Drew Barrymore, que este jueves cumple 49 años, habló en una de sus memorias del “lado oscuro y temperamental que heredé de mis antepasados”. A esto se refería.
HADLEY HALL MEARES / VANITY FAIR
Cuando la actriz Diana Barrymore era pequeña, estaba fascinada con su misterioso padre, John, al que no recordaba. Sus padres se habían separado y su madre solo hablaba de él en susurros crípticos. Según su célebre autobiografía de 1957, Demasiado. Demasiado pronto, la primera vez que vio su rostro fue de casualidad en un libro:
Era Confesiones de un actor, de John Barrymore. Lo abrí por la portada: una fotografía de un hombre apuesto acunando en sus brazos a un bebé de ojos muy abiertos vestido de blanco. Debajo, a duras penas conseguí descifrar: «John Barrymore e hija».
Corrí hacia mi Nanny sujetando el libro. «Nanny, ¿somos mi padre y yo?”
El rompecabezas del clan Barrymore, estrellas del teatro y la pantalla desde el siglo XVIII, ha fascinado a los cronistas durante generaciones. “Son los seres humanos más encantadores, los más talentosos, los más ingeniosos, las personas más encantadoras a las que se les ha echado del cielo”, dijo una vez el artista James Montgomery Flagg. “Y a la vez, probablemente los duendes más egocéntricos, malcriados e irresponsables que jamás hayan salido del hueco de un árbol”.PUBLICIDAD
Los Barrymore parecen igual de enamorados y confundidos por su triunfal y trágica historia. Estos seres dramáticos incorregibles, profundamente intelectuales y llenos de un exagerado odio hacia sí mismos dejan claras dos cosas en sus numerosas autobiografías : tienen y siempre tuvieron un enorme orgullo por la historia de su familia, pero reconocen que su genio tuvo un alto precio. «Creo que mis hermanos y yo nacimos bajo una estrella oscura», escribe Ethel Barrymore en su autobiografía de 1955, Memorias. “Para nosotros no existía la felicidad duradera”.
Un mito monstruoso
“He leído libros e historias sobre todos nosotros», escribe Ethel Barrymore, «y ninguna parece del todo cierta”.
Aunque las familias Drew y Barrymore llevaban décadas pisando los escenarios, fueron Ethel (1879-1959) y sus hermanos, Lionel (1878-1954) y John (1882-1942), quienes propulsarían su fama hasta la estratosfera. Hijos de las estrellas de teatro Georgie Drew y Maurice Barrymore (de nacimiento Herbert Blythe), los tres se criaron en Filadelfia con su formidable abuela, la actriz y directora teatral Louisa Lane Drew, a la que llamaban Mum Mum.
En su autobiografía de 1951, We Barrymores (Nosotros los Barrymore), cuenta una de las historias favoritas de la familia, que también contaron Ethel y John:
«Según una anécdota que tenemos que aceptar como un hecho al haber sido santificada tantas veces en la prensa, Maurice volvía a casa un domingo por la mañana después de una semana de diversión. Estaba de muy buen humor cuando saludó a su mujer y a sus hijos en la escalera de su casa.
«Veo, señora, que va a salir», dijo con una reverencia. «¿Puedo preguntar a dónde?»
Georgie contestó: «Voy a la iglesia, y usted puede irse al infierno”.
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Como cuenta Margot Peters en la apasionante biografía de 1990 titulada House of Barrymore (La casa de los Barrymore) —un extenso retrato de la dinastía que solo adolece de un tono desagradable y presuntuosamente malicioso—, la trágica muerte prematura de su ingeniosa y entusiasta madre sumada a la continua ausencia de su deshonesto y despilfarrador padre llevaron a los tres hermanos a dispersarse por diferentes internados y compañías de teatro familiares cuando todavía eran niños.
“Nos separaron muy pronto. Por eso, cuando volvimos a encontrarnos en la vida, éramos bastante formales entre nosotros y extremadamente educados. Al parecer eso aterrorizaba a los observadores», escribe Ethel. «Recuerdo que Lionel me contó que un amigo suyo que estaba presente cuando cené con él le preguntó: ‘¡Dios mío! ¿No os conocéis?”
Afirmaciones similares de distanciamiento se repiten en muchas autobiografías de los Barrymore; sin embargo, escriben los unos de los otros y de su legado sin parar. De Lionel a Drew Barrymore, se cuentan y se vuelven a contar las mismas historias familiares: píldoras de verdad dentro de leyendas. «Algunas leyendas sobre los Barrymore son demasiado ricas para descartarlas», escribe Lionel, «y más vale que se mantengan sin contradicciones por el bien del entretenimiento”.
El perfil rasgado
La vida del pequeño de los Barrymore triunfantes, John, era un cuento con moraleja mucho antes de su muerte en 1942. Tremendamente atractivo, profano y urbano, el “gran perfil”, como solían llamarlo, fue una megaestrella de Broadway en célebres producciones como Hamlet y Ricardo III antes de pasar a hacer películas como Nota de Divorcio y Cena a las ocho.
Pero también fue un mujeriego y sinvergüenza legendario, conocido por su descenso autodestructivo y alcohólico a la bufonería escuálida. En Confessions of an Actor (Confesiones de un actor), escrito por Karl Schmidt y publicado en 1925 en el apogeo de su laureada carrera, John no revela nada profundo, salvo su propio odio hacia sí mismo.
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En este libro, John afirma tímidamente que no volverá a repetir las leyendas sobre sí mismo —como la vez que se paseó por un San Francisco en ruinas con un esmoquin completo tras el terremoto de 1906— y luego procede a contar muchas de ellas de forma vaga y para todos los públicos.
John Barrymore habla de forma conmovedora de su querida abuela Mum Mum, de su deseo de ser artista en lugar de actor y de sus propios defectos. “Quizás sea tan egoísta como perezoso», escribe. «Me gusta la palabra ‘quizás’. Es más fácil interpretar a un personaje noble sobre el escenario y dejar la nobleza con el vestuario y el maquillaje en el camerino, que ser una buena persona fuera del escenario”.
En un giro perverso, termina este fragmento de palabrería sin contenido con una carta de George Bernard Shaw en la que destripa la legendaria producción de Hamlet de Barrymore. Deja al lector perplejo y desconcertado, que podría ser el punto. Según Peters, Barrymore era muy irreverente. Como le dijo a un crítico del libro: «No debería tomárselo demasiado en serio”.
La primera dama del teatro norteamericano
Ethel, esa ingenua de ojos abiertos de la edad de oro del teatro, fue la primera Barrymore que alcanzó el estrellato con obras teatrales como Alice Sit-by-the-Fire y Mid-Channel. No es de extrañar que su deliciosa autobiografía, Memoirs, se centre en sus días de gloria como modelo de Gibson Girl, cuando parecía que todo el mundo ‒hasta el mismísimo Winston Churchill‒ estaba locamente enamorado de ella.
Con una prosa deliciosa y cadenciosa, se describe a sí misma como la Cenicienta de Broadway, empujada al escenario por su excéntrica familia tras la muerte de su madre. Siempre encantadora y curiosa, recorrió el mundo cautivando a casi todos los que la conocían (según su propio relato).
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“De repente conocía a gente y se convertían en mis amigos”, escribe Ethel. “Quizá una de las razones era que siempre me interesó todo: los libros, la pintura, la política, el béisbol y, sobre todo, la gente». Incluye una carta de su gran amiga Katharine Hepburn, que ensalza sus dotes sociales. «Tiene más amigos que nadie que yo conozca, pero no es un alma dulce y cariñosa”, cuenta Hepburn. “Los Barrymores no son así”.
Gran parte del libro se lee como una sección de cotilleos de la época victoriana. (Ethel huye asustada de un torpe Oscar Wilde, Kermit y Quentin Roosevelt la encierran en el ascensor de la Casa Blanca con Alice Roosevelt y Henry James le dice que le recuerda a un edificio gótico). Su adoración servil por su hermano pequeño John y su respeto distante por Lionel son evidentes, aunque les reprende sutilmente por huir del escenario para refugiarse en la pantalla. La perpetuamente arruinada Ethel acabaría uniéndose a ellos en el cine, protagonizando con sus hermanos Rasputin y la zarina (1932) y ganando un Oscar en 1944 por Un corazón en peligro.
Ethel se presenta como la más funcional de los Barrymore, ignorando sus propios demonios personales. Según Peters, el libro de Ethel omite su larga batalla contra el alcoholismo, su matrimonio abusivo y su propensión a legendarias peleas de gatas con personajes como Tallulah Bankhead. «Lo bueno de las autobiografías», bromeó una vez, según Peters, “es que puedes omitir ciertas cosas”.
El personaje
El mayor de los Barrymore, Lionel, era también el más enigmático, solitario y excéntrico de todos. Un actor con carácter que afirmaba ser un «fraude» y que prefería la lucha, la pintura y la composición a la actuación. Irónicamente, fue el Barrymore más prolífico, con más de 200 películas, entre ellas Cayo Largo, Vive como quieras y ¡Qué bello es vivir!
El libro más tosco de la prole, el de Lionel titulado We Barrymores (un libro que, según Peters, dictó a su escritor fantasma sentado en su Oldsmobile, encadenando un cigarrillo tras otro) resulta ser la autobiografía de la familia más reveladora y sensible de todas. Es cierto que elude sus propias tragedias, como la muerte de sus dos hijas, la de su segunda esposa a causa de la anorexia y su propia adicción a la morfina y la cocaína (relatada por Peters), pero dedica gran parte del libro a tratar de desentrañar la tragedia de John, su fiel compañero de borracheras y juergas en la pantalla.
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A lo largo del libro, vuelve una y otra vez sobre la muerte de John, relacionándola con todo, desde la muerte de su abuela hasta el alcoholismo y la locura de su padre Maurice. «Parecía que tenían exactamente el mismo talento, el mismo desequilibrio, el mismo hastío por los logros, la misma integridad y la misma capacidad para hacerse daño», escribe.
“Era una de esas personas que fingen que no necesitan a nadie y que no les importa», recordaba Lauren Bacall, amiga y compañera de reparto de Lionel, según Peters. «Pero es tan considerado, tan amable». A lo largo de su autobiografía, el viudo y anciano Lionel postrado en una silla de ruedas y alejado de su imponente hermana intenta parecer duro y cínico, pero fracasa continuamente, como cuando describe cuando le dio el broche de su abuela a la jovencísima actriz Margaret O’Brien, después de que la niña le trajera el primer trozo de una tarta helada porque le quería. «Le di el broche de mamá allí mismo. Se lo merecía, con todas las implicaciones sentimentales que eso conlleva”.
La maldición de los Barrymore
El sentido de la propiedad del viejo mundo, evidente en las memorias anteriores de su familia, se hizo añicos con la publicación de Demasiado. Demasiado pronto: el legendario libro de Diana Barrymore de 1957. Diana, hija de John Barrymore y de la escritora de sangre azul Blanche Oelrichs (cuyo seudónimo era Michael Strange), era una debutante neoyorquina cuya determinación por seguir los pasos de su familia le llevaría a la ruina. «Estaba sobrecargada», escribe. «¿Acaso no lo estaban todos los Barrymore? Era lo que se esperaba de mí”.
A mitad de camino entre la serie Peyton Place y el libro Pregúntale a Alicia, Demasiado. Demasiado pronto se desarrolla como un melodrama de Douglas Sirk. Diana apenas vio a su idolatrado padre durante su infancia y, cuando lo hizo, demostró ser una terrible influencia: la emborrachaba y se liaba con su amiga adolescente. Tras un temprano éxito en Broadway, Diana fue a Hollywood justo a tiempo para ver los tortuosos últimos días de su padre. “Treepee,” ‒como la llamaba cariñosamente‒ «vas a hacer grandes cosas. Yo ya estoy muerto”.
Hollywood también creyó en Diana, y pronto fue la estrella de películas de serie B como Entre nosotras y Noche de pesadilla. También demostró ser tan alocada como su padre: fue expulsada de la casa de Alfred Hitchcock tras insultar su forma de hacer cine y causó un sonado alboroto cuando echó a Deanna Durbin de su plató. A mediados de la década de 1940 ya era una «vieja conocida», y se hundió cada vez más en el alcoholismo y la violencia, el caos y el estrellato sensacionalista que ello conllevaba. Obligada a pedir dinero prestado a viejos amigos como Tyrone Power y su tía Ethel (que leyó a Diana partes de su propia autobiografía), Diana participó en giras de producciones de poca calidad y apareció borracha en el escenario tantas veces que la Asociación de Actores amenazó con expulsarla.
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“Estaba borracha, me tambaleaba en el escenario y todo el mundo lo veía», escribe sobre una de sus apariciones. «Me sentía como una corista en un burlesque de quinta categoría. ¿Diana, qué bajo puedes caer para vender el apellido Barrymore tan barato, actuando como una fulana abofeteable en un garito de tres al cuarto?”
Esta vergüenza y desprecio por sí misma hacen de Demasiado. Demasiado pronto una lectura dolorosa. Aunque la autobiografía fue un éxito de taquilla adaptada al cine y protagonizada por Errol Flynn en el papel de su viejo amigo John, no supuso ninguna catarsis para su autora. Murió a los 38 años, en 1960, todavía presa de la adicción. «¡Que Dios nos maldiga a todos!», escribió sobre su ilustre linaje. “Nos merecemos todo lo que nos pasa”.
La única superviviente
Durante un tiempo pareció que Drew Barrymore, entonces conocida como la estrella infantil de E.T. y Ojos de fuego, seguiría los pasos de su tía Diana. Hija de la actriz Ildikó Jaid Makó y del actor John Drew Barrymore (hijo de John y de la actriz Dolores Costello), Drew cuenta que empezó a beber alcohol a los 9 años, probó la cocaína a los 12 e ingresó en rehabilitación ese mismo año. Little Girl Lost (Pequeña niña perdida), una biografía escrita en colaboración con Todd Gold, se publicó en 1990 y fue devorada por la generación del “Simplemente di no”.
Hoy en día el libro resulta exasperante e inquietante. A duras penas parece dar voz a la Drew de 14 años y puede leerse como un panfleto promocional del Centro de Tratamiento Familiar ASAP de Van Nuys, donde estuvo ingresada más de un año. En lugar de culpar a sus padres, Drew repite como un loro la afirmación de su madre, tras una intensa discusión, de que es “una perdedora, una gilipollas y una zorra”, según describe Drew, «con un lado oscuro y temperamental que heredé de mis antepasados Barrymore”.
Esta Drew está a años luz de la Drew recuperada y efervescente de su biografía más reciente, Wildflower (Flor salvaje), publicada en 2015. Con una prosa fácil, desenfadada y coloquial que suena mucho más natural, admite su obsesión por su legendaria familia: «Cuando mi padre hablaba de su propio padre, yo escuchaba como si me estuvieran dejando entrar en este mundo de cuento de hadas donde acechan los peligros, pero pueden ocurrir cosas mágicas fantásticas”.
Aunque admite la afición de los Barrymore por la fantasía y la exageración, no muestra nada del famoso cinismo y hastío de su familia. El libro —en el que relata sus historias de paracaidismo con Cameron Diaz y el cocinado de unas tortitas de limón y ricotta letales— es tan íntegro que uno cree que ha roto la maldición de su familia, en su mayoría ausente. “Por suerte me tocaron unas cartas que me enseñaron lo que significa no tener familia», escribe Drew, “¡pero la mayor suerte ahora es poder crear mi propia baraja!”
Artículo publicado por Vanity Fair US y traducido por Isabel Escribano Bourgoin. Acceda al original aquí.
Fuente: https://www.revistavanityfair.es/articulos/familia-barrymore-drew-historia-hollywood-cine