Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez
A Guitton lo he ido conociendo poco a poco. No sé qué imagen tomar respecto a mi acercamiento hacia su pensamiento, si la de la playa y el mar, o la del bosque y sus senderos. En cualquier caso, no me he sentido perdido. Aunque en los cursos iniciales de la carrera uno de sus libros nos fue recomendado por algún profesor, para aprender a estudiar filosofía, no fue sino hasta muy tarde cuando lo leí con actitud de apropiarme de buenos consejos metodológicos:
“… lo único que merecía detener la atención es el hecho iluminado por una idea; es la idea encarnada en un hecho.” (1)
He tratado, desde entonces, de seguir ese consejo: Tratar de ver la idea encarnada en los hechos y elevarme de éstos a la idea. Por otro lado, también he procurado mirar en mi interior, ordenar mis pensamientos y sentimientos, y escribir. A veces puedo confeccionar textos aceptables, sugerentes, que valgan la pena; otras veces la inspiración no se asoma, pero siempre me queda una sensación de haber recorrido pasajes que Guitton mismo mira y explica, casi como si sintiera yo sus mismas emociones, su pensamiento y corazón juntos.
Quiero hacer alusión a tres momentos de su pensamiento que han sido relevantes para mí. Más o menos han sido cronológicos. El primero fue cuando, siendo yo un profesor joven, para mis clases de Filosofía de la Historia, cayó en mis manos un libro suyo que sería parte del elenco bibliográfico para ese curso que impartí por varios años: Historia y destino (2). Hay varias ideas nucleares ahí; la que me impactó en esas varias lecturas fue la del azar subsistente: la conjunción entre la instancia y las circunstancias en el destino (3). Fue como si me sumergiera yo en el mar directamente. Sobre esto volveré más adelante.
El segundo momento fue con su libro Mi testamento filosófico (4). Se me hizo fácil seguirlo a través de su reflexión sobre su propia muerte, los personajes que lo visitan en su lecho previamente a su final mortal, los personajes con quienes se encuentra mientras presencia su funeral, sus diálogos, sus puntualizaciones, sus miradas, hasta que, finalmente en su juicio personal, escucha la sentencia. Esa primera lectura del libro me hizo pensar e imaginar mi propia muerte y hacer un símil de la reflexión guittoniana en mi caso personal.
El tercer momento fue la lectura de una entrevista que le hizo Jaime Antúnez Aldunate (5), recogida en un libro de entrevistas que incluye a otros pensadores relevantes como Julián Marías, el Dalai Lama, Octavio Paz, Robert Spaeman, Joseph Ratzinger, Carlo Caffarra, Rafael Alvira, André Frossard o Josef Pieper, entre otros. Habla del siglo XX, de Jesús, de la verdad, de san Agustín, de Blondel, de Bergson, del Concilio, de Althusser, de un tema central en su filosofía, el del cruce del tiempo y la eternidad en la historia, del vínculo entre las ideas y la historia personal, entre otros temas (6). Brinda un panorama del crepúsculo de una época.
La encarnación de las ideas
Veamos, antes de los tres momentos antedichos, su consejo sobre la idea y los hechos. Hay que señalar que Guitton fue prisionero de guerra durante la ocupación alemana en Francia en la Segunda Guerra Mundial. El tratar de ver cómo las ideas se encarnan en los hechos históricos, que es una de sus tesis en su visión de la historia, tiene que ver, primero, con asumir la circunstancia, la situación. Como prácticamente había nada en el campo de concentración, la privación era imperante. Se carecía de lo que antes se consideraba imprescindible:
“… se está reducido a la atención, a la memoria, a raras conversaciones: lo que induce a pensar, ante todo, que los libros no son indispensables y que, en cualquier caso, unos pocos deben bastar.” (7)
Su consejo es mirar con atención, ser observador, tratar de guardar todo ello en la memoria. Esto coincide, por otra parte, con un consejo de Lev Tolstói: “Nunca busques en un libro si has olvidado algo, intenta recordarlo por ti mismo.” (8) La cuestión es que, en un caso extremo como la guerra —aunque no necesitamos llegar a tal grado—, podamos implementar la atención, la observación y la memoria para, en medio de la situación, de los hechos, podamos mirar la idea, o las ideas reflejadas en esos hechos. Seguramente encontraremos un sentido: su significado.
Se trata de un doble movimiento; por un lado, al decir cómo se encarnan las ideas, implica ver cómo las esencias se hacen presentes en los hechos. Guardando las proporciones, por ejemplo, en el caso de Jesús de Nazaret, ver cómo en los acontecimientos que estaban ocurriendo en el camino hacia la cruz, estaba ya anunciado en la Escritura, en la palabra, y cómo ésta se cumplía en los hechos que estaban ocurriendo. Y luego, por otro lado, mirar cómo esos hechos verificaban la Escritura. Es en el fondo el núcleo de la historia (9).
El destino
Pasemos entonces al primer momento, el del tema del destino, la predestinación, el azar subsistente, abordado en el libro ya mencionado Historia y destino. Daré un poco de contexto para comprender el momento en que el tema se vuelve relevante. Se trata de los cursos de Filosofía de la Historia que durante años impartí en la universidad. Pretendía con ellos que los alumnos comprendieran qué es la historia, cómo se conoce y la condición histórica del ser humano. A partir de ahí, mirar si podía verse el significado de la historia en general.
Ese curso era para estudiantes de Filosofía, pero también para estudiantes de Ciencias Políticas. Comenzábamos con el término «historia» y sus significados (ahí estudiábamos a un autor que se llamaba Erich Kahler) (10). En seguida analizábamos la palabra y el concepto para entrar al tema del acontecer histórico (11). De ahí entrábamos a cierta densidad con Antonio Millán Puelles (12) para acercarnos a la esencia y al ser de la historia. Seguía el texto de Jacques Maritain sobre las leyes de la historia (13). Posteriormente analizábamos las causas de la historia según los historiadores (14) para, enseguida, entrar a la acción histórica, donde estudiábamos las tesis de Paul Ricoeur (15).
Después, ya en un segundo momento, les recetaba un libro mío sobre la idea de la historia en san Agustín (16), más tarde unos ensayos de Alegre Gorri y Javier Sadaba sobre el tiempo y la historia, y el fin de la historia (17). Para cerrar, proponía yo el texto de Nicolai Berdiaev sobre el sentido de la historia (18). Hasta que, no recuerdo cómo, acaso algún colega me lo recomendó, apareció en el horizonte el libro de Guitton. Al principio tenía cierta reserva: el tema del destino se me hacía no sólo complicado, sino inabordable: ¿Cómo entrarle?
Al leerlo, me fui adentrando no sólo en el pensamiento, sino, como he dicho, en la sensación de ser yo mismo el protagonista. Un primer señalamiento del texto de Guitton pareció ganar mi confianza: “Por destino traduzco la experiencia más profunda, más humana, de un orden de mi vida que refleja una Pronoia (πρόνοια), una providencia, una voluntad creadora.”(19). Caí en la cuenta que mi experiencia vital más íntima había sido sostenida hasta ese momento por esa providencia, esa voluntad. No era yo ajeno a mi propio devenir histórico.
Casi siempre que se habla del destino es inevitable plantear si nosotros lo hacemos con nuestra libertad o si alguien más lo ha escrito, como en un libreto, para que nosotros simplemente lo actuemos. Con la definición de Guitton, sobre todo el asunto de la experiencia profunda de nosotros, la voluntad creadora providencial ya no me sonaba arbitraria. Es más, no había que elegir entre mi propia voluntad y esa otra voluntad providencial, sino mirar una suerte de conjunción entre mi yo y esa fuerza favorable a mí.
En los acontecimientos y hechos de nuestra vida, ¿qué hay de caracteres inmortales, por así decirlo, eternos, sustanciales, que nos definen en lo más profundo de nuestro ser? ¿Qué rasgos se encuentran en nuestra persona que pueden ser considerados “resonantes” en la eternidad? O, mejor dicho, ¿qué acciones nuestras, que hacemos, tienen esa característica, ese toque, que resuena para siempre? ¿Hay actos nuestros que, en efecto, tengan esa resonancia, esa proyección, ese vínculo con lo eterno y definitivo?
A esa presencia de esencias eternas en la vida histórica, personal, de cada quien, a esa visión de esas esencias, Guitton le llama “ticología”, esto es, “pasos de la eternidad en el tiempo de una vida humana”. (20) Esa presencia, o esa esencia eterna, ¿soy yo? O, bien, ¿es un super-ello impuesto a mí que suscita mis circunstancias? En suma, la vida, ¿yo la tomo en mis manos o, como el agua del río, me conduce a pesar mío a donde no quiero? Al analizar mi vida, en ese momento, veía que, sin querer del todo, había sido conducido a un escenario que no había yo vislumbrado, pero que me daba mayor gratificación en mi ser vital.
No se trata de afirmar o negar el azar; de hecho, por momentos, nuestra vida está llena de azares, ya sea por las circunstancias que no dependen de nosotros, ya sea por nuestros íntimos y profundos deseos de que algo ocurra y que buscamos afanosamente. Ambos son azares, unos externos y otros internos. El tema que plantea Guitton es si dichos azares son racionales o no, si tienen sentido y significado o no. Porque si tienen logos, significado, es factible adherirse, es decir, actuar con total libertad. Si no hay logos, adviene el absurdo.
De la racionalidad podemos pasar a discernir entre lo necesario y lo accidental. Esto es algo que incluso compete al ámbito del historiador. Cuando se estudia la historia de algo, de un acontecimiento, la Revolución mexicana, por ejemplo, hay cosas que se veían venir, hay inercias, secuelas naturales del dinamismo histórico, una nueva Constitución. Pero hay algo completamente imprevisible, como lo fue el maximato de Calles. Éste, aunque fue una consecuencia de dicha revolución, no era previsible para quienes miraban la historia en ese momento.
En sentido estricto no hay historia de lo previsible, sino justamente de lo imprevisible. O, mejor dicho, de la distinción entre uno y otro para mirar cómo emerge lo imprevisible. “Hacer historia consiste en discernir lo que, en un acontecimiento, es fruto de las leyes fundamentales de la naturaleza humana o de la naturaleza histórica, y lo que, al contrario, deriva del encuentro (accidental) de ciertas series o de la acción «imprevisible» de altas personalidades.” (21). Precisamente eso imprevisible le da giros definitorios a la historia.
Eso ocurre también a nivel personal. Experiencias como la amistad o el amor comienzan, a veces, sin pensarlo o sin buscarlas, con el cruce imprevisto de unas miradas, en situaciones que no correspondían al curso ordinario de nuestra vida. No, es, digamos, como un milagro, en el sentido de una irrupción de algo totalmente ajeno a la dinámica de la historia personal, pero, siendo un acontecimiento histórico, no estaba previsto. Las cosas más relevantes de nuestra vida suelen tener ese carácter de lo completamente imprevisible.
A ese carácter azaroso de los momentos más relevantes de nuestra vida, Guitton le llama el «azar subsistente». Primero hay que mirar lo que es el azar: Lo imprevisible, lo inesperado, lo que no se encuentra en la secuencia de acontecimientos. En éstos, convergen las circunstancias que nos rodean y nuestras pretensiones. Unas son externas y otras internas. El azar afecta a ambas; o a un ámbito. Y con ello modifica todo el curso de la historia, tanto personal como colectiva. Lo que se mira en la historia colectiva, se mira más en la personal.
A los deseos y aspiraciones internas, nuestro pensador le llama, en conjunto, «instancia», stare in, in stare, «estar en». A las situaciones externas que nos rodean le denomina «circunstancias», circum stare, «estar alrededor». Yo soy el que «está en» las situaciones, y éstas, las circunstancias, «están en rededor mío». Pues, bien, yo deseo, por ejemplo, la salud, el bienestar, o la salvación en caso de peligro, o encontrar a la persona que puede ayudarme a resolver los problemas que padezco. Pero ello no significa que ocurran.
Sin embargo, a veces, ocurre esa coincidencia entre mi deseo y el advenimiento de las circunstancias conforme a ese deseo mío. Es excepcional que ocurra el acuerdo o conexión entre el deseo íntimo y el hecho, pero si así ocurre le llamamos «suerte» o «fortuna». En cambio, si ocurre contra nuestra voluntad o contra nuestro deseo, le llamamos «infortunio». La instancia y la circunstancia, en el vaivén de la historia, de nuestra historia, son los elementos esenciales.
Viene el azar y, sobre todo en momentos delicados, vitales, parece que nos lleva por donde nuestros deseos esperaban, incluso en un mejor plano. Colón buscaba, por ejemplo, nuevas rutas comerciales a la India e inició el descubrimiento de un nuevo mundo. Así ocurre a veces con nuestras instancias: queremos algo bueno para nosotros y, por alguna razón, ocurre no lo que queríamos exactamente, sino algo mejor.
“… pregunto -escribe Guitton- si, en la experiencia ordinaria de toda vida humana, no se encuentran ciertas correspondencias entre un deseo y un azar”. Se lo pregunta porque, en efecto, parece que, en ciertos casos, cuando nos encontramos en una suerte de callejón sin salida, cuando una necesidad nos apremia, cuando estamos al borde del colapso, de repente emerge una salida, una solución, un horizonte venturoso, una solución sencilla, simple, inocente, por decirlo así, y volvemos a respirar tranquilos, en paz; “en todos esos casos tenemos la sensación de que interviene en la existencia algo que no es producido por nosotros. Es un don.” (22). Varios casos de nuestra propia vida pueden ilustrar lo anterior.
Pero debo terminar esta larga parte; sólo añadiré unas últimas líneas que me cautivaron de este libro hace ya lejanos años. “Se da el yo, y se dan las circunstancias. No soy yo el que crea las circunstancias. Y sin embargo, hay un acuerdo entre estos dos términos heterogéneos.” (23). Esa coincidencia siempre es, o suele ser, benéfica, es decir, corresponde a lo más hondo, no de lo que deseamos, sino de nuestro ser más profundo. No es nuestra voluntad la que es completada, sino nuestra existencia, nuestro interior.
La auténtica religiosidad
Del segundo momento de mi encuentro con Guitton, he citado Mi testamento filosófico: Es una suerte de novela sobre su historia previa a la muerte, la muerte misma, el sepelio, cómo Guitton lo presencia, con quienes se encuentra, y cómo es pronunciada la sentencia de su juicio personal. Son muchos los temas que sería largo recorrerlos, sin embargo, querría yo tratar sólo el tema de su diálogo con Pascal, previo a la muerte de Guitton, en la historia del libro. Es el tema de la relación con Dios, de la libertad religiosa.
Se le aparece Pascal en su lecho de muerte, luego de la visita del diablo y antes de la visita de Bergson, que fue su maestro. Le pregunta Pascal a Guitton: ¿Cómo explica usted la indiferencia religiosa? Por un lado, explica Guitton, los seres humanos le pedimos a Dios por nuestras necesidades o carencias materiales: la salud, un buen empleo, cosas para nuestra estancia en el mundo (hacemos de la religión una religiosidad materialista). Cuando por la ciencia y la técnica, eso lo puede alcanzar el ser humano mismo, dejamos a Dios a un lado.
Lo que antes pedíamos a la Providencia divina, hoy lo obtenemos por la ciencia, la técnica o el Estado. Dejamos a Dios para otras cosas, hasta que de Él nos olvidamos. De ahí, poco a poco, va brotando la indiferencia porque dejamos de orar y de pedir. Pascal le increpa, sin embargo, “está bien pedirle a Dios por nuestras necesidades”, puesto que es un Padre amoroso. Sí, responde Guitton, el problema es el abuso. Más aún, en el fondo, la relación verdadera con Dios es adorarle, agradecerle y, sobre todo, buscar su voluntad: “Hágase tu voluntad.” Esta es la sustancia y lo esencial de la relación con Dios.
Por otra parte, le pregunta Pascal, ¿por qué se da la agresividad antirreligiosa? La respuesta de Guitton es en este sentido: el hombre está resentido por Dios “por no estar a la altura de los técnicos”. Tiene la sensación de estar humillado por haberle pedido a Dios durante mucho tiempo las cosas que dependían de la voluntad humana. “Ya no soporta la idea de un ser superior, en el que ya no ve la utilidad material.” (24) Y luego plantea el núcleo de la religiosidad: la mística. “La mística es el centro de la religión. En caso contrario, lo que llamamos religión no es más que una mezcla de magia y de espíritu gregario.” (25)
Muchos más temas pueden aludirse sobre este libro que, en efecto, es un testamento, un legado, no para agotar el pensamiento de Guitton, pero sí para tener una visión general o, al menos, una buena introducción. A mí, tal lectura me indujo a pensar en mi propia muerte, ¿cómo podría ser? ¿Sería yo visitado por algunos personajes con los cuales he convivido a lo largo de mi vida? ¿Por quiénes? ¿Igualmente vendría a visitarme el no-esperado espíritu del mal para tratar de inducirme a la duda final? ¿Vería yo a mis profesores, a mis maestros? Como a Guitton, ¿me encontraría yo con los santos a quienes guardé devoción? ¿Me tomaría bajo su conducción, antes del fallo final, la Virgen? Realmente es un libro para pensar. Por todo lo anterior no hay duda de que Guitton fue un filósofo y un creyente.
Unidad del pensamiento y la vida
De la entrevista que le hizo Antúnez Aldunate, sólo destacaría yo la unidad entre el pensamiento de una persona y su vida. En el ámbito intelectual es muy frecuente que los pensadores separen su vida -como algo privado- de sus ideas. Para Guitton, en cambio, no sólo están unidos pensamiento y vida por tratarse de la unidad de la persona, sino que, justamente, el punto medular, o uno de los puntos medulares, de su pensamiento es que las ideas, las esencias, lo eterno, tienen manifestación y encarnación en la historia personal, así como en la historia universal. He aludido al caso de Jesús de Nazaret y la Escritura para ilustrar lo anterior.
No quiero extenderme más en esta disertación. Sé que más que una síntesis del pensamiento de Jean Guitton sólo he trazado el camino hacia la puerta de su mansión intelectual. Espero que, al haber cruzado por el jardín, se sirva, amable lector, lectora, abrir la puerta y cruzar el umbral de esa su casa. Él ha fallecido ya, pero su obra sigue viva entre nosotros.
Referencias
1. J. Guitton, El trabajo intelectual, en A. D. Sertillanges/Jean Guitton, La vida intelectual/ El trabajo intelectual, Porrúa, México 1994, p. 144.
2. Rialp, Madrid 1977.
3. Ib., pp. 107-138.
4. Encuentro, Madrid 1998.
5. Crónica de las ideas. En busca del rumbo perdido, Encuentro, Madrid 2001.
6. Ib., pp. 27-39.
7. Guitton, El trabajo intelectual, op. cit., p. 127.
8. L. Tolstói, Diarios (1847-1894), Era/ Conaculta/ Fonca, México 2001, p. 14; 24 de marzo de 1847.
9. Cf. J. Ratzinger/ Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, Planeta/ Encuentro, Madrid 2011, pp. 237-241.
10. E. Kahler, ¿Qué es la historia? Fondo de Cultura Económica, México 1966, 6ª reimp. 1990.
11. El libro a estudiar era: Carlos A. Baliñas, El acontecer histórico, Rialp, Madrid 1965.
12. A. Millán Puelles, Ontología de la existencia histórica, Departamento de Filosofía de la Cultura, Madrid 1951.
13. J. Maritain, Filosofía de la historia, Club de Lectores, Buenos Aires 1985.
14. E. H. Carr, ¿Qué es la historia?, Ariel, Barcelona 1983.
15. P. Ricoeur, Historia y verdad, Encuentro, Madrid 1990.
16. F. Aguilar Víquez, El hombre y su destino, Upaep/Edamex, México 1999.
17. R. Mate (ed.), Filosofía de la historia, Trotta/ Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid 1993.
18. N. Berdiaev, El sentido de la historia, Encuentro, Madrid 1979.
19. Guitton, Historia y destino, p. 107.
20. Ib., p. 109.
21. Ib., p. 114.
22. Ib., p. 121.
23. Ib., p. 137.
24. Guitton, Mi estamento filosófico, p. 23.
25. Ib., p. 25.