Hasta esta escuela de luthiers peregrinan maestros artesanos de todo el mundo, desde Perú hasta Japón. Tardan una media de 250 horas en construir cada guitarra sin recurrir a ninguna pieza prefabricada: «Esto es un arte»
RAÚL BOBÉ / EL CONFIDENCIAL
En un mundo en el que los procesos están cada vez más automatizados, y prácticamente todo se fabrica en serie; algunos prefieren nadar a contracorriente, e incluso están dispuestos a cruzarse gran parte del planeta, dejar sus vidas atrás y volver a los orígenes. A crear de forma artesanal. «Las cosas hechas a mano tienen una apariencia especial, única. Cuando lo haces a máquina puede ser todo muy perfecto, pero todo es muy igual. En cambio, el toque personal, esa belleza adicional, no lo consigue un aparato», explica el peruano Jorge Palacio, que a sus 62 años, decidió venir a Madrid para conocer los secretos detrás de la construcción de guitarras.
Así fue como llegó a la escuela de lutería Glissando, situada desde el pasado mes de junio en un antiguo local artístico del barrio de Tetuán, pero cuya historia se remonta a 2012, y es el ejemplo perfecto de que, como dice la sabiduría popular, la práctica hace al maestro. El año pasado, el fundador, José Antonio Cerezo, dejó el legado de su negocio en manos de dos de sus alumnos más aventajados: el navarro Mikel Sagüés, y el madrileño Manuel de Oliveira. Ahora son ellos los que tutorizan a una quincena de alumnos venidos de diversos puntos de la geografía española, y de países como Perú, Argentina, Estados Unidos o Japón.
Todos ellos están manufacturando sus propias guitarras —tanto españolas como eléctricas— y siguiendo el método tradicional madrileño. El espacio está concebido para ser un aula de creación, pero, de algún modo, este taller se siente como un hogar acogedor. Dentro de su horario de apertura, cada pupilo elige los días y las horas a las que quiere acudir. «Nosotros tenemos capacidad para dar una clase casi particular, aunque haya varios alumnos trabajando a la vez. Nos repartimos el trabajo y es muy bonito también ver cómo se hacen amigos entre ellos», comenta Sagüés a El Confidencial.
Su socio, De Oliveira, se encuentra en una de las mesas de trabajo, —sierra en mano y ataviado con un delantal—, ranurando el diapasón de una guitarra que le han encargado. Un trabajo importante y que requiere de gran precisión, asegura, porque de ello depende que la guitarra esté bien afinada y dé las notas correctas. Es el último paso antes de barnizarla y dejarla lista para empezar a sonar. No sabe decir cuánto tiempo lleva construyendo este ejemplar, porque avanza en los momentos que tiene libres.
Los que sí acuden a aprender tardan de media entre 200 y 250 horas en realizar todo el proceso de construcción, sin recurrir a ninguna pieza prefabricada. En este momento cuentan con tres cursos completos de lutería, con precios que rondan entre los 2.500 y los 3.600 euros; y además realizan otro tipo de talleres puntuales.
El amor de ambos socios por la música les viene desde niños y es algo completamente vocacional. Según explica Sagüés, «cuando te enamoras de un instrumento no solo quieres saber poder tocarlo, sino cuál es su historia, su proceso. Y también cómo se construye, se mantiene, se repara y se cuida».
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Precisamente, movido por esa curiosidad, De Oliveira empezó de pequeño a desmontar las guitarras que tenía en su casa, y a «cacharrearlas» de forma autodidacta para entender cómo funcionaban. «Es un mundo muy difícil para formarse. No existen formaciones regladas, es un mundo bastante opaco y que todavía funciona de forma gremial», añade.
En ambos casos, Glissando consiguió disipar todas las dudas que tenían. O casi todas. Porque, a pesar de llevar años haciéndolo, De Oliveira admite que todavía sigue sin entender cómo algo que empieza siendo un trozo de madera acaba sonando así. «Me parece fascinante el hecho de poder construir algo y que haga música. La magia de todo esto es que un instrumento suena todo lo bien que se haya construido, es fruto del trabajo que tú has hecho«.
Ahora son ellos los «magos» que transmiten el conocimiento, y dan respuesta a las nuevas generaciones de lutieres, como Palacio, que asevera que hoy en día «es muy difícil conseguir que alguien te cuente los secretos que esconde la lutería». Tres años le costó convencer a un amigo suyo en Perú para que le iniciase en este mundo. Ingeniero mecánico de profesión, tomó la creación de guitarras como un hobby, y ya son más de 60 las que ha construido en las últimas dos décadas.
«Lo bonito de todo esto es que es un arte. A veces, es como cocinar. Tú puedes tener una receta; otra persona, otra, y a cada uno le va a salir diferente el plato. Con la guitarra es algo así», esgrime el peruano. Así pues, Palacio ya tiene sobre su mesa todos los ingredientes. De Oliveira le ha prestado su libro de recetas, escrito a mano, y está dispuesto a seguir metódicamente cada uno de los pasos.
A su lado está Miguel Uceda, tiene 30 años y es gallego. Estuvo a punto de irse a Alemania para realizar un curso de lutería, porque, aunque se dedica a la informática, siempre le había llamado la atención la artesanía. Pero descubrió Glissando y cambió sus planes. Es el último fichaje, lleva apenas unos meses y todavía se siente algo «perdido». Pero hoy es un día especial para él. Se encuentra a punto de ‘liberar’ a su primera guitarra, que lleva atrapada en una prensa desde hace 48 horas. «Estoy todavía descubriendo cómo se hacen las cosas, vivo cada momento. No sé lo que va a venir luego», narra.
Una oportunidad de negocio
Lo que sucede después lo conoce bien el joven argentino Joaquín Tobar. Su larga melena deja vislumbrar su gusto por el heavy metal. Él ya tiene su guitarra eléctrica casi terminada. Vino a España en 2018 para estudiar Diseño Industrial en Pamplona, y, una vez terminada la carrera, eligió Glissando para especializarse en la lutería. Según cuenta, él busca experimentar en cada proyecto con nuevas técnicas, y diferenciarse de lo que hay en el mercado. Con 24 años, ha creado una pequeña marca, Averno Guitars, y comercializa sus creaciones en internet por unos 1.600 euros. Aunque el sueño de Tobar es montar un negocio en Buenos Aires, y construir guitarras «más en serie» para abrirse al mercado.
Este mismo objetivo lo persigue otro de los alumnos, el japonés Takashi Kuroiwa, a quien Sagüés define como «monstruo», porque decidió compaginar su trabajo de ejecutivo en una multinacional con sus clases en Glissando, donde ya ha realizado cuatro guitarras clásicas y flamencas. Ahora, a punto de jubilarse, regresará a su país natal con el objetivo de emprender en un taller de guitarras en Japón.
Este es el verdadero éxito de Glissando: transmitir el conocimiento y la pasión por la lutería de generación en generación, y exportarlo a todos los rincones del mundo. Al final, el alma de la escuela va más allá de las cuatro paredes de su local madrileño y se convierte en ese refugio al que acudir para desconectar del mundo y descubrirse a uno mismo a través del trabajo manual. «Es el humanismo más extremo. Crear un objeto para que otra persona, o uno mismo lo use para crear emociones y hacer arte», concluye Uceda.