Miller fue violada tras una fiesta en la Universidad de Stanford. El juicio acaparó la atención de los medios, pero su agresor sólo cumplió tres meses en la cárcel. Ahora, tras renunciar a su anonimato, denuncia cómo el sistema humilla a las víctimas en su aclamado libro de memorias
LETICIA BLANCO / Barcelona / EL MUNDO
Chanel Miller tenía 22 años y estaba empezando su vida en el idílico Palo Alto cuando acudió a una fiesta en la Universidad de Stanford donde perdió el conocimiento tras beber demasiado. Se despertó en el suelo, detrás de un contenedor, semidesnuda, con moratones. Más tarde se enteró de que había sido violada y que su asaltante había sido perseguido por dos estudiantes suecos que pasaban por allí. Con la agresión «se esfumó el lujo de crecer despacio» y empezó un largo calvario personal que Miller logró transformar en un alegato contra la violación que cambió la mentalidad y las leyes de Estados Unidos.
«Es dura toda la presión que se ejerce sobre las víctimas para que superen la agresión y se conviertan en supervivientes», confiesa hoy, cinco años después de su violación. «Yo he tirado la toalla muchas veces. Si sobreviví fue gracias a la ayuda de los que me rodean, no porque tenga superpoderes».
En el juicio, uno de los más mediáticos de Estados Unidos, Miller fue acusada de mentirosa y borracha. El agresor, Brock Tuner, un campeón de natación de 19 años de familia adinerada, pagó 150.000 dólares de fianza y quedó en libertad. Pidieron 10 años de prisión para él, pero el juez del caso le condenó a seis meses, de los cuales sólo cumplió tres.
Tras conocer la humillante sentencia, Miller, que hasta entonces permanecía en el anonimato que protege a todas las víctimas de violación, decidió compartir la carta que había escrito y leído en el juicio en la web de noticias Buzzfeed. Y aquello fue como desatar un incendio.
Si sobreviví fue gracias a la ayuda de los que me rodean, no porque tenga superpoderes
El texto se hizo viral en cuestión de minutos. Quince millones de personas leyeron en tan solo cuatro días lo que pasó a considerarse «la Biblia de lo que les pasa a las víctimas de agresiones sexuales». La indignación sacudió el país: 18 diputados leyeron el texto en la Cámara de Representantes y el por entonces vicepresidente Joe Biden escribió una carta a Miller expresando su solidaridad.
Su testimonio hizo que miles de mujeres compartieran sus experiencias en las redes sociales, hartas de cómo la cultura de la violación había ignorado o minimizado durante décadas las agresiones sexuales. Un huracán de cólera recorrió Estados Unidos en 2016, un año antes del #MeToo. Y ahora recoge su experiencia en Tengo un nombre (Blackie Books), su libro de memorias, ganador de numerosos premios en EEUU.Una de cada cinco universitarias es víctima de una agresión sexual, ¿qué pasa en los campus?Es un problema estructural, empezando por el espacio. Las fraternidades pueden dar fiestas pero las sororidades no. Eso significa que cada vez que hay una gran fiesta, las mujeres tienen que ir al territorio de los hombres. Ellos controlan quién entra y quién no, también lo que se bebe.¿Por qué se trata a las violaciones de los campus de forma distinta?Hay una tendencia a minimizarlas, a quitarle hierro a los actos cometidos por chicos jóvenes, se dice que son inmaduros. Una cosa es cometer un error y pasarte con la bebida una noche y otra muy diferente es hacerle daño a alguien intencionadamente. Una es legal, la otra es ilegal. Una es un desliz humano y la otra, un crimen. Deberíamos ser capaces de distinguir entre las dos cosas.Se dice que fue un rollo de una noche que acabó mal.Eso es lo que encuentro más desconcertante. La violación es el único crimen que se romantiza. Cuando alguien te atropella nadie dice: ‘Oh, te embistió el coche del amor’. El tratar de confundir un hecho tan violento por algo que se supone que debe ser tierno es sencillamente aterrador.
El de Miller no es un caso aislado. La epidemia de agresiones en los campus es una de las grandes vergüenzas del sistema educativo norteamericano, que protege a las fraternidades porque los ex alumnos son una gran fuente de ingresos. Un año antes del caso de Miller, los medios se fijaron en la estudiante de Columbia Emma Sulkowicz, que empezó a arrastrar su colchón por todo el campus para protestar porque la administración declaró inocente al alumno a quien ella había acusado de haberla violado.
La violación es el único crimen que se romantiza
En Falso espejo, la escritora Jia Tolentino explica cómo durante décadas la Universidad de Virginia expulsó a alumnos por plagio (copiar tres frases de la Wikipedia suponía infringir el código de honor de la universidad) mientras se negaba a considerar la violación como una infracción grave. Los abusos, las crueles novatadas y «la emoción de sentir la inmunidad comunitaria» son parte de una tradición: la de formar a «ligas de hombres apartados de sus familias entrenados en el salvajismo colectivo» que luego se convierten en la élite de la sociedad.En el libro explica que no le molesta que la llamen víctima.Al principio me negué a usar esa palabra. Pero cuando el juicio empezó, vi que la estrategia de mi agresor era presentarse como una víctima, apoderarse de la palabra. Los asaltantes siempre intentan hacerse pasar por víctimas porque está asociado con la vulnerabilidad. Nosotras no queremos que se nos vea así porque es algo vergonzoso y nos hace parecer débiles.
Que Miller decidiese salir del anonimato que la protegía y escribir unas memorias con su verdadero nombre dice mucho de cómo ha evolucionado la percepción de las víctimas en los últimos años, uno de los caballos de batalla del feminismo. La idea de afrontar la violación, no esconderla como si fuera un tabú, no es nueva. Camille Paglia la ha llegado a describir como «un riesgo necesario».
Pero una cosa es la teoría y otra, la práctica. Pensar en Chanel Miller apareciendo en televisión, desvelando en prime time su rostro, es el equivalente a imaginar que en España la víctima de la Manada decidiera dar una entrevista en el programa de Ana Rosa.¿Son los jueces un problema?Absolutamente. En mi caso él se puso en sus zapatos. Pensó: ‘Vaya, qué duro sería si esto me sucediera a mí, qué disruptivo’. El juez había sido alumno de Stanford, como mi agresor. Él jugaba a lacrosse, mi agresor era un campeón de natación con muchos puntos para ir a los Juegos Olímpicos. En el juicio se habló de lo mucho que el caso había trastornado su vida. En cambio, no se habló de cómo la agresión había cambiado la mía, la víctima suele ser una causa perdida.Se presentó a Turner como el yerno ideal.Testificaron su entrenador, su profesora de francés del colegio y su ex novia. Se demostró que era un buen chico. Hasta había trabajado como socorrista. Parecía que el jurado tenía que escoger entre dos narrativas: la suya, que era un buen chico, o la mía, que era culpable y malvado. Pero no hace falta elegir.Ambas pueden coexistir.Existe la idea de que los violadores son malas personas que viven en los márgenes oscuros de la sociedad, pero la realidad no es así. Las buenas personas también hacen cosas malas, son capaces de hacer daño. Nunca fue mi intención retratarle como un monstruo o un villano, sino como una persona normal.
Superar los estereotipos es otro de los problemas a los que se enfrentó Miller. Pese al trauma que le provocó la agresión, no acaba de encajar en el prototipo de víctima de violación, con una vida completamente destruida. Para empezar, ni tan siquiera la recordaba. «Tuve que probar que era amable, que no estaba loca, que no mentía. Me dijeron que no mostrara rabia, por muy desagradable que se pusiera conmigo el abogado defensor», recuerda.
En las memorias explica lo deprimente que fue encontrar un jersey neutro (color «avena», «como de leche caducada, suave y discreto») para aparentar credibilidad y respetabilidad en el juicio. «Confío en que el libro ayude a entender lo que es pasar por un trauma», explica. «Si una víctima habla con un tono de voz neutro y apagado no es porque no le afecte lo que está explicando, es porque todos procesamos el trauma de forma distinta».
Me hicieron sentir muy pequeña, pero todo termina saliendo a la luz tarde o temprano
Tengo un nombre es también la crónica de cómo el sistema está diseñado para socavar a la víctima, pero al final hay una pequeña victoria. El juez fue destituido después de que más de 200.000 personas de su condado (el 62% de su electorado) votaran para echarlo, algo que no sucedía en California desde 1932. Y dos leyes californianas sobre agresiones sexuales han cambiado desde entonces para que no se repita otra «chapuza» de sentencia.¿Cuál es su sentimiento hacia la justicia hoy?Sigue siendo aterrador mirar atrás. Mi caso era muy potente porque tenía dos testigos que eran hombres, estaban sobrios y despejados cuando todo sucedió, eran amables y fiables. Nunca habría llegado a juicio si no hubiese sido por ellos. Cuando salió la sentencia pensé: en realidad, nada de lo que yo diga ha tenido ningún tipo de influencia en el caso, no soy alguien a quien tomarse en serio. Me fui a casa pensando: ¿a quién le importo realmente?Hasta el día siguiente, cuando su escrito se hizo viral.Me llegaron centenares de reacciones con una narrativa completamente distinta. Muchos me decían que había sido valiente, algo que jamás se me había pasado por la cabeza. Fue a través de los otros que aprendí a ver mi fortaleza. Fue la gente la que me dio una voz y poder. Nadie dentro del sistema judicial me hizo sentir así y eso es aterrador porque ese día había un montón de casos como el mío en el juzgado.
La Universidad de Stanford no queda nada bien en el relato de Miller. «¿Qué haces cuando te invitan a la ceremonia de inauguración del jardín donde te violaron, programada para durar veinte minutos?», se pregunta. «Cuando se produce una agresión sexual casi nunca es un asunto entre dos individuos. Las instituciones deberían ser más transparentes. Casi siempre prefieren hacer poco ruido para mantener su imagen, pero a la larga es imposible silenciar todo lo que ocurre. Me hicieron sentir muy pequeña. Pero tarde o temprano todo acaba saliendo a la luz».
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2021/03/30/60634703fc6c83060c8b457d.html