Por Fernando Manzanilla Prieto
El Día de Muertos es una de las festividades más emblemáticas de México, ya que ha perdurado a lo largo de los siglos y ha sido identificada en culturas como la totonaca, mexica, purépecha y maya.
Incluso en 2003, la UNESCO distinguió a esta celebración como “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”, al definirla como una expresión tradicional integradora, representativa y comunitaria.
Las categorías de “patrimonio cultural inmaterial” o “patrimonio vivo” son utilizadas por el organismo internacional para englobar a las prácticas, expresiones, saberes o técnicas que son transmitidas por las comunidades de generación en generación.
En nuestros días esta festividad se vive como una ocasión para recordar y honrar a los seres queridos que han fallecido, pero también debería ser una oportunidad para hacer una pausa y reflexionar sobre lo que es la muerte, una experiencia por la que todas y todos, como seres humanos, pasaremos en algún momento.
Y es que desde que venimos al mundo nos toca convivir con la muerte y, de una u otra manera, tomar conciencia de que es un fenómeno que ocurre como parte natural de un proceso de la vida. Justo ahora recuerdo a todos los que nos ha tocado ver partir este año de manera inesperada, uno de ellos el Dr. Alfredo Victoria.
Es así que la muerte se vuelve algo intrínseco de la vida. Todo aquel que nace sabe que tarde o temprano debe morir. Y a pesar de ello, toda muerte, incluso la natural, es un acontecimiento imprevisible, que sorprende y duele. Es por ello que, si bien en México se celebra la muerte, eso no significa que no se le sufra.
Para Savater “conocer la muerte –propia, ajena– implica juntamente descubrir lo que cada cual tiene de único (su vida irrepetible) y lo que todos tenemos en común, la genérica muerte: ambas cosas están inextricablemente unidas, porque lo que enfatiza nuestra peculiaridad personal es la seguridad de que se trata de una ocasión momentánea, destinada a extinguirse sin remedio ni retorno y por eso mismo fieramente preciosa”.
Lo cierto es que la muerte es inexorablemente un proceso individual para el cual no hay más preparación que todo lo que experimentamos en vida.
Tan sólo en el 2022, en México se contabilizaron 847 mil 716 defunciones, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Del total de muertes, 90 % fue por enfermedades y problemas relacionados con la salud y 10 % por causas externas, como accidentes, homicidios y suicidios, principalmente.
En este sentido se sabe que las cinco principales causas de muerte a nivel nacional fueron: enfermedades del corazón, diabetes mellitus, tumores malignos, enfermedades del hígado y COVID-19.
Este panorama, más allá de ser desalentador, puede transmitirnos un poco de esperanza al denotar que, si bien todas y todos en algún momento moriremos, también lo es el que podemos apostarnos a tener una mejor salud y con ello, muy probablemente, a disfrutar una vida más larga y con mejor calidad.
En este sentido, cobra relevancia un estudio publicado en la revista científica Circulation de la American Heart Association, que hace referencia a que hábitos como no fumar nunca, mantenerse en un índice de masa corporal saludable, realizar ejercicio de moderado a vigoroso, no beber alcohol en exceso y una dieta saludable, reducen el riesgo de muerte por enfermedades cardiovasculares y cáncer.
Por supuesto que esta propuesta no está encaminada a “huir” de la muerte, sino más a que los días que nos toque vivir lo hagamos con calidad y de la mejor manera.
Tener la certeza de nuestra finitud nos debe permitir ver que en ella hay una oportunidad como lo es la de transformar nuestro presente y aprovechar al máximo los días que nos ha tocado estar en esta tierra.
Es así que en estas celebraciones de Día de Muertos considero pertinente tomarnos el tiempo de hacer una reflexión sobre la forma en la que nos gustaría llegar a esa etapa y, sobre todo, en lo que podemos hacer para “honrar” el tiempo que nos ha tocado estar vivos.
No dejemos para después lo que podemos hacer hoy para “renacer” y cambiar nuestros hábitos de alimentación, de salud e incluso nuestra manera de pensar, ya que nadie tiene la certeza que habrá un mañana.