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El estigma de las pandemias: «En muchas plagas los judíos fueron chivos expiatorios» | Papel

El historiador Simon Schama cuenta en su último libro, ‘Cuerpos extraños’, cómo la erradicación de terribles enfermedades no es exclusivamente una tarea científica, sino política y cultural.

Tabla sobre el triunfo de la muerte en la peste del Museo de Historia de Berlín

JORGE BENÍTEZ / PAPEL

El 12 de diciembre de 2022 se enviaron 1,7 millones de dosis de vacuna oral del cólera a Haití para hacer frente a una pandemia feroz. Poco después aparecieron casos de esta enfermedad bacteriana en Siria y el Líbano. Se registró un brote en Pakistán propagado por aguas contaminadas y otro en zonas de África Occidental, como Camerún y Nigeria, antes de llegar a Malawi y Mozambique.

La OMS alertó de que las reservas globales de vacunas contra el cólera estaban diezmadas. Había que tomar decisiones muy dolorosas, similares a las de los pioneros de la epidemiología de siglos anteriores: administrar y decidir quiénes las necesitaban más.

Los hombres de ciencia que levantan barreras a los coletazos mortíferos de la naturaleza son descritos por el prestigioso historiador Simon Schama (Londres, 1945) como una «élite alienígena» encargada de salvaguardar la salud pública. Una especie que, más allá de la lucha contra las infecciones, ha de plantar también cara a políticos y opinión pública. Convencer a todos para interferir en relaciones que corresponden a los individuos, como la interrupción de la escolarización de nuestros hijos o el uso de las mascarillas. Y, además, aguantar los ataques de los críticos, que son muchos y en ocasiones muy poderosos.

«Algo en los inoculadores, vacunadores y epidemiólogos molesta a las tribunas públicas, para las cuales nada está desligado de la política», apunta lord Schama en su libro Cuerpos extraños (Ed. Debate), una épica historia de pandemias e inmunidad. «Su furia degenera en una vehemencia colérica hasta el punto de que es habitual que desee verlos desterrados, encarcelados o muertos».

En definitiva, quienes nos salvan son muchas veces vistos como el enemigo.

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Este profesor de Historia de Columbia y presentador de decenas de documentales en la BBC explica cómo distintos personajes extraordinarios que lucharon contra la viruela, la peste bubónica o el cólera han sido marginados de la memoria colectiva. Apenas son notas en los libros de medicina y no se les rinde el homenaje merecido en plazas y parques.

«Gatti fue acusado de propagar la enfermedad que aseguraba combatir y hubo políticos que pidieron que Haffkine fuera ahorcado por lo que consideraban una irresponsabilidad criminal», dice Schama por videoconferencia desde un despacho, rodeado de torres de libros que parecen funambulistas. «Pero ningún epidemiólogo ha sufrido insultos más violentos que Anthony Fauci…».

Demos algo de contexto a los científicos citados por Schama:

Angelo Gatti fue un visionario de la Ilustración, incomprendido por sus conciudadanos de la ciudad de Pisa cuando propuso la inoculación como medida para inmunizarles de la viruela.

Waldemar Haffkine, sin duda el favorito de Schama, era un pistolero de Odesa que se convirtió en microbiólogo del instituto Pasteur. Montó la primera línea de producción de vacunas contra el cólera y la peste y llegó a ser bautizado como «salvador de la humanidad». Sin embargo, el antisemitismo arruinó su reputación.

Anthony Fauci es el más conocido por el gran público por su labor como asesor médico de la Casa Blanca en la crisis del Covid. Casi octogenario, tuvo que escuchar cómo distintos periodistas le comparaban en televisión con Benito Mussolini y Josef Mengele. «Sus enemigos consideraron que avergonzaba al presidente Trump, aunque no lo hiciera en público, cuando este decía cosas como que el Covid se podía tratar con lejía, así que lanzaron contra él acusaciones indignantes», dice Schampa. «En cierta manera, creo que Fauci contribuyó a que Trump perdiera las elecciones».

El doctor Anthony Fauci, que es el que más insultos ha recibido, contribuyó a que Donald Trump perdiera las elecciones

Simon Schama

Cuando en la primavera de 2020 se dictó el confinamiento en el estado de Nueva York, donde vive, Simon Schama trabajaba en un libro sobre el nacionalismo. Encerrado en su casa y en edad de riesgo -tenía entonces 75 años-, asistió estupefacto a cómo desde atriles, platós televisivos y redes sociales se atacaba a los científicos.

«No soy especialista en ciencia, pero quería hacer algo sobre el impacto de las pandemias y sus conflictos», dice el autor de Ciudadanos. Una crónica de la Revolución francesa. Así que Schama habló con su agente literario y se puso a trabajar en este proyecto.

Simon Schama en Oxford, en 2015.
Simon Schama en Oxford, en 2015.

PREGUNTA: ¿Cuál ha sido, en su opinión, la enfermedad más terrible de la historia de la Humanidad?

RESPUESTA: Para hacer una valoración así dependemos de los testimonios escritos de quienes las sufrieron. Sorprende que la gripe de 1918, que se llevó por delante a muchos millones de personas, no fuera debidamente descrita por los grandes escritores de la primera mitad del siglo XX. Hubo muchas. Por ejemplo, la plaga del reinado de Justiniano presenta pruebas muy fragmentadas. Quizás para mí la Peste Negra es sobre la que más y mejor se ha escrito. Tenemos el Decamerón de Bocaccio, que comienza con una descripción aterradora y una recopilación de los efectos sociales y psicológicos de este mal.

La Peste Negra, también conocida como la Pestilencia o la Gran Mortalidad, dejó un reguero de 200 millones de cadáveres. Nació de una zoonosis causada por la bacteria Yersinia pestis y llegó procedente de Asia en las pulgas infectadas que vivían en las ratas de los barcos genoveses.

Aunque su mayor grado de virulencia, según la literatura científica, se registró en Europa entre 1347 y 1351, estuvo presente en la vida de la gente durante 300 años.

Es decir, generaciones y generaciones vivieron bajo su amenaza constante. Cualquiera podía despertarse un día y estar infectado. Empezar con una fiebre súbita, tener nauseas y vómitos y ver la aparición de bubones en las axilas y la ingle. El ser humano era una estadística, un jugador inconsciente de la ruleta rusa de un patógeno. Sólo en el brote de peste en 1631 uno de cada tres habitantes de Venecia fallecieron por culpa suya.

«Hasta el siglo XIX durante las pandemias se tenía la sensación de que no había escapatoria», dice Schama. Esta sensación de fragilidad quedó patente en la vida de la gente, que intentaba aprovechar el tiempo porque sabía que la muerte acechaba en cualquier esquina.

¿Creemos que el Covid nos cambió? Imaginen que lo vivido en 2020 hubiera sido permanente, que la ciencia no hubiera diseñado vacunas de ARN mensajero y que una mutación del virus hubiera elevado la tasa de mortalidad de los infectados al 90%. No es una ucronía, es así cómo vivieron nuestros antepasados.

A los judíos se les acusó de envenenar pozos de agua y de ser agentes dobles que abrían las puertas al veneno

Simon Schama

«El hombre se ha enfrentado con un mal con el que no podía luchar», recuerda Schama. «Tucídides en su Guerra del Peloponeso describe la peste de Atenas, que pudo haber sido un brote de viruela, y te encuentras con que la sociedad más avanzada de su tiempo colapsa. La gente dejó de confiar en el prójimo, había pillajes y se rompieron relaciones familiares y de amistad».

Las plagas no sólo matan, son paranoia y miseria moral. Siempre fue así.

Schama lo explica sonriente, aunque su discurso varias veces lo interrumpe la tos seca que lo aflige. «Es el miedo al otro», dice. «Forma parte de la psicología humana encontrar un culpable de un mal terrible».

Donald Trump se refirió al Covid como «el virus chino o «la gripe Kung Fu» [con el juego de palabras en inglés Kung flu]. Esto no es nuevo. Al brote de cólera en Asia en el siglo XIX se le conoció como «el peligro amarillo» y, un ejemplo más cercano, el origen de la gripe del 18 se le atribuye injusta e conscientemente a España por motivos políticos.

Pero si alguien se lleva la palma de los sospechosos habituales de la enfermedad esos son los judíos. «Son considerados los extranjeros por excelencia y siempre estuvieron bajo sospecha, fueron chivos expiatorios». Schama va aún más lejos: «En Europa se les acusó de contaminar los pozos de agua y en algunos países musulmanes se les veía como agentes dobles, unos hipócritas que fingían colaborar con sus conciudadanos mientras se dedicaban a abrir las puertas al veneno extranjero».

Este estigma se recalca en las seguramente páginas más tristes de Cuerpos extraños cuando su principal personaje lo sufre.

En marzo de 1902, 19 personas murieron de tétanos después de recibir la vacuna creada por Haffkine en la India que estaba dando unos resultados extraordinarios. Se creó una comisión de investigación para dirimir responsabilidades y ésta dictaminó que el origen de la tragedia era su laboratorio. Haffkine, que no sólo no tenía título de médico -por lo tanto no fue apoyado por ese gremio- sino que hablaba mal el inglés, fue acusado y expulsado del país.

Investigaciones posteriores desvelaron que todo fue un accidente: un asistente suyo había contaminado una botella de la vacuna al abrirla porque al quitar el corcho se le cayeron las pinzas y estas no fueron esterilizadas correctamente.

El ataque contra Haffkine y, en general contra los judíos, coincidió con el caso Dreyfuss en Francia. El anisemitismo estaba a flor de piel en toda Europa en el inicio del siglo XX. «Cuando ocurrió el accidente de la botella contaminada el virrey de la India llegó incluso a exigir que Haffkine fuera juzgado, condenado y ejecutado por el daño que supuestamente había hecho a la reputación británica», explica Schama. «Esto fue una muestra del comportamiento esnob de la clase alta inglesa, que puede relacionarse con la idea que se tenía en la sociedad de que los judíos en el fondo al final siempre defraudan o hacen algo malo».

Haffkine estaba acabado, aunque tuvo dignos defensores.

El más notable fue Ronald Ross, premio Nobel de Medicina en 1902 por su trabajo sobre la malaria, que defendió sus increíbles logros epidemiológicos en la prensa inglesa. No sólo eso. En un artículo publicado en el Times lanzó una advertencia que resultó profética: una acusación así generaría desconfianza hacia las vacunas por parte de la opinión pública.

¿Les suena?

Vivimos en una civilización capaz de los más grandes avances científicos y que a su vez es un fardo de paranoia y conspiraciones

Simon Schama

PREGUNTA: Usted no habla en el libro del sida, enfermedad cuyo estigma recayó sobre gays y drogadictos, como antes lo había hecho sobre los judíos. ¿Siempre se culpa en las pandemias a un colectivo marginal?

RESPUESTA: Así es. Lo deprimente es que en circunstancias tan dramáticas no se habla nunca de una vulnerabilidad general, de una humanidad común. Esto influye también en el desarrollo de vacunas y en su distribución. Piense que con el Covid todas las naciones ricas de Europa y Norteamérica, que contaban con grandes medios para comprar muchas más dosis de vacunas de las que necesitaban para sus ciudadanos, se negaron a renunciar a sus patentes. De haberlo hecho, un país como por ejemplo Sudáfrica podría haber fabricado vacunas más baratas y se habrían evitado mutaciones que tuvo el virus.

A Schama se le plantea el tema de los antivacunas. ¿Cómo se explica un historiador este fenómeno en una época de esplendor de la ciencia médica? ¿Son sus defensores más que antes o es que simplemente las redes sociales amplifican el discurso?

«Vivimos en una civilización capaz de los más grandes avances científicos y que a su vez es un fardo de paranoia y conspiraciones», opina. Para este inglés, la Red fue primero una gran esperanza, luego un regalo desvirtuado. «Recuerdo que cuando apareció internet se vio como una forma para extender la verdad científica y acabar con las mentiras».

PREGUNTA: ¿Qué opina de los que atacan a las vacunas porque supuestamente agreden a su libertad?RESPUESTA: Pero, ¿qué es esa libertad que defienden? Si usted va en un coche y ve una señal de tráfico que le pide que se detenga, no es un ataque contra su libre circulación, es una medida que pretende evitar un accidente. ¿Verdad?

P: ¿Tiene algún amigo antivacunas? 

R: Sí. Una amiga a quien quiero mucho y con la que me resulta muy difícil hablar del tema.

P: ¿Por qué?

R: Está convencida de que la campaña de vacunación del coronavirus nos pone en peligro.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2024/01/15/65a56f19e9cf4a17478b457e.html

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