La historiadora Fermina Cañaveras saca a la luz los secretos de la red de prostíbulos del Tercer Reich a través de los ojos de la madriñela Isadora Ramírez
MANUEL P. VILLATORO / ABC
Un tatuaje las marcaba cual ganado que aguarda el día del sacrificio: ‘Feld Hure’. Aquellas dos palabras las acompañaron para siempre, imposibles de borrar de la piel y de la memoria. ‘Feld Hure’, ‘Feld Hure’… El término maldito significaba ‘puta de campo’, y los nazis se lo grababan en el pecho, bien a la vista, a las mujeres que seleccionaban como prostitutas para los lupanares de los campos de concentración. El escarnio se completaba con un triángulo negro invertido; el mismo que portaban discapacitados, vagabundos y lesbianas. Y, según explica a ABC la historiadora Fermina Cañaveras, ambos símbolos los llevaron decenas de españolas durante la Segunda Guerra Mundial.
«Fueron las olvidadas de los olvidados. Al ser un tema incómodo, ha pasado de puntillas por la historia», afirma Cañaveras. Sabe bien de lo que habla, y la prueba la acuna entre sus brazos, también tatuados: ‘El barracón de las mujeres‘ (Espasa). Un libro que recupera las vidas y desventuras de aquellas españolas obligadas a prostituirse con los soldados alemanes. Aunque lo hace de forma diferente: como una novela. Y no porque no haya entrevistado a decenas de supervivientes y no haya pasado horas en los archivos históricos desgranando informes, sino porque existen grandes agujeros negros en la documentación. «Mucha fue quemada en los momentos finales de la guerra, cuando los aliados se acercaban», desvela.
Llegada al infierno
Cañaveras afirma que se cuentan por decenas los campos en los que se levantaron lupanares: «Los alemanes entendían que eran útiles para aliviar a la tropa, y con ese fin usaban a las presas». Para ellos eran mano de obra gratuita, igual que los reos a los que obligaban a trabajar en canteras. Sin embargo, también tiene claro que el epicentro de la prostitución fue Ravensbrück, un centro de reclusión alemán solo para mujeres que abrió sus puertas en 1939. «Según los datos que he recabado, por él pasaron cuatro centenares de españolas y, de ellas, 26 fueron meretrices», sentencia. Aunque sospecha que hubo muchas más que lo escondieron tras la Segunda Guerra Mundial.NOTICIA RELACIONADA
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La novela, vertebrada a través de la figura real de la madrileña –y presa– Isadora Ramírez, desentraña el triste día a día de estas pobres chicas. La pesadilla comenzaba a las puertas del «infierno», como denominaban a Ravensbrück. «Al bajar del tren hacían la selección. Si tenían más de 50 años, estaban embarazadas o padecían alguna enfermedad, pasaban a la cámara de gas», sentencia. Aquella tarea recaía sobre las guardianas del campo, mucho más severas que sus colegas. «A las sanas las mandaban a las fábricas, a los talleres o al burdel», completa Cañaveras. Tras pasar por la desinfección, las meretrices debían superar un «período de prueba» en el que los soldados decidían si valían o no para su nueva tarea.
La autora arrastra las palabras cuando llega a la parte más dolorosa de la historia: «Podían ser violadas veinte veces al día». Se detiene, sopesa las palabras y coge aire. «Mantenían relaciones sexuales de cara a una ventana abierta, así que los soldados que esperaban su turno lo veían todo. A veces, desesperadas, miraban de forma insinuante a los siguientes para que se masturbaran y no tuvieran ganas de entrar». Evocar aquellos momentos le ensombrece el rostro, aunque sabe que es necesario narrar estas vivencias para que el público entienda el calvario que tuvieron que superar.
El barracón de las mujeres
- Editorial Espasa
- Páginas 504
- Precio 20.90
Vuelve a respirar antes de continuar: «A las más jovencitas se las llevaban para participar en orgías con altos jerarcas». Estas residían en una zona específica del campo, llamada Uckermak y anexa a Ravensbrück, y también eran utilizadas «para curar a homosexuales».
Raros experimentos
La pesadilla no acababa en ese punto. Las ‘Feld Hure’ que se quedaban embarazadas solían ser enviadas al pabellón de los experimentos médicos. «Podían abrirte la tripa, sacar al feto y dejarlo colgando para ver cuántos días aguantaba vivo», añade. Una de las españolas que padeció este tipo de tropelías fue Elisa Garrido, aunque sobrevivió para contarlo. «Otros experimentos iban desde inyectar gérmenes de sífilis, hasta abrir las piernas a las prisioneras, meterles cristales y arena, y coserlas para ver el tiempo que tardaba en extenderse la infección», explica. La lista era larga e incluía arrojar a los bebés a los perros para que se los comieran.
Con todo, Cañaveras prefiere acabar con los actos de resistencia que protagonizaron las españolas. «Las prostitutas conseguían mucha información de los soldados borrachos y la sacaban al exterior a través de las letrinas», añade. Tampoco se olvida de ‘las gandulas’, trabajadoras de las fábricas de armamento que inutilizaban los proyectiles con moscas machacadas. «Las llamaban así porque creían que eran unas vagas, pero retrasaban la producción a propósito», bromea. Y hasta se le escapa una risotada al recordar que Garrido hizo saltar por los aires un barracón lleno de obuses. Es la parte dulce de una historia amarga, pero también necesaria.