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El gurú del optimismo racional: «En los próximos años se va a mejorar la vida de los seres humanos de forma espectacular» | Papel

Matt Ridley, vizconde, ex banquero y ex político está volcado ahora en la divulgación, con la premisa de que los avances científicos siempre benefician a la mayoría social. «En este mundo es demasiado fácil ganar dinero y fama asustando a la gente», dice

FOTOGRAFÍA: JOHN ANGERSON

JORGE BENÍTEZ / PAPEL

La curiosidad de Matt Ridley le ha llevado a tratar la evolución del sexo, el genoma humano y el origen de la virtud. En El optimista racional (Ed. Taurus, 2010), su libro más popular con un millón de copias y 30 traducciones, concluía que en este siglo íbamos a disfrutar tanto de un progreso material como medioambiental. Un camino largo que llevó a forjar una mentalidad colectiva en el ser humano gracias al intercambio y la especialización que ha derivado en un aumento de la calidad de vida.

Hoy la globalización tiene peor reputación que en la fecha de publicación de su libro y la humanidad luce las cicatrices de una pandemia mundial y de un orden internacional con crisis en varios puntos claves del planeta. Por ello queremos comprobar si el buen ánimo de Ridley se mantiene resiliente. Desde su casa en Newcastle, este vizconde que ha tenido silla en la Cámara de los Lores atiende a la entrevista en un breve descanso. En estos días está centrado en un libro sobre una de sus pasiones: la ornitología.

Por origen, Ridley cumple todos los parámetros de la educación de élite inglesa: Eton y el Magdalen College de Oxford, donde estudió zoología. Pero la tradición también pesó de manera negativa en su vida. Heredó de la familia un puesto en el consejo del banco Northern Rock, del que fue presidente entre 2004 y 2007. No le fue bien como banquero y su gestión fue criticada públicamente. Durante la crisis financiera la entidad tuvo que ser rescatada y nacionalizada por el gobierno británico.

PREGUNTA: Hace 12 años escribió un texto en Wired titulado Nada de Apocalipsis: por qué no debe preocuparse por el fin de los tiempos. ¿Cambiaría hoy algo?

RESPUESTA: Cada vez que hay una tragedia, pase lo que pase, alguien me lo recuerda. Me dicen cosas del tipo: ‘¿Has visto el último brote de ébola?’. Siempre hay una razón para que la gente piense que el mundo de repente está en crisis. Cuando esto sucede, yo digo: ‘Miren a África…’.

P: Las cosas allí están mejorando.

R: Claro. Este continente, enorme en tamaño y población, ha vivido la mejor década de su historia. Hablamos de un período con un descenso de la mortalidad infantil, de las crisis del sida y la malaria y con un menor número de conflictos armados. En cuanto a la renta per cápita, los resultados son igual de espectaculares. Dejar de ser optimista cuando les va realmente bien a los más pobres es un error. Dicho esto, ahora suceden cosas respecto a la democracia y las autocracias, con tantos ataques a la libertad de expresión, que sí son preocupantes. Esto significa que muchas mejoras alcanzadas y que damos por hechas pueden no durar para siempre. En ese sentido, sí estoy más preocupado que hace una década: podríamos tirar por la borda el fantástico futuro de los humanos.

P: ¿Cree, como opinan muchos científicos, que vivimos en una nueva edad de oro de la ciencia?

R: Decir eso sería un error porque implicaría que todo es genial y no lo es. Así que me voy a mostrar contrario a Pangloss, el personaje del Cándido de Voltaire, que defendía que el mundo ya es perfecto y no podemos mejorarlo. Mi optimismo es diferente. Vivimos en una época de muchas oportunidades, pero no creo que el nivel de descubrimiento e invenciones se estén acelerando. Al contrario, creo que se está ralentizando.

P: ¿En qué aspectos detecta eso?

R: En la tecnología del transporte, por ejemplo. Los aviones son más seguros, pero no más rápidos y cómodos. Lo mismo sucede con los coches. ¿Dónde están esos viajes espaciales que nos prometieron hace unas décadas? En ese sentido, la ciencia no está a la altura de las expectativas. En comunicaciones e informática sí que hay un gran desarrollo, pero no creo que se mantenga esta velocidad. Yo, por ejemplo, no tengo la necesidad de comprar hoy un nuevo smartphone como sí la tenía hace 10 años.

P: Pero hay campos muy excitantes.

R: Sin duda. Si hay una edad de oro es en biomedicina. Gracias a la genómica, la biología molecular, la informática y el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) estamos en condiciones de mejorar la vida humana en los próximos años de forma espectacular.

P: Lo curioso es que vivimos en un mundo en el que hay avances fabulosos, como las vacunas de ARN y la IA, que asustan a determinada gente. ¿Ese pesimismo es nuevo o se repite en la historia?

R: Se repite. Una de las cosas que más me impresionó cuando estudié el progreso a lo largo de los siglos es la oposición a la que siempre se enfrenta. Piense que cuando se inventó la fecundación in vitro en los 70 hubo muchas críticas, hubo gente que atacó una tecnología que permitía a gente estéril ser padres. Nos podemos ir incluso mucho más atrás. La llegada del café en Europa en el siglo XV tuvo una durísima oposición. Se consideraba una bebida peligrosa y nociva para la salud. Perseguida por la Iglesia, se llegó a prohibir en muchos países, pero aun así su expansión no se pudo detener: a la gente le gusta demasiado el café. O piense en las primeras vacunas, los médicos que las defendían llegaron a sufrir agresiones muy violentas.

P: Nunca ha habido un mayor acceso a la información ni se han difundido tan rápidamente los éxitos científicos. Sin embargo, el miedo no desaparece.

R: Eso que me dice me retrotrae a la opinión del historiador y político Thomas Babington Macaulay, que se preguntó cómo era posible que, con tantas mejoras a nuestras espaldas, los hombres pensáramos tanto en el deterioro del futuro. ¡Eso lo dijo en 1830! El pesimismo no decae. Me temo que es demasiado fácil ganar dinero y hacerse famoso asustando a la gente.

«Hay jóvenes que no quieren tener hijos porque el mundo va a ir de mal en peor. Por desgracia, vivirán para lamentarlo»

P: El miedo no sólo es presente, sino también futuro. No se deja de decir que mañana no habrá trabajo, que el cambio climático arrasará con todo o que seremos víctimas del peligro nuclear. ¿No es peligroso contagiar el pesimismo a nuestros descendientes?

R: Me preocupa mucho. Hay jóvenes que no quieren tener hijos porque el mundo va a ir de mal en peor. Por desgracia, vivirán para lamentarlo. Dentro de 20 o 30 años se darán cuenta que el mundo no es tan malo. Claro que el cambio climático tendrá consecuencias, pero los modelos no hablan de ningún colapso. Este punto de vista actual puede provocar que se sientan engañados. Yo estuve cerca de cometer un error parecido en los años 70. Leía mucho a los ecologistas, que eran todos pesimistas. Decían que la explosión demográfica era imparable, que seríamos asolados por hambrunas, pesticidas que causarían una epidemia de cáncer, selvas tropicales fundidas y habría un descenso de la esperanza de vida. Yo les creía y pensé que no tenía mucho sentido estudiar una carrera normal.

P: Sucedió entonces lo contrario.

R: Claro. Mi generación pasó de una supuesta lucha por la supervivencia a vivir los años más prósperos de la historia de la Humanidad. La pobreza humana azotaba a la mitad de la población y en unas décadas se redujo un 10%. Menos mal que pensé a tiempo en tener una vida, conseguir un trabajo y tener hijos (se ríe). Esta misma semana leí una carta de un lector en TheWall Street Journal que decía que su fe en Paul Ehrlich, uno de los grandes pesimistas de esa época que decía que la batalla por alimentar a la humanidad estaba perdida, le había inducido a no tener hijos y lamentaba su error.

P: ¿Se puede hacer ciencia sin optimismo? Me pregunto si sin una actitud positiva es posible encontrar soluciones a los problemas.

R: No tiene sentido descubrir cosas sobre el mundo si piensas que esos descubrimientos van a dar malos resultados. Cuantas más cosas descubras, mayor conocimiento para mejorar la vida de la gente. Incluso si el conocimiento encierra peligros, siempre es mejor saber más que menos. Sin esa mentalidad no se puede ser un gran científico. Le daré un ejemplo muy concreto de mi libro más reciente, Viral, sobre los orígenes del virus de la pandemia. Me he encontrado con científicos que creen que no es bueno buscar sus orígenes, porque saber toda la verdad podría generar una gran discordia si por ejemplo se probara que el virus se escapó de un laboratorio. Se trata de un punto de vista totalmente erróneo. Descubrir cómo se extiende un virus es como investigar las causas de un accidente de aviación, permite aprender de los errores y evitar que se repitan.

P: El éxito de las vacunas supuso un respaldo social muy importante para la investigación médica. ¿Cree que los políticos tomaron nota?

R: Es un buen ejemplo. No se invertía adecuadamente porque para las empresas farmacéuticas las vacunas no son muy rentables. Hablamos de un invento que ha demostrado en la Historia ser maravilloso. Eso sí, aún tengo dudas si fue una decisión correcta vacunar a los niños del Covid, porque siempre hay riesgos y no había entonces suficientes estudios. Pero nadie puede dudar de lo importante que es la investigación médica.

«Resulta muy frustrante ver a un político que dice ‘no lo sé’ y que de inmediato es masacrado por los medios y las redes sociales»

P: Durante la pandemia y la crisis financiera sucedió un fenómeno muy común en las grandes crisis: las autoridades fingen saber más de lo que saben. ¿Cree que los ciudadanos confiarían en un estadista que reconociera no tener respuestas?

R: A mí me resulta muy frustrante ver a un político que dice «no lo sé» y que de inmediato sea masacrado por los medios y las redes. Esta presión les obliga a fingir que saben más de lo que saben. Personalmente, creo que la honestidad es siempre la mejor política, lo que me convierte quizás en un mal político. Al principio de la pandemia había muchas cosas que no sabíamos: sobre las mascarillas, los confinamientos, si el virus iba por el aire, si las vacunas detendrían la transmisión… Todavía desconocemos muchas cosas y debemos ser humildes en vez de dar respuestas prematuras. En cuestiones climáticas, financieras o epidemiológicas demasiada gente confía demasiado en los modelos de futuro.

P: Nadie los conoce.

R: Es que no existen los expertos en futuro. Salvo para cosas básicas, como que el sol saldrá mañana por el este. Vivimos de conjeturas, algunas mejores que otras. Es muy atrevido pensar que lo podemos saber todo.

P: Como optimista racional, ¿cree que el calentamiento global será solucionado con tecnología?

R: Estamos abocados a resolverlo con tecnología y no con moderación económica. El decrecimiento no es la solución. Se ha reducido la dependencia de los combustibles más contaminantes: hemos pasado de la madera al carbón, del carbón al petróleo, del petróleo al gas. Y disponemos de la tecnología nuclear, para mí más fiable que las renovables. Si creamos reactores de fusión en las próximas décadas, algo que veo factible, podremos eliminar los combustibles fósiles y evitar mayores daños provocados por el cambio climático.

P: Me gustaría terminar con una pregunta más filosófica que técnica: ¿hay límites al progreso humano?

R: Creo que no. Se dice que no puede haber un crecimiento infinito en un mundo finito, pero eso no es cierto, porque puede consistir en hacer más con menos: una bombilla led da más luz con menos electricidad. Por eso creo que el progreso podría ser infinito. Cuando lleguemos a un límite, con un desarrollo pleno de todas las tecnologías, alguien vendrá y dirá que se puede hacer mejor: de forma más barata y con menos recursos.


EL OPTIMISTA RACIONAL

Matt Ridley

Editorial Taurus. 448 páginas. Puede comprarlo aquí


Fuente: https://www.elmundo.es/papel/el-mundo-que-viene/2024/03/08/65e201b8fc6c8390558b457a.html

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