Al urbanista, profesor en el University College de Londres y divulgador en la BBC no le incomoda la gentrificación. Y avisa: «Las mejores ciudades no son aquellas en las que los pobres tienen coche, sino en las que los ricos cogen el metro»
SILVIA MORENO / PAPEL
Sentado sobre un ficus centenario a muy pocos metros de la Plaza de España de Sevilla, epicentro del debate sobre la necesidad de cobrar una tasa a los turistas por acceder al conjunto monumental, el gran gurú de las ciudades Greg Clark (Londres, 62 años) despliega con un entusiasmo asombroso todas sus recetas para tratar de alcanzar la urbe perfecta. En sus cuatro décadas de trayectoria profesional, este urbanista ha asesorado a más de 300 ciudades: desde Hong Kong hasta Nueva York, pasando por Viena, Oslo, Barcelona, Turín, Toronto, São Paulo, Auckland o Ciudad del Cabo. Para el año 2080, los expertos calculan que habrá 10.000 millones de personas habitando en solo 10.000 ciudades, frente a los 2.300 millones que lo hacían en 1980. Planificar las urbes es, por lo tanto, el mayúsculo reto de los próximos años. Y de eso sabe mucho Clark, profesor honorario de Política e Innovación Urbana en el University College de Londres y en la Universidad de Strathclyde (Glasgow), de visita en Sevilla para participar en el Hay Festival.
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PREGUNTA: ¿Existe la ciudad perfecta?
RESPUESTA: No. Todas están en evolución. Las mejores son aquellas en las que la población no ha cambiado mucho o sí lo ha hecho, pero a la vez de forma anticipada y planificada, adaptando sus servicios. Singapur, Vancouver o Viena han crecido mucho, pero al mismo tiempo lo han hecho las infraestructuras y la vivienda. Hay un proyecto de la BBC en el que participo, que se llama My perfect city, en el que se busca lo mejor de cada lugar para crear la ciudad perfecta. Como una especie de ciudad Frankenstein.
P: ¿Y qué tendría esa hipotética ciudad Frankenstein?
R: La vivienda de Viena, la tecnología de Seúl, la seguridad de Glasgow, el tratamiento hacia el envejecimiento de Tokio, la apuesta por la ciudad verde de San Francisco, el empleo de Toronto, la multiculturalidad y la vigilancia de la salud mental de Singapur…
P: ¿Hay problemas comunes entre las ciudades o cada una es un mundo?
R: Las dos cosas. El desafío común se repite: el problema número uno es el crecimiento de la población, con todo lo que implica, como la falta de vivienda, los elevados precios… Lo segundo es el clima: sequía, huracanes e inundaciones. En España el problema real es la falta de agua y el aumento de la temperatura. El tercer desafío es la desigualdad, porque las ciudades generan riqueza y, a la vez, atraen a gente pobre. Luego, cada ciudad tiene su propio problema.
P: ¿Algún ejemplo?
R: Oslo, que conozco bien porque pasé allí mucho tiempo. Es la capital europea que más crece, pero realmente la gente no la conoce. Es una ciudad incógnita. Es un problema único y típico de allí.
P: ¿Y Barcelona? También la conoce bien…
R: Sí, es una ciudad fantástica. La gente cree que la conoce porque la marca Barcelona es muy potente, pero no es muy acertada. La marca te dice que es una ciudad mediterránea, con buen clima, cultura, cosmopolita, divertida, pero es mucho más que todo eso. Es innovadora, la ciudad del surrealismo, los sueños y las aspiraciones.
P: Con su experiencia como asesor en más de 300 ciudades, ¿diría que los políticos se dejan aconsejar? ¿Trasladan fielmente sus recomendaciones?
R: Los políticos siguen mis consejos al 50%, pero no sólo les asesoro a ellos. Para hacer frente al desafío de las ciudades necesitamos 12 o 16 años para encontrar las soluciones, y los políticos están sólo cuatro años. Me gusta hablar también con profesores de universidad, presidentes de grandes compañías, responsables de instituciones culturales, directores de aeropuertos… Incluso con la gente que manda en los clubes de fútbol, porque ellos son también los líderes de la ciudad. Se trata de un equipo, no de una sola persona.
P: ¿Se le puede poner límite al turismo en las grandes ciudades?
R: Límite es una palabra extraña, porque sugiere que vamos a regular y prohibir el turismo. No se trata de eso. Las ciudades con más éxito tienen mucho turismo y una fuerte economía dependiente de él. Así ocurre en Londres, Nueva York, Singapur, Hong Kong, París, Tokio… El turismo tiene un valor estratégico para las ciudades. Aumenta su conectividad con el resto del mundo, mejora la calidad de sus hoteles, restaurantes, bares y museos. Además, incrementa la visibilidad de la ciudad en un mundo global e incluso mejora el cosmopolitismo de la población local.
P: ¿Qué pasa si la ciudad cuenta con más turismo del que puede absorber?
R: Nadie dijo que haya que tener la puerta abierta para todo el mundo. Ninguna ciudad tiene que aceptar el turismo que comete crímenes, hace ruido y no gasta mucho dinero. Hay que utilizar estrategias adecuadas y marketing dirigido al sector que nos interesa.
P: ¿Y cómo se consigue todo eso?
R: Hay que subir los precios y plantear incluso impuestos extra para aeropuertos y hoteles. También organizar las actividades que le pueden gustar al turismo que quieres atraer, como un festival de música, una exposición de pintura… Y perseguir el crimen: la gente es bienvenida, pero el mal comportamiento, no. Para que esto funcione, debe haber una coalición entre ayuntamientos, hoteles y compañías aéreas porque el gobierno de la ciudad dice: ‘Sólo queremos buen turismo’. Pero los hoteles afirman: ‘Queremos cualquier turismo’.
P: Las ciudades se pelean por atraer a visitantes de alto nivel, que acudan a museos, pero muchas veces se encuentran con el turismo de borrachera.
R: Es justo el problema, pero se puede cambiar si se quiere hacer de verdad. Miami, hace 20 años, era famosa porque la gente joven de Norteamérica iba a un festival de la primavera, que eran 10 días bebiendo alcohol, bailando en la playa, sexo en los parques… y los residentes se iban de la ciudad esos días. Miami decidió que no quería esto y montó una ciudad de arte, música, especialmente jazz, y cine. Se hizo la transición de un turismo low cost y bajo beneficio a otro high cost y alto beneficio.
P: El alcalde de Sevilla quiere cobrar a los turistas que visiten la Plaza de España. ¿Es la solución?
R: Si el alcalde quiere hacerlo, por qué no, pero sería mejor establecer una tasa turística general que paguen todos los turistas y usar ese dinero para mejorar la Plaza de España y otras de la ciudad. El reto no es lograr más dinero para un monumento en concreto, sino más dinero de todos los turistas que vengan para invertirlo en más sitios.
P: ¿Si se suben los impuestos se atrae a turistas con más poder adquisitivo?
R: Todas las ciudades no pueden ser Mónaco. No sólo queremos que nos visiten los ricos. Se trata de buscar un turismo que entienda los valores de la ciudad, su cultura, su patrimonio y pague por eso; no que venga a Sevilla y pague por el sol. La educación como un tipo de marketing.
P: En muchas ciudades se está desplazando a la población local del centro para convertir sus viviendas en apartamentos turísticos.
R: Hay un asunto más global. En todas las ciudades que son atractivas para el turismo, como Sevilla y también Barcelona, Madrid, Manchester, Berlín o Ámsterdam, hay un problema de falta de vivienda. No se construyen suficientes viviendas para atender el crecimiento de la población. Entonces Airbnb y los apartamentos turísticos ocupan algunas casas, con lo cual la oferta se limita más. Pero si hubiera más vivienda, no sería un problema tan grave.
P: ¿Es partidario de controlar los precios de los alquileres para afrontar el problema de la vivienda?
R: Es una tirita que pones cuando tienes una herida, pero no arregla casi nada. La solución es ampliar el parque de viviendas y construir más y más. Los alquileres controlados pueden servir cuatro o cinco años para proteger algún colectivo, pero si se mantiene, el sector privado no querrá invertir en la ciudad. En España y en Reino Unido somos muy lentos: esperamos hasta que tenemos una crisis y luego actuamos. Hay que edificar las casas a la vez que crece la población. Suena estúpido, pero la solución al problema de vivienda es construir más casas.
P: La sequía es un grave problema que choca con el turismo y su demanda constante de agua.
R: Es la gran pregunta. El problema es que no tenemos sistemas adaptados al cambio climático y al aumento de la temperatura. En muchas partes del mundo no hay tecnología para desalinizar el agua, reciclarla y reducir las filtraciones, a pesar de que es muy importante. Otro asunto es cómo se distribuye el agua que tenemos. Hay que subir su precio en diferentes tramos y para diferentes propósitos. El turismo no ha causado la sequía, pero es más conflictivo cuando la hay. ¿Y qué hacemos con los hoteles, las piscinas, los jardines, los eventos que usan mucha agua…? Hay que ser más inteligentes y ver qué precio le ponemos a ese agua y qué agua usamos para cada cosa.
P: ¿Qué pueden hacer las ciudades ante el cambio climático?
R: La ciudad tiene una relación múltiple con el cambio climático: concentra actividades que producen emisiones de carbón, como la industria y el transporte. Pero esto se produce en la ciudad, no por ella. Las urbes son también las víctimas del cambio climático. Hay sitios como Barcelona y Nueva York, en los que, si aumenta la temperatura un grado y medio, provocaría que el agua subiera medio metro y, por lo tanto, habría inundaciones.
P: ¿En cuántos años hay que adaptarse?
R: Si en los próximos 10, 20 o 30 años las ciudades no se adaptan al cambio climático, estamos acabados.
P: Hay urbanistas que defienden la construcción de edificios emblemáticos que transformen la ciudad.
R: Hay que tener mucho cuidado con eso. Puede funcionar bien o mal. A la gente le puede no gustar o parecerle algo frívolo. Hay proyectos, como los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo de Sevilla o la Ciudad de las Artes de Valencia que han sido importantes porque han situado a estas ciudades en el mapa, pero no hay que repetirlos. Son para una ciudad que se está poniendo en marcha, no para una madura.
P: Para usted la gentrificación no siempre es negativa.
R: A veces la gentrificación es una forma de mezclar a población de diferentes estratos sociales, y eso es positivo. Otras veces expulsa a la gente con menos recursos, y eso es negativo. Este fenómeno ha sido utilizado como un arma, pero puede ser positivo si tienes una estrategia de vivienda y hay mezcla de vecinos de diferentes rentas. Las mejores ciudades del mundo no son aquellas en las que los pobres tienen coches, sino aquellas en las que los ricos cogen el metro. Hay que tener cuidado con la segregación.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/el-mundo-que-viene/2024/03/22/65f5cae2fdddffd5078b459d.html