El escritor acogió a Kate Harrington, hija de un amante, cuando aún era una adolescente. Ella habló de su relación poco convencional con el escritor en un documental estrenado en 2019.
JULIE MILLER / VANITY FAIR
Cuando tenía 13 años, Kate Harrington cogió el teléfono y llamó a Truman Capote, el brillante escritor de Desayuno con diamantes y malogrado cotilla al que había conocido en circunstancias más extravagantes que la ficción. El padre de Harrington, un antiguo director de banco, invitó una noche a Capote a cenar a su casa familiar en Long Island sin decirle ni a su mujer ni a su hija que Capote era su amante. Cuando el padre de Harrington, alcohólico, acabó abandonando a la familia, Harrington encontró el número de teléfono del amigo altisonante de su padre y le llamó para ver si podía ayudarla a encontrar trabajo.
En lugar de desentenderse de Harrington o de pasarle el contacto a sus amigos de la alta sociedad para que le dieran empleo, Capote invitó a la adolescente a Manhattan. Le dio instrucciones detalladas sobre cómo coger el tren de Long Island y llamar a un taxi, y quedó con ella para comer.
“Truman me trató como si fuera adulta”, cuenta Harrington a Ebs Burnough en su documental The Capote Tapes, que se estrena este fin de semana en el Festival Internacional de Cine de Toronto. «Me dijo: ‘Lo único que puedes hacer a tu edad para ganar mucho dinero es ser modelo’. Me pareció una idea descabellada, porque nunca había pensado en mí de esa manera… [pero] me llevó al estudio de Richard Avedon«. Después de ese encuentro, explica Harrington, «lentamente todo mi mundo empezó a cambiar… Capote me abrió las puertas de la literatura, la danza, el arte, la música, la moda, y gracias a él conocí a todo tipo de personas realizadas”.
Cuando Harrington empezó a trabajar con más frecuencia en Nueva York, Capote la invitó a que viviera con él en su apartamento de Manhattan. Puso una norma a su nueva compañera de piso: llevar un diario. Harrington le preguntó por qué. «Porque tu vida está a punto de cambiar. Es la única forma de aferrarte a lo que realmente eres», recuerda con ternura en la cinta. «Siempre me acuerdo de eso».
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Harrington recuerda con cariño aquellos primeros días con Capote: cuando le preguntó dónde escondía el televisor, el autor la guió hasta su biblioteca lacada en rojo y le dijo: «Este es tu televisor.» Capote empezaba el día escribiendo o haciendo llamadas telefónicas a columnistas de cotilleos, riendo histéricamente mientras tomaba café. Harrington recuerda su vida de entonces como «increíblemente tranquila y agradable… Era muy cariñoso. No había mucha comida», se ríe en el documental. «Siempre comíamos fuera. Tenía sopas de bote, gambas crudas y refrescos Tab. Y montones de botellas vodka en el congelador”.
Capote llevaba a Harrington con él a sus comidas y sus cenas, presentándola como su protegida. El autor de A sangre fría le dio un curso intensivo de socialización, transmitiéndole lecciones de etiqueta que había aprendido de gente como Jackie Kennedy. El truco de las conversaciones, por ejemplo, consistía simplemente en escuchar y hacer preguntas. Un oyente inquisitivo es el mejor invitado a una fiesta. Cuando Harrington le confió a Capote que se aburría con algunas de las conversaciones, él la puso a trabajar: “Me dijo que lo que tenía que hacer era sentarme y escuchar las conversaciones de los que tenía al lado. De camino a casa le podía contar todo lo que había escuchado. A él le resultaba divertido [porque solía saber quién se iba a sentar a nuestro lado]”. Casi cinco décadas después, Harrington se sorprende a sí misma desviándose de sus conversaciones para escuchar lo que está pasando en la mesa de al lado.
Los recuerdos sorprendentemente dulces de Harrington sobre Capote fueron una revelación para el director Burnough, un consultor político cuyo doble interés por contar historias y por el autor le llevaron a realizar The Capote Tapes. Tras reavivar su fascinación por Capote hace varios años, Burnough se puso en contacto con Sarah Whitehead Dudley, cuyo difunto marido, George Plimpton, escribió en 1997 el libro Truman Capote, donde varios amigos, enemigos, conocidos y detractores recuerdan su turbulenta carrera. Sarah dio a Burnough acceso a las cintas de audio que Plimpton había acumulado durante su investigación para el libro, que conforman el marco del documental.
“George Plimpton era un genio”, contaba Burnough a Vanity Fair el mes pasado. “Se pasó 10 años entrevistando a gente, comenzando el mismo año que falleció Truman. Se vislumbra la crudeza del amor y el odio por [Capote]… A mucha gente no le gustaba Truman desde el primer momento. No cuestionaban su brillantez, pero consideraban que era una persona mezquina, un pequeño monstruo”. Con la ayuda de Harrington, que comparte por primera vez sus recuerdos de Capote, el cineasta se propuso eliminar parte del escándalo y la triste decadencia que ensombrecieron el genio literario del autor cuando murió en 1984.
Ese mismo año, Capote había sido expulsado de su círculo social por airear sus secretos en “La Côte Basque, 1965”. Solo y atormentado por el suicidio de su madre —que nunca le aceptó ni a él ni su sexualidad— Capote se sumió en las adicciones, bebía, tomaba pastillas y pasaba largas horas en clubes como Studio 54.
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“Hay dos cosas que realmente quería abordar en la película», cuenta Burnough. «Su valentía saliendo del armario en 1958 y lo importante que eran para mí sus adicciones. Para mí era importante hablar de drogas, alcohol y del enorme efecto que tenían en esta persona. Además de la psicología de todo eso, cómo le alimentaba y cómo le vaciaba”.
Para Harrington, la trayectoria de Capote era doblemente desgarradora, no solo porque se preocupaba profundamente por el hombre que la había acogido bajo su protección, sino también porque reflejaba la dolorosa trayectoria que había presenciado años antes con su propio padre. Harrington, que vivía con Capote, fue incapaz de detener su declive, que, a diferencia del de su padre, se hizo público a través de tertulias y cotilleos sobre sus experiencias con las drogas. En unas declaraciones a Vanity Fair, Harrington recordaba una conversación entre lágrimas con el autor en sus últimos años. Le suplicó a Capote que intentara llevar una vida más saludable y le dijo: “Te quiero. ¿Eso no es suficiente?” Capote contestó: “Cariño, ojalá lo fuera”.
La principal fuente de angustia de Capote era que su madre —que había aspirado a infiltrarse en la élite neoyorquina— nunca aceptó a su hijo abiertamente gay a pesar de su éxito literario y de los exclusivos círculos sociales a los que pertenecía. Burnough y los colegas de Capote, a los que entrevista Plimpton, utilizan una lente psicológica para analizar por qué Capote actuó como el chismoso bufón de sociedad con sus amigas influyentes como Slim Keith, Babe Paley, Gloria Guinness y Marella Agnelli. «Creo que el precio para entrar en ese mundo era que tenía que ser divertido», dijo Burnough. «Truman tenía que actuar… Creo que había creado muchas expectativas y que luego se cansó”.
Al vivir con Capote, Harrington se dio cuenta de que la persona protectora y tranquila que ella conocía (siempre pendiente de impedir los coqueteos de estrellas del cine mayores con Harrington en las fiestas de Beverly Hills) se convertía en una caricatura maliciosa en los eventos sociales. Pero cuidaba tan bien de ella y de una forma que su padre nunca había hecho que, cuando Capote empezó su espiral autodestructiva, Harrington siempre permaneció a su lado. Quería protegerle como él había hecho por ella, pero mientras Capote se paseaba por los escenarios de los programas de entrevistas después de haber estado horas bebiendo alcohol y consumiendo drogas en clubes nocturnos, la tarea era imposible.
Aunque Harrington procesó la relación con Capote tras “muchas horas de terapia”, se siente un poco como la única guardiana del escritor, incluso 35 años después de su muerte. Hacia el final de la entrevista con Vanity Fair, la propia Harrington pregunta cómo sale Capote en el documental, que aún no ha visto. Su amor por Capote se puede palpar tanto en la entrevista como en pantalla, en The Capote Tapes; más allá de cualquier recuerdo de Harrington (y tiene muchos recuerdos entrañables) Burnough considera que es la mejor prueba del lado más amable de Capote.
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“Kate es la prueba de la humanidad de Truman”, afirma Burnough. “Ella le quería. Y él a ella. Era un hombre gay que se acostaba con el padre de ella. No podía ser padre de ninguna forma legal tradicional, pero vio algo en esta niña y se convirtió en su padre de muchas maneras. Kate es una madre extraordinaria, un ser humano extraordinario, brillante y creativo. Así que, a pesar de lo que Gore Vidal diga de Capote, a pesar de lo que Norman Mailer diga de él, a pesar de que algunos piensen que era un pequeño monstruo… cuando conoces a Kate piensas que no pudo ser tan horrible si fue él quien la crio. Para mí fue un punto de inflexión el hecho de que considerara a Capote su padre. Si realmente se esforzó por acoger a esta niña y moldearla, tiene que haber alguna parte realmente extraordinaria en él”.
Años después de la muerte de Capote, Harrington tuvo una hija a la que llamó Truman. Harrington contaba que su hija le preguntaba por qué le habían puesto el nombre del hombre cuyas fotos estaban enmarcadas por toda la casa. «Porque fue una persona importante en mi vida», le explicaba Harrington. Su hija se convirtió en una lectora voraz y no tardó en hojear los libros de su tocayo. Harrington conservaba sus diarios, en los que relataba aquellos hermosos días en Manhattan con Capote. Harrington y su hija leyeron juntas esos primeros apuntes.
Harrington aún se entristece al pensar que su hija nunca llegará a conocer al hombre que tanto influyó en ella. Pero Truman ha acumulado suficientes conocimientos sobre Capote como para que, cuando Harrington comparta una nueva historia sobre las aventuras de Capote, su hija responda con conocimiento de causa: «Esto suena a él”.
Artículo publicado por Vanity Fair US en 2019 y traducido por Isabel Escribano Bourgoin. Acceda al original aquí.