¿Recuerdas la última promesa que has hecho o te han hecho? Con esta pregunta inicia Marina Garcés (Barcelona, 1973) su último ensayo, titulado ‘El tiempo de la promesa’ (Anagrama). La filósofa y profesora de la UOC, una de las pensadoras españolas más influyentes de los últimos años, defiende la capacidad de dar ese «acto de palabra» que nos construye como sociedad y nos permite relacionarnos como ciudadanos. La autora de obras tan relevantes como ‘Nueva ilustración radical’ o ‘Ciudad princesa’ vuelve a recurrir a figuras literarias, históricas y filosóficas para hacernos reflexionar sobre lo que supone la batalla por el valor de la palabra en un presente inestable y un futuro poco esperanzador.
LUCÍA TOLOSA / ETHIC
Llama la atención que, en una época de crisis e incertidumbre, en la que prima el miedo al compromiso, usted reivindica la promesa como forma de apropiarse del futuro. ¿Cuál es la génesis del proyecto?
Precisamente nace de la inquietud que tengo sobre cómo hablar hoy del futuro, en un tiempo de crisis como el nuestro donde vivimos en la inmediatez y la fractura. En 2022 preparé una conferencia y una acción con jóvenes para la Bienal de Pensamiento de Barcelona y me di cuenta de cómo separamos el presente del futuro, como si hubiera un abismo insalvable entre lo que podemos hacer ahora y lo que esperamos de los años venideros, y sobre todo cómo percibimos futuros amenazantes y peligrosos. Es un síntoma de nuestro tiempo: proyectamos deseos y sueños que no sabemos bien cómo conectar. Por eso quise darle la vuelta, rebatir eso con la promesa. Prometer es un acto que se hace en presente, pero que tiene en cuenta un futuro en común. De hecho, creo que prometer para construir un proyecto común es algo muy ligado a la juventud, a los primeros amores o ilusiones.
Afirma que el descontento rige nuestras vidas y que la pérdida de esperanza en el futuro se ha universalizado. ¿Se ha perdido el valor de la promesa, del compromiso?
Creo que la vemos como una retórica publicitaria porque estamos saturados de promesas vacías en el espacio político, social y mediático, se nos presentan continuamente estrategias de seducción muy poco creíbles. Para mí hay dos problemas: la banalización de la palabra y su mercantilización en el capitalismo actual, y la fragmentación del tiempo. Por un lado, la palabra se ha vuelto una de las grandes mercancías, en la forma de crear una experiencia colectiva que no genera ningún vínculo personal pero sí muchos deseos de consumo. Por otro lado, vivimos en un presente que no anuncia nada que no sea su propia destrucción. La promesa está en crisis porque nos da miedo comprometernos a algo que no sabemos si va a estar en nuestra mano poder cumplir.
Sostiene que la evolución de la tecnología resta peso a las promesas en favor de las predicciones. ¿Cómo ve las posibilidades de la inteligencia artificial?
Actualmente estamos dominados por un ansia de predicción. Como nos sentimos amenazados por no tener el control de nuestras vidas, respondemos con esa necesidad. La IA está ofreciendo una expectativa de seguridad, y por lo tanto la posibilidad de que nos enfrentemos a menos accidentes imprevistos. Me resulta interesante preguntarme para quién trabajan las nuevas tecnologías, pero la verdad es que no le atribuyo a la IA un potencial creador. Al final, es un algoritmo que realmente no tiene nada de creativo, lo que está haciendo es combinar y recombinar elementos ya existentes.
Habla de la crisis de las tres grandes promesas occidentales: Dios, el Estado y el capitalismo. ¿Este derrumbe explica la sensación de amenaza e incertidumbre?
Efectivamente, esas tres grandes promesas están en cuestión, y generan miedo y sensación de amenaza constante. Son las tres grandes estructuras en las que se han basado las sociedades occidentales: Dios como promesa de salvación, el Estado como la estructura que garantiza el bienestar de los ciudadanos y su seguridad, y el capitalismo como la promesa de que, a cambio de trabajar y consumir, alcanzaremos el crecimiento, el éxito y la prosperidad. La crisis de todas ellas está generando una ola reaccionaria que intenta restaurarlas a toda costa, generando derivas autoritarias que solo conciben un horizonte de prosperidad para un determinado nicho, no para todo el mundo.
¿Qué hacer para evitar una ola reaccionaria?
Para mí la pregunta que debemos hacernos es justamente qué promesa podemos hacernos entre iguales. La promesa soberana es cuando pedimos desesperadamente a los líderes políticos, a la tecnología, incluso a los gurús de autoayuda, que nos prometan que nos van a salvar de la desazón que sentimos. Hay otra promesa, la igualitaria, que no implica una relación de poder y servidumbre, sino una relación de igual a igual. En el libro explico que solo cuando todos tengamos el mismo derecho a participar y ser acogidos podremos hablar de promesa igualitaria y de un contexto en el que no se excluya a nadie. Esa promesa igualitaria implica una manera diferente de concebir el futuro donde no se reduzca todo al «sálvese quien pueda» y donde no tengamos que pasar por la jerarquía del poder.
Mencionaba antes el escepticismo y una sociedad que no cree en nada. ¿No es contradictorio con el éxito de los libros de autoayuda y la cultura de Mr.Wonderful?
Es importante diferenciar entre creencia y credulidad. Vivimos tiempos descreídos, pero somos muy crédulos. Somos crédulos con la publicidad, con el horóscopo, con informaciones de fake news mientras nos confirme el estado del mundo que nos conviene. Hay cierta desesperación en encontrar un sentido al caos en el que nos encontramos, aunque sepamos que no tenemos ninguna base sólida que lo sostenga. Es curioso porque interesan credulidades temporales, como que la bruja nos diga que voy a encontrar el amor en un mes, que la publicidad nos asegure que el producto que acabamos de comprar nos hará más jóvenes en una semana, que los políticos nos aseguren el país y las aspiraciones que deseamos, y que los medios nos confirmen el sesgo ideológico que arrastramos.
¿Hasta qué punto cree que la política ha influido en la pérdida de credibilidad, y de qué manera conecta esto con los medios de comunicación?
No hay política sin sistema mediático, son dos caras de la misma moneda. A mí me preocupa cómo se manipula el concepto de democracia, que es una gran figura de la promesa igualitaria. En una sociedad democrática hay una igualdad real de derechos, una participación de todos en la vida pública, unas propuestas políticas concretas que ofrecen un horizonte. Sin embargo, ahora el centro de la vida política no es el contenido de los mensajes que se emiten, sino los efectos performativos que se generan. Se gobierna en la incertidumbre, y ahí solo vale la táctica inmediatista, el golpe de efecto. En un contexto donde la gente está desesperada, hay espacios políticos y mediáticos que buscan sacar rédito. Cuando hay políticos que afirman que España se rompe y hay medios suscribiendo esa idea, se están aprovechando de los miedos de la gente.
El miedo tiene mucho que ver con la inseguridad. En su ensayo, habla del «tiempo del accidente». ¿A qué accidentes se refiere?
Acuño ese término para referirme a todos los imprevistos que forman parte naturalmente de la vida, pero que se han vuelto una constante hoy porque el accidente se ha normalizado y vivimos en él permanentemente. Pienso en los contratos temporales donde no sabes si te van a renovar, en las rupturas amorosas de relaciones que nunca han sido concretadas como estables, en pérdidas emocionales y lutos posteriores… Si todo esto es la constante, no podemos vincularnos de forma sana los unos con los otros, porque tampoco podemos proyectar un futuro en común.
Lo que menciona entronca directamente con la precariedad. ¿La libertad de prometer choca con la imposibilidad de sostener proyectos y afectos?
Hoy en día se usa la palabra libertad con mucha facilidad. Si no dispones de la capacidad de cambiar, intervenir o reorientar el sentido de tu vida personal y colectiva, no eres libre. Si tú estás en manos de otros porque careces de las herramientas para decidir por ti mismo y saber qué va a ser de ti mañana, no puedes ser un individuo libre. La promesa no solo supone un objetivo a futuro, también implica establecer un vínculo con alguien y comprometerte con esa acción. ¿Cómo te vas a comprometer si estás esclavizado? La precariedad estrecha tus posibilidades de movimiento. Actualmente hay un gran simulacro de una libertad mercantilizada que le sirve a la derecha neoliberal para justificar el «sálvese quien pueda» y otros discursos individualistas.
¿Diría que la flexibilidad es un reflejo del mercado de consumo actual?
Esto se ve claramente en el ámbito laboral, con las formas de trabajar y las maneras de vincularnos afectivamente. La sociedad que hemos desarrollado es narcisista y ególatra porque nos hemos ido encaminando hacia unas formas de flexibilidad que tienen que ver con el mercado de consumo actual y esa necesidad de generar rédito, de ganar a toda costa y de hacerlo desde un prisma individual. La destrucción del tejido social tiene mucho que ver con la sensación de estar de paso.
¿La incertidumbre tiene que ver con vivir más aislados en la época actual, con menos vínculos de confianza?
Cuando uno vive con la incertidumbre y no sabe si lo que tiene ahora va a continuar en el corto plazo, es inevitable despertarse pensando que le acechan peligros inminentes. En este contexto, hay un aislamiento y un gran individualismo, que además va acompañado de una falta de confianza en nosotros y en los demás. La promesa es algo concreto, no es abstracto, y se dirige a alguien en particular, pero si no tenemos confianza vamos a caer en la impotencia de repetir: «No puedo prometerte nada», y además también nos va a costar creer en aquello que nos prometen. Como decía antes, hay mucha credulidad, pero creemos muy poco en los otros. Todo esto hace que haya una falta de confianza sobre la repercusión que pueden tener nuestras acciones para cambiar el mundo.
Usted ha estado vinculada a los movimientos sociales y políticos que surgieron tras la crisis y desembocaron en el 15-M, cuando sí se creía que se podían cambiar las cosas. ¿Qué balance hace?
El 15-M parece muy lejano, pero no ha pasado tanto tiempo. La crisis del 2008 se presentó como una crisis financiera, pero se convirtió en una crisis política de representación y de valores colectivos. En ese contexto, el 15M dio una respuesta colectiva igualitaria en términos de democracia y de justicia social. El lema de entonces era «Democracia real Ya», y se puso en entredicho que la democracia dependiera solo del sistema de partidos. Ahora siento que se ha terminado un ciclo, hemos cerrado una etapa en la que se impulsaron nuevas propuestas políticas sobre una serie de cuestiones, como la corrupción, el concepto de castas, o el clasismo en la educación. Ahora asistimos a un repliegue identitario donde, en lugar de radicalizar la democracia, se ha pasado a creer que no sirve y que necesitamos regresar al autoritarismo. No es una ola reaccionaria que amenace solo España, está en todas partes.
Podemos capitalizó políticamente el descontento de aquella época en España, aglutinó muchas sensibilidades. ¿Cómo ve su evolución y el papel de la izquierda en el panorama actual?
Todo ha ido tan rápido que creo que necesitamos un análisis calmado y serio de cómo hemos llegado al descontento actual y cómo podría haber sido esa nueva política. Estoy convencida de que parte de la decepción actual tiene que ver con el corto recorrido de la traducción política que representó Podemos. Una pregunta clave que no se hizo correctamente en su momento es qué significa convertirse en un partido político y qué margen de transformación hay. Respecto a la izquierda, diría que el peligro de la extrema derecha no puede ser su principal argumento. Ese peligro existe, pero no puede ser el único que se exponga, porque es un argumento perdedor. Lo que tenemos ahora es una amenaza reaccionaria reforzada en otros espacios.
En el ensayo sostiene que para entender el pasado es más interesante buscar los distintos inicios que la raíz.
Sí, hay dos maneras de ir hacia el pasado. La primera es dirigirnos a la raíz, al origen como el único principio, y la otra es buscar los principios múltiples. Para mí es una manera mucho más libre de entender de dónde venimos y atender de una forma mucho más abierta al curso de las vidas y de las historias. Me parece que centrarse en la narrativa lineal es reducir la mirada. De hecho, una de las batallas culturales de nuestra época se juega justamente en quién monopoliza el pasado y su significado. Se habla mucho de la nostalgia, pero realmente el pasado no es reaccionario, lo es el uso que se le pueda dar.
La promesa aparece como algo positivo, pero también como una herramienta reaccionaria.
Efectivamente, es una de las paradojas interesantes que analizo de la promesa. A los trabajadores no se les dice que sean buenos en su trabajo, sino que proyecten la posibilidad de ser algo exitoso. La educación no vale tanto por lo que aprendes, sino por la promesa de incluir un futuro en el que tengas éxito y reconocimiento social. Los políticos son más considerados por lo que vaticinan que por lo que hacen. La propia pareja funciona en relación a la promesa de formar una familia o construir algo en el futuro que aporte valor. Todo esto hace de la promesa una forma de esclavitud. Por un lado, tenemos esta dificultad para comprometernos a través de la palabra con los demás, y por otro vivimos todo el tiempo en relación a algún tipo de promesa que no sabemos quién hace, quién la tiene que cumplir y por lo tanto también a quién reclamar las promesas incumplidas.
Resulta interesante el concepto de las promesas heredadas, como la promesa de la familia o el éxito. De hecho, recurre al Quijote para demostrar que la promesa puede ser perjudicial.
Las sociedades se han organizado de ese modo, a través de estructuras como el matrimonio y la fidelidad sostenida en el tiempo, o la del trabajo y el éxito. La promesa también puede ser una forma de violencia, como cuando alguien nos dice «prométeme que no querrás a nadie igual» o «prométeme que darías todo por mí». El Quijote es una buena parodia de la promesa, porque nos presenta los usos chantajistas que se pueden hacer con ella. La promesa no es ni buena ni mala de por sí, hay que preguntarse qué expectativas crea y los motivos que nos llevan a ella. Yo defiendo que hay promesas que debemos romper porque las hemos hecho bajo el yugo de la desigualdad, del poder o incluso de la manipulación. A veces heredamos promesas que generan ansiedad, porque no podemos vivir inmersos en una vorágine ansiosa de no estar a la altura de las promesas que nos habíamos hecho. La universidad tiene mucho que ver con las promesas de realización y éxito que se han roto, por ejemplo.