Entramos a este milenario ritual sintoísta en un santuario del centro de Japón donde hombres sólo con taparrabos se frotan para sacudir la mala suerte
LUCAS DE LA CAL / EL MUNDO
El sudor resbala por sus cuerpos desnudos a pesar del frío. Únicamente van vestidos con taparrabos. Gritan, bendicen y se empujan. Beben tragos de sake para entrar en calor. Los más débiles caen al barro. Algunos, agarrándose a las lorzas de los más rollizos, logran trepar hasta asomar la cabeza por encima del mar de 10.000 hombres que frotan sus cuerpos para sacudir la mala suerte.
Antes de unirse a la bravucona multitud desnuda, Kioko cumplió con el ritual de todos los años: dos días completamente aislado, encerrado en una habitación, dedicando todo el tiempo a rezar. Con el alma ya purificada, convocó a su familia para comenzar la ceremonia de desnudez.
Primero, su madre y su hermana le afeitaron todo el cuerpo. Después, el padre le colocó el fundoshi, como se conoce al paño blanco que cumple la función de taparrabos.
Es la quinta vez que Kioko, ingeniero de 29 años, participa en el «festival del hombre desnudo». Así se conoce popularmente al Hadaka Matsuri, una fiesta sintoísta con 1.250 años de historia que se celebra anualmente el día 13 del Año Nuevo Lunar en el santuario de Konomiya, en la ciudad japonesa de Inazawa.
«El objetivo final que tenemos todos es llegar a tocar al shin-otoko (hombre divino), un elegido que es el portador de la buena suerte. Al tocarlo, él asume las desgracias de la otra persona», explica Kioko justo antes de entrar a un fango que se parece más a una masiva pelea de sumo que a un ritual religioso.
Es jueves y justo ha parado de llover al arrancar la fiesta. Incluso pega el sol cuando comienzan a llegar los primeros grupos de hombres desnudos. Hay de todas las edades. Desde ancianos hasta niños. Incluso algún extranjero como Adam, un empresario holandés que lleva 12 años viviendo en Japón.
«He tenido que beber antes mucha cerveza y sake para que mis amigos japoneses al final me convencieran para venir y enseñar mi culo a miles de desconocidos. Pero es una experiencia increíble y liberadora», asegura.
Efectivamente, además de los participantes, hay miles de turistas de todo el país que se han desplazado hasta Inazawa para ver un festival que este año había captado más atención que en otras ocasiones porque se había anunciado que, por primera vez, las mujeres participarían, aunque apartadas de la marabunta de hombres sudorosos.
Antes de empezar el clímax masculino, cerca de 40 mujeres, todas vestidas, hicieron su particular ritual de oración, en silencio y con ofrendas de bambú.
El zumbido arranca a media mañana cuando llegan las primeras procesiones masculinas. Van entrando en grupos, sujetando ramas de árboles o palos de bambú envueltos en cintas o en lonas de plástico que llevan hasta dentro del templo. Son como los costaleros de Semana Santa, con la misma energía pero con menos ropa.
Muchos rompen a llorar. «Es el día más importante del año para nosotros», dice Masayoshi, otro de los participantes. Además del fundoshi, los hombres llevan cintas en la cabeza que luego parten en varios trozos que entregan al público presente, que jalea y aplaude el espectáculo.
Cuando todos los grupos ya han desfilado, la multitud se junta en una larga pasarela de arena que hay a la entrada del templo. Unos cuantos comienzan a lanzar cubos de agua por todos lados. Es entonces cuando empieza la estampida.
«Este ritual sintoísta es una lucha encarnizada entre hombres desnudos, que son elegidos mediante la oración y una decisión divina. Esto se basa en la creencia de que si tocas al hombre divino, podrás eliminar los espíritus malignos», reza un anuncio publicado en la página web del templo.
«Asegúrese de escribir su nombre, número de teléfono y la empresa para la que trabaja en un lugar que pueda verse fácilmente desde el exterior del taparrabos. También tenga cuidado de no beber demasiado alcohol. No es obligatorio que participen personas borrachas«.
Una indirecta clara que no cumplen la mayoría de los participantes, sobre todo los más jóvenes. La ebriedad sirve para soportar el frío y como chute de energía cuando llega el momento del cuerpo a cuerpo.
Las raíces de este festival se remontan a una época de peste y otras enfermedades en la que la supersticiosa población local quería expulsar la mala suerte. Los hombres con taparrabos desfilaban por la ciudad, arrojándose cubos de agua helada unos a otros. Como ahora, llevaban altares portátiles en largos postes de bambú decorados con cintas. La culminación siempre ha sido la llegada al santuario.
Dentro de la creencia sintoísta tradicional, que se considera una religión autóctona de Japón, con escritos desde el año 300 a.C., existe un dios (kami) para prácticamente cada objeto, concepto, acción y presencia. Los seguidores del sintoísmo creen que los kami existen en todo, desde elementos naturales como rocas y árboles, en las artificiales e incluso en las personas.
Hay más de 100.000 santuarios sintoístas (los jinja) por todo Japón. Los fieles visitan los templos para rendir homenaje a los kami o rezar por tener buena suerte. Es habitual que las familias lleven a los recién nacidos y que muchas parejas celebren en los jinja sus bodas.
La entrada al santuario de Konomiya está marcada por un torii, como se llama a las grandes puertas de madera. También tiene un par de estatuas de leones guardianes, los komainu, uno con la boca abierta y el otro la tiene cerrada.
En algunos templos sintoístas se celebran cada año varios festivales del hombre desnudo como el de Inazawa, que es el más antiguo de todos y que este año cobraba especial importancia porque ha sido el único en el que por primera vez las mujeres participaban en los rituales, aunque de nuevo lejos del foco y del ruido.
La semana pasada, fue el templo montañoso de Kokuseki, en la prefectura de Iwate, al noreste del país, el que recibió durante la puesta de sol a cientos de hombres con taparrabos blancos.MÁS EN EL MUNDOLa guerra rusa contra Ucrania: vista al futuroPekka Toveri, ex jefe de inteligencia militar de Finlandia: «Si la guerra se alarga demasiado puede ir en contra de Rusia»
Los organizadores del festival de Iwate comunicaron que, después de más de 1.000 años de historia del evento, este año sería el último que se celebraría por falta de participantes más jóvenes para mantenerlo en marcha. Muchas de las zonas rurales donde se realizan este tipo de rituales están prácticamente despobladas.
Japón es el país más anciano del mundo, con casi el 30% de la población con 65 años o más. Además, uno de cada 10 japoneses tiene más de 80 años. Una gigantesca bomba demográfica que pone en peligro los festivales del hombre desnudo.
Fuente: https://www.elmundo.es/cronica/2024/02/23/65d7365de9cf4ad34f8b4593.html