El novelista asegura que «el lenguaje inclusivo, además de destruir el español, es una manera de intervenir el pensamiento»
JAVIER ORS / LA RAZÓN
«Una biblioteca en el oasis» (Magnificat) es un diario de lecturas y una suerte de selección de obras de variada magnitud. Unas descansan ya en la tradición y otras son más modestas, pero no menores ni desechables. Cada una conserva vuelos propios, pero comparten una particularidad: el denominador común de un trasfondo religioso. «Es una crónica de gustos y libros que he ido leyendo». Juan Manuel de Prada conversa con serenidad, sin las estrechuras que imponen las prisas, pero con una nota desangelada en la voz. Sus convicciones lo han convertido en un escritor rebelde, en un hombre que se niega a renunciar de sus ideas para someterse a la corriente general. Él no es uno de esos novelistas que solo lleva la contraria para epatar. Lo suyo es mantenerse en la época sin claudicar a su pensamiento, algo que lo ha convertido en un resistente. «Hay autores con los que guardas afinidad desde la tribulación o el gozo literario; otros que te gusta mostrar porque son pocos conocidos. La lectura se hace al hilo de la vida. Y muchas están marcadas por el momento en que leímos la obra. Esta variedad da la radiografía de quien las ha leído».
En este libro queda su debilidad por las novelas de romanos («Quo Vadis?» o «Fabiola») y autores como Graham Greene («Fue muy mujeriego, tuvo muchas dudas de fe, pero escribió a Pablo VI para que no retiraran la misa tridentina. Es contradictorio, pero me cae bien a pesar de sus zonas oscuras», confiesa), Chesterton, uno de sus favoritos («Es un escritor es excelente, pero la razón por lo que lo cito tan a menudo es que es uno de los pocos católicos que ha pasado por las aduanas de la aceptación pública; es un autor que me permite dialogar mínimamente con esta época») o Giovanni Papini («Es parecido a mi carácter, un poco desbordado, bocazas; un escritor de estilo marcado, turbulento en sus juicios… Es un caso como San Pablo, un denostador de la fe católica que se convirtió en un apologeta formidable. Me siento hermanado con él»).
Preocupaciones y valores
Estas lecturas han formado un rico pliego de títulos en el que figuran Calderón de la Barca, Charles Dickens, León Bloy, Evelyn Waugh, Pablo D’Ors, Tirso de Molina o Leonardo Castellani, en el que se ha apoyado en momentos de zozobra. De Prada reconoce que los libros de hoy han sacado las preocupaciones y valores espirituales de sus argumentos. «La literatura que aborda lo espiritual está mal vista y la que habla de Dios no se la considera. Si el mejor novelista del mundo escribiera sobre una cuestión religiosa, su manuscrito sería rechazado en las editoriales occidentales. Hoy se da por hecho que no se puede escribir sobre eso. Es algo único en la historia de la humanidad. La primera vez donde este tipo de literatura está excluida». De Prada, sin estridencias, con respeto, responde con pesar a la pregunta de si Dios se ha convertido en un tabú. «Sí, y no es que sea solo un tabú, es que el creyente está siendo expulsado en la vida pública. Triunfé a los 25 años, por eso me colé. Si lo hubiera hecho a los 50, no me habría colado. Cuando participo en una tertulia radiofónica, me doy cuenta de que, para inhabilitar mi opinión, sobre cualquier asunto, siempre se matiza que yo soy católico, aunque argumente mis razones lejos de planteamientos religiosos y sostenga mis ideas en razones políticas, jurídicas o filosóficas. ¿Por qué? Porque si se resalta que soy católico eso actúa en capas de la población y me descalifica».
De Prada se muestra muy crítico también con el lenguaje inclusivo: «Es una disciplina social. Una persona que interioriza algo tan abusivo como ese lenguaje es que renuncia a la belleza y la expresividad del idioma. Se moldea el pensamiento y te convierte en un esclavo. Más allá de destruir el español, es un mecanismo para lanzar mensajes y una forma de intervenir en el pensamiento. Es un signo de disciplina social, un método de control social para marcar quiénes son los réprobos y los acólitos. Es terrible. Pero eso se está imponiendo». De Prada zanja la cuestión con unas palabras barnizadas de preocupación: «Estamos en una sociedad distópica o avanzamos hacia ella. Una sociedad que habla así es una sociedad enferma, totalmente destruida».
Fuente: https://www.larazon.es/cultura/20210401/jpchr76335htnaoo2li7v2nzeq.html