A ti, papá, que me diste lo más valioso que tenías:
tu fe y tu vida, tu buen humor y tu esperanza,
en medio la dureza de la existencia. ¡Gracias!
En tu memoria yo vivo.
Por Fidencio Aguilar Víquez
Michele Federico Sciacca (1908-1975), filósofo italiano, quiso rescatar para nuestro tiempo la filosofía de tradición platónico-agustiniana. Le dio continuidad a través del diálogo con autores modernos como Blaise Pascal y Antonio Rosmini. Sumó a dicha línea filosófica la filosofía de santo Tomás de Aquino y acuñó una pinza de pensamiento metafísico cristiano. De esa manera, pasó del idealismo contemporáneo de vena hegeliana, al espiritualismo cristiano y de éste a la filosofía de la integralidad o de la interioridad objetiva.
Una de las raíces de su filosofía tiene que ver con su temperamento siciliano, que él mismo mira y siente remontándose a la Magna Grecia (Sicilia y sur de la actual Italia, incluyendo Nápoles y Bari). Tierra de Parménides, el descubridor del ser, Empédocles, el conciliador que —según la leyenda— murió arrojándose al Etna, y Gorgias, el dialéctico. Es también su tierra (de Sciacca) donde nació, un 12 de julio, en Giarre, Catania. Donde —dice— “son carnosas las hojas secas y áridos los frutos jugosos.” (1) ¿No es dialéctica la filosofía y nuestro pensar?
El siciliano es contradictorio, contrastante, pasional. Rechaza por instinto lo que viene de fuera y quiere imponerse, aunque tenga carácter de ley. No hay que olvidar que Nápoles y Sicilia fueron parte del dominio español durante siglos (XIII a XIX). Contra la ley están otros principios: la familia, la lealtad, la tierra. De ahí el espíritu de “mafia” ligado a la “familia” que, a diferencia de la organización criminal, Sciacca toma en su sentido “existencial”: no lo exterior, lo impuesto, los hechos, sino lo interior, lo auténtico, el espíritu, lo verdadero.
Esto define el inicio de su talante espiritual, su visión del mundo y de la existencia. Más allá de los datos empíricos, de los datos registrables y de la medición, está la experiencia, el darse cuenta internamente y el mirar las cosas desde el yo consciente. Esta es una de las raíces primigenias de su interioridad objetiva, de su idealismo objetivo que Sciacca quiere rescatar desde los filósofos de la Magna Grecia (hay que recordar que el mismo Platón buscó convencer al tirano de Siracusa de que era posible la política. No le fue bien).
El espíritu siciliano lo ve Sciacca al estilo de Leopardi. Éste mira el infinito a partir de un seto y su entorno. ¿Es por ello entonces mentiroso el poeta? De ningún modo, sino que tiene otra mirada capaz de ir más allá el mero dato físico o biológico, de descubrir otro ámbito, otro mundo, otra realidad (en palabras de Octavio Paz: la otra orilla) (2). Sciacca encuentra en el idealismo esa ruta humana, ese horizonte de realización de lo humano. Ciertamente, parte de lo geográfico, de lo histórico, de lo conocido, para ir a las ideas, a la idea del ser.
Hay un desarrollo y una evolución en la formación del pensamiento de Sciacca. Desde el gymnasium y el liceo, sus lecturas platónicas y literarias lo conducen a este primer idealismo. Su encuentro con Giovanni Gentile en los años universitarios, y después, lo conducen al idealismo hegeliano traído al siglo XX por el actualismo gentiliano. La idea universal —según Gentile— se traduce al yo trascendental como acto del espíritu absoluto concretizado en la conciencia humana. El objeto se convierte en sujeto. En consecuencia, el pensamiento deja de ser pensado para ser pensante: pensamiento en acto, idealismo absoluto (3).
Curiosamente, por encargo de Gentile, Sciacca estudia a Rosmini, de quien prepara la edición de dos obras de este último sobre moral. En esa tarea profundiza a Platón y se encuentra con san Agustín y con su platonismo. Entonces, vuelve a su talante del idealismo en su doble vertiente: el de las esencias de las cosas y el de la interioridad. La experiencia —dice— nos atestigua que cada cosa tiene una esencia, pero no como mero concepto lógico sino como ser que le sostiene en el concierto de la existencia, en un orden ontológico (4).
En el ámbito antropológico, el yo trascendental hegeliano-gentiliano, como acto del espíritu, le resulta muy abstracto respecto al yo personal. La responsabilidad moral de éste le acucia. San Agustín, en cambio, le orienta: no ha de quedarse en la realidad física y sensible, es preciso ir hacia sí mismo; y en la contingencia de nuestro ser finito, trascenderse hacia el Dios personal. Este mundo nos lleva al otro. Primero al de la interioridad, con lo cual comprendemos mejor el mundo natural que nos rodea. Luego al de lo eterno (5).
Como para san Agustín, a partir de ahí, la magna quaestio es el alma y Dios. Es el tema de la verdad de sí mismo y de la verdad del origen y el fin de la existencia humana personal y comunitaria. La filosofía sólo tiene sentido si, partiendo de la experiencia y de los sentidos, realiza una purificación de los conceptos para vislumbrar el mundo del ser que sostiene esos conceptos y hace una real experiencia de las cosas: en su ser esencial. La filosofía es, por tanto, experiencia del ser sensible, experiencia interior y experiencia del ser (como idea).
De ese modo, Sciacca abandona al actualismo, pasa al espiritualismo cristiano y pronto hace una autocrítica para proponer algo propio. Sigue la línea Platón-Agustín-Pascal-Rosmini con la que valora mejor la modernidad. Pero tiene un hallazgo importante: santo Tomás de Aquino. La idea del ser (descubierta con Platón y Agustín) es una primera luz del entendimiento humano. Con el Aquinate descubre la capacidad del entendimiento agente para generar el conocimiento de las cosas en su esencia, sí, pero en su ser concreto (6).
Con ese doble modo de iluminación —la idea del ser y el entendimiento agente— descubre también que hay dos vías para conocer la verdad última de las cosas: la razón y la fe, dos modos en que la inteligencia humana puede mirar las cosas, mirarse a sí misma y mirar su fundamento en el Ser mismo; no de modo directo, sino como a tientas, en la fe, pero con la misma certeza de la verdad misma revelada en el logos: el logos hecho carne. La verdad, su búsqueda, es un camino que se recorre históricamente, pero que es objetiva, real y, en Cristo, personal.
Sciacca no sólo fue conocido en Italia, Francia y España, sino también en América Latina, particularmente en Argentina, México, Perú y Costa Rica. En el primer país uno de sus discípulos y continuadores ha sido Alberto Caturelli. Gracias a él, a una conferencia que dictó en la UPAEP en la segunda mitad de los noventa, me interesé en la interioridad objetiva. En nuestro país José Rubén Sanabria fue uno de sus estudiosos precursores. En la última década estudios de investigadores peruanos y costarricenses han planteado la filosofía de la integralidad como una veta de estudio para comprender nuestro tiempo. Es todo un reto.
Referencias
(1) M. F. Sciacca, La clessidra, Opere di Michele Federico Sciacca, II. 2, L’Epos, Palermo 1993, p. 15.
(2) O. Paz, El arco y la lira, FCE, México 2008, p. 133. “La experiencia de lo Otro culmina en la experiencia de la Unidad. Los dos movimientos contrarios se implican.”
(3) M. F. Sciacca, La filosofía hoy, tomo 1, Miracle, Barcelona 1961, pp. 110ss.
(4) M. F. Sciacca, Platone, Opere di Michele Federico Sciacca, I. 6, L’Epos, Palermo 1990, p. 67.
(5) F. Aguilar Víquez, La modernidad limitada. La idea del ser y el lugar de la razón en el pensamiento de M. F. Sciacca, CIDHEM, Cuernavaca 2008, p. 259.
(6) M. F. Sciacca, Prospettiva sulla metafisica di S. Tommaso, Opere di Michele Federico Sciacca, III. 6, L’Epos, Palermo 1991, p. 62.