Coincidiendo con la publicación de ‘Cuchillo’, el escritor, que reconstruye el ataque que sufrió hace dos años, habla con El Cultural desde Nueva York.
ALBERTO OJEDA / EL CULTURAL
12 de agosto de 2022. Salman Rushdie (Bombay, 1947) se dispone a dar una conferencia en una institución consagrada a la tolerancia. Jubilados progres dominan el auditorio. Pero de repente un joven vestido de negro se abalanza sobre él y lo cose a puñaladas. La vieja fetua de Jomeini contra el autor de Los versos satánicos se consuma. Pero no del todo: el escritor sobrevive y acaba contando la experiencia sangrienta en un libro, Cuchillo.
El escritor se quedó petrificado cuando vio venir al agresor el instante previo a pronunciar una conferencia en la Chautauqua Institution de Nueva York. “Como un conejo paralizado ante los faros de un coche”, explica gráficamente en Cuchillo (Random House) el escritor británico y estadounidense de origen indio.
El libro reconstruye minuciosamente el ataque y la posterior recuperación de las heridas sufridas tras recibir 15 puñaladas (la peor fue la que le dejó sin visión en el ojo derecho).
Rushdie se reprocha aquel inmovilismo, la aceptación fatalista del destino decretado por Jomeini en 1989. El ayatolá iraní lanzó entonces una fetua contra él por la publicación de la “blasfema” novela Los versos satánicos: todo creyente en Alá que tuviese la oportunidad debía acabar con su vida.
Pero en realidad fue el desconcierto lo que le clavó en la tarima del auditorio. En la escena no encajaba el odio furibundo del joven musulmán veinteañero que se le vino encima como un animal salvaje. El perfil que dominaba entre la concurrencia eran jubilados cultivados y de ideología progresista. De entre ese público no cabía esperar que se destacase un fanático con pasamontañas blandiendo un arma blanca. Pero así ocurrió.
Tras una dura y larga convalecencia, con asistencia psicoterapéutica incluida, Rushdie aparece tras la pantalla del ordenador con unas gafas con un cristal negro que oculta el ojo asaeteado. Está en su casa de Nueva York, presto para hablar con El Cultural de aquel calvario y de su lucha por seguir viviendo, seguir riendo y seguir amando. Y por supuesto: seguir escribiendo.
Pregunta. ¿Qué tal se encuentra?
Respuesta. Pues no estoy mal, gracias. Me he recuperado bastante bien de las heridas.
P. ¿Cómo lleva lo de escribir y leer con un ojo menos?
R. Leer me resulta bastante más difícil que antes. Ahora uso mucho el iPad porque tiene luz y porque puedo ajustar el tamaño de la letra. Antes siempre leía en papel, pero me he digitalizado a la fuerza. Respecto a la escritura, bueno, la mano izquierda no funciona demasiado bien, pero nunca he sido un gran tipógrafo, siempre he utilizado apenas dos dedos, así que la cosa no ha cambiado tanto.
P. Cuenta que tras el ataque empezó a tener sueños muy raros, angustiosos. ¿En qué consistían? ¿Los sigue padeciendo?
R. Las pesadillas han desaparecido pero es cierto que me persiguieron durante mucho tiempo. Eran variadas, no una reconstrucción del ataque, y siempre me sentía en peligro. Pero mi inconsciente se ha calmando.
P. Dos noches antes de volar a Chautauqua tuvo también una pesadilla: estaba en un anfiteatro y un gladiador se lanzaba a por usted con una espada. ¿Sigue sin creer en los augurios?
R. La verdad es que nunca había creído en estas cosas pero igual tengo que estar más atento a partir de ahora a este tipo de señales [ligera sonrisa].
P. Hablando de creencias… ¿Se sigue definiendo como ateo?
R. Sí, no veo ningún motivo para cambiar en este terreno.
[Salman Rushdie en los brazos de Nueva York]
P. ¿Por qué tiene tan clara la inexistencia de Dios?
R. Porque la alternativa me parece menos creíble. Yo creo en el mundo real y no siento ninguna necesidad de un árbitro divino. En el momento en que estaba a punto de morir no tuve ninguna experiencia sobrenatural. Todo lo que sentía era muy físico, muy corporal.
P. ¿Puede decirse que su batalla intelectual no va contra las religiones sino contra el uso de estas con fines políticos?
R. Siempre he considerado que si alguien tiene una determinada fe religiosa es asunto suyo, pero cuando intentan imponerla, es decir, cuando se politiza, es un problema que concierne a toda la comunidad. Pero no pienso demasiado en eso. Los versos satánicos no es una novela sobre religión, por cierto.
Manifestación solidaria de apoyo a Rushdie en la Biblioteca Pública de Nueva York, con Hustvedt, Auster, Talese… Foto: New York Public Library
P. En Cuchillo arma una conversación imaginaria con el agresor. ¿Llegó a concebir la idea de mantenerla cara a cara?
R. Pues sí, pensé en ello, pero en realidad no era posible. No creo que hubieran estado de acuerdo sus abogados y, además, no estoy muy seguro de qué hubiera podido aprender, más allá de algunos clichés. Al final creí que lo mejor era recurrir a mi habilidad imaginativa para captar su mentalidad. Por otro lado, me tendré que encontrar con él cuando se celebre el juicio.
P. Esa charla ficticia con él recuerda a un diálogo socrático en el que intenta abrir su mente, pero no hay manera…
R. Cierto, la forma es la de un diálogo socrático pero, como dice, yo no creo que un diálogo de este tipo en la realidad pudiera llegar muy lejos. Yo lo llevé lo más lejos que pude en la imaginación. Es lo máximo que se podía hacer.
P. El atacante estuvo varios años encerrado en el sótano de su vivienda jugando a videojuegos, viendo series y alimentando su odio a través de las redes sociales. ¿Estas últimas han devenido en una especie de religión contemporánea?
R. Sirven para muchas cosas, pueden ser muy divertidas pero también sirven para lo peor. Youtube [en el libro Rushdie llama Yotubi al imán que emponzoña al homicida] y otros espacios similares son plataformas idóneas para extender el odio porque se puede decir de todo.
P. También afirma en Cuchillo que las redes sociales están haciendo de la privacidad un bien sin valor en esta sociedad. Parece tener una relación conflictiva con ellas, ¿no?
R. Estoy un poco anticuado, la verdad [ligera sonrisa]. Yo las utilizo lo mínimo imprescindible. Mi vida va muy bien sin ellas, no necesito saber lo que se cuece en Twitter.
P. Dice que el agresor vivía en la ficción. Es llamativo porque los escritores también habitan en ella buena parte de su vida.
R. La diferencia es que los escritores sabemos distinguir entre la ficción y la realidad. Cuando invento una historia, sé que es ficción, así que entiendo perfectamente la línea divisoria mientras que en su caso esa línea era muy difusa. No sabía reconocer los contornos. Pero todo esto es una especulación porque en mi libro él se convierte casi en un personaje de ficción. No tengo mucha idea de quién es. Igual lo descubriremos durante el juicio.
[Un Quijote llamado Salman Rushdie]
P. Es significativo que lo primero que vio tras recobrar la conciencia fueron imágenes de un mundo con edificios levantados con letras. ¿Cómo interpreta esto?
R. Pues entiendo que refleja que mi propio mundo está creado con palabras y alfabetos. Cuando estaba casi muerto, es lo que me venía a la mente, letras que bailaban a mi alrededor. Supongo que en esto también tendrían que ver los fármacos tan potentes que me daban, como la morfina. He de decir que disfruté aquellas alucinaciones. Me dio pena dejar los analgésicos.
P. También le dieron fentanilo, ¿no?
R. En cantidades ínfimas. Se desarrolló como un analgésico para pacientes con cánceres terminales, exclusivamente. Es muy potente, con un par de gotas de más te puede matar.
P. Su peligro también es la dependencia que genera, de ahí el problema de salud que ha creado en Estados Unidos.
R. Por eso solo me lo administraron muy poco tiempo, dos o tres días.
P. Rushdie es un apellido que se inventó su padre a partir de Averroes, el filósofo musulmán de Córdoba. ¿Qué representa Averroes para usted?
R. Cuando era niño, no sabía que mi padre se lo había inventado. Cuando crecí, tuve curiosidad y quería saber más. Es interesante que, en el siglo XII en España, fue un pensador progresista y liberal dentro del islam y, en un momento dado, las autoridades conservadoras empezaron a sospechar de él y a quemarle los libros. Así que mi padre, escogiendo ese apellido, terminó siendo profético respecto a su hijo.
[Salman Rushdie rompe su silencio tras el apuñalamiento: «Fue un ataque colosal»]
P. Además, luego las autoridades cristianas también lo proscribieron. Sufrió, pues, una pinza censora.
R. Así es, pero la obra, que es lo importante, sobrevive. En mi novela Ciudad Victoria termino diciendo que las palabras perduran, no los tiranos, que van y vienen. Da igual si un gobernador es popular en una época porque lo que resiste el paso del tiempo es el relato con palabras de los artistas.
P. Averroes también se puede ver como una figura de conciliación entre Oriente y Occidente. Levantó su proyecto filosófico con los cimientos de su tradición musulmana combinados con la filosofía aristotélica. En eso recuerda a usted.
R. Tiene toda la razón. Mire, estos dos mundos están muy dentro de mí, no separados, sino fundidos desde el principio. Crecí en Bombay, una ciudad muy cosmopolita, por eso, antes de viajar a Occidente, ya había comprendido algunas cosas de él, porque Europa e incluso América Latina estaban presentes en las calles de mi ciudad natal. Siempre entendí, así, que el mundo era mezcla, y mi narrativa siempre ha intentado explorar esa combinación.
P. ¿Y en qué punto diría que está la dialéctica histórica entre Oriente y Occidente? ¿Vamos a mejor o a peor?
R. Vamos hacia delante y atrás al mismo tiempo. Hay una manera de pensar en sintonía con lo que acabo de decir, sobre todo en ciudades grandes en las que conviven tantas culturas. Buen ejemplo es Nueva York. Pero a muchos esto les disgusta e intentan purificar la cultura, y cuando se empieza a purificar una cultura, mucha gente acaba muriendo. Hitler, Milosevic… Por eso siempre he estado a favor de la impureza.
Portada de un periódico iraní celebrando el ataque: “El ojo de Satán ha sido cegado”
P. Lo que ocurre en Gaza parece un retroceso grave, ¿no?
R. Siempre me ha disgustado mucho el gobierno de Netanyahu pero también Hamás, que practica el terrorismo. Así que lo que tenemos son dos fuerzas lamentables que chocan y miles de personas mueren. ¿Cómo encuentras así el camino de la justicia?
P. ¿Qué le parece la creación de los dos Estados?
R. Siempre he defendido esa solución, me parece obvia. Pero exige que las autoridades palestinas reconozcan a Israel, y todavía no lo han hecho. Es decir: ambos lados tienen que dar pasos. Netanyahu y Hamás rechazan esta fórmula, así que la pregunta es cómo llegas a esa solución cuando los dos la rechazan.
P. Cita a Joseph Campbell, que, hablando de Nietzsche, dijo que “toda desgracia que puedas sobrevivir es una mejora en tu carácter”. Después de lo ocurrido hace un par de años, ¿qué piensa al respecto?
R. Que por un lado no es una afirmación cierta: físicamente soy mucho más débil, aunque mi recuperación es buena, aun sin alcanzar el 100%. Pero hay una paradoja: este hombre intentó matarme silenciando mi voz pero, al hacerlo, ha puesto el foco en mí y mi trabajo, por lo que mi voz suena hoy más alta y llega más lejos. En ese sentido, sí hay una mejora: ahora soy más fuerte.