. Es un derecho del pueblo y este decide por sí mismo», afirma.
Y agrega que «otra línea roja es ofender a los líderes de la revolución, lo cual también me queda lejos».
«Tampoco es mi misión ofender a nadie. Mis homilías no van dirigidas al gobierno, yo no hablo para el gobierno ni contra determinadas personas, sino para mis feligreses», alega.
En todo caso, ser sacerdote de la Iglesia católica le brinda cierta protección.
«Yo siempre he sentido el apoyo de los míos dentro de la institución. Lo que sí me han dicho muchas veces es que me cuide, que están conmigo, que están pendientes», asegura.